El choque de dos mundos 
Alberto Sibaja Álvarez 

Cuando los navíos españoles, tocaron las costas continentales de América. Sus tripulantes no imaginaron que estaban siendo actores de uno de los más grandes acontecimientos históricos de toda la humanidad.

Al poner sus pies en tierra firme, cerraron con ello el círculo planetario y en ese instante nació la historia realmente mundial.

Los europeos no solo habían descubierto un nuevo mundo, sino ¡La forma real del mundo!

La magnitud de tan inesperado hallazgo, pulverizó en pocas décadas los paradigmas científicos y filosóficos de los grandes sabios del viejo continente, provocando irremediablemente una revolución cultural.

Los primeros en documentarse sobre la dimensión del evento, fueron obviamente aquellos experimentados políticos, comerciantes y religiosos del quehacer europeo, quienes vieron en ello la inigualable oportunidad de ampliar sus imperios.  

Paisaje amerindio

Por otro lado… A miles de millas náuticas de aquella convulsa Europa, los ojos atónitos de los marinos y conquistadores españoles se topaban a diario y de manera abrupta, con una naturaleza insospechada, una flora saturada de colores alucinantes, una fauna que superaba hasta los más quiméricos animales de sus mitologías. Un paisaje que jamás concibieron sus más imaginativos pintores. Una arquitectura imposible.

Mega ciudades habitadas por ingentes grupos humanos que se desarrollaban en modos de vida, consumo y producción radicalmente distintos.

Descubrieron en sus incontenibles avances por este nuevo mundo, civilizaciones que poseían un “extraño” modo de relacionarse con la naturaleza y los recursos que ella les brindaba.

Sin duda la próxima oportunidad que tendrá nuestra humanidad de volver a encarar nuevas y diferentes culturas y civilizaciones, será cuando nuestros navíos terrestres atraquen en las biosferas de otros mundos habitados. Quizá para entonces la raza humana haya superado su indiscriminado sentido de la depredación.  

Economía de Rapiña

Estos extranjeros llegaron a tierras americanas armados con su detonante tecnología militar y un hambre profunda de acaparar riquezas, tierras y recursos. Ya conocemos los resultados históricos cuando se mezclan y agitan estos dos explosivos elementos.

Dado el condicionamiento cultural de los europeos en las épocas del descubrimiento, un armonioso y por demás utópico “encuentro de culturas” hubiese sido la excepción a todas las reglas. Por tanto el encuentro siguió por la brecha hondamente forjada en siglos de guerras, conquistas, y dominaciones. Dándose el lógico y consecuente resultado de una aplastante dominación, avasallamiento y exterminio de todas las naciones amerindias.

Una vez reducidas las poblaciones aborígenes la conquista se extendió hacia el ambiente natural, explotándolo de manera exhaustiva.

Modelo que subsiste hasta nuestros días, y es bien conocido como “Economía de Rapiña” y de asalto permanente. Paradigma radical que borró del espacio amerindio la antigua relación sociedad-naturaleza. 

Un paisaje humanizado

Toda forma de organización humana, modifica y humaniza su entorno natural.

El paisaje encontrado por los españoles, cuando avanzaron por los territorios de la América central, no fue como algunos creen un panorama virgen, agreste, salvaje y casi deshabitado. Por lo contrario los europeos admiraron un entorno altamente humanizado.

Por todas partes vieron las huellas claras y persistentes de las civilizaciones nativas. De tal manera, los aborígenes de la América Central, no fueron en definitiva “transparentes” dentro de su contexto natural. Pero la intrínseca relación sociedad-naturaleza era radicalmente distinta a la que los usurpadores estaban habituados.

El cataclismo demográfico de la América prehispánica es a todas luces el más grande sufrido por la historia de la humanidad. La magnitud del exterminio fue tal que el paisaje continental de 1750 (conquista y colonización) estuvo mucho menos humanizado que el  paisaje amerindio de 1492. Al ser eliminadas las poblaciones autóctonas, la lujuriante selva tropical se tragó sus ciudades.

Sin embargo el saqueo indiscriminado de los recursos naturales y su consecuente devastación ya muestra en el siglo 17 espantosas cicatrices sobre las tierras centroamericanas.

Esto demuestra que la presión sobre los recursos naturales no depende sólo de la variable demográfica sino también de las formas de producción, consumo y sustentabilidad que tenga una sociedad determinada.

Hoy la gran mayoría de los estudiosos coinciden en que la América Central, al momento del contacto español, se encontraba lejos, muy lejos de estar proporcionalmente deshabitada.

Los hallazgos arqueológicos demuestran (hasta la fecha) que los asentamientos aborígenes no estaban distribuidos de manera uniforme en la región. Las grandes concentraciones humanas en la América Central se ubicaron principalmente en la vertiente del Pacifico y en los valles Intermontanos, donde encontraron climas favorables y una naturaleza pródiga en recursos. Allí se asentaron y paulatinamente desarrollaron sus portentosas culturas y civilizaciones, adaptadas con matemática sincronicidad al medio ambiente circundante.

Código amerindio

El “Siwa” una especie de código de conducta de los aborígenes Talamanqueños, mismos que sobreviven aun a ambos lados de las vertientes del Pacífico y Caribe Sur de Costa Rica, puede orientarnos en la formas de relación hombre- naturaleza que manejaron los antiguos pobladores del istmo centroamericano.    

Este código tropical, nos ilustra sobre la cognición amerindia de la anímica interdependencia entre el individuo y su medio ambiente. Orienta al aborigen en sus prácticas agrícolas, de caza, pesca, recolección de materiales, comercio, sexo, gobierno. En fin es una guía que abarca la conducta del indio desde su nacimiento hasta su muerte…  

Rutas amerindias

En tierras costarricenses, se ha redescubierto una intrincada red de amplios senderos que abarcan miles y miles de kilómetros empedrados de caminos, estas vetustas calzadas atraviesan el actual territorio nacional de frontera a frontera. Tales redes terrestres complementaban las rutas fluviales y marítimas por donde se movilizaron nuestros antiguos pobladores. Hoy, tanto científicos de las ciencias sociales como de las ciencias exactas, comparten un criterio: semejante infraestructura no pudo ser establecida por unos cuantos miles de aborígenes, desparramados por el territorio de la Costa Rica precolombina.

El conjunto de estas intrincadas rutas, sugieren de manera convincente un intenso intercambio comercial entre distintos y numerosos núcleos poblacionales, poseedores de lo que hoy conocemos como “economía política”. Esto a su vez evidencia, aparte de una desarrollada mentalidad de mercado, la generación de excedentes, mismos que van más allá de la mera producción de subsistencia. Sin embargo, hoy también sabemos que la política económica amerindia en Centroamérica y principalmente en la llamada “Zona Intermedia” nunca se rigió por la mera acumulación de riquezas, si no más bien, su imperativo categórico fue la distribución de las mismas.

Cosmovisión europea

Por otro lado, la cosmovisión española en el momento del encuentro, obedecía al modelo mediterráneo, al mundo de los consumidores de trigo, carne, aceite y vino; del cristianismo militante; de las conquistas, saqueos y reconquistas; de los caballos, el ganado vacuno, las armas de fuego, los instrumentos de hierro, la moneda, la vida urbana como ideal; de la relación crecientemente utilitaria y mercantil con la tierra, cuya propiedad se concibe cada vez más como privada y sin limitaciones. Fueron épocas donde toda Europa buscaba la expansión del comercio y se trazaban por tierra y mar las nuevas rutas comerciales. Fue la era donde se consolidó el capitalismo mercantil.

Hoy conocemos las nefastas consecuencias que trajo esta mentalidad europea, sobre las naciones amerindias y sobre la moderna Latinoamérica en general.  

Primer contacto

El primer contacto de los europeos con tierras costarricenses y sus pobladores, se dio el 18 de setiembre de 1502, cuando en su cuarto viaje al nuevo mundo Cristóbal Colón, atracó sus carabelas cerca de la Isla Cariari, en las costas caribeñas de la hoy provincia de Limón, Costa Rica.

Tenemos una imagen distorsionada de las incursiones españolas por el territorio costarricense, y del paisaje de ese territorio en tiempos de exploración y conquista. Creemos que estos bravos conquistadores se abrieron paso a golpe de machete, sudor y penas, por entre una primitiva maraña selvática, lidiando en su esforzada penetración con alimañas tropicales, nubes de mosquitos y espantosas fieras del bosque.

Lo cierto es que los extranjeros se desplazaron por amplias calzadas en medio de un paisaje bellamente humanizado por sus originales habitantes y continuaron su avanzada siguiendo el patrón de poblamiento ya establecido por los aborígenes. A lo largo de estas rutas y núcleos habitacionales, los invasores establecieron los nuevos asentamientos, desde donde controlaron las poblaciones nativas, garantizaron su subsistencia material y dominaron la fuerza de trabajo.

Sin embargo la invasión española en tierras costarricenses no pudo efectuarse desde las costas del Caribe, los aborígenes nunca los vieron con buenos ojos y la región de Talamanca conformó una de las resistencias más valerosas contra los invasores, registrada en toda América.   

La conquista de Costa Rica

La conquista de Costa Rica inició en 1522 desde el Océano Pacifico y penetrando por tierras nicaragüenses, primero se hacendaron en la península de Nicoya, luego continuaron sembrando muerte, esclavitud y destrucción, por los trayectos amerindios hasta la actual provincia de Cartago.  

No fue hasta 1570, cuando, 68 años después del primer contacto con la costa caribeña tica, el conquistador Perafán de Rivera logró incursionar, desde el valle central hasta el litoral Caribe. Sus ímpetus de conquista fueron frustrados por los nativos de la región.

Pasaron 35 años más para que otro osado español se atreviera conquistar aquel indómito territorio. Diego de Sojo, llegó en 1605 al valle de Talamanca armado hasta los dientes. Donde instituyó la ciudad de Santiago, pero esta fue destruida por los aguerridos indios 5 años después de su fundación.

Los invasores se vieron obligados a retirarse muchos kilómetros hacia el noreste y edificaron en la llamada, Fila Matama el fuerte de San Mateo. El valor determinante de aquellos indios era tal que los extranjeros temían una “invasión” de los “Talamancas” hacia el Valle Central. El punto estratégico donde levantaron su fortaleza militar impediría tales pretensiones, y allí montaron guardia por mas de 100 años.

Sus persistentes esfuerzos por doblegar a esos indios, continuó, hasta que e n 1821, con la independencia de Costa Rica, el ejército español se ve obligado a retirarse de Talamanca, ¡sin haber podido avasallarla! Talamanca fue el único territorio de Centro América, Panamá y las Islas del Caribe, que no pudo ser conquistado por la invasión europea.

Pese a que las bajas indígenas fueron numerosas a lo largo de casi tres siglos de resistencia, su aislamiento de los centros de poder españoles, evito que se contagiaran de las enfermedades occidentales. La desigual lucha de esta valerosa etnia aborigen continúa hasta nuestros días. (ver artículo "La indómita Talamanca" )  

Desastre demográfico

La mayoría de los investigadores, pese a los distintos y disímiles enfoques del asunto amerindio, coinciden sobre la dimensión cuantitativa de aquel desastre demográfico.

Durante el primer siglo de conquista y colonización, fue extinguida el 97% de la población aborigen de la América Central. El resto del continente y la América insular no tuvieron mejores balances en el porcentaje de exterminio. 

El nuevo mundo (América entera) poseía por lo menos el 25% de la total población humana del planeta, pasado un siglo del mal llamado “encuentro de culturas” el 100% de la población amerindia fue reducida a un escandaloso 3% en sus tierras continentales e insulares.

Semejante destrucción de vidas humanas no tiene precedentes en la historia de la humanidad.

Se pueden detectar tres causas fundamentales en tan masivo holocausto:

a) La importación de enfermedades infecciosas por parte de los europeos, que generaron verdaderas pandemias entre los amerindios.

Los nativos no tenían protección inmunológica contra el concierto de males virulentos que trajeron los invasores: Fiebre amarilla; malaria; tifoidea; tifus; cólera; viruela; sarampión... Estos y algunos otros demonios eran totalmente desconocidos por los habitantes del “Nuevo Mundo”.

Confiamos en que la introducción de tan nocivos agentes patógenos, no fue conciente ni deliberada. De cualquier manera que fuese, estas enfermedades infecciosas, conformaron verdaderas e inigualables, fuerzas militares de choque. Este poderío biológico, aliado a la inmunidad de los extranjeros, logró debilitar y reducir la gallarda resistencia indígena.

Sin semejante arma orgánica, de absoluta eficiencia por demás, los invasores europeos no hubiesen podido conquistar ni una sola de las grandes civilizaciones amerindias y se hubiesen tenido que conformar con un parejo “Encuentro de Culturas”

b) La conquista militar y sus matanzas .

Nuestros libros de historia están llenos de sangrientas páginas, donde se relatan inconcebibles masacres. No es mi intención rescribirlas.

Para tener una idea de los móviles de esta segunda causa de exterminio, recordemos que la primera generación de conquistadores, no sólo era cruel y violenta, sino que además no tenía la intención de quedarse a colonizar la región. Su mentalidad respondía al modelo de la economía de rapiña, sus intereses se concentraban en obtener y apropiarse de la mayor cantidad de riqueza en el menor tiempo posible, sin importar la miseria, muerte y desolación, dejada tras tan mezquinos pasos.

Aquellos finos caballeros ponían nombres pomposos para definir sus incursiones de rapiña: “Tributo de cabalgadas” por ejemplo, era el eufemismo usado para describir sus incursiones brutales, a sangre y fuego, en las cuales saqueaban tesoros en jade, perlas, oro y demás bienes tangibles, eliminando cualquier resistencia a su paso. “Cabalgadas de Ranchería” esta otra fina alusión, se refería a los saqueos de alimentos, las técnicas de asalto eran idénticas.

c) La sobre-explotación y esclavitud de la fuerza de trabajo indígena.

Para completar el macabro horizonte de mortandad vivida por nuestros ancestros, tenemos la esclavitud, misma que llegó a los extremos de aniquilar la unidad familiar amerindia, impidiendo con ello su reproducción biológica. El canon esclavista, bien conocido por los extranjeros, involucraba una absoluta pérdida de libertad, servidumbre incondicional y cautiverio. Lo básico.

La vieja directriz de esclavitud fue indispensable para las variadas actividades económicas que desarrollaron los invasores en estas tierras. Y en donde ya no había recursos para explotar, los indígenas se tornaban en el objeto mismo de la explotación, y se convirtieron en un importante producto de exportación. En Centroamérica esta lucrativa operación, comerció con más de medio millón de indígenas.  También usaron un eufemismo para la esclavitud, le llamaron “Sistema de Encomiendas”  

La real densidad demográfica de la Costa Rica precolombina

Gracias a los invaluables aportes de don Luis Ferrero (2003) Eugenia Ibarra (2001) Las modernas exploraciones arqueológicas (2003-2007) Así como algunos empolvados estudios etno-demográficos: Lockhart (1968) Mac.Leod (1973) Fowler (1981) entre otros. La real densidad demográfica de la Costa Rica precolombina, ha venido en la última década, mostrándonos otros números.

En su ensayo “Cuantificación y aniquilamiento de la población amerindígena en Costa Rica” el doctor Guillermo Quirós nos dice:

“Las fuentes de información sobre la población autóctona provenientes de los primeros españoles son poco confiables, pues su propósito era enriquecerse a cualquier costa; y en consecuencia privaba su interés personal sobre la realidad, la cual disfrazaba con el propósito de escamotear impuestos y obtener granjerías de la Corona.

 

Son varias las fuentes tradicionales que manejan conceptos comprometidos con la hispanidad ancestral, las cuales condujeron a desinformar a nuestra sociedad de la verdadera realidad indígena precolombina. Por ejemplo la obra de Montero se utilizó como texto en Historia en el sistema educativo costarricense a principios del Siglo XX y establece que la población original ascendía a unos sesenta mil indios de los cuales hoy quedan apenas unos dos mil. Información que impide conocer el apartheid sufrido por nuestro potencial ancestro.

La población americana original de Costa Rica a inicios del Siglo XVI consistía de un millón de habitantes dispersa en 54 villas, distribuidas en las cuencas hidrográficas y ecosistemas conexos. Tal población corresponde a una densidad media de 25 hab./km 2 , la que Costa Rica moderna alcanza alrededor del año 1965. 

 

Esta densidad es superior al umbral de 10 hab./km 2 propio de sociedades igualitarias y por lo tanto, la sociedad es típicamente cacical jerárquica, con una amplia disposición de recursos humanos para soportar la diversificación de funciones sociales y productivas.  

 

De la distribución geográfica de la población se deriva la preferencia por vivir en medio de las cuencas hidrográficas y de accidentes morfológicos propios de las estribaciones montañosas, donde hallaban espacios cerrados y áreas limitadas, las cuales simplificaron la defensa y facilitaron la obtención de alimentos y agua. Esto unido a la elevada ocupación humana encontrada, permite asignar a cada villa una micro-cuenca y un ecosistema diferenciado, por lo que la distribución y densidad de villas confirma y materializa el concepto de micro-cultura para cada villa. Distribución humana que coincide geográficamente con el número de cuencas hidrográficas, valles y llanuras; ecosistemas fundamentales que albergaron ordenadamente un millón de amerindios.  

La población fue reducida en un siglo de opresión en un 97.3%. Cuatro siglos después solo sobrevivía un 0.2%.

Intencional o no, se trató de una guerra biológica, un apartheid que acabó con una espléndida cultura, cuyos valores y rostro humano solo empezamos a conocer por escasas evidencias.

La aniquilación tuvo tal rapidez, que la mezcla de sangre amerindio-español no se llevó a cabo de manera significativa. Por tanto no hubo mestizaje y como tal aquellas mujeres y aquellos hombres no son antepasados genéticos de la población actual.

Otra consecuencia nefasta de la destrucción indígena, fue haber perdido su ciencia y tecnología, ignoradas en el tiempo y de las cuales solo conocemos manifestaciones ocasionales. Por ello el esfuerzo por entender sus esferas de piedra, sus complejas calzadas y acueductos, sus elaborados tronos cacicales; rastros evidentes de un conocimiento que no tuvo la oportunidad de transmitirse.

Dejo ex-profeso una línea en blanco...

…que represente el respeto de nuestra generación ante el asesinato innoble de aquélla mujer que vio a su hijo morir de fiebre e infecciones en sus brazos. De aquel padre que restregó la montaña en busca de la planta milagrosa que salvaría a su mujer e hijos de un mal del que Sibú no le previno.” Hasta aquí las reflexiones de Quirós.  

La otra cara de la historia

El exterminio masivo de la población aborigen y su consecuente vaciamiento espacial, trajo como consecuencia una toma de espacios por parte del bosque tropical centroamericano. Ejemplo irrefutable de esto es el llamado “Tapón de Darién” en Panamá. Allí la jungla inició una franca regeneración a partir de la total supresión de los asentamientos aborígenes en 1522. Casos de igual dramatismo los vimos en “El Delta del Diquís” en Costa Rica. “Izalco” en El Salvador, o Iztapa en Guatemala. Por nombrar tan solo tres, donde la destrucción de los amerindios fue radical.

Por otro lado, la vertiginosa urgencia del aniquilamiento aborigen, implicó la ingrata pérdida de sus ancestrales conocimientos científicos, tecnológicos y culturales, los cuales habían sido transmitidos por miles de años, de generación en generación, por vía oral directa. Esto es de la boca del paciente maestro al oído de su ávido discípulo.

Los pocos amerindios sobrevivientes de aquel fulminante holocausto, dispersos aquí, allá y acullá. Ocultos bajo el dosel protector la jungla tropical, fueron obligados por los invasores a regresar en el tiempo, a la época misma de sus primitivos ancestros: los nómadas, cazadores y recolectores, donde sobrevivir era el único imperativo categórico.

En el lapso de una generación, quienes lograron escapar de las garras del nuevo imperio, ya habían olvidado toda su herencia científica y tecnológica, por tanto ya no sabían como construir calzadas, acueductos o los gigantescos basamentos para reconstruir sus ciudades. La industria de sus orfebres y demás especialistas fue borrada de su memoria. La milenaria tradición escultórica se perdió, y no volvieron a fabricar sus alucinantes esferas de piedra, ni sus intrincados metates, ni esculturas de ningún tipo.

Son precisamente estos amerindios, desarraigados de su otrora gloriosa civilización y cultura, de quienes nos hablan los libros de texto en nuestras escuelas y colegios. La historia contada por los vencedores. Por fortuna hoy, la antropología y arqueología costarricense, aliada a varias disciplinas de las ciencias exactas, nos empieza a contar la otra cara de la historia.  

Alberto Sibaja Álvarez
San José, Costa Rica 
12 de octubre de 2007 

Publicación autorizada, para Letras-Uruguay, por parte del autor, el día 19 de enero 2008

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