Instituto del Libro y la Lectura del Perú y Capulí, Vallejo y su tierra
Evocación - 5 de diciembre

Día internacional de los voluntarios para el desarrollo social

Voluntario, cuando marcha a matar tu corazón
Danilo Sánchez Lihón

"Y el corazón
en su cajón, dolor".
César Vallejo

1. Trastrabillando en la calle empedrada

–¡Traen presos!

–¡Traen presos!

Es el aviso y la alarma que corre, saltando sobre las paredes humedecidas y los charcos helados de la calle y de las casas.

Maniatados, apenas sosteniéndose en sus pies, trastrabillando, perdida la mirada, avanzan unos muchachos escuálidos, con el cabello hirsuto, la ropa desgreñada.

La soga se tiempla desde el anca de las mulas de los gendarmes.

Pasan montados en ellas, rígidos bajo sus cascos y ponchos de jebe, quemados por el frío y destacando sobre sus hombros el fusil con la bayoneta encalada que hiere al cielo anubarrado. 

Desde un ojal de la montura se estira la cuerda hasta las manos amarradas en cruz de los infortunados.

Son tres.

Sin ojotas, con la mirada muy abierta por el espanto, tropezándose en la calle empedrada, bajo una lluvia ligera e implacable.

¡Tarde grave y amarga!


2. ¡Que rueguen para que me dejen libre!

–Y, ¿por qué los traen presos, mamá?

–No son presos, hijo mío. Son conscriptos que los capturan para enviarlos a servir a la patria.

Ya en la escuela el comentario es:

– También han cogido al Calurio, del Sexto Año.

–Y a uno de los Salinas, que cursa el Quinto. Dicen que está en la edad y es omiso. ¡Entonces a él si lo llevan!

Saliendo nos vamos directo al Puesto Policial. Hay allí, por la calle del costado, una puerta y en ella un agujero hasta donde nos acercamos para mirar hacia adentro.

Allí están, esparcidos por el patio, los muchachos a quienes han levado el día de ayer y de hoy. Algunos son del campo y otros son del pueblo.

–¡Cainito!, –suplica alguien desde adentro– avísale a mi tío Encarnación para que hable con el comisario para que me suelten!

Otro gime:

–¡Oye Javier, hermanito! ¡Anda y avísale a mi abuela! ¡Que ruegue para que me dejen libre!

Pero estos son muchachos del pueblo. Los del campo permanecen a un lado, melancólicos. Sus seres ya están afuera, sentados con sus rostros entristecidos. Otros ya estarán viniendo por los caminos.

Día a día van llegando las noticias de otros a los cuales han detenido.

Y día a día también al salir de la escuela nos desviamos de nuestro sendero habitual para pasar por la comisaría donde hay aglomeración y bullicio de gente.

Esto ocurre siempre días antes de Navidad, cuando estamos dando los exámenes finales, cuando termina el año viejo y se avecindaba excitante y mítico el año nuevo.

3. Será él quien lleve la bandera

–¡Juan Retamozo!

–¡Presente!, –responde un muchacho que corre por el pasadizo.

–¡Están desnudos! ¡Los tienen completamente desnudos! –corre la alarma. 

Este hecho nos perturba. Es inusitado. Es como si los estuvieran agrediendo.

–Es que los están pesando, –informa quien se ha adueñado de la ranura que hay en la puerta y por la que se mira hacia adentro.

–¡Cuenta! ¡Qué más! ¡Habla pues hombre! –le insistimos y le damos de coscorrones.

–Le están poniendo algo en el pecho, le miran los dientes, le hacen sacar la lengua.

Se oye hasta afuera una voz rotunda:

–¡Apto, comandante!

–¡Pobre! ¡Ese se va! –es la expresión general entre nosotros.

–¡Oye, el militar que ha venido es comandante!

–Dicen que hay un voluntario –caminamos conversando ya hacia nuestras casas.

–¿Quién? –preguntamos incrédulos.

–¡Tendrá que ser un valiente! Todavía hay valientes entre nosotros, –se enorgullece Tito.

–¿Quién es? Porque el año pasado no hubo ninguno. Ni en el anterior tampoco.

Ya en la mesa, a la hora de almorzar, repito:

–Hablan que hay un voluntario,

–Es Pedro Gastañuadí, –cometa mi padre.

–¿Lo conoces, papá?

–Es mi alumno. Lo he animado para que se presente. He hablado con sus padres y ya entregué sus notas. Es un alumno excelente.

–Es el único voluntario, –digo.

–Será él quien lleve la bandera. E irá de pie en la caseta de adelante del primer camión.

Pero, mi madre calla.

4. Buscan con los ojos a sus seres queridos

El día de la partida una multitud se aglomera en las calles adyacentes al Puesto Policial. Los guardias punzan con sus bayonetas a la gente, tratando de mantenerla sin trasponer las líneas de cal blanca de un cuadrilátero que han trazado en el suelo.

En un momento rastrillan sus gatillos para mantener el tumulto.

Desde la parte trasera del camión hasta la puerta de la comisaría se forma un corredor de guardias civiles armados.

Uno a uno los van nombrando. Y van saliendo azorados, corriendo, buscando con los ojos a sus seres queridos que los llaman a gritos. Trepan al camión y son arrimados hacia el fondo por las bayonetas desenvainadas de los uniformados.

En el techo de la caseta del vehículo, que han reforzado con maderas a lo largo de la carrocería, a modo de una jaula, encima de ella está Pedro Gastañuadí, el voluntario, con el rostro endurecido y el pecho robusto, descubierto por el esfuerzo en hacer flamear la bandera. Y anima a sus compañeros.

–¡Vivan los conscriptos de Santiago de Chuco!

–¡Viva el Perú! 

Las mujeres lloran. Algunas se desmayan.

5. Libres y voluntarios

–Y, ¿por qué los amarran? –preguntó después, a la hora de la comida.

–Porque al menor descuido saltan. El año pasado se escapó uno en plena jalca.

–¡Bien hecho!

–En ese caso es un desertor. Y si los disparos le alcanzan, lo matan, –comenta serio mi padre.

–¡Eso es maldad! –replica mi madre ya sin poder contenerse.

–Hay que servir a la patria.

–¡Qué servir ni servir! ¡Ya nunca regresan nuestros hijos!

–Del ejército salen con un oficio, lo cual es bueno. Los preparan en manejar tractores, camiones; les enseñan mecánica, carpintería, construcción civil. Otros llegan a ser oficiales del ejército. Y a los que no saben leer los instruyen.

–¿Y quién consuela a sus madres? ¿Quién los reemplaza en el campo? ¡Allí son felices! 

–También hay que progresar.

–Pero, ¿por qué los arrancan de ese modo? ¡No hay derecho para quitarnos así a un hijo! 

Y mi madre llora.

–Necesitamos soldados para servir a la patria. Necesitamos personas preparadas.

–Y si es bueno, ¿Por qué no es libre y voluntario? Y, ¿por qué nunca regresan a la tierra?

Mi padre ya abstraído, apostando por lo más difícil, casi derrotado, lo escucho decir:

–Regresarán un día.

–¿cuándo?

No contesta mi padre, y veo que también esconde una lágrima.

6. De tripas corazón

Son ciento veinte conscriptos los que ahora parten.

Cuando los tres camiones inician la partida la multitud prorrumpe en un gemido profundo que hace tambalear la bandera en el asta del camión que va adelante.

–¡Viva la patria!

Recién ahí, y ya frente a lo ineluctable, se llenan de coraje, se animan y responden:

–¡Viva!

–¡Viva Santiago de Chuco!

–¡Viva! –contestan ya más fuerte.

Poco a poco sacan fuerzas de dónde no las hay y haciendo de tripas corazón se van reanimando y va creciendo en ellos una emoción de grupo.

–¡Viva! –se oye cada vez más intensamente y cada vez más lejos.

La multitud corre tras ellos sin alcanzarlos.

Cuando los más desesperados llegan hasta La Piedra Bruja los carros ya están por La Colpa.

7. Regresarán un día

Veo que una anciana acesante se sienta y azota con su sombrero el suelo, en un llanto incontenible y desgarrado.

Amelia, mi prima, que ha corrido conmigo, me dice:

–Lo llevan a su nieto que es lo único que tenía.

–¿Y sus hijos?

–Ya no le quedan hijos ni hijas.

–Pero él se hará mejor, hombre de provecho.

–Después ya nunca regresan.

–Él regresará, si la quiere.

–Ella se ha de morir pronto. Y sin verlo.

Los camiones han aparecido un breve momento por las alturas de Pueblo Nuevo, la bandera roja y blanca flameando en la lejanía.

Nuestros ojos heridos por el sol o las lágrimas buscan consolarse en los magueyes florecidos de pétalos amarillos.

Y en los jacintos, que tiñen con sus colores blancos, azules y escarlatas el verde de las lomas y el pardo de los cerros.

No sé por qué pero tintinean en mis oídos y me aferro al único consuelo:

–¡Volverán algún día!

Danilo Sánchez Lihón

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