En la cabeza del autor  

Ensayo de Francisco Segovia

En la cabeza del autor (Cuernavaca, 05/09/2004) ~ Cuando un crítico confiesa su perplejidad aceptando que, para resolver tal o cual cuestión, sería preciso haber estado en la cabeza del autor, no hace sino mostrar que no tiene la menor idea de lo que pueda ser la cabeza de un autor. Porque, en efecto, lo que pasa en esa cabeza no solo pasa sino que, sobre todo, pasa por ella, más que en ella. La pregunta por lo que pasa es justamente la pregunta del autor (y no debiera ser la del crítico) y la respuesta no es otra que la obra misma. Al crítico le correspondería mejor la pregunta sobre cómo la sombra del autor se proyecta sobre la obra que la pregunta sobre cómo la obra se proyecta en él, pues en este caso trata al autor en el momento de la creación, sí, pero desde la perspectiva de la obra ya creada; es decir, teleológicamente... Un creador, en el momento de la creación, es alguien que tiene algo en la punta de la lengua, pero no sabe qué; en cuanto lo averigua, lo escribe —“casa”, por ejemplo—, pero entonces ya no está en el momento de la creación sino frente a lo ya creado. Cuando el crítico habla de esa obra, por lo general no se pregunta cómo era tener algo (cualquier cosa) en la punta de la lengua sino cómo era tener “casa” en la punta de la lengua. Si el crítico pudiera de veras asomarse a la cabeza del escritor, no vería nada. Y si algo viera, ya no sería crítico sino creador. Dicho más simplemente: la crítica no puede asistir al acto de creación sino en cuanto creación ella misma. Esto es lo que decían Wilde y Valéry y Cuesta, escritores conscientes de su propia escritura, que daban a esta conciencia el valor de la crítica, haciendo de ella el origen mismo de la obra...

Un crítico que se resigna a no ver lo que ocurre en la cabeza de un creador —y supone que el creador en cambio puede verlo, y verlo como algo distinto de la obra misma—, delata una condición subsidiaria: él no escribe un ensayo (pues no busca en sí mismo, según hacía Montaigne) sino que, abandonando esa búsqueda (creativa en sí misma, como diría sin duda Cuesta), se contenta con armar una estructura teórica donde lo más importante quepa como un dato —y, si aparece, lo haga por añadidura—; esto es, se contenta con escribir una tesis, donde está claro que uno debe suponer que pasan cosas en las cabezas de los autores, y debe lamentarse de no poder experimentarla él mismo, de no poder experimentar en cabeza ajena. Escribirá entonces una tesis universitaria, crítica timorata.

Steiner y el momento de la creación (Cuernavaca, 03/10/2006) ~ Steiner se equivoca. Nadie que crea haber explicitado el contenido de un párrafo literario revela nada sobre el acto de escribir. El ideal que exige del crítico la capacidad de decirle al autor algo que el autor no sepa sobre su propio texto no se refiere en realidad a la escritura sino a la lectura. Un erudito siempre hallará más que decir sobre un texto que su propio autor. Quizá porque la lectura ocurre siempre en un contexto más ampliamente consciente que el de la escritura; es decir, ocurre ya en el ambiente de la interpretación, en un ámbito hermenéutico ya constituido. Esto es, porque se da sobre una obra ya hecha, no sobre una obra por hacer (que es lo que distingue al traductor del autor original). En cualquier caso, el crítico recibe como presupuesto el ámbito de la interpretación, que el autor en cambio ha debido crear. Con todo, hay en la escritura un misterio que, aun pasando al lector, no puede ser explicitado (y mucho menos explicado). Por eso el escrito del crítico se refiere a él, mientras que él no se refiere al del crítico (salvo raras y gozosas excepciones, a menudo irónicas, como los cuentos y ensayos de Borges).

Teoría ideológica (Cuernavaca, 02/11/2007) ~ Si es válido inferir la existencia de algo por los efectos de los que se le supone causa, entonces existen los hoyos negros, pero también Dios. Ambos se definen como la causa de tales y cuales efectos considerados. Es tan pueril oponerse a esta conclusión como dudar de la existencia de la lucha de clases o de la codicia del burgués “inhumano y cruel”. El burgués prueba que existe la codicia como la Iglesia prueba la existencia de Dios. Uno y otra son fuerzas que mueven el mundo, y convendría reconocerles al menos cierta clase de existencia, aunque fuera la de la simulación, que en este sentido es la mitad de la realidad. Los gnósticos entendían bien la inutilidad de combatir la evidencia de lo inferido. Podían ser ateos y profesar al mismo tiempo una fe verdadera.

El arte y la filosofía solían advertir a los hombres sobre la diferencia entre estas dos formas de existencia —sin meter mucho las manos en lo que ésta le deparara a cada quien—, pero ahora lo hacen ya sólo raramente. La “filosofía débil” y el relativismo filosófico han declarado borrada la frontera que las separaba. Para el psicoanálisis lacaniano, por ejemplo, la diferencia entre el significante y el significado queda más allá del tiempo, en el universo de lo posible, pero irreal; para Baudrillard, el simulacro terminó ya de deglutir a la otra mitad del mundo; esto es, se tragó completa ya a la realidad. El arte conceptual declara sin empachos que ya no hay árboles, solo imágenes de árboles, esquemas de árboles, símbolos y signos. Es una época triste.

 

por Francisco Segovia
Publicado, originalmente, en: Periódico de Poesía No. 81 / Julio 2015

Periódico de Poesía es una publicación editada por la Universidad Nacional Autónoma de México, a través de la Dirección de Lteratura,

Link del texto: http://www.archivopdp.unam.mx/index.php/3835

 

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