Instituto del Libro y la Lectura del Perú, INLEC 

1 de julio

Ya empieza la fiesta del Apóstol

Él siempre pasa por estos caminos
Danilo Sánchez Lihón

“Son dos viejos caminos blancos, curvos”.
César Vallejo

1. Camino a “El Naranjo”

 

– ¡Dios mío! ¡Sálvanos!

 

Imploró mi madre al cielo. Yo, que iba a sus espaldas, me eché a llorar cuando las aguas nos rodearon y estrellaron contra las peñas bruñidas y lisas.


Mi padre había saltado del caballo en el cual iba ya en medio del río, tratando de sostener a la burra y al saco de trigo que la corriente había ladeado haciendo que el animal cayera.


Felizmente, en ese primer momento el caballo que montábamos nos sacó a un lado. Mi madre apeándose se desembarazó del manto que me sostenía a su espalda, dejándome en la orilla.


Y empezó a entrar para ayudar a mi padre, pero las piernas se le doblaban con la avalancha, mientras él pudo gritarla:


– ¡No entres! ¡Elvira! ¡Por Dios no entres!


Trataba mi padre de levantar el costal a fin de que el animal pudiera pararse, cuando una violenta cargada de agua lo arrojó, desapareciendo en el torbellino.


Mi madre dio un grito y avanzó decidida por el turbión cuando escuchamos una voz desde lo alto del cerro, por el camino arcilloso por el cual habíamos venido:


– ¡Elvira! ¡Espera! ¡Bajo a ayudarlos!
 

 

2. Y lo ayudó a salir hasta la orilla

 

Volvió a aparecer la cabeza de mi padre en un recodo braceando y luchando para sostenerse a flote. El río, espeso y marrón empezaba a confundirse con las sombras de la noche.


La voz volvió a repetirse ya cerca, a nuestras espaldas:


– ¡Pascual! ¡Resiste un momento!


Ahora lo podíamos ver. Era mi tío Manuel en su caballo blanco, con su sombrero alón y su poncho casi amarillo.


Luego, a pleno galope, el caballo penetraba en el río y se abría paso por el torrente salpicando las aguas arremolinadas con sus robustos pechos.


Pronto estuvo al lado de mi padre.


Se bajó de la bestia en medio de las aguas, lo buscó ya debajo del torrente y levantándolo lo sacó primero a la superficie del agua y después lo ayudó a salir hasta la orilla.


En seguida volvió por la burra, la enderezó colocando el costal sobre su lomo y la arreó hasta sacarla de la corriente.
 

 

3. Hizo un gesto de cariño y desapareció envuelto por la noche

 

La noche caía azulada y con lentitud.


Casi a oscuras nuevamente se abrió paso entre las aguas, viniendo por nosotros. Bien agarrado a él, en las ancas de su caballo blanco, me pasó primero a mí y luego a mi madre.


Así mi tío salvó de morir a mis padres y salvó la burra y el saco de trigo que llevábamos para hacer harina en el molino de piedra de “El Naranjo” en el temple de mi pueblo en Santiago de Chuco.


Y se despidió diciéndonos:


– Cuando regresen el río ya habrá bajado.


– ¡Gracias tiíto Manuel, gracias! ¡Nos has salvado de morir!, –le dijeron.


Él hizo un gesto de cariño y desapareció envuelto por la noche.


Yendo despacio por el camino de piedras y en medio de un bosque de eucaliptos, llegamos al molino, una casita de tejas viejas al pie de una cascada de agua blanca que golpeaba los cimientos de roca y musgo.

 

 4. Mientras tanto será bueno que se abriguen y duerman

 

Afuera de la casa pacían tranquilo pollinos y caballos.


Cuando ingresamos al interior todo era tibio y estaba alumbrado tenuemente por un candil.


– Buenas noches, –dijo mi padre.


– Buenas noches, –respondieron unas voces desde la penumbra.


Y dirigiéndose al molinero mi padre le habló:


– Aquí le traigo una carguita para que la muela.


– ¡Cómo no don Pascual! Mañana a estas horas de seguro ya lo estaremos moliendo. Mientras tanto será bueno que se abriguen y duerman. Por aquí háganse una camita.


La habitación era de medio tamaño, ni pequeña ni amplia. El techo más bien bajo, estaba cruzada por troncos añosos de nogal.

 

 5. Sus ojos se pusieron tiernos y contentos de encontrar alguien con quién acompañarse

 

Había personas dormidas por los rincones, cubiertas con sus ponchos y rebozos. Sólo una mujer y su hijo, despiertos a esa hora, llenaban su harina desde una batea de madera pulida y redonda, colocada en torno a dos inmensas piedras que al girar trituraban el grano que caía desde una tolva como un chorrito de oro.


Ateridos de frío a tientas nos hicimos en un rincón un lugar para dormir, despertando sin querer a varias personas que esperaban su turno para iniciar su molienda.


– ¡Elvira! ¡Pascual! –dijo una voz de mujer desde las sombras. – ¿También han bajado a moler?


– ¡También! –respondió mi madre sin pensar, pero aguzando la vista exclamó:


– ¡Cómo estás Graciela, primita, qué sorpresa!, –y allí sus ojos a mi madre se le pusieron tiernos y contentos de encontrar a alguien con quién acompañarse.

 

 6. Mi madre hizo la señal de la cruz moviendo sus labios

 

Era mi tía Graciela, hija de mi tío Manuel Sánchez, quien vivía cerca a “El Naranjo, el mismo que nos había salvado la vida.


– Acomódense por aquí. ¡Qué tarde han venido! ¿Han pasado ya por la casa?


– No. ¡Casi nos ahoga el río!, –le contó mi padre–. La burra se resbaló y se ladeó la carga.


– ¡Tu papacito nos ha salvado!, –le agradeció mi madre.


Mi tía Graciela guardó silencio por un instante, pero enseguida dijo con sorpresa en la voz:


– ¿Mi papá? No puede ser. Él está en Trujillo. Hace una semana viajó a Trujillo. Nos ha avisado que vendrá todavía de aquí a un mes.


Mi madre clavó la mirada en la llama del candil que daba la sensación de apagarse.


Sentí que un estremecimiento hizo temblar padre al cual estaba yo recostado.


Mi madre hizo la señal de la cruz moviendo sus labios.


– ¡Era él!, –fue lo único que dijo mi padre.

 

7. Él siempre pasa por estos caminos

 

Un silencio solemne nos embargó a todos. La humedad de mi ropa empezaba a serme pesada.


– Con perdón don Pascual, –intervino el molinero–, ¿cómo era y cómo estaba vestido el señor que los salvó?


– Tenía barba en punta como mi tío Manuel y su poncho era amarillo, su sombrero alón y su caballo era completamente blanco, de un blanco lustroso.


– ¡Ah! ¡Es el Patrón Santiago! ¡Es el taitito bendito!, –concluyó, completamente seguro de lo que decía.


– Se apeó en medio de la corriente, –hablaba como hechizado mi padre– y... es cierto... ¡el agua ni lo doblaba!


– ¡Ya se va a su fiesta en el pueblo!, –dijo el molinero haciéndose una cruz.


– ¡Dónde sea nos protege nuestro viejito! –dijo mi madre llorando.


– ¡Ya está cerca su fiesta! –dijo restregándose sus mejillas mi tía.


Y levantando sus ojos al cielo el molinero agradeció:


– Él siempre pasa por estos caminos.

Danilo Sánchez Lihón

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