Eros y Thanatos en Al filo del agua

ensayo de Porfirio Sánchez

Parece que en este mundo en que vivimos todos estamos constantemente "al filo del agua”, y para muchos, sólo se necesita una pequeña crisis para que se rompa ese hilo tan tenue, y como resultado sean arrastrados hacia el fondo más hondo de la vida misma. En cuanto a esto, el común denominador de la conducta humana en nuestra época (siglo XX... fracaso de los ideales de fraternidad humana, guerras mundiales, y genocidio...), ha sido concebido, en gran parte, por Sigmund Freud. Este común indicador es conocido con el nombre de "represión”. Gran parte del estudio psicofísico del ser humano está basado en la teoría de la represión (se dice que reprimimos una gran parte de nuestros deseos). Esta teoría hace posible no sólo el análisis de la naturaleza humana, sino también el de toda una sociedad. En el concepto de Freud, la esencia de la sociedad se hace específica en el individuo, y la represión de éste, es la esencia del mismo.

Este trabajo se propone un análisis psico-literario de los dos instintos básicos freudianos: Eros y Thanatos. Estos instintos representan el punto de partida para la comprensión de los sentimientos y anhelos reprimidos en el subconsciente humano. A pesar de estar reprimidas y, en cierto modo, ocultas, las emociones marcadas por los dos instintos básicos son las que muestran el comportamiento humano. Eros es, generalmente responsable de la cultura progresiva y representa el aspecto vital, al hombre con proyectos de vida. Thanatos, el instinto opuesto, actúa, generalmente, como un agente negativo en un descenso constante al gran vacío, a la muerte misma[1].

La crítica se ha referido a esta obra como una novela psicológica[2], donde se presenta a un pueblo, "que, como todos los de su clase, ahoga o expulsa a los que quisieran marcarle un camino hacia el progreso o a los que piensan que deben de ser otras las normas de la existencia en común”[3].

Desde las primeras líneas de la obra, y de una manera directa, se nos ha presentado el tema de la represión (primer frase. .. "Pueblo de mujeres enlutadas”[4], que será justificado a través de la novela, y basado en el hecho de que Eros no se manifiesta en forma adjunta a no ser que se vea por su casi total ausencia. Decimos casi ausente, porque sí está presente. Sólo tenemos que darnos cuenta de que éste es un pueblo cuyas casas tienen pocas puertas "furtivamente abiertas” (p. 3). Así, clandestinamente, es como se ven las primeras señas de Eros. Aquí se nos presenta la posibilidad de que estos personajes imposibilitados de encontrar o poder expresar sentimientos amorosos, lo hacen secretamente. Este aspecto se vuelve a afirmar en el segundo párrafo de la obra donde el autor dice que éstas son, "casas de las que no escapan rumores, risas, gritos, llantos...” (p. 3)- Es un pueblo donde no hay vitalidad, donde lo poco que hay está encaminado al fracaso, a las manos de Thanatos. Casas todas con, "cruces de piedra, de cal y canto, de madera, de palma. ..” (p. 3)- Se repite el tema de represión aún dentro del mismo hogar, porque también allí hay puertas, "de las alcobas furtivamente abiertas” (p. 4). Lo único que sale de este pueblo cerrado, de estas casas negras es, "el aire de misterio y hermetismo que sombrea las calles y el pueblo” (p. 5). Sin embargo, lo que verdaderamente domina a todo y todos es la figura de Eros, de un Eros tan escondido que se ve por todas partes. "El deseo, los deseos disimulan su respiración. Y hay que pararse un poco para oírla, para entenderla tras de las puertas atrancadas, en el rastro de las mujeres con luto, de los hombres graves, de los muchachos colorados y de los muchachillos pálidos. Hay que oírla en los rezos y cantos eclesiásticos a donde se refugia. Respiración profunda, respiración de fiebre a fuerzas contenida” (p. 5). Aquí tenemos la presentación de Eros, ya íntimamente relacionada con Thanatos. Pero por fuerte que sea Eros, esta gente se ve obligada a reprimirlo:

"Los deseos vuelan siempre con ventaja, en las noches de luna; los miedos corren detrás, amenazándolos, imprecando espera, chillando: vientos con voz aguda e inaudible. Saltan los deseos de la luz a la sombra, de la sombra a la luz, y en vano los miedos repiten el salto. Dura la vieja danza media noche. Pasa el cansancio. Y a la madrugada, cuando hay luna, cuando la campana toca el alba, re-comienza el brincar de los deseos jugando con los miedos. La mañana impone la victoria de los últimos, que ya por todo el día serán los primeros en rondar el atrio, las calles, la plaza, mientras los deseos yacen tendidos en las mejillas, en los labios, en los párpados, en las frentes, en las manos, tendidos en los surcos de las caras o metidos en oscuras alcobas, transpirando sudor que impregna el aire del pueblo” (pp. 7-8).

En esta última cita nos da Yáñez una maravillosa personificación de la lucha constante entre Eros y Thanatos. En la misma página vuelve a subrayar el hecho de que Eros es el verdadero protagonista por un lado, y Thanatos por el otro. Ahora se habla de: "lenguas de los deseos”; "jinetes de los deseos”, y "deseos en soledad” (p. 8), todo Eros; y a su lado siempre está el, "pueblo de perpetua cuaresma” (p. 8), pueblo de negación, de la muerte. Los que en realidad mandan en este pueblo son, "los cuatro jinetes de las Postrimerías, gendarmes municipales, rondan sin descanso las calles, las casas y las conciencias” (p. 9).

Pero, ¿por qué pueblo de mujeres enlutadas, de Hijas de María o de la Buena Muerte? En esta obra la mujer es víctima de una fuerte misogenia porque se la considera (como se ve en el caso de Micaela, Victoria y otras), impura, influencia maléfica, y porque es símbolo de tentación y concupiscencia. Por eso el matrimonio no es tratado como uno de los sacramentos, no es un momento de felicidad. Son días de vergüenza. "Qué calvario del matrimonio bajo la hostil, cerrada extrañeza colectiva, tradicional” (p. 11). También es, por eso, "Pueblo seco. Sin árboles, hortalizas ni jardines. Seco hasta para dolerse, sin lágrimas en el llorar” (p. 13).

La falta de solución al problema represivo de Eros se presenta porque (entre muchas otras cosas), las únicas fiestas que se celebran son religiosas y específicamente aquellas que están relacionadas con la muerte (p. 13).

Y, ¿qué de las muchachas jóvenes, llenas de esperanza, cómo son reprimidas? Porque todas "tienen” que ser Hijas de María cuando joven, y después socias de la Buena Muerte. Y son aquellas las que "controlan” a Eros, "imponiendo rígida disciplina, muy rígida disciplina, en el vestir, en el andar, en el hablar, en el pensar y en el sentir de las doncellas, traídas a una especie de vida conventual, que hace del pueblo un monasterio” (pp. 13-14).

Entre negro y negro se pasa la vida, entre el ser Hija de María y soda de la Buena Muerte. "Entre mujeres enlutadas pasa la vida Llega la muerte. O el amor. El amor, que es la más extraña, la más extrema forma de morir; la más peligrosa y temida forma de vivir el morir” (p. 14). Tenemos aquí a un pueblo, que como víctima de la represión, llegará al crimen sin poder hallar la calma para su problema. En este pueblo, todo preso del proceso represivo en su subconsciencia y no pudiendo resolverlo, Thanatos triunfará en la desintegración de algunos de sus personajes. Y, todo porque Eros es aquí la "más peligrosa y temida forma de vivir el morir”.

El ambiente psicológico del pueblo descrito en el Acto Preparatorio se dramatiza en las crisis por las que atravesarán varios de los personajes. Aquí queremos presentar ese aspecto psicofísico como visto en Merceditas Toledo, el padre Islas y Luis y Gabriel al enfrentarse a Victoria[5].

En cuanto a Merceditas, que no sólo es Hija de María, sino también celadora de la Doctrina, Eros llega a su casa, a sus manos, a su mente, a todo su ser, en forma de una carta de Julián. De aquí en adelante, la teoría dualista de Freud[6] se desarrollará en este personaje. Su 'Ego’ le dice en seguida que debiera romper esa "maldita” carta, "hizo intento de romperla; con los dedos temblorosos la estrujó. . .” (p. 25), pero no la rompió, dando excusas que después de la cena iría al excusado (lugar clandestino, asociado con la impureza) y la rasgaría. Con ese pretexto la metió en el seno, y en ese mismo instante su 'Id' se expresa con toda vitalidad. "La carta en el seno, era como una brasa. Lo echarían de ver. Un sudor se le iba y otro se le venía, y la cena no terminaba nunca” (p. 26). En esta cita se puede ver muy bien la repercusión en que la conciencia y la subconsciencia tiene el recibo de la carta. Percibimos el conflicto entre sus deseos (el 'Id'), lo que quisiera que pasara, y su 'Ego’, por otro lado, queriendo disminuir la lucha que su 'Id’ tiene con la realidad sensorial, con los instintos eróticos ahora despertados por la carta. Pero ella tiene todavía otro defensor contra esos pensamientos "impuros", en este caso las normas morales ('superego’) del "pueblo conventual” donde vive: "Ella estaba consagrada a Dios y a su Santísima Madre. ¡Tentaciones! pero cuán risibles; ojalá”, dice ella, "fueran así todas las tentaciones” (p. 27). Pero en vez de destruir a Eros destruyendo la carta, da más razones porque sí debiera leerla, como se ve en lo siguiente: "Verse asaltada por tentaciones y luchar con ellas no era pecado. Leería, leyó la carta. Estremecióse” (p. 27). Lee sólo unas palabras y luego rompe la carta, pero ya es tarde, porque aquí Eros triunfa momentáneamente. "Leyó los pedazos, hizo luego una bola con ellos y los arrojó a la inmundicia de donde procedían” (p. 27). Desgraciadamente para ella, entre más trata de ahuyentar sus tentaciones, más obsesionante e irresistible se vuelve ese demonio rebelde. Poco después se acuesta, pero no le llega el sueño. Lo que sí llega es un verdadero diálogo interno entre el 'Id’ y el 'Ego’: —"Yo he sufrido mucho con ese orgullo, y tanteo no resistir el sufrimiento, que es injusto, porque mis intenciones han sido buenas, y no merezco ese desprecio. —Mentiras: ni sufre. .. —¡Yo no seré responsable! ¿Por qué? —Tú serás responsable, tú, porque a fin de cuentas es natural cuanto te propone. .. —¡Natural no! Yo soy Hija de María Inmaculada” (p. 28). Momentos después Julián-Eros se dirige a ella en ese diálogo interior con palabras todas llenas de pasión: —"Yo soy el insomnio. Mi carta, mi silbido, mi respiración entre las hendeduras de tu ventana. ¡Cuán frágil valladar separa de tu lecho y de tu inquietud: unas maderas apolilladas y una fingida resistencia de tu cabeza frente a los impulsos de tu sangre, que al fin vencerán, por ser más poderosos! ¿No he de llegar a ti, si he podido hacer que mi carta se abrigue junto a tu corazón? ¡He de llegar a ti, hoy o mañana, tarde o temprano, y tú misma desearás —¿deseas ya?— mi llegada! ¡Desearás que nunca nos apartemos! ¡Mi separación y mi ausencia serán tu mayor tormento! Ya lo pide la sangre, brincándote a lo largo del cuerpo, y es inútil toda resistencia de las pobres, las temerosas, las débiles ideas que quieren defenderte” (p. 29). Termina ese delirio cuando oye unos pasos, los de su madre, que ella ya cree ser los del ser deseado. .. Eros. El autor mismo explica esa lucha entre Eros y Thanatos en Merceditas como sigue: "Y quién sabe si allá en el fondo, muy al fondo, monstruoso, inconfesable, bulla un sentimiento de desilusión, disfrazado de vergüenza por haberse adelantado a asustarse con el pensamiento de un peligro imposible, que confundió los amorosos pasos maternos y en unos segundos la hizo vivir años de sensaciones tremendas, donde horror y delicia chocaban cayendo a plomo la existencia, muriendo, resucitando, agotando en un minuto los anhelos, placeres, dolores de una y muchas vidas” (p. 30).

Eros saldrá finalmente vencido por Thanatos cuando ella proclama que para reprimir esos deseos, de aquí en adelante tendría, "una vida de rigurosísima penitencia”, la que, "borraría de sus ojos y frente los estigmas de la carta leída y del criminal minuto en que la estremeció el sentimiento de ser abrazada por un intruso aborrecible” (p. 32). Porque no pudo escapar de tal conflicto, ahora en su subconsciente, se castiga a sí misma, por hechos (en este caso pensamientos) que conscientemente niega o no entiende[7].

El conflicto de Merceditas sólo se puede entender si se conoce el ambiente donde "vive”. Y, al hablar de esa circunstancia, es obligatorio hablar del padre director (aptamente nombrado Islas), el carcelero sexual del pueblo. Yáñez le dedica todo un capítulo a este personaje y dice de él: "Se trata del presbítero don José María Islas, ministro de la parroquia y director de la Asociación de las Hijas de María Inmaculada; este cargo le confiere la poderosa influencia que lo hace respetable y temible aun a sus malquerientes” (p. 217). Llega hasta tal punto el poder del padre Islas que aun se dice que, "fue acentuándose el carácter clandestino de los matrimonios, y fuera de los ranchos no se sabe jamás de comidas y fiestas de boda" (p. 231). La psicosis del padre director es tan fuerte que ni siquiera los que viven fuera del pueblo se escapan de ella. De que el padre Islas le haya declarado guerra a muerte a Eros no hay ni duda. Dice el autor, "La obsesión del padre Islas ha ido propagándose. Son muchas las mujeres —y no faltan varones— a quienes si se les quiere ver sufrir o enojarse, no hay más que hacerlos pasar por donde un viento impertinente junte ropas femeninas y masculinas puestas a secar en tendederos. El más leve indicio sexual y aun la sospecha de que algo lo simbolice —llegándose a escrúpulos absurdos— causa desasosiegos trágicos” (p. 231). Es, precisamente, en este ambiente de "represión" donde nació Merceditas y muchas otras como ella. El autor mismo concuerda con esto cuando dice, "los niños van adquiriendo uso de razón en este clima de penumbra, inhibitorio. Sus pasos y risas tropiezan en mitad de silencios. Hallan que todo en la vida es un misterio. Escuchan frecuentemente la idea de que mejor hubiera sido que no vinieran al mundo" (p. 232). Por causa de sus propias flaquezas, el padre Islas le declaró la guerra al sexo y se propuso extrangularlo, aniquilarlo. En cuanto a esto, Yáñez dice, "Ha venido germinando y ramificándose —como un tumor canceroso— en el alma del padre Islas —desde seminarista, desde púber— el miedo de sucumbir a pecados de impureza, la desconfianza en sus fuerzas para oponerse al espíritu inmundo, la casi seguridad de hallarse un día manchado con las peores culpas y, por ellas, condenado, impenitente. Tal es el filo agudo en el drama de sus escrúpulos” (p. 234). Ahora podemos entender mejor porque tiene tal beligerancia intransigente y represiva contra la sensualidad, porque él también tiene su propio conflicto entre Eros y Thanatos.

A los próximos dos personajes que queremos discutir, les llega Eros en forma de una mujer que viene al pueblo para las celebraciones religiosas. Luis Gonzaga (su nombre es el del Rey-Casto) y Gabriel (como el arcángel que anunció a María) representan dos mentalidades adolescentes distintas dentro de la misma rígida atmósfera religiosa en la que ambos se criaron. Victoria, la hermosa forastera (que no es Hija de María, que no viste de negro) que precipita las crisis, simboliza el despertar de la carne, la llegada inevitable de los apetitos sensuales (Eros) normales a estos dos muchachos. Los efectos tan diferentes (la locura de Luis, el desarrollo espiritual y material de Gabriel) de situaciones esencialmente idénticas, se basan en la diferente actitud mental, "la vivencia” de cada muchacho ante el conflicto entre los deseos y la represión de los mismos.

Luis, el ex seminarista de orgullo satánico, se siente destinado a un brillante futuro por sus dotes de intelectual; aunque la atmósfera del pueblo es ya letal por sí sola, Luis tiende a empeorar la situación subrayando el intelectualismo exagerado que deshumaniza. Su natulareza, sin embargo, se resiste a ser únicamente el mecanismo que mantenga funcionando al cerebro. Al ser totalmente negada, repudiada, la sensualidad subterránea de Luis empieza a escaparse disfrazada de fervor religioso. Es Viernes Santo, y en vez de ir a los Oficios se marcha al campo. Allí solo se dirige al pueblo con estas palabras: "Pueblo mío, yo venceré tu obstinación, yo venceré la obstinación de tu cura y tu ceguera. He nacido para salvarte y tus escarnios me exaltarán. Victoria, tienes ojos de tentación y eres viuda; pero estoy muy alto, desde donde ni siquiera podría distinguir tu garbo; acá vendré la mañana que te marches, ojalá pronto, ojalá llevaras contigo a Micaela, a María, a Mercedes, a Marta, a Gertrudis, a Isabel” (pp. 117-18). Quiere que se vayan todas las que representan un peligro para él, peligro de la carne.

En el seminario se ha conocido a Luis como un "cristiano a lo Chateaubriand” (p. 119) para quien la religión era más rito externo que otra cosa. El muchacho encuentra en las prácticas religiosas un medio para llegar a paroxismos de sensación que él clasifica como "misticismo”.

La llegada de Victoria como huésped a su casa altera el relativo equilibrio que Luis había logrado contra Eros: su libido se desborda. El muchacho no se enfrenta a la situación, sino que huye de Victoria recitando partes del oficio de Viernes Santo (día simbólico de muerte, para él de represión) y sube solo a un monte cercano, donde se entrega a un arranque de fervor "a lo Chateubriand” (pp. 113-115). Su exaltación crece al ritmo de un arrodillarse-levantar-se-arrodiliarse que acompaña a su rezo. La serpiente (símbolo fáli-co) que se le cruza en el camino (p. 121) lo distrae momentáneamente. y, aunque delibera si debiera encarársele y matarla, no lo hace por el temor secreto de las supersticiones del pueblo. Es decir, Luis al darse cuenta de la serpiente (que simboliza su sexo) reconoce vagamente la necesidad de enfrentarse a tal "peligro”, pero interfieren las creencias supersticiosas del pueblo (que identifica lo físico con lo malo, lo vergonzoso, lo inconfesable), y Luis no toma ninguna acción. Se queda a merced de lo que tanto se esfuerza por negar. .. Eros.

Luis Gonzaga se remonta en su pseudo-misticismo al ritmo de su arrodillarse-levantarse-arrodillarse; llega a la cumbre de sensación cuando se identifica con Cristo en el climax del sacrificio del Calvario: "En la cruz, Luis Gonzaga” (p. 115). El desarrollo de los sentimientos de Luis se verán ahora proyectados en la circunstancia misma: "Tanto reverbera el sol, que lo pardo se hace translúcido, y el ocre profundo cobra tonos de sangre” (p. 114). Así como hierve la tierra bajo un sol fulgente e implacable, hierve también la sangre del muchacho: "en el cielo ni una nube. Ni la frescura del más ligero viento. .. El sol con su lumbre a cuestas. Ni el velo de un celaje” (p. 116), "Los horizontes bailaban como flamas de hoguera. .. Lumbre caía de lo alto, lumbre salía de las entrañas del mundo, lumbre acumulaban todos los rumbos, en solemne silencio” (pp. 121-22), "El sol martilleaba sobre las sienes. .. Cada vez el zumbido de las orejas era más terrible" (p. 123). Finalmente, al tiempo que el cuerpo de Luis Gonzaga se desploma, derrotado por el implacable sol, la mente cede también, incapaz de sostenerse más tiempo en ese clima psicológicamente enfermo. El sacrificio se ha consumado: Luis Gonzaga perece en su Gólgota, víctima de la tradición antivital de "su” pueblo, que lo forzó a la represión como medio de escape. El que queda, irremediablemente loco, obsesionado por la tremenda lujuria, es apenas los despojos de Luis Gonzaga. El instinto vital (Eros) ha sido una vez más vencido por Thanatos. El descenso hacia la locura es para Luis una forma de escape del dolor y del sufrimiento.

Esto se explica más en detalle cuando don Dionisio recuerda lo que le contó don Alfredo de la locura de su hijo: ”Lo obsceno se convirtió en idea fija, mediante la cual pudo coordinar otras representaciones. Los caricaturescos modales de cortesía se combinaron extrañamente con palabras, ademanes y visajes lúbricos. Fue una explosión devastadora, inextinguible...” (p. 330), "La obsesión lasciva nada respetaba” (p. 331), ”. . .no se había registrado antes un caso de desbordamiento libidinoso tan persistente y tan irrefrenable" (p. 332). Todo termina con el intento de suicidio por parte de Luis, y después encerrado en el manicomio.

El caso de Gabriel, el campanero, en cambio, se resuelve en forma totalmente distinta. Gabriel es un muchacho tímido y solitario que vive aparentemente aislado del resto del pueblo. El mundo de Gabriel es el campanario, donde pasa todos sus ratos libres: "vive en las nubes, naturalizado en las campanas, él mismo sintiéndose alma sonora de bronce. .(p. 179). Las campanas en manos de Gabriel tañen con acentos fieles al ánimo del pueblo: "era como si él hablase, como si en él su pueblo hablase: su pueblo que él mismo era, cuyo carácter traía infundido: médula intransferible” (p. 181). Del mismo modo que Luis había subrayado el intelectua-lismo estéril, Gabriel cultivaba su sensibilidad vital para, . .buscar —en variados impulsos de su mano sobre las campanas— el acento de aquella lengua que le habla desde la hondura del infinito. .. desde la fuerza con que cierra el pueblo sus ventanas y puertas. .. desde las calles nocturnas privadas de toda luz, desde los nervios que paralizan el rostro de los vecinos, desde los vestidos y chales negros de las mujeres, desde la veta que surte —subterráneamente— la angustia del vivir, aquí y ahora” (p. 180).

Victoria sube al campanario al encuentro de Gabriel; él, ensimismado en su concierto, no se da cuenta de la presencia de la dama, "las descargas de cuya emoción debieron ser tan poderosas, que despertaron al absorto” (p. 189). Al verla, Gabriel experimenta una serie de sensaciones hasta entonces desconocidas: "sentía como si un viento venido de lejanísimas regiones, un viento de la noche, descuajara montañas, poblaciones, ríos; y le golpeara la cara, físicamente; y se le filtrara por entre la piel, en los bronquios, en los oídos, ahogando sesos y corazón, reventando arterias, cercenando las alambradas de los nervios” (p. 189). Gabriel cree ver visiones: Victoria es a la vez presencia terrible y dulce, "el demonio en figura de ángel, con vestido de mujer” (p. 190). La presencia de Victoria, símbolo de Eros, lo ahoga con emociones desconocidas, inverosímiles; "imposible rehuirla, sino tirándose de la torre” (p. 190). Es la vida triunfante, de la que sólo se escapa por medio de la muerte. .. Thanatos.

"Cabeza, brazos magníficos, muslos vivientes, muslos inolvidables al recato feroz, instintivo...” (p. 190), Victoria da un paso hacia él. Crece la furia del aire, le zumban las orejas y Gabriel se siente desmayar. Trata de hablar, de preguntar, pero no lo logra, "porque había estallado la vergüenza congénita, la vergüenza de toda la vida. .. surgiendo virulenta, en millones de gérmenes, en cada glóbulo de la sangre” (p. 190). Gabriel cierra los ojos y se desploma.

Momentáneamente parece que tenemos aquí una repetición de lo que le pasó a Luis. Pero, del desmayo no sale el adolescente, sino el "arcángel magnífico”. Ya no era, "el dulce nuncio del misterio, con la azucena en la mano”, sino "el arcángel de fuego a la puerta del paraíso, con el astro sereno en la frente” (p. 192). Gabriel ha superado la crisis que abatió a Luis; ha comprendido, intuido, con su sensibilidad vital, el misterio de la vida; con la sabiduría vital que no se aprende de los libros, Gabriel comprende que su salvación está en dejar ese pueblo en cuanto antes posible. Y se va.

Pero antes de irse, todo el pueblo se entera del cambio vital de Gabriel. Se comunica con todo el pueblo como lo había hecho antes, a través de las campanas. Pero ahora, "al llamar una tarde para la conferencia de las Hijas de María, las campanas doblan" (p. 185) Quizá con intención llama así Gabriel a las Hijas de María. Todo esto pasa después de las cuatro veces que se vieron él y Victoria. Como antes, Yáñez nos vuelve a dar una explicación de esa lucha entre Eros y Thanatos. Dice: "La muerte misma —¡qué angustiosa!— que angustiosa disloca el esqueleto de los días, minuto a minuto, a segundos descoyuntados, como dicen que lo hace también el amor... Dicen que el amor es también como la muerte. ¿Será ésta o el otro quien descoyunta el pulso de Gabriel ? ¿Esta o el otro hace florecer la fiebre? ¿Amor o muerte marchita el ánimo? Dicen que amor es género de muerte” (p. 185). La antítesis de los dos instintos básicos: Eros y Thanatos. El despertar de Eros en Gabriel se ve muy bien en el desconcierto de las campanas. Después de esto no se le permite repicarlas. Pero el día en que ve a Victoria salir del pueblo (expulsada), él se vuelve apoderar de las campanas, "para conseguir la voz que necesitaba y desahogar el piélago amargo que lo invadía. Ni llegó a saber lo que tocaba; eran palabras que acudían a su boca y brotaban de los nervios, tirando de los badajos —lenguas de fuego y eternidad—; era la satisfacción de llorar con un canto nuevo y arcaico, sobrehumano, como si concertara las voces de todos los mundos y de todos los tiempos: presentes, pasados y futuros; todas las agonías y todas las esperanzas de los que sufrieron, de los que sufren, de los que sufrirán” (p. 239). En efecto el doblar de las campanas, cada vez más fuerte (al mismo tiempo que Victoria se aleja del pueblo), simboliza la ya avanzada desintegración de su subconsciencia. Ya el ‘Id’ se ha impuesto, y parece llevar a Gabriel también a los brazos de Thanatos: la locura o la muerte. Cuando ya casi no puede ver a la señora en la distancia, "los dobles cobraban desesperación, celerantes; pero en su angustia conseguían hacer oír un ruego —cifra de final esperanza—, un grito de ternura elocuente...” (p. 240). Y, ahora también a él lo tiene todo el pueblo por loco. Hasta se enferma más tarde cuando se le dice que Luis se huyó de su casa, siguiendo a Victoria. Pero

Eros todavía está con Gabriel, porque él se enferma por los celos que siente y también por el amor (pp. 246-47). Un día Gabriel se levanta, pero no para ir al manicomio como Luis, sino para irse en busca de su Victoria. .. Eros triunfa en él.

Victoria no fue en ningún momento un elemento destructivo ni para Luis ni para Gabriel. Ella simboliza lo inevitable, la fuerza vital innegable de Eros o de Thanatos. La "vivencia” de cada muchacho enfrente a estos dos instintos fue lo que determinó el desenlace individual.

Para la mayoría de la gente de este pueblo de mujeres enlutadas de casas con puertas secretamente abiertas, donde reinan los cuatro jinetes de las Postrimerías (p. 290), la vida sólo se pasa, "entre una Casa de Ejercicios y un Camposanto” (p. 351).

Así hemos podido ver en Al filo del agua, la intervención de los dos instintos, Eros y Thanatos, y el papel tan importante que desempeñan en esta obra de Yáñez. Un pueblo, todo víctima, más bien de la negación que de la expresión, busca su salvación en la muerte. Las soluciones aparentes (Hija de María, Ejercicios de encierro, las fiestas religiosas, etc.) no logran calmar los deseos reprimidos, y, por lo tanto, a través de un proceso destructivo, con la excepción de Gabriel, cada personaje importante termina en los brazos de Thanatos.

Notas:

[1] Las siguientes obras fueron consultadas: Sigmund Freud, The Ego and the Id (London: Hogarth, 1957), pp. 29-53; -, An outline of psychoanalysis (New York: Norton, 1949), pp. 108-110; -, New Introductory Lectures on Psycho-analysis (New York: Norton, 1933), pp. 99-110.

 

[2] El carácter psicológico de esta novela ya ha sido señalado por Elaine Haddad, ''The Structure of Al filo del agua”, Hispania, vol. XLVII (Sep., 1964), 522-23; José Antonio Portuondo, "Al filo del agua”, Cuadernos Americanos, XXXVII (enero-febrero, 1948), 285; Manuel Pedro González, Trayectoria de la novela en México (México: Ediciones Botas, 1951), p. 331, y otros, pero ninguno de ellos ha analizado toda la obra desde el punto de vista de Eros y Thanatos.

 

[3] Esto es lo que dice Antonio Castro Leal en el prólogo a esta novela (sexta ed.), p. ix. Este mismo añade que es, "un pueblo hipócrita", y que la vida del narrador, "le ha permitido penetrar en ese sistema de represiones ante las demandas justificadas de la carne y el espíritu. . ." (p. x).

 

[4] Agustín Yáñez, Al filo del agua (sexta ed., México: Editorial Porrúa, S. A., 1965), p. 5. Todas las páginas citadas remiten a esta edición.
 

[5] En el caso de Damián y Micaela (pp. 269, 276) tenemos un ejemplo donde la represión los lleva al crimen o al pecado.

 

[6] Según Freud, New Introductor y Lectures on Psycho-analysis (op. cit., pp. 104-106), la mente tiene tres zonas estructurales: el "Id", el "Ego" y el "Superego"

 

[7] Conflictos como los que sufrió Merceditas entre el 'Id‘ y el 'Ego' hacen que se desarrolle en el individuo el complejo de culpa y los deseos de ser castigado.

AGUSTÍN YÁÑEZ

27 jun. 2016

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31 ago. 2018

Tuvimos la oportunidad de entrevistar a Agustín Yáñez, nieto de Agustín Yáñez, para entender la importancia de sus novelas y su rol en el 68.

 

ensayo de Porfirio Sánchez

Cuadernos Americanos Año XXVIII Vol CLXIII 2 Marzo-Abril 1969

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