El poema como símbolo bisémico: Oda a la Sangre de Ricardo Molinari

Ensayo de Edelweis Serra

El presente trabajo es un capítulo anticipado de la obra Estructura, y captación del poema, de la autora,

que aparecerá en el primer semestre de 1967 en Buenos Aires con el sello editorial de Huemul.

La composición, una de las grandes creaciones molinarianas, se integra a los maduros ciclos ódicos, concéntricos, de sus cantos de exilio en un mundo baldío asumido con melancolía de peregrino en pos de otros espacios de angustiante distancia. Poesía arraigada a la realidad terrestre, a las cosas, a la temporalidad, pero a la vez poesía desarraigada del universo y del tiempo terrenos en inquieto trashumar, en metafísica nostalgia.

La totalidad de Oda. a la sangre[1] se estructura en un doble plano. Un plano sensible, la sangre alojada en el cuerpo humano, que goza de valor y sentido propios; y un plano espiritual más hondo, guarecido en el significado literal de aquél. Estamos en presencia de un poema simbólico bisémico[2] , esto es, dotado de dos significaciones, pues el tema poético de la sangre corporal, válido por sí mismo, es a la vez símbolo de una realidad diferente. El poeta cristaliza el motivo interior de su canto en una forma con sentido que lo manifiesta: el mito de la sangre, representación de una realidad vivida por el sentimiento y en la que la intuición ha capturado un doble valor, el literal —diré— y el simbolizado, portador de una de las cualidades metafísicas más apasionadas de !a cosmovisión dramática molinariana.

El hablante, al referirse a un elemento sensible, la sangre, como síntesis vital de lo humano, hace uso también de esa representación para aludir a una esfera más profunda que lo trasciende. La visión de la sangre carnal evoca otra visión de una sangre espiritual, de índole más universal, a la que aquélla encubre.

La estructura y la intención expresiva de la Oda, son, pues, simbólicas. Dos cargas de significación conlleva el sintagma sangre. Sangre es, literalmente, la vida físicamente palpable y estremecedora; pero, profundizando su sentido, sangre es también otra cosa, se erige en símbolo, en ella se encarna otro valor espiritual en la intención expresiva del hablante: la soledad, el destino, el exilio del hombre en su angustia metafísica provocada por el Absoluto. Porque el poeta alude a la vida concreta del hombre como espíritu encarnado y como cuerpo espiritualizado, de la que !a sangre parece ser el signo vital más elocuente, y descubre tras él o revela insita en él otra esfera de realidad suprasensbile: el misterio del ser por encima de contingencias espacio-temporales.

Ahora bien, adentrándonos más íntimamente en la lectura del poema, percibimos que la actitud ódica entraña a la vez una actitud elegiaca. Se canta a la sangre como vida efímera, como muerte ineluctable, y a la vez como posible vida triunfante de la oscuridad de los sentidos. La obsesión del canto es ciertamente de naturaleza espiritual, metafísica, casi religiosa, en que el alma, sumida en la noche corporal, encarcelada como la misma sangre en la carne, apetece una luminosa liberación[3].

Veamos cómo la estructura poemática se parcela en dos secuencias de versículos reunidos en estrofas.

La primera es la del anhelo de vida cósmica, de salida del microcosmos hacia el macrocosmos infinito, en:

Esta noche en que el corazón me hincha la boca duramente

Las acciones verbales en perifrases de subjuntivo e infinitivo empleadas reiteradamente expresan la intensidad del anhelo, el ansia irreali-?ada de verse trascender la sangre:

... quisiera ver mi sangre corriendo por

       la tierra:

golpeando su cuerpo de flor,

—de soledad perdida e inaguantable

...................................................

Si pudiera verla sin agonía

quemar el aire desventurado, impenetrable,

....................................................

Quisiera conocerla espléndida, saliendo para vivir fuera

       de mí,

Quisiera estar desnudo, solo, alegre,

para quitarme la sombra de la muerte

La sangre es fuerza potencial, puesto que podría correr, golpear, quemar, salir de las venas de amor para comulgar con una vida más verdadera de libertad. Nótense las formas verbales subjuntivas expresivas del anheloso aspirar, las proposiciones condicionales del deseo: si pudiera. .si un día no fuéramos... y el verbo principal en modo potencial me cortaría. Es que la sangre en su tipología simbólica de una aspirada vida misteriosa, trascendente, es, en sentido literal, muerte, fin, nada. La sangre es soledad perdida e inaguantable, vida de eco desatendido, memoria sin paraíso que, terca, tiende sin embargo hacia una luz interminable, suficiente. Ella es destrucción pero también esperanza ya que, espléndida, podría vivir fuera de lo contingente. El poeta insiste ya en ei lamento elegiaco, ya en el tono ódico exultante y esperanzado. Si la sangre es sombra de la muerte, humor sucio, corruptivo, el ser clama por el Ser incorrupto y definitivo; entonces:

me cortaría las venas de amor

para que se escuchase su retumbar;

para vestir mi cuerpo solitario

de un larguísimo friego delicioso.

Hasta aquí la primera parte de la Oda. La segunda se enlaza paralácticamente al último versículo mediante una adversación denotadora. del tono totalmente elegiaco que ahora impregnará al canto angustioso del poeta:

Pero no ha de llegar nunca ese tiempo mágico,

La sangre es creatura finita aprisionada en el cuerpo mortal, dice con el acento neoplatónico del cristiano Fray Luis:

¡Qué duro silencio la cubre!

....................................

A través de la carne va llorando,

metida en su foso sin cielo,

en su noche despreciada,

con su lengua eterna, contenida.

La sangre, como el hombre que la abriga, es tristeza, muerte inmensa, sueño sin alborada, ansiedad vuelta hacia adentro, sorda... Está destinada a morir en su mundo oscuro, es polvo que volverá a su raíz.

Toda la oda en su profundo significado simbólico es un oscilar, una tensión agónica entre esperanza y desesperanza, vida y muerte, cárcel y libertad. Paradójicamente la sangre mortal, realidad inmanente, simboliza la aspiración del hombre a la trascendencia. El ser no quiere alienarse en su soledad corruptible sino lanzarse hacia la vida del Ser infinito y comulgar con la totalidad, por la que se cortaría las venas de amor. La sangre, rosa vulnerable, desierto extraviado entre inútiles bocas, es apetencia metafísica de la libertad del ser más allá de la muerte, búsqueda de su perdido paraíso, peregrinaje hacia un Dios lejano cuya memoria se ha perdido pero cuya comunicación se hambrea oscuramente.

La sangre —en su noche oscura, prisionera errante, a través de la carne va llorando, metida en su foso sin cielo, porque su vida finita no conforma al espíritu humano llamado a otro más glorioso destino. He aquí !a entrañable, lacerada melancolía de la oda del hombre apeteciendo y buscando una salida a esa ansiedad vuelta hacia adentro, encarcelada en •ku intimidad corpórea, símbolo del espíritu en su condición carnal, aherrojado, pero oscuramente cierto de su eterna y no desertada vocación a la Unidad, superadora de su dualismo doloroso.

Mas el poeta no vislumbra, clara, la salvación. Una gran tristeza envuelve la vida de su sangre, de la sangre del hombre, y:

¡La muerte inmensa vela su sueño sin alborada!

El verso libre molinariano

El versículo de Molinari —como el de Aleixandre y el de Neruda— se estructura mediante la reproducción y combinación libre de unidades rítmicas de la poesía tradicional, en particular de los metros alejandrino, endecasílabo, decasílabo, eneasílabo, octosílabo y heptasílabo. La oleada rítmica en el comienzo de Oda a la sangre ya deja percibir la reunión de versos en un conjunto estrófico irregular, pero perfectamente determinado en los aciertos musicales surgidos de metros conocidos.

El primer versículo es de 18 sílabas y combina dos eneasílabos:

Esta noche en que el corazón / me hincha la boca duramente

El segundo versículo todavía es de mayor aliento, abarcando 20 sílabas por reunión de un eneasílabo y un endecasílabo:

sin pudor, sin nadie, quisiera

ver mi sangre corriendo por la tierra

Sigue progresando la estrofa reproduciendo con libertad intuitiva unidades rítmicas de 9, 10, 11, 12, 14 y 15 sílabas, las que labran su cohesión apoyándose ya en un vocablo del verso anterior, con el cual se encabalga, ya desarrollando el contenido poético que lo precede bajo diversas construcciones sintácticas. En los versos:

golpeando su cuerpo de flor,

—de soledad perdida e inaguantable

un eneasílabo y un endecasílabo respectivamente se apoyan en un vocablo del verso anterior (golpeando se apoya en tierra y soledad en flor) mediante el procedimiento enumerativo. Los versos siguientes:

para quejarme angustiosamente

y poder llorar la huida de los días,

el color áspero de mis viejas venas,

muestran también la táctica de apoyarse cada uno en el anterior, pero aquí mediante construcciones subordinadas y coordinadas en las que sigue presente la tendencia enumerativa, haciendo avanzar las olas rítmicas constitutivas de la estrofa.

En los versos sucesivos, de 11, 15, 14 y 12 sílabas, el primero se apoya en los sintagmas precedentes quisiera ver mi sangre, o mejor, en el contenido desarrollado en ellos, y se encabalga bruscamente con el siguiente :

Si pudiera verla sin agonía

quemar el aire desventurado, impenetrable,

El verso que le sigue, un alejandrino de dos heptasílabos, se apoya a su vez en el anterior (precisamente en el vocablo aire) con moroso dinamismo sintáctico ya que se trata de una subordinada en función adjetiva de matización intensificadora, mientras el verso sucesivo se coordina copulativamente con ésta conservando su función adjetival con respecto de aire, evidenciando todo el conjunto la secuencia enumerativa como táctica estilística en sintagmas ora progresivos, ora no progresivos:

Si pudiera verla sin agonía

quemar el aire desventurado, impenetrable,

que mueve las tormentas secas de mi garganta

y aprieta mi piel dulce, incomparable;

Así, a lo largo de toda la Oda, el ritmo del verso libre crea vínculos unificadores del poema, con matices diversos que no voy a detallar pues lo expuesto basta para mostrar la musicalidad buscada por el poeta en la versificación irregular.

La expresión límpida y rigurosa está regida por el pensamiento y la emoción poéticas sabiamente contenidos, con viril pudor, en el ondulante cauce sintáctico del versículo. El desarrollo aparentemente discursivo de la meditación lírica se adensa de rezumante materia simbólica. Fuertes encabalgamientos ritman el doloroso fluir del sentimiento, de la aguijada melancolía de la sangre, ese lento signo enigmático, esa llama de esencia sin despedida.

La ramazón versicular despliega períodos sintácticos amplios y lentos como el acompasado, espeso circular de la sangre en agonía. La retórica del verso libre es reiterativa de la noción sangre en su doble valor semántico, el literal y el simbólico[4].

El rigor de la estructura poématica externa no está dado en el versículo por el isosilabismo y la rima tradicionales, sino por el paralelismo funcional de los sintagmas de intensa y condensada impregnación conceptual-afectiva inherente al símbolo bisémico, fraguador del significado.

El paralelismo se detecta a través de los conjuntos simbólicamente semejantes dados en cada secuencia de versos libres, y cuya finalidad poética es condensar mediante reiteraciones el mensaje lírico expresivamente apoyado en ellas, verdadero sostén vertebral de la pieza. Hay empleo de retórica reiterativa y condensadora en primer lugar en el propio sintagma simbólico sangre, vocablo que, si bien expreso una sola vez al comienzo, en el primer versículo, es aludido luego mediante el pronombre la y el adjetivo posesivo su (ver-la; conocer-la; la esperó; su memoria; su Luz; su retumbar; etc.), también en las formas verbales referidas a la sangre en la situación anhelada por el hablante: quisiera ver, si pudiera, quisiera conocerla; quisiera estar desnudo, etc. Incluso los verboides o gerundios corriendo, golpeando, saliendo con valor adjetival. Forman parte de la táctica reiterativa del poema. Pero la reiteración condensadora del símbolo tiene su forma propia en la progresión conceptual de la noción sangre, vocablo una sola vez expresado, mas repetido a través de correlaciones diseminadas por toda la oda. En efecto, son correlatos de sangre y de su bisemia poética:

soledad

río partido por el viento

voluntad que sólo el alma reconoce

memoria sin paraíso

luz interminable, suficiente

sombra de la muerte

enorme y desdichada nube destruida

humor sucio, corruptivo

venas de amor

larguísimo fuego delicioso

rosa vulnerable

desierto extraviado

duro silencio

piel imposible

lento signo enigmático

llama de esencia sin despedida

foso sin cielo

noche despreciada

lengua eterna, contenida

gran tristeza

muerte inmensa

sueño sin alborada

nada

ansiedad vuelta hacia adentro mundo oscuro

Deliberadamente, en prolija copia, he recorrido la longitud de la oda para cjue se vea recalcado el valor condensador de los sintagmas correlacionados, incrementadores tanto del pensamiento cuanto de la afectividad simbólicas. Esta intención estructural y estilística del poema no es sino tributaria de la intuición, de! fluir inconsciente de las formas expresivas, si bien límpidamente trabajadas, absueltas del régimen de la razón abstracta, como advertimos en toda la poesía de nuestra época.

A través de la carne va llorando,

El impulso oratorio, mayestático de la oda en su exaltado dolor, se remansa finalmente en un remate anticlimático de infinita melancolía. Los sintagmas nadie, nada, nunca, sola sumen en un vacío conmovedor las más altas aspiraciones alojadas en el inquieto corazón humano. Aspiraciones que, pese a la muerte, no son un mito, sino real impulso a una otredad del ser situada más allá de la finitud y que da sentido a su melancolía, verdadera escaladora, aventurera de lo Absoluto como toda la poesía del gran poeta argentino.

Oda a la Sangre de Ricardo Molinari

 

Esta noche en que el corazón me hincha la boca duramente,

sin pudor, sin nadie, quisiera ver mi sangre corriendo por

la tierra:

golpeando su cuerpo de flor,

—de soledad perdida e inaguantable

para quejarme angustiosamente

y poder llorar huida de otros días,

el color áspero de mis viejas venas.

Si pudiera verla sin agonía

quemar el aire desventurado, impenetrable,

que mueve las tormentas secas de mi garganta

y aprieta mi piel dulce, incomparable;

no, ¡las mareas, las hierbas antiguas,

toda mi vida de eco desatendido!

Quisiera conocerla espléndida, saliendo para vivir fuera de mí,

igual que un río partido por el viento,

como por una voluntad que sólo el alma reconoce.

Dentro de mí nadie la esperó. Hacia qué tienda o calor

    ajeno saldrá alguna vez

a mirar deshabitada su memoria sin paraíso,

su luz interminable, suficiente.

Quisiera estar desnudo, solo, alegre,

para quitarme la sombra de la muerte

como una enorme y desdichada nube destruida....

 

Si un día no fuéramos tan extraños, defendidos,

que oyéramos gemir las hierbas igual que un sediento hábito

       peregrino,

limpios del humor sucio, corruptivo,

me cortaría las venas de amor

para que se escuchase su retumbar;

para vestir mi cuerpo solitario

de un larguísimo fuego delicioso.

 

Pero no ha de llegar nunca ese tiempo mágico,

corno no llega la felicidad

donde no vive el olvido, una voz muerta,

apagada voluntariamente.

Ni mar ni cielo ni flor ni mujer: nada;

nadie la ha visto llevar su rosa vulnerable,

desierto extraviado entre inútiles bocas.

 

¡Qué duro silencio la cubre!

Ya no sé dónde llega o la distrae la vida

o desea dejarla

desprendida.

Dónde se angosta su piel imposible,

su lento signo enigmático: llama de esencia sin despedida.

A través de la carne va llorando,

metida en su foso sin cielo,

en su noche despreciada,

con su lengua eterna, contenida.

Qué gran tristeza la vuelve a la vida sin cansancio;

al reposo, cerrada.

 

¡La muerte inmensa vela su sueño sin alborada!

 

Nadie sabe nada, nunca. Nada.

Todo es eso. ¡Ansiedad vuelta hacia adentro,

sorda, detestable; alejada!

 

Majestuosa en su mundo oscuro, volverá a su raíz

indefinida, penetrante, sola.

 

Tal vez un río, tina boca inolvidable,

no la recuerden.

                          (Un día, el tiempo, las nubes)

Notas:

[1] Ricardo E. Molinari, Un día, el tiempo, las nubes, Selección de poemas por el autor, Buenos Aires, Sur, 1964, p. 53.

 

[2] Carlos Bousoño es el autor de la teoría del símbolo bisémico en poesía, desarrollada en Teoría de la expresión poética, Madrid, Gredos, B. R. II. 1956, cap. VII.

 

[3] “Porque al fin, prisionero y huésped de una naturaleza que se aleja de nuestra comprensión más íntima, sólo Dios podrá abrir las puertas de nuestra prisión de soledad”, apunta Narciso Pousa en su ensayo de exégesis Ricardo E. Molinarir Buenos Aires, Ediciones Culturales Argentinas, 1961, p. 24 y sgs.

 

[4] En la obra madura de Molinari, configurada por sus Odas, el paisaje telúrico y la temporalidad, con sus propiedades de vastedad inabarcable, encierran un simbolismo cósmico, son imagen simbólica de la soledad interior del hombre exiliado en un espacio cambiante y en un tiempo fugaz que incita sus aspiraciones metafísicas. Véanse, p. ej., en la selección poética del autor, ya citada, Oda tercera a la pampa, p. 149; Oda a los viejos y grandes ríos, p. 59; Oda a un instante del otoño, p. 50; Oda al viento que mece las hojas en el sur, p. 56.

 

por Edelweis Serra

 

Publicado, originalmente, en: Boletín de Literaturas Hispánicas Número 7 (año 1967)

Gentileza de Ahira. Archivo Histórico de Revistas Argentinas es un proyecto que agrupa a investigadores de letras, historia y ciencias de la comunicación,

que estudia la historia de las revistas argentinas en el siglo veinte.

Link del texto: https://ahira.com.ar/ejemplares/boletin-de-literaturas-hispanicas-no-7/

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

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