Instituto del Libro y la Lectura del Perú, INLEC 

Tradiciones de mi pueblo

  Levantadas del niño en enero

Una orquesta pueblerina

  Danilo Sánchez Lihón

Un cielo limpio, lleno de estrellas
desvaneciendo la oscuridad,
cánticos suaves, música bella
y allá a lo lejos la tempestad".
La choza

1. Está contento

 

Mi padre dirige una orquesta musical de instrumentos de cuerda en mi pueblo natal Santiago de Chuco.


Para fines de este mes de enero y durante todo el mes de febrero tiene contratos para las fiestas, primero de "levantadas" del niño Jesús pero que empalman con los carnavales de febrero en las casonas hondas y vetustas.


Por eso, cuando tocan a la puerta y recibe la visita de algún señor importante, dueño de tierras, comerciante próspero o de familia de linaje, presentimos que de lo que se trata es de algún "contrato" para que la orquesta amenice en alguna fiesta que ha de hacerse en su casa.


Dicho y hecho, así es.


Después de atenderlo entra contento de la sala al corredor del patio, para buscarme y decirme:


– Fredy, hijo, anda primero a la casa de Juan Calvo y dile que venga esta noche que tenemos ensayo de la orquesta.


Luego se afana en hacer algo y tiene alguna humorada para con mi madre. No hay duda. Está contento.

 

2. Ahí están, delante de mí

 

Ya es tarde y seguro que volviendo hay que ir con el mismo aviso a la casa de Luis Vejarano Siccha, de don Panchito Miñano, de don Luis Donet, estos últimos maestros de escuela como mi padre.


Al principio da flojera, desgano y fatiga, porque la casa de Juan Calvo queda lejos, en las afueras del pueblo y en una callecita empinada.


La de Luis Vejarano Siccha por la Poza de Agua, la de don Panchito Miñano detrás de la Plaza del Mercado, la de don Luis Donet al pie de la Plaza de Armas.


Pero ahí están, delante mío, sus ojos ilusionados con sus cabellos revueltos de entre casa y, sobre todo, su gesto confidente; signos persuasivos de que es una cuestión buena para el presupuesto de la familia.


Un contrato para que la orquesta toque es que pudiéramos comprarnos ropa o renovar algo en la casa.

 

3. Donde crecen esas yerbas

 

¡Ah claro!, no me había acordado de que son las "Levantadas del Niño"  de fines de enero y que luego seguirían los carnavales de febrero, como también los aguaceros y los barrales en calles y caminos.


Mi padre sabe que aún siendo yo antojadizo, rebelde y chúcaro, también conoce mi lado bueno que es ser sentimental. Y conoce bien que a mi me embelesa oír ensayar a la orquesta en la sala de mi casa.


– Ahorita voy, papá, –le digo, mientras pienso en algún primo o amigo del barrio a quien pedir que me acompañe, coger unos cuantos panes y bizcochos de la canasta y salir con la sombra de la tarde ya haciendo su nido debajo de los tejados.


Hay que bajar y dar la vuelta hasta el Hospital y luego subir por una calle donde crecen malvas, yerbas santas y pie de perro.


Por aquí corre una acequia de agua que casi siempre se desborda anegando el paso, con árboles coposos dentro de las paredes que rematan en un techo de rastrojos donde crecen esas yerbas de hojas amarillas que llamamos despectivamente "chilenos".

 

4. Al frente hay una huerta

 

A esta hora, debajo del aleteo de los pájaros que llegan a cobijarse entre las ramas, se escuchan las voces interiores de la gente en torno a algún fogón, hablando de esto y aquello de la vida, sean tristezas o sean esperanzas.


– Estará tu papá, don Juan? –le pregunto a una niña.


– Sí, ¿De parte de quién?


– Del hijo de don Danilo.


– Pase.


La casa es un corredor con una sola habitación en penumbra, hundida hacia adentro. Al frente hay una huerta con una explanada donde mueven lentamente la cabeza y, a veces, recogen y vuelven a poner en el suelo sus patas un caballo, un asno y dos o tres ovejas recién traídas de su pastoreo al campo.

 

5. Aquellos ojos quietos

 

Juan Calvo confecciona y arregla zapatos y tiene su mesa de zapatero en el corredor de la casa, hacia un rincón, de cuya pared cuelgan hormas y herramientas de labranza.


Al borde de ese corredor hay una fila de piedras horadadas por la lluvia y en donde esta vez se ubican una silletas cubiertas de pellejos de oveja.


– Buenas tardes don Juan. Mi papá me encarga decirle que esta noche hay ensayo de la orquesta. –Así hablo, mirando más aquellos ojos quietos y transparentes de su hijita.


– ¿Y a qué hora será niño?


– …Seguro que a la hora de siempre, don Juan.


– Dígale a su papacito que ahí estaré. Tú, anda a decirle a tu mamá, dice dirigiéndose a la niña, que se apure en servir la comida, que voy a salir.

 

6. Bajo los aleros

 

Desde este corredor ya se ven las luces encendidas de algunos candiles en las casa, allá abajo; flanco empinado del pueblo hasta donde sube el humo de los fogones de algunas cocinas de las casas extendidas en la hondonada como el ala apenas viva de una paloma petrificada.


– Entonces lo esperamos don Juan.


– Sí, niño. Ahorita voy a merendar. Y luego estoy bajando.


– Gracias, y hasta luego, pues.


Dos  o tres chiquillos, junto con la niña de ojos lentos y translúcidos, nos salen a despedir a la puerta hecha de palos juntados y clavados a unos troncos que hacen de travesaños, hasta que nosotros desaparecemos ya con las sombras de la noche y el ladrido de los perros.


A esta hora habitan por los rincones las almas, bajo los aleros amarillentos; y hasta detrás de las puertas ladeadas –ya a la penumbra– penan los ausentes, cuando hasta los pajarillos ya han cesado de acomodarse bulliciosos entre los árboles.

 

7. Lágrimas de amor

 

Para estos y los otros eventos se tienen que ensayar en días continuos.


Para eso, a las siete de la noche empiezan a llegar los integrantes, extrayendo sus guitarras y mandolinas de debajo de sus ponchos, como si allí trajesen aprisionada un ave.


Al punto, los intérpretes se dedican en un breve barullo a afinar sus instrumentos y seguir uno que otro compás. La primera pieza con que ya de veras la orquesta arranca a tocar es siempre un ritmo de pasodoble:

Como el rocío matinal
de lindas perlas el jardín
brillando están en el rosal,
en los claveles y el jazmín.
Hacia adentro de la casa nos apuramos en ayudar a mamá a dejar bien arreglada la cocina, pues ya hemos invitado a mi abuela y a mis tías a escuchar el ensayo desde la habitación contigua a la sala:
Millares hay en cada flor
y en todas ellas tiritando están
son gotas de agua tan cristalinas
como si fueran lágrimas de amor.

8. Rostros arrobados

Todo ello significa preparar café y servirnos "tajadas" de bizcochos y pasteles. Para los que entonces somos niños significa corretear libres con primos y primas por los patios, corredores y escaleras.

Y llegar hasta la calle oscurecida en nuestros juegos.


Mientras el ensayo avanza, la gente que pasa por la calle se queda escuchando en la puerta de entrada de nuestra casa.


Al principio miran y oyen de pie en la vereda, sean adultos emponchados o niños encogidos por el frío.


Poco a poco se van arrimando al umbral.


Pero pronto, disimuladamente, dan un paso adentro y otro más. Y ya hay una multitud colmando la sala.


Los de adelante se sientan en el suelo. Los de atrás se apretujan. En silencio y con los rostros arrobados encuentran el camino de sus propios recuerdos y añoranzas:
 

9. Vienen conjuntos

Lejano estoy de un gran amor
del cual fui dueño,
lejano estoy ¡oh corazón!
por qué me apenas.
Lejano estoy, pero de lejos
te querré
a cada paso te veré
como la luz de mi existir.
He de volver
a esos lares tan queridos
donde mi amor puro y santo
te ofrecí.
Lejano amor
tú eres mi bien, mi adoración...

Pero, otras veces los ensayos son para alguna actuación cultural, organizada frecuentemente por algún centro educativo o alguna institución tutelar, de las que hay varias en Santiago de Chuco.


Entonces vienen conjuntos de niñas o niños que van a hacer de vocalistas, o el coro. O bien, en otros casos, parejas o conjuntos de danzantes, para lo cual el grupo de los que observan hechizados tiene que mirar desde afuera haciéndose un racimo de rostros extasiados en la penumbra de la calle.

 

10. Los rostros ilusos

Ya en el acto real de la fiesta el pasodoble resuena en el interior de la sala:

Como el rocío matinal
de lindas perlas el jardín...

Con esas notas reciben a los homenajeados del banquete, a los padrinos que entran en comitiva después de haber bautizado al niño en la iglesia, a los compadres que van a "levantar el niño" después de la fiesta de Navidad, o a la pareja de desposados si es fiesta de matrimonio.


Mientras, las mujeres se agitan en la cocina preparando los tamales, el chanchito al horno, las empanadas, las roscas blanqueadas.


En tanto, la canción adquiere un ritmo picado a fin de que las parejas avancen con pasos largos y luego den medias vueltas en la sala de piso entablado y crujiente, para esa ocasión untado de kerosene, contorneándose a los sones de:

Cómo brillan las gotas de rocío,
cómo llega hasta mi alma su frescor;
esas gotas son dos lágrimas de amor
en los ojos de una bella mujer.
Recién a esa hora empiezan a quemarse los cohetes en el empedrado del patio de las casas, cuyas chispas brincotean a los rostros ilusos, haciendo retumbar los muebles, sacudiendo las puertas añosas e iluminando las paredes vetustas.

Danilo Sánchez Lihón

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