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2012, Año de la defensa del agua para la vida y construcción de Los Andes nuevos
 

Diciembre, mes de las montañas, de los Derechos de los animales;
de los migrantes, y del nacimiento del Dios Niño en la Navidad

 
 

30 de diciembre
Vuelvo a mi oficio de carpintero
Ponte el alma
Danilo Sánchez Lihón
capulivallejoysutierra@gmail.com
dsanchezlihon@aol.com

 
 

1. Desde el umbral

Diciembre es punto de llegada y es punto de partida. Mes feliz y triste. De final y de comienzo. Vértice y puente. Mes dulce y furtivo.

Ya pasó la Navidad y ya no hay clases en la escuela. Ya se siente el vacío del tiempo sin asidero. Ya la lluvia arrecia y ya es largo e inacabable el tiempo libre.

¿Qué haré? Revisaré en mis libretas de apuntes los libros que leí en las vacaciones del año pasado.

Y pediré prestados otros nuevos volúmenes de la Biblioteca Municipal, algunos de la Beneficencia Pública y otros en la Parroquia.

Y volveré estos días a mi viejo oficio de carpintero. Y a contemplar desde el banco donde trabajo a la gente que pasa. Y desde el umbral las tempestades que se desatan, y sus goteras que asordan con su rumor en el tejado, en los árboles y en las piedras.

2. Y que es único

Mientras, el cepillar de la madera nos devuelve la misma lluvia pero desde dentro del árbol de cedro, aliso o toronjil que convertimos en mesas, baúles o roperos.

Saldré un momento a la puerta, cogiendo quizá algún pedazo de madera olorosa en la mano, a ver correr el agua bajando como un río por la calle empedrada, mientras se arrebujan las personas bajo los aleros, sin poder cruzar una calle.

Volveré a los trozos de madera que se juntan y cepillan, se encolan y se clavan, viendo cómo surge y se hace una silla, un estante, una mesa de centro con sus volutas y ojivas.

Viendo cómo el serrucho va cortando la madera al impulso de una idea, del brazo que la divide, y del anhelo por construir algo que antes no existía, y que es único por humilde que sea.

3. Oficio cristalino

Caminaré hoy hasta el taller de don Ernesto Villalobos, a tres cuadras de mi casa hacia la parte baja, como si fuéramos al puquio, donde yo mismo voy y me empleo.

Donde no es necesario que él me llame ni yo le solicite trabajo. Llego, lo saludo, siento que él se alegra, retira algo del banco sin uso; y voy hacia las maderas que son retazos que él ha ido acumulando.

Tengo desde muy niño un acuerdo tácito con él, para que yo allí corte, cepille y fabrique lo que se me ocurra, en este oficio sencillo, ensimismado y cristalino como es la carpintería.

– Es la mejor ebanistería del pueblo. –Dice la gente.

Pero a él le temen. Porque es un hombre austero, solitario y sin palabras vanas, tras su mandil de cuero. Esmirriado y casi mudo, no porque no hable sino por lo que piensa.

De intensos ojos azules y rostro angélico, siempre con un cigarrillo prendido en la comisura de sus labios, finos y agestados, mientras con las manos serrucha, encola y cepilla.

4. Extasiado de ver

¿Cómo llegamos a confiar el uno en el otro?, pese a ser yo un chiquillo y él casi un anciano.

Fue pararme ante su puerta, absorto ante la maravilla de ver cómo cuadra, hace un orificio con el berbiquí, hace una hendidura utilizando una gubia, labra una muesca con el formón, cómo ensambla una juntura.

Al ver con asombro y embeleso cada herramienta: distintos cepillos, escofinas y tornos. Nunca hubiera imaginado que existieran tantos tipos de serruchos, cada uno con su función, carácter y hasta con su propia música y tonada.

Extasiado de ver cómo se riza la viruta, cae el polvillo de aserrín en un montículo, y la madera emite esa fragancia secreta que evoca torrentes, vientos, fuentes, nidos de pájaros y a la campiña entera donde el árbol ha vivido todas sus emociones. Y cómo va surgiendo de sus restos una mesa, un armario, una cama.

5. Legendario caballero

Fueron horas de pie en su puerta en un silencio religioso y absorto viéndolo hacer su trabajo. Y él paciente, sin molestarse, y como si yo no existiera.

Él siguiendo una línea negra de su lápiz de punta horizontal trazada en la madera, con movimientos regulares o acompasados del serrucho.

O, cuando asierra en redondo, con una cinta dentada muy fina que se ajusta con tuerca de mariposa en un armazón espacioso, siguiendo una línea en círculo.

O cuando cepilla, la serpentina de madera que es ora fina, ora gruesa, de acuerdo a la abertura que él regula en la garlopa entrecerrando los ojos.

Y yo tratando de leer algunos números en las volutas de humo que desprende su cigarro, siempre prendido a un costado de su boca de labios finos en su figura de legendario caballero andante.

6. No sé por qué

Allí, con su mandil de cuero en su cuerpo enjuto y liso; con los ojos azules y el cabello castaño, con su rostro solitario y ausente, midiendo y cepillando las tablas.

Hasta un día que me hizo pasar, diciéndome:

– De esos pedazos de madera, a ver ¡haz lo que quieras!

Y de mis manos fueron apareciendo cofres para mis hermanos, alcancías, repisas, cajas para lustrar zapatos, mesitas de noche que él alza en sus manos y celebra embelesado.

Y en mi casa mis hermanos lo acogen con exclamaciones de admiración y júbilo.

Así me permitió, no sé por qué ser el carpintero que soy. Y él nunca me lo dijo.

A él, sin embargo, le temen. Pero de ahí sale la ebanistería más insigne, noble y reluciente de mi comarca.

7. Inmenso cariño

Y no acepta obra que no la vaya a poder tener lista para la fecha que le piden y él ofrece.

He sido testigo de cómo ha rechazado dinero, contante y sonante que le ponen en la mano, para una obra que iba a hacer que él deje de cumplir con otras a las cuales ya se había comprometido.

Es la única persona de mi pueblo que conoce Norteamérica y ha viajado y vuelto de Europa. Quien ha cruzado en barco el canal de Panamá. Y solo yo sé buscar el momento para que lo cuente.

A ratos pienso que él me permite usar su madera, que me la obsequia, y utilizar sus herramientas, que son finas, y la cola y los clavos que compra de Trujillo, solo para tener quien le escuche hablar, de lo que él quiere contar.

Mis padres saben dónde estoy. Y les complace. Y cada obra que termino lo celebran, felicitan y agradecen con una sonrisa callada que trasunta el más inmenso cariño.

8. Por donde muere el sol

Les encanta cada vez que llego con una joya de madera en donde incrusto espejos, iniciales y encajes de metal.

Ahora ya saben dónde buscarme. Y hasta allí llegan mis hermanos pequeños para decirme:

– Mamá dice que ya es hora de comer.

– ¡Ya la mesa está servida! ¡Vamos!

Y subimos la cuesta, abrazados.

Nunca el maestro me pidió que le ayude ni siquiera a sujetar una tabla o madera.

O a traer algún tablón, de los que tiene secándose en su corredor, en el interior de su casa, por donde muere el sol de la tarde.

9. Las savias de la tierra

Todo es dejarme hacer lo que yo quiera. Tampoco, nunca me ha corregido algo.

Al contrario, se pone a mirar lo que yo hago. Y lo contempla satisfecho y, a veces, maravillado.

Algunas veces, cuando abre la puerta hacia el interior de su casa para traer una olla donde hierve la cola, veo la figura de una señora, que es su madre.

Su taller tiene concentrada la esencia de los bosques y las flores de todo el universo.

 La fragancia de los árboles que han absorbido todas las savias de la tierra.

Y pienso que ésta también fue una escuela en mi infancia, en el período de vacaciones, desde cuando cursaba la Educación Primaria y en todos los años que estudié en el colegio, hasta salir de mi pueblo.

10. Un día como hoy

Y es desde aquí, de donde cada fin de año escucho el reventar de los cohetes en el cielo, anunciando que pronto se celebrará el advenimiento del Año Nuevo.

Avivando la imagen en nuestros corazones que en alguna casa hay aires de fiesta, con rica y abundante comida, con alguna orquesta aldeana que entona huaynos, serranitas y marineras.

Mientras se sirven tamales y se cruzan miradas y requiebros que harán que en los años y décadas futuras por una hora como esta se llore, se evoque desconsolados y tal vez se muera.

Y al frente tener el muro derruido pero que se va llenando otra vez de flores de todos los colores y matices, que al principio parecía musgo, después yerbas malas, pero ahora han ido tomando cuerpo, espesor y altura. Y un día como hoy han estallado en esa vieja pared todas las flores.

 

Obras de Danilo Sánchez Lihón las puede solicitar a:
Editorial San Marcos:
ventas@editorialsanmarcos.com
Editorial Bruño, Perú: ventas@brunoeditorial.com.pe
Instituto del Libro y la Lectura: inlecperu@hotmail.com

Danilo Sánchez Lihón
capulivallejoysutierra@gmail.com
dsanchezlihon@aol.com

 

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