La deshumanización del hombre en

"Los de abajo" de Mariano Azuela

por Porfirio Sánchez

Mucho se ha estudiado ya la llamada Novela de la Revolución Mexicana, y entre ella se incluye siempre a Los de abajo como la primera, la mejor, la más histórica, etc. La crítica, por lo general, se ha preocupado más con el aspecto histórico de la "novela y novelistas de la Revolución". Al hacer esto, por lo menos con Los de abajo de Mariano Azuela, la crítica le ha hecho una gran injusticia al autor y a su obra, limitándola a ese estrecho marco histórico.

Este trabajo se propone analizar esta novela desde el punto de vista de la deshumanización del hombre, con el fin de tratar de presentar el valor estético-universal de Los de abajo[1]

Son muchos..., todos teñidos en sangre, hediondos y descompuestos, pululan de un lado a otro entre la carroña, y algunos parecen solazarse en ese ambiente pútrido en el que se hallan hundidos. Entre cadáveres y humo de cañones y de caseríos y jacales. A veces son perros, a veces son hombres, otros chacales, unas mujeres semi-desnudas, allí se ve una hiena con las fauces llenas de sangre; hombres dormidos en el hedor del estiércol. Un sátiro. Una vieja. En el aire resuena como eco un YO MATE, yo maté, yo matéeeee. . . ¿Son hombres o son bestias?

La deshumanización del hombre en Los de abajo surge, entonces, de la esencia de algunos de los personajes de La novela. La "existencia” de éstos se desarrolla en un ambiente donde el humanismo parece haber fracasado. Parecen existir sin saber, o desear saber lo que es "vivir.” Las primeras frases de la obra introducen el tema de la deshumanización. "Te Digo que no es un animal. . . Oye cómo ladra el Palomo.. . Debe ser algún cristiano..[2]" En seguida se hace patente "la diferencia” entre el hombre y el animal, una diferencia mínima, como indicado por los puntos suspensivos que siguen a "un animal. .y a "un cristiano. .¿Cuál de los dos es El Cristiano, el hombre o el animal?[3] ¿Existe entre ellos aquel soplo divino que le permite al hombre pensar, escoger entre el bien y el mal, que forma parte integral del individuo biológicamente normal, que a la vez le hace posible el uso de su libre albedrío para escoger el cielo o el cieno, la muerte o la gloria espiritual, lo blanco o lo negro? ¿Es posible deshumanizar a un "ser” que realmente nunca fue "humano” ? ¿O nos enfrentamos por otro lado, con la alternativa de aquel hombre que se deshumaniza paulatinamente hasta llegar a ser una bestia? ¿Es águila o es sol? Las dos son parte íntegra de la misma moneda. Esta novela de Azuela nos presenta una vez más la dualidad antagónica del hombre, y esta es la razón porque adquiere proporciones universales. Aquí nos limitaremos a presentar sólo dos fases de la deshumanización psicofisiológica de los personajes, la que es con-génita y la que es proceso.

Los personajes todos llevan consigo una "Revolución Interna” que no es necesariamente la Revolución Mexicana, sino cualquier revolución, no importa de qué país. Cada uno tiene sus propios motivos por ella, pero existen varios elementos comunes que señalan a ese estado no humano.

Uno de los primeros aspectos deshumanizadores de una cultura es el dominio del hombre sobre el prójimo, haciendo de Dios el fiador de tal dominio[4]. La primera parte de esta novela presenta este aspecto con muchos acontecimientos inhumanos. Desde las primeras páginas se ve que los federales (representando los intereses de los ricos), tratan injustamente de subyugar a los desdichados campesinos que ya viven (existen) oprimidos en un rincón de la sociedad donde abunda la ignorancia, la superstición y la pobreza. Los hombres de Azuela pertenecen a la gente oprimida porque como bueyes de arado viven bajo el yugo de los caciques locales, que como don Mónico, parecen desear no sólo la servidumbre y el sudor campesino del cual viven, sino también la opresión total del pobre Pobre. Los federales le exigen imprudentemente a la esposa de Demetrio que, ". ..queremos cenar, y que sea pronto. ¿Sales o te hacemos salir?” (p. 8). Y de Demetrio (sin saber que están en su casa), uno de los federales dice, "¿le tienes miedo a tu... marido... o lo que sea?. . . Si está metido en algún agujero dile que salga. . pa mí ¡Plin!. . . Te aseguro que las ratas no me estorban.” (p. 10). Ambos, Demetrio y su mujer reducidos al nivel animal, ella vista sólo como instrumento de placer fisiológico y él como una rata, ejemplos clásicos de las hazañas deshumanizadoras del opresor. Tal acontecimiento sirve, además, para incitar en el oprimido el gran deseo no sólo de vengarse, sino también de dominar. Por lo tanto, Demetrio y sus hombres se levantan en armas contra "los ricos” o ya sea contra los federales, pidiendo que Dios le ayude en sus batallas. Dice Demetrio: "Si Dios nos da licencia... mañana o esta misma noche les hemos de mirar la cara otra vez a los federales.” (p. 13). Y este aspecto terrestre de Dios es reafirmado por Anastasio Montañés que primero grita, "que viva Demetrio Macías, que es nuestro jefe,” y, en segunda orden añade, "y que vivan Dios del cielo y María Santísima.” (p. 14). El pacto satánico se ha firmado. Este deseo de dominar al prójimo con la ayuda de Dios es indiscutiblemente inhumano.

Azuela subraya la deshumanización del hombre presentando personajes abúlicos y malhechores. Los desviste de los rasgos de un hombre que ES para desarrollar personajes que sólo existen de día en día sin ningunas metas valiosas; todos víctimas de sus circunstancias. Están aislados en la sierra o en la altiplanicie sin educación, sin sueldo, con muy poca o casi ninguna entrada de dinero. La postura de Demetrio comiendo en cuclillas en un rincón de una casuca subrayan este primitivismo, (p. 7). Toda la casuca de Demetrio consistía de sólo un "cuartito,” que, "se alumbraba por una mecha de sebo. En un rincón descansaban un yugo, un arado, un otate y otros aperos de labranza. Del techo pendían cuerdas sosteniendo un viejo molde de adobes, que servía de cama, y sobre mantas y desteñidas hilachas dormía un niño.” (p. 7). En este corto párrafo muy bien se puede ver la trascendencia de la novelística de Azuela, que está integrada a un marco de extraordinaria unidad sociológica. Esta descripción de la casuca de Demetrio ampliamente presenta el problema del Ser recortado y aprisionado en las cerradas estructuras de la servidumbre; el problema de gente como Demetrio y su familia que ha sido reducida a la condición de una sociedad marginal; el problema de una psicología que se encuentra entre el conformismo y el resentimiento; el problema de la tierra, expresado en la cita arriba por el yugo y el arado, guardados dentro del único cuarto de la casa. Este primitivismo se funde con el tema indígena y su actuación torpe que hace que el hombre sobreviva sólo por sus instintos. Ellos se preocupan sólo por satisfacer el hambre fisiológica, y así lo admite Demetrio mismo, . .Si viera que no le tengo amor al dinero!.. ¿Quiere que le diga la verdad? Pues yo, conque no me falte el frago y con traer una chamaquita que me cuadre soy el hombre más feliz del mundo.[5] (p. 107) Este es un ejemplo del ''hombre masa," que está satisfecho, no quiere ser oprimido, ni oprimir su propio goce, el del placer, el de sentirse ebrio, que es lo que le da gusto. La gente del rancho donde se cura Demetrio de sus primeras heridas admite esto cuando dicen: "¡Tan a gusto se pasa uno la vida comiendo y bebiendo, durmiendo a pierna tirante a la sombra de las peñas, mientras que las nubes se hacen y deshacen en el délo!” (p. 56) Por eso el autor los ve "como hormiga arriera,” (p. 12) u "hombres de pechos y piernas desnudos, oscuros y repulidos como viejos bronces.” (p. 13); "en cuclillas, olfateando con apetito la carne” (p. 14); o tirados "de barriga al sol...” (p. 15); uno tiene, "ojos torvos de asesino” (p. 18); todos son, "como perros fieles...” (p. 22); Cervantes, la primera mañana que pasa con los hombres de Demetrio, "Contempló a sus centinelas tirados en el estiércol y roncando." (p. 29), y recuerda el "aspecto bestial” de Pancracio. Así que temprano en la obra, de una manera u otra, todos "los de abajo" son rebajados por el autor. Todos tienen en común ciertos aspectos animalescos, ya sea en las apariencias físicas o en sus maneras de portarse. Se encuentran como animales salvajes que después se reúnen como en jauría sin otro fin común que la sed de venganza propia.

Más tarde, a pesar de varias victorias, y con ellas más bienes materiales, todavía se alojan en un corral, "...Demetrio, tirado boca arriba en el estiércol, donde todos, acostados ya, bostezaban de sueño." (p. 74) "Yo soy yo y mi circunstancia," dice Ortega y Gasset, "y si no la salvo a ella no me salvo yo.[6]" Demetrio y su gente no dominan a su circunstancia, no la salvan, pero sí la cambian, la rebajan a su propio nivel. Azuela presenta muy bien el contraste entre el hombre y la naturaleza como se puede ver en lo que sigue: "De lo alto del cerro se veía un costado de la Bufa, con su crestón, como testa empenachada de altivo rey azteca.” (p. 80) Mientras tanto, más abajo, "La vertiente, de seiscientos metros, estaba cubierta de muertos, con los cabellos enmarañados, manchadas las ropas de tierra y de sangre, y en aquel hacinamiento de cadáveres calientes, mujeres haraposas iban y venían como famélicos coyotes esculcando y despojando.” Mujeres andrajosas como coyotes hambrientos, ni siquiera esperan a que se enfríen los cuerpos de los muertos antes de despojarlos. Y, si en la primera parte se rebajaban a sí mismos durmiendo en los corrales entre el estiércol, ahora en la segunda parte han rebajado su circunstancia (en este caso una casona) al nivel de un corral. "Sus predecesores en aquella finca habían dejado ya su rastro vigoroso en el patio, convertido en estercolero; en los muros desconchados hasta mostrar grandes manchones de adobe crudo; en los pisos, demolidos por las pesuñas de las bestias; en el huerto, hecho un reguero de hojas marchitas y ramajes secos. Se tropezaba, desde el entrar, con pies de muebles, fondos y respaldos de sillas, todo sucio de tierra y bazofia.” (p. 104) Han reducido lo que antes era una ''casona” a un sucio basurero.

Es obvio que lo único que distingue a "los de abajo” de los animales es la memoria. Pero aunque aquéllos pueden hablar, hacen poco uso de su capacidad de razonamiento. Por ejemplo, Demetrio, el líder, pregunta, "¿Pos cuál causa defendemos?...” (p. 25) Ni él ni sus compañeros saben la respuesta, y peor aún, ni siquiera les importa saberla. Siguen todos peleando sin ninguna meta definida, ya que no sea la de satisfacer las necesidades fisiológicas. Sin proyecto de vida definido van siempre a la deriva, impulsados sólo por una "revolución interna,” íntima, que los lleva siempre adelante sin jamás progresar un paso. La revolución es, entonces, como dice Alberto Solís, "el huracán; y el hombre que se entrega a ella no es ya el hombre, es la miserable hoja seca arrebatada por el vendaval..(p. 71)

El segundo aspecto deshumanizador de una cultura es el imperialismo del ser humano con respecto a lo material[7]. Azuela desarrolla este aspecto en la segunda parte de su novela. Allí podemos ver un imperialismo interno (paralelo con la revolución interna), arraigado fuertemente en lo más hondo del alma de cada revolucionario, y bien declarado por la Pintada, dice, "Llega uno a cualquier parte y no tiene más que escoger la casa que le cuadre y esa agarra sin pedirle licencia a naiden. Entonces ¿pa quén jue la revolución? ¿Pa los catrines? Si ahora nosotros vamos a ser los meros catrines..." (p. 88) En la segunda parte de Los de abajo parece intensificarse el deseo materialístico. Los avances van dominando a la gente de Demetrio a fines de la primera parte, donde se les denomina, despectivamente, "los gorrudos,” que venían, "saqueando cada pueblo, cada hacienda, cada ranchería y hasta el jacal más miserable que encontraban a su paso.” (p. 72) La deshumanización de esta última cita está en la orden regresiva del saqueo, de lo más alto y más grande, "cada pueblo” hasta el más pequeño y pobre, "jacal.” En esta misma parte, para subrayar el rasgo inhumano del hombre mezclado con la suma ignorancia, el autor personifica una máquina de escribir, "La 'Oliver' ” que cambia de mano en mano, cada vez vendida por un precio más bajo: "en una sola mañana había tenido cinco propietarios, comenzando por valer diez pesos..." y terminando en manos de la Codorniz, que, "por veinticinco centavos tuvo el gusto de tomarla en sus manos y de arrojarla luego contra las piedras, donde se rompió ruidosamente." (p. 73) Esto fue como una señal, dice el autor, para que los demás también rompieran otras cosas, "aparatos de cristal y porcelana; gruesos espejos, candelabros de latón, finas estatuillas...” (p. 73) Todos simbólicos de cultura y de gran valor, y lo trágico es que ellos no saben eso, sólo saben que son objetos muy "vistosos” o muy pesados. En la segunda parte de la novela llega este rebajamiento o falta de entendimiento hasta el punto que, "el Manteca cocía elotes, atizando las brasas con libros y papeles. .." (p. 90) Sin la menor chispa de entendimiento del verdadero valor cultural de los libros, y como lo analfabetos que son, lo único que les interesa de los libros son las láminas. "—¡Mira, tú. .. cuánta vieja encuerada! —clamó la chiquilla de la Codorniz, divertidísima con las láminas de un lujoso de la Divina Comedia—. .. Y comenzó a arrancar los grabados que más llamaban su atención.” (p. 90) Pancracio tan inculto como todos los demás vendió los libros a cinco centavos por los que tuvieran monitos y los demás los da gratis si se los compran todos. La orden de valores toda al revés.

Por eso ya en la tercera y última parte de esta obra se encuentra el tercer aspecto que completa la deshumanización del hombre, y es el elemento que progresivamente hace que finalmente lo material cauce el retrocedimiento de lo humano. Esto se debe al hecho de que el hombre se encuentre en busca de "algo” más grande y más poderoso que él mismo. Por lo tanto, ese "algo” no entendido acaba por vencerlos a ellos mismos. Hasta cierto punto, Demetrio y su gente, ("soldados") carecen de la razón e inteligencia necesaria para comprender que pelear por pelear es en vano e inhumano, que pelear sólo por satisfacer esa guerra interna, jamás les dará ningún fruto. Es por eso que las energías de la primera parte, que los impulsa contra los federales, acaban por derrotar y deshumanizarlos a todos por parejo. Hacia el final de la novela se puede ver el triste resultado de la "revolución” que acaba por vencer al ya abatido. "Ascendían la cuesta, al tranco largo de sus muías. Pensativos y cabizbajos... pelear. .. ¿Contra quién? ¿En favor de quiénes? ¡Eso nunca le ha importado a nadie!” (pp. 137-38). Pensativos y agobiados, van de regreso a donde primero comenzaron a pelear, a pelear ahora, y no importa contra quién. Y a pesar de las protestas de Valderrama, de que los serranos, "son carne de nuestra carne y huesos de nuestros huesos. ..” (p. 139) pelear aun contra ellos. A pesar aun de que han recibido noticias de la derrota de Villa, de las últimas victorias de Carranza, a ellos nada les importa, porque según Valderrama, "—¿Villa?... ¿Carranza?. .. ¡X... Y... Z...! ¿Qué se me da a mí?. . . ¡Amo la Revolución como amo al volcán que irrumpe! ¡Al volcán porque es volcán; a la Revolución porque es Revolución!. . . Pero las piedras que quedan arriba o abajo, después del cataclismo, ¿qué me importan a mí?. ..” (p. 142) Estos elementos constituyen el núcleo ideológico de la novelística de Azuela: la sumisión, la subversión y el éxodo final al gran vacío. La sumisión como forma de proyección social y psicológica de la servidumbre y de la alienación de la voluntad del hombre conquistado, el Demetrio Macías de la primera escena de esta novela, en cuclillas, yantando en un rincón de su casuca con "una cazuela en la diestra y tres tortillas en la otra mano.” (p. 7) La subversión como forma explosiva del descontento, donde la opresión social no deja ninguna manera de escape ni mecanismos de mejoramiento y desahogo, cuando los federales le queman su casa y con ella un yugo, un arado, un otate, un viejo molde de adobes que servía de cama. El problema del éxodo —como desarraigo, como fuga desordenada hasta la última línea del abandono y de la frustración. "Nadie piensa en la artera bala que puede estarlo esperando más adelante. La gran alegría de la partida estriba cabalmente en lo imprevisto. Y por eso los soldados cantan, ríen y charlan locamente... Nada importa saber a dónde van y de dónde vienen; lo necesario es caminar, caminar siempre, no estacionarse jamás; ser dueños del valle, de las planicies, de la sierra y de todo lo que la vista abarca.” (p. 152) El éxodo no termina en la libertad y tierra anhelada, sino en la frustración, sí con una puerta de escape, pero no una salida.

Pasemos ahora a los aspectos individuales, fehacientes productos de la deshumanización congénita. Por ejemplo, Pancracio y Manteca son vistos por Luis Cervantes como sigue, "Uno, Pancracio, agüerado, pecoso, su cara lampiña, su barba saltona, la frente roma y oblicua, untadas las orejas al cráneo y todo de un aspecto bestial. Y el otro, el Manteca, una piltrafa humana; ojos escondidos, mirada torva, cabellos muy lacios cayéndole a la nuca, sobre la frente y las orejas; sus labios de escrofuloso entreabiertos eternamente, (p. 29) A uno lo pone al nivel animal —aspecto bestial, y al otro lo reduce a un residuo de hombre, desperdicio de hombre. En perfecta concordancia con el aspecto físico de estos dos se nos presenta el lado psíquico de ambos. "Pancracio enfrentaba su rostro de piedra ante el del Manteca, que lo veía con ojos de culebra, convulso como un epiléptico. De un momento a otro llegaban a las manos. A falta de insolencias suficientemente incisivas, acudían a nombrar padres y madres en el bordado más rico de indecencias. (p. 45) Ambos carecen de los mínimos valores humanos y por falta de peores insultos, hasta arrastran sendas familias por los suelos. Ambos parecen ser brutos de nacimiento, que solamente están contentos jugando naipes, diciendo palabrotas y matando y saqueando. Matando sin mostrar el menor sentimiento humano y saqueando sin jamás saber el verdadero valor de lo que tienen a mano[8]. Finalmente, mueren no en una batalla, sino en una riña, apuñalándose después de una partida de naipes. (p. 136).

A través de la novela se ve una constancia de ausencia de los valores que tradicionalmente le dan al hombre su carácter humano, entre ellos: el amor, la gratitud, la misericordia, la dignidad, el apego a sus propias vidas y el respeto a las ajenas. Es obvio que para la mayoría de estos personajes, las distintas batallas no son más que una matanza o carnicería, o como un juego, (p. 16).

Luis Cervantes es la figura más despreciable y baja de la novela, a pesar de ser uno de los que tiene más educación. Es, además, un cambia-chaquetas, lo suficientemente hipócrita para actuar como si de veras sintiera compasión por las miserias que sufre el pueblo.

Y es, precisamente, con la llegada de éste cuando se comienza a ver un cambio en la actitud de los revolucionarios. Cervantes muy pronto se da cuenta que este puñado de hombres no tiene ninguna meta definida. Al llegar al campo de Demetrio, Cervantes pasa la primera noche como prisionero, "sobre un montón de estiércol húmedo, al pie de la masa difusa de un huizache.” (p. 26). Se encuentra allí en compañía de un cerdo. Más tarde, cuando logra unirse con las tropas de Demetrio, se propone dirigir las fechorías de esta gente hacia una meta, su ganancia personal. Trata de persuadir a Demetrio como sigue: "Permítame que sea enteramente franco. Usted no comprende toda su verdadera, su alta y nobilísima misión. Usted, hombre modesto y sin ambiciones, no quiere ver el importantísimo papel que le toca en esta revolución. Mentira que usted ande por aquí por don Mónico, el cacique; usted se ha levantado contra el caciquismo que asuela toda la nación. Somos elementos de un gran movimiento social que tiene que concluir por el engrandecimiento de nuestra patria. Somos instrumentos del destino para la reivindicación de los sagrados derechos del pueblo. No peleamos por derrocar a un asesino miserable, sino contra la tiranía misma." (pp. 50-51). El clima de este lenguaje es el de un demagogo, como verdaderamente lo es Cervantes. Lo trágico de lo que dice es que se dirige con palabras que ni Demetrio, ni sus soldados jamás podrán entender.

Si Cervantes pasó la primera noche entre el estiércol contra su voluntad, ya más tarde lo vemos allí libremente. Peor aún, ellos han contribuido a que la porquería se encuentre ahora no en la pocilga como en su primera noche con Demetrio, sino en el salón de una casona, allí, "Luis sintió un vértigo. La cerveza regada parecía avivar la fermentación del basurero donde reposaban: un tapiz de cáscaras de naranjas y plátanos, carnosas cortezas de sandía, hebrosos núcleos de mangos y bagazos de caña, todo revuelto con hojas enchiladas de tamales y todo húmedo de deyecciones." (p. 106) Azuela mismo le da el nombre de basurero a lo que antes era una casona. Sí, es cierto que han cambiado su circunstancia, desgraciadamente a un nivel más bajo que nunca.

El hecho de que Cervantes es hipócrita se muestra varias veces, y especialmente cuando le dice a Demetrio que el negocio de los avances los desprestigia, "y lo que es peor, desprestigia nuestra causa.. (p. 89) Con razón termina el autor la declaración de Cervantes en puntos suspesivos, porque lo de "nuestra causa,” sólo significa su causa, oro y más oro. Así se lo dice Demetrio a Cervantes, y bien claro. "No se ponga colorado... ¡Mire, a mí no me cuente! ... Ya sabemos que lo tuyo, tuyo, y lo mío, mío. A usted le tocó la cajita, bueno; a mí el reloj de repetición." (p. 89) Demetrio se refiere a la caja forrada de terciopelo que Cervantes a escondidas levantó del suelo y en la que encontró dos diamantes. Tan grande es su codicia que hasta se ofrece de alcahuete a Demetrio. Va por Camila fingiendo quererla, "—¡Me mintió, me mintió! ... Fue al rancho y me dijo: 'Camila, vengo no más por ti’." (p. 109), cuando en realidad fue por ella para entregársela a Demetrio en cambio por un reloj de oro. (p. 107) Además de lo ya dicho, Cervantes es también cobarde como una zabandija (p. 78), y cuando más difícil se pone la campaña, él abandona el país, pero todavía de allí le escribe a Venancio bajo el pretexto de ayudarle cuando en verdad quiere hacerse de su dinero, (pp. 136-137) Demetrio Macías, el líder de los revolucionarios, es un resultado de la deshumanización por proceso. Es un hombre sencillo, analfabeto, que al principio de la novela muestra valor cuando se oye mido afuera de su casuca, él, "sin alterarse, acabó de comer; se acercó un cántaro, y, levantándolo a dos manos, bebió agua a borbotones. Luego se puso en pie.” (p. 7) Se mueve normalmente a pesar de que afuera su perro ladra señalando el acercamiento de algo desconocido. En esta misma escena también muestra benignidad y cordura cuando no mata a los soldados que acababan de insultarlo a él y a su esposa, y aunque su esposa le grite: "—¡Mátalos! —exclamó la mujer con la garganta seca.” (p. 10) Pero poco a poco parece perder estos sentimientos. Se enorgullece al oír de sus hazañas, ”... compuestas y aderezadas de tal suerte, que él mismo no las conociera. Por lo demás, aquello tan bien sonaba a sus oídos, que acabó por contarlas más tarde en el mismo tono y aun por creer que así habíanse realizado.” (p. 70) Vanidad de vanidades y el primer paso de Demetrio hacia los de abajo. Y si en su primer encuentro con los federales en su propia casa no mata a ninguno de los federales, diciendo sólo que, "—¡Seguro que no les tocaba todavía!” (p. 11), ya después no le da tanto valor a la vida humana. Esto lo muestra cuando mata al viejo espía, aunque éste sí le mega que no lo mate. "—¡No me mates, padrecito! —implora el viejo sargento a los pies de Demetrio, que tiene su mano armada en alto.” (p. 67) Pero sí lo mata, y cruelmente: ''La lámina de acero tropieza con las costillas, que hacen crac, crac, y el viejo cae de espaldas con los brazos abiertos y los ojos espantados.” (p. 67) No le importa ya una vida más o menos, ni aunque sean de los suyos. La próxima mañana, cuando le vienen a avisar que amanecieron algunos muertos y entre ellos dos de sus reclutas, ”... éste, alzando los hombros, dijo: —¡Psch!. . . Pos que los entierren. . .” (p. 72) Por seguro éste no es ya el mismo hombre y esposo que se apartó dulcemente de su mujer cuando primero salió de su casa. Ya sabemos que en otra ocasión le paga a Cervantes para que le consiga a Camila, dándole el reloj de oro como pago. A finales de la segunda parte Demetrio se ve como un hombre sin ningún apego a nada, sólo le interesa satisfacerse físicamente, (p. 107) Su única meta fue consumada en las llamas que devastaron la casa de don Mónico. (p. 104) Había cumplido su anhelo de venganza. Trágicamente, al final, a pesar de ser General, de lo más alto, es cuando se encuentra más abajo que nunca. El y todos sus soldados son presentados por el autor como una masa revuelta —Revolución: "El TORBELLINO del polvo, prolongado a buen trecho a lo largo de la carretera, rompíase bruscamente en masas difusas y violentas, y se destacaban pechos hinchados, crines revueltas, narices trémulas, ojos ovoides, impetuosos, patas abiertas y como encogidas al impulso de la carrera. Los hombres, de rostro de bronce y dientes de marfil, ojos flameantes, blandían los rifles o los cruzaban sobre las cabezas de las monturas.” (p. 112) Parece como si Azuela estuviera describiendo Guernica, el cuadro de Picasso que simboliza, como una pesadilla, la tragedia de la guerra civil española, y en este caso la Revolución Mexicana, toda como un revoltijo de pechos, crines, narices, ojos y patas[9]. El hombre desfigurado, despedazado y hecho parte de la circunstancia inánima.

Ahora Demetrio huye a la barranca con muy pocos hombres, y hasta parece huir de sí mismo, sin ninguna otra meta que la de pelear contra todos los "don Mónicos” y vengarse así de su mala suerte de haber nacido pobre; como quien le pega un puñetazo a un espejo. Desgraciadamente el espejo se rompe y él se corta las venas en el proceso. Demetrio y sus soldados simbolizan, por lo tanto, la Revolución interna y externa de cada uno, de cualquier ser humano que se encuentre en tales circunstancias. Se han movilizado en un círculo vicioso que empieza en Juchipila y termina allí también. Juchipila, el lugar de la mente de cada uno de ellos o de cualquier ser humano. Cuando se cierran sus ojos (físicamente), al fin por toda una eternidad, con la mirada fija en el ideal no alcanzado, el espíritu de Demetrio se encuentra, pues, de nuevo en el principio, en el principio de su deshumanización. Ya jamás va a ser el humilde campesino que trataba de tener un hogar pacífico con su familia. Ahora tiene sed de seguir luchando contra lo imprevisto; se ha hecho amigo de la muerte. "Demetrio Macías, con los ojos fijos para siempre, sigue apuntando con el cañón de su fusil...” (p. 154)

Queremos terminar este trabajo con el personaje Alberto Solís, el idealista auténtico de firmes convicciones humanistas, que se une a la "Revolución” convencido de los ideales de redención para una raza oprimida. Sin embargo, Solís pronto encuentra que la realidad prosaica está muy lejos de su ideal soñado. Le dice a Cervantes, "—Yo pensé en una florida pradera al remate de un camino... Y me encontré un pantano." (p. 70) Los revolucionarios a quienes se une Solís no pasan de ser más que unos bandidos capaces de las mismas salvajes fechorías que los federales contra quienes luchan. El grupo con quien Solís pelea ha seguido el mismo proceso de deshumanización que todos los demás lanzados a la vorágine de la lucha. En semejante caos, Solís se encuentra acorralado. Dice: "La revolución es el huracán, y el hombre que se entrega a ella no es ya el hombre, es la miserable hoja seca arrebatada por el vendaval. .." (p. 71) Es el hombre inánime, ya sin dominio propio, arrastrado por los suelos abajo. Su dilema es el del hombre sensitivo con responsabilidad social, que no puede quedarse cruzado de brazos mientras prevalece la esclavitud de una raza; sin embargo, al lanzarse a la acción positiva, se encuentra en medio de una orgía de sangre sin sentido. En su última conversación con Luis Cervantes, Solís revela el conflicto profundo: "Qué chasco, amigo mío, si los que venimos a ofrecer todo nuestro entusiasmo, nuestra misma vida por derribar a un miserable asesino, resultásemos los obreros de un enorme pedestal donde pudieran levantarse cien o doscientos mil monstruos de la misma especie!...” (p. 81) La desilusión de Solís es amarga; él es ante todo el humanista que inicialmente se rebeló ante el sufrimiento de una raza esclavizada. Y ahora encuentra que aquéllos con quienes confiaba lograr esos ideales, se han convertido en asesinos. La raza se mata a sí misma. Solís añade, "¡Pueblo sin ideales, pueblo de tiranos!... ¡Lástima de sangre!” (p. 81) Su gran desengaño se revela en el símbolo que descubre de "La Revolución": nubes de humo y nubes de polvo que ascendían, se abrazaban, confundían y se borraban en la nada. (pp. 81-82) Y como confirmando el símbolo de Solís, él mismo cae víctima de una bala (que igualmente podía haber sido disparada por el fusil de un amigo que un enemigo, no importa, todo es ilógico, absurdo) y su vida de idealista humanitario, también se pierde, como el humo en la nada... "Después, oscuridad y silencio eternos.. (p. 82)

Mariano Azuela ha encontrado el camino firme de la universalidad. La universalidad de este autor está en su facultad de revelación universal de los propios y los dramáticos valores. Desde luego, Los de abajo tiene un valor novelístico y social en sí, pero su trascendencia está relacionada con un complejo cuadro —o esa serie magistral de relatos cortos, en sus aspectos de lucha psicológica de sangre, la dualidad antagónica del mundo: sí o no, el amor o el odio, el conformismo o la insurrección. En esta constante gravitación del despojo, la que le ha creado la psicología de ser alienado, humillado en su dignidad humana ("Te aseguro que las ratas no me estorban." P. 10), y despojado de derechos (cerca del río, se levantaban grandes llamaradas. Su casa ardía. . . p. 11) es donde aflora la trama explosiva del descontento represado y del odio frío.

Los dos elementos de Los de abajo son, entonces, la subordinación absoluta o la rebelión violenta. El remate insurreccional de esta novela no es una idealización épica en la que Demetrio y sus hombres no pueden moverse dentro de un universo de negociación jurídica, que ni siquiera conocen, sino dentro de una inflamada atmósfera de vindicta individual y personal. En esto consiste, precisamente, el fenómeno del círculo vicioso en que se disputa toda sociedad aprisionada en la estructura psicológica del atraso, atraso psicológico en concordancia con un atraso cultural y político.

Notas:

[1] El tema de la deshumanización en Los de abajo ha sido señalado brevemente por Antonio Castro Leal en su introducción a: La Novela de la Revolución Mexicana (México: Aguilar, 1963), p. 48, donde dice, "No es en realidad, como se ha dicho con frecuencia, 'la novela de la Revolución Mexicana,' sino la novela de ese primer momento de la Revolución Mexicana en que principia la lucha con una cólera ciega y un afán de venganza reprimido durante muchos años." Otros que aluden a este aspecto de esta novela son: Manuel Pedro González, Trayectoria de la novela en México (México: Ediciones Botas, 1951), pp. 144-145, y por Andrés Kleinbergs, "Función de la naturaleza en Los de abajo,” Cuadernos Americanos, CLXIX, (marzo-abril, 1970), p. 197, y otros, pero ninguno de ellos ha analizado, específicamente, el punto de la deshumanización del hombre en esta novela.

[2] Mariano Azuela, Los de abajo, Quinta Edición (México: Fondo de cultura económica, 1966), p. 7. Todas las demás citas de esta novela re­miten a esta edición.

[3] Mariano Azuela presenta el tema de deshumanización en el título de su obra —Los de abajo— que puede tener dos significados: un apodo para diferenciar las castas sociales y sus normas, o una categoría que abarca una amplia perspectiva universal, bajo la cual todo hombre se identifica en cuanto a sus propias limitaciones. Este autor une estas dos posibilidades, convirtiendo así a sus personajes en ignorantes, crueles, viciosos e inhu­manos en todo el sentido de la palabra.

[4] Véase a Jacques Maritain, Trae Humanism (New York: 1944), p. 24.

[5] El énfasis es nuestro.

[6] José Ortega y Gasset, Meditaciones del Quijote (Madrid: Espasa-Calpe, S. A., 1964), p. 30.

[7] Véase a Maritain, op. cit., p. 24

[8] Antes se mencionó la ignorancia de estos dos personajes cuando uno, Manteca cocía elotes con libros y papeles y el otro, Pancracio, vendía los libros con monitos a cinco centavos, y los demás los daba de pilón si le compraban todos, pp. 90-91.

[9] Sobre este aspecto de esta novela véase el excelente trabajo de C. Enrique Pupo-Walker, "Los de abajo y la pintura de Orozco: un caso de correspondencias estéticas,” Cuadernos Americanos, XXVI (1967), pp. 235-254.

A 100 años de "Los de Abajo", Víctor Díaz analiza la obra de Mariano Azuela.

Publicado el 15 dic. 2015

El investigador Víctor Díaz Arcieniega nos cuenta cuáles son las cualidades humanas a resaltar de la novela "Los de abajo". Además presenta la versión conmemorativa que el Fondo de Cultura Económica realizó, basándose en la edición de 1920.

 

por Porfirio Sánchez

Cuadernos Americanos Año XXXII

Enero / febrero de 1974

 

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