Desde que Marco Denevi obtuvo el premio Kraft, en el año 1955, por su
obra "Rosaura a las diez", ríos de tinta corrieron por diarios y
revistas sobre su obra.
La vigencia de su estilo propio y la capacidad de adaptación de sus
obras a cada época, se comprobaron en diciembre de 1966 cuando, una vez
más, "Ceremonia Secreta" fue llevada a la televisión, esta vez por
Alejandro Doria y con una excelente respuesta de la crítica y del
público. Por ello, agudicemos nuestros sentidos toda vez que tengamos el
privilegio de recorrer la obra de este escritor de raza; predispongamos
nuestro ánimo, pero ¡cuidado!. Porque en cualquier momento, sus
personajes nos pueden llevar a un viaje del que podemos retornar
distintos.
No es de extrañar que las opiniones y la crítica coincidieran en muchos
puntos sobre la excelencia de la misma y sus apreciaciones, por el sello
personalísimo del escritor. Lo que llama poderosamente la atención es
que no se haya hecho hincapié en un elemento que constituye una
constante a lo largo de toda su obra, ya sean novelas policiales,
cuentos, dramaturgia o novelas de amor: y es la dinámica inconfundible
que tienen sus personajes, el ímpetu, una energía cinética propia que
los mueve, todo aderezado con el sutil encanto del humor, la picardía,
el misterio de su "physique du role", pero sobre todo impulsado desde el
comienzo por un motor identificatorio tan deneviano.
Quizás sea por el lenguaje coloquial cuidado que utiliza en algunos de
sus textos, quien emprende la subyugante aventura de leer alguna de las
obras de este escritor contemporáneo, difícilmente la abandone. Es que
más allá del juego imaginativo de su narrativa, comenzada la lectura, se
transpone un umbral dimensional en el que el lector se encuentra tan
cómodo como en un crucero. Dentro de la dinámica con la que magistralmente
Denevi nos conduce al lugar donde se desarrollan los hechos, se produce
un zigzagueo fantástico en el que el autor parece crear los personajes
unos instantes antes del momento en el que el lector los conoce. A veces
los protagonistas parecen esbozados tenuemente, luego van delineándose
desde sus grandezas o miserias, con una ironía y gracia particulares,
hasta obtener contornos nítido.
A esa altura del viaje emprendido, y ya compenetrados con los
personajes, los lectores asisten al acontecimiento. Aquello que sucede
unas veces satírica, otras dramáticamente, con la fatalidad de "lo que
será".Los protagonistas y el autor encuentran aquí un espacio ideal,
amándose, odiándose, soñándose sin conocerse. Ambas partes parecen
haberse buscado desde siempre, vaya a saber porqué designios, y por fin
se encuentran en el teatro de los acontecimientos.
En este punto del trayecto, a una no siempre demoledora ironía le sigue
el amanecer creador de la Mayéutica, desarrollándose el nudo argumental
de sus obras en este período, a veces sin turbulencias, en forma natural
y sin fricciones.
Pero no nos engañemos. No hay que profundizar mucho en el análisis para
notar que seguimos percibiendo el sello propio de su energía cinética o
dinámica, pero que nos moviliza de una forma desacartonada sin llegar a
la transgresión, en general, salvo en casos excepcionales como en "El
Jardín de las delicias". Respondiendo al llamado interior de sus
criaturas, Denevi sacraliza la expresión de sus personajes, hasta
llegar a sublimarlos, a veces quemándolos como a Juana de arco en una
hoguera de la cual emergen santificados por el autor o por sí mismos.
Cine
Cuando Joseph Losey llevó al cine su obra "Ceremonia Secreta", ganadora
en 1960 del premio de concurso literario organizado por la entonces
difundida en toda América revista "Life" -versión en español-, se
demostró la adaptabilidad de la obra de Marcos Denevi al cine o a la
televisión como sucedió con ésta y otras de sus obras. Y esto está
relacionado con la imagen en movimiento, con la dinámica y el manejo de
la palabra para lograr este efecto.
Al emprender Leonides Arrufat en "Ceremonia Secreta" su recorrido por la
ciudad, arranca con todo su ímpetu, moviéndose, dejándose llevar a sí
misma en una cinética alocada .Si lo referimos a las marchas del motor
de un automóvil, similar a una primera, o a lo sumo segunda marcha (que
raras veces llega a una tercera), manteniendo en el lector- más bien
espectador a esta altura de su lectura- esa sensación distinta a la
sensación de marcha constante; la de una tercera algo acelerada o
cuasiestable, propia de muchos relatos, cuentos y novelas durante su
desarrollo entre su comienzo y fin. En las obras denevianas se vive,
disfruta o sufre de una marcha similar al impulso brioso de una primera
o una segunda marcha, que nos acompaña durante toda la obra. Ni qué
hablar de "Rosaura a las diez" en donde por el género policial de la
misma, el vilo en el que nos mantiene Denevi es de esperar desde el
comienzo. Y una vez más se cumple la consigna: el movimiento propio es
un rasgo distintivo, durante el nudo y en el desenlace de la obra. Degas
inmortalizó el movimiento de sus célebres bailarinas porque supo captar
y expresar en sus pinturas el espíritu de posesión en sus cuerpos, de
los personajes que ellas representaban. Denevi hace algo parecido con
sus personajes, plasmando una sucesión de imágenes y situaciones gracias
a la mayor amplitud descriptiva, casi cinematográfica, que permite la
literatura- comparada con la pintura-y al notable talento de autor,
obviamente. Y si consideramos que al pasar una obra literaria al cine o
a la televisión, generalmente se produce una pérdida natural de efecto
porque es casi imposible transcribir a la pantalla todo lo que el autor
quiso expresar, concibió e imaginó, y traducir a guiones, escenografías,
más las diferencias interpretativas y a las actitudes actorales (que
deben además adecuarse a las opiniones de los directores), considerando
todos estas diferencias enunciadas, llegamos a la conclusión de que es
notable el resultado obtenido por Denevi. Sin embargo, por experiencia
propia -porque pude acompañarlo junto a otros amigos a presenciar las
versiones televisivas o las reposiciones cinematográficas de algunas de
sus obras- generalmente estaba con forme con las actuaciones actorales
televisivas y sólo cuestionaba algunas puestas de escena. En cambio, lo
escuché quejarse por el traslado al cine, principalmente extranjero, no
por negligencia de sus directores y autores, sino por sus diferencias
interpretativas con respecto al libro.
Íntimo
Tanto en las reuniones sociales en su casa o fuera de ella, Denevi
sentía atracción por las personas solas, marginadas y extravagantes.
¿Sentía piedad oculta que su amor propio con coraza de hombre fuerte y
escritor de novelas policiales le impedía confesar? Cuando en una
reunión alguien así hablaba, sus grandes ojos saltones, hipnóticos,
dejaban de parpadear hechizados por el relato. Posiblemente esa
sensibilidad y capacidad de asombro haya sido la génesis de las mismas,
¿disparadores naturales, quizás?, el factor conmovedor de la diferencia,
más en la época de sus primeras obras con el estilo tradicional y
difundido entonces. Así, sus personajes a veces burlescos, grotescos,
otros solitarios, tímidamente desopilantes (¡Ah, Luisilda, Luisilda, por
qué saliste sin anteojos en 1945!) son conmovedores a veces y otras,
atrozmente reales, violentos y verídicos, cualquiera sea su condición
social o económica: desde Rosamunda, de "He aquí la sierva de los
señores", hasta la señora de López Ziny en "Charlie". Tal como sucede en
la vida misma parecerían creados para marchar por siempre como móviles
de primera especie con un impulso propio.
El lector es espectador inmutable, que teme para evitar que noten su
presencia y así poder asistir al evento, a los sustanciosos diálogos que
se suscitan. Quien haya emprendido el viaje al arrancar el auto de
Carlitos, "alias Charlie", no se hubiese bajado en ninguna esquina antes
de terminar el cuento, pese a las innumerables idas y vueltas del auto.
Porque el autor conduce el cuento con una profesionalidad inmunizada
contra el aburrimiento de forma que el interés no decae. Y el leit motiv
es esa fuerza propia, esa diferencia de potencial, hablando en términos
físicos, que obra el prodigio de producir por sí mismo el avance de los
acontecimientos. Ellos no se anticipan-en forma igualmente válida-como
en las obras de Flaubert, de Stendhal y de tantos clásicos, no se
intuyen como ocurre con muchos autores contemporáneos. En la obra de
Denevi los hechos suceden cuando suceden. Se viven y respiran de acuerdo
con las circunstancias de la obra. Pero en un clima en el que todos,
-excepto los protagonistas- parecen estar de más. Una atmósfera que nos
recuerda a aquella lejana "Verano y humo" o a "Tierna es la noche" o más
cerca en el tiempo, a "El cartero". En sus obras dramáticas o de final
violento, se atisba levemente la sensación de desconcierto inicial
semejante al armado de un rompecabezas que presupone, por ejemplo, el
género policial. El autor oculta sabiamente los indicios que nos pueden
hacer entrever el desenlace y lo hace a la perfección, hasta el momento
en el que un hecho fortuito permite el armado de las piezas de una
manera genial, redonda, sorprendente, como en "Rosaura a las diez". En
obras de este tipo el lector está prevenido de sus estructuras desde el
comienzo y a pesar de ello se suma al juego para el que se siente
convocado al igual que los personajes en la célebre obra de lonesco
"Seis personajes en busca de un autor".
En otras obras, como "Charlie", "Carta a Gianfranco" o "Michel", nos
deja como corolario el estupor, la admiración, la sensibilidad, el
asombro, una mixtura cuya fórmula no se puede cuantificar porque su
impacto es subjetivo, pero que sin lugar a dudas nos deja el aroma de
sus "Hierbas del cielo". |