A propósito de un poema inédito: “Ella adujo”, |
Ella adujo -Estoy interferido, es por eso- musitó él presa de confusión -Ganado que hubo el más mejor amado mío sólo te resta reconocer la derrota- adujo con sosiego exultante la interferencia. |
Carta
a Rolando Revagliatti Querido
amigo y correligionario: Inhibe
algo hablar de ciertos poetas a los que se conoce y esto es debido,
justamente, a ese relativo conocimiento. Porque la circunstancia hace que
uno no disponga en favor de ellos de esa cuota de imprecisión que
convierte a un hombre en digno de incertidumbre, que es el mayor galardón
del destino. Se dirá, por supuesto, que no hay para qué hablar de los
poetas Fulano o Mengano sino que lo que se nos está pidiendo es que
abordemos los poemas con que se presentan y que si aquellos viven –al
menos para nosotros–, bajo torrentes de luz, esa luminosidad no tiene
por qué abarcar, asimismo, el territorio secreto en que se articulan las
sílabas y las palabras se transforman en campos de la batalla ominosa.
Admito que el argumento tiene valor a propósito de algunos autores y de
determinadas obras. No es, para mí, tu caso, el caso porteñamente arquetípico
de Rolando Revagliatti: cuarenta años de contemplar no sin asombro tus
entusiasmos, pertinacias y nobles ingenuidades acreditan indiscretamente
no sólo nuestra mutua edad sino, también, una similitud de fondo que me
hace temerte. Porque Rolando soy yo o, mejor dicho, Rolando es todos los
que seguimos ese camino que el tal Revagliatti recorre con pasos de Arlequín. Tu
poesía parece coloquial, pero no lo es; tu poesía viste a menudo la ropa
de la ironía, pero no es irónica. Tu poesía es siempre idéntica y
monocorde y, sin embargo, abarca una totalidad cotidiana de la que nunca
alcanzaremos a verlo todo; tu poesía se va en chistes y en juegos de
palabras y, no obstante, está repleta de desencanto: tus burlas no son
sino las ansias de una sensualidad que se sabe raíz de la desolación. Ensayar
tu merecido elogio se diría que debiera contener tres o cuatro
ingeniosidades del tipo de “la luna es el ojo lagañoso de una amante
que se despereza”. Pero qué vamos a hacerle, Rolando, no me salen y no
porque no me vengan a la cabeza amables asociaciones por el estilo
sino porque, de antemano, me suenan a falsete. Mejor te gloso: “Estoy
interferido”, decís por ahí y luego reconocés que esto lo coloca a
uno en calidad de entregada “presa de confusión”. Aunque –puntualizás–
es un despiste momentáneo porque a continuación queda anotado que “sólo
resta reconocer la derrota”, pero esta aserción no es en sí tuya, sino
que la “adujo con sosiego exultante la interferencia”. ¡Ah,
hablaba la interferencia”, o sea ese diablillo que hace que la
racionalidad no exista… Claro que sí. Verás Rolando, cada hombre, cada
época, cada casualidad, tienen su pecado y es bueno que así suceda
porque tal residuo religioso sirve de comodín para justificar la desazón
perpetua. Viene a cuento esto porque, por añadidura, sos cura, cura
confesor, que ésa es, más o menos, la función de la gente psicóloga.
De acuerdo, sos poeta-psicólogo, aunque, bien visto, ¿qué poeta
verdadero no lo es? En cuanto a la otra categoría que revestís, no
la olvido; lejos de ello, la aprovecho, de paso, para pedir la absolución. Tuyo.
Fernando
Sánchez Zinny Verano de 2008 |
Fernando Sánchez Zinny
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