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Adolecer
Ana Solá

Si hay algo que extraño de la adolescencia de mis hijos son las peleas continuas. Y los gritos a la hora de juntar la mesa: "¡Te toca a vos!"."¡No te hagas la viva!¡Yo los junté ayeeeerr¡ Mamaaaaá deciíile!". Pero la cosa no terminaba ahí. Cuando había que sacar a pasear al perro, era la misma odisea y el pobre can terminaba haciéndose encima.

 

Cada vez que yo recibía una llamada telefónica, ahí estaban los dos justito al lado mío para continuar como Titanes en el Ring haciéndose piquete de ojos mientras yo intentaba escuchar una palabra. La casa siempre estaba invadida y en pie de guerra.

 

Lo más cruel era cada vez que, indefectiblemente, metían la pata adelante de desconocidos. Mi cara se transformaba, el gesto rústico y amenazador ya lo conocían de memoria, "Cuando mamá pone cara de culo y te clava la mirada, hay que cerrar la boca". Esa era la ley. Pero no la cumplían. Entonces, seguían hablando y discutiendo mientras mi rostro se iba transformando en un plano colorado.

 

Después, a solas, venía el reto: "¿No te diste cuesta cómo te estaba mirando?". No, jamás se daban cuenta o mejor aún, lo hacían a propósito.

 

También extraño lo destrozado que quedaba el living cada vez que se les ocurría hacer una fiestita en casa. De esas que en mi época les decíamos "asalto". Más que asalto, el de mis hijos y sus amigos, era robo a mano armada: agujereaban sillones con el pucho, también cortinas. Bailando en esa reducida pista, con la cabeza, más de una vez el lungo del grupo me rompió la lámpara y el piso quedaba hecho pelota, resignado para la rasqueteada. Lo más ensordecedor de todo era el ambiente musical que reinaba. Los decibeles hacían temblar los vidrios. Menos mal que la cosa era repartida: en el cuarto del nene estallaban los Redonditos, en el de la nena Jean Carlos y Trula. Y para cerrar el círculo perfecto, mi marido con la tele al mango escuchando los relatos deportivos. La paz reinante en casa era perfecta. Yo sólo convulsionaba en la sesiones de terapia... Y el padre hacía lo propio, sobre todo cuando de tan poca bola que le daban parecía un fantasma circulando por la casa. Por esos tiempos, todavía no existían los perfumes para telas. El hedor que salía de esos cuartos, mezcla de medias sucias, zapatillas sin talco y hormonas revolucionadas, cada vez que una entraba sentía ese extraño olor a preso. "Huele a cárcel", les decía. Y no sé si era por la música fuerte que jamás me dieron bola. Yo, por las dudas, trataba de no entrar a sus guaridas, tenía miedo de contagiarme desde algún raro virus hasta ladillas.

 

¡Qué feliz me siento de haber sobrevivido a la adolescencia de mis hijos! Y poder contársela a mis nietos, que ya son pre-adolescentes... Pero no me escuchan.

Ana Solá
Ilustración Clara Celoria
Conjuros mágicos de la bruja madre
Suplemento especial de Puntal para ellas en su día
Edición y recopilación de textos: Daniel Devia
Diario Puntal - Río Cuarto, Córdoba
17 de octubre de 2010

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