Amigos protectores de Letras-Uruguay

Capulí, Vallejo y su Tierra

Construcción y forja de la utopía andina

Distinción:
Amauta del Perú eterno
a Ernesto Ráez Mendiola

por su magisterio y la fragua de un pensamiento genuino en el arte y la cultura
Sábado 9 de octubre, 
2010, 7.00 P.M.

Una flecha arrojada al amanecer
Danilo Sánchez Lihón
www.danilosanchezlihon.blogspot.com 

Aula Capulí: Tacna 118, Miraflores.
Cuadra 2 de la Av. Angamos Este
Entre Av. Arequipa y Paseo de la República

Ingreso libre.
Se agradece su gentil asistencia

PROGRAMA

1. Saludo y palabras de bienvenida:
Danilo Sánchez Lihón
Presidente de Capulí, Vallejo y su Tierra

2. Semblanza y trascendencia 
de Ernesto Ráez Mendiola:
Milcíades Hidalgo Cabrera

3. Conferencia Magistral
Ernesto Ráez Mendiola:
"Lo que ser profesor
me ha enseñado"

Vino de honor

Teléfonos Capulí: 420-3343 y 420-3860
capulivallejoysutierra@hotmail.com
planlector@hotmail.com

"A vosotros los audaces, buscadores,
y a quien quisiera que alguna vez
se haya lanzado con astutas velas
a mares terribles. A vosotros los ebrios
de enigmas que gozáis con la luz
del crepúsculo, cuyas almas son atraídas
con flautas a todos los abismos.”
Nietzche

1. Salven al niño

El primer recuerdo que evoca Ernesto Ráez se remonta y se ubica en un lugar preciso, cual es el balcón de su casa natal, con un barandal añejo, desvelado y redondo.

Tenía que ser redondo, como lo es un local para el arte dramático, o como lo es un escenario teatral, o como lo es la vida misma.

Desde allí mira el la calle y el vecindario, el universo y los celajes; desde cuando tenía cuatro años. 

Y su primera reminiscencia es el terremoto de 1940, que por el antojo de la tierra de jugar al tobogán y al columpio, fue sepultando casas, personas y se amontonaron delante de sus ojos escombros.

Pero él, en aquel balcón alucinante estaba admirado y casi maravillado de ver cómo el mundo palpitaba, se sacudía y hamacaba con el sismo.

Y cómo, de un momento a otro, el planeta de suyo indolente esta vez tenía el capricho de ir cambiando todo de su sitio, haciendo que cayeran derrumbados los techos y ocupase su lugar y hacia arriba el subsuelo.

Y lo insólito es que él no sentía miedo, al contrario, le divertía ver cómo todo se columpiaba en tanto él en el balcón subía del suelo de un lado al suelo del otro lado en la pared vetusta, mientras la gente gritaba histérica antes de desmayarse:

– ¡El niño! ¡Salven al niño!

– ¿Dónde?

– ¡En el balcón! 

Esta es la raigambre de Ernesto Ráez Mendiola, la contemplación incluso de una catástrofe.

2. Aquel balcón

Toda la alarma de los demás era de ver cómo la casa en donde aquel niño estaba se hundía y volvía a ponerse de pie. Y tanto fue así que él cogió el ritmo del hamaqueo y empujaba con todas sus fuerzas para dar mayor impulso al columpio inusitado.

Le daba la ilusión que ese balanceo lo iba a dejar trepado al borde de la cornisa de la casa de enfrente, que para colmo ya había desaparecido y solo de ella quedaban ruinas humeantes.

Creo que esta evocación, ajustada a los hechos y que no deja de ser tremebunda, es una imagen cabal de lo que Ernesto Ráez es intelectualmente.

Es un movimiento sísmico, un maremoto, un aluvión con sus inevitables derrumbes y desmoronamientos, a fin de cambiar de vez en cuando el lugar convencional y rutinario de las cosas.

Con estas experiencias en la base de su existencia ¡imaginen entonces lo que tenía que ser el destino para él! Tenía que ser movimiento, espectáculo y eclosión. 

Justamente lo que él es ahora en su vida de artista y maestro, resumido en aquel balcón que a su vez anticipa y recrea el aula, la escuela y la universidad donde él trabaja, redondo, traslúcido y hacia lo alto como una atalaya.

3. Esas criaturas

De allí deriva también que su mente y su alma estén llenas de horizontes y ensoñaciones. Y de atardeceres descalabrados.

Es decir, está lleno de realidades e idealizaciones inesperadas, como cabe presentirlo de quien ve el espectáculo del mundo desde un lugar suspendido sobre el abismo, como puede ser un alero para el ave que busca hacerse un nido. 

Lugar para el grito cortante y jubiloso del confeso y convicto suicida.

Esta casa, donde nació y se crió Ernesto está, ¡perdón, tendría que decir estaba!, pero me reafirmo está, nada menos que en la calle de Los Barraganes, a una cuadra de la Iglesia Nuestra Señora de La Cabeza, en donde hoy se alza el Puente Santa Rosa de Lima, al final de la avenida Tacna. 

Al frente quedaba, queda en la memoria, el Callejón de las Carrozas donde se guardaban, se guardan, esos vehículos en época de La Colonia. Allí, en esa calle, vivió, vive, también Adolfo Winternitz, famoso vitralista, pintor y, sobre todo, quijote; en estos tiempos funestos. 

Al lado está la calle Camaroneros llamada así porque se expendían, aún agónicos, los camarones que se extraían de entre las aguas terrosas del río Rímac cuando, ¡imagínense esos tiempos!, el río albergaba suculento a esas criaturas que son las más antiguas del planeta Tierra. 

4. Nadie como él

Sé que se están riendo, pero qué lo vamos a hacer. ¡Había camarones en el río Rímac en tiempos aún recientes! 

Pero esa era también la calle tradicional donde se hacían las banderillas para las corridas de toros de la Plaza de Acho. 

Es más: vivían allí los banderilleros predestinados, famosos unos; y otros aún niños que soñaban serlo. 

De allí es que le han salido y quedado a Ernesto los pasos dobles, los lances de pecho; y la suerte del cerviguillo que él aplica y hace en el campo de las ideas y del arte pero ya de la escritura. 

Y el lance de espada, y las estocadas que perpetra, y que le vienen de haber sido vecino y contertulio nada menos y nada más, que de Susoni, el famoso torero Susoni.

De él se cuenta que pactó con el diablo para hacer el pase de rodillas al poner las banderillas, hecho jamás visto y que hacía con toros de la Viña, primero, y después con los mismísimos toros de Miura, que algunas veces se traían desde España hasta la dorada Lima. 

Igual que ¡aquellos pases! que yo he visto hacer a Ernesto con otra clase de toros.

Pero para cincelar aún más los blasones de su escudo de armas, diré que es un limeño pero con raíces que vienen de Huancayo. ¡Y nadie como él en el Perú para tener de inga y de mandinga! Si no, veamos:

5. Cada gota de su sangre

Y "de aquello que no se nombra", punza él; como por ejemplo: de su sangre oriental. O, más concretamente, de chino. Porque su abuelo de parte de madre fue chino legítimo, sin mezclas venido de aquel viejo continente.

De allí que podamos decir de Ernesto que es una síntesis de razas, y no de un horizonte lejano o remoto, como estamos dispuestos a aceptar la mayoría de nosotros, sino de generaciones recientes, de primos y hermanos que han jugado con él la "pega-pega", "el ángel de la bola de oro" o el “Matatírula, tirulá”.

Y que eran: o bien unos indios cobrizos, otros negros jetones y lisurientos, u otros chinos rasgados, sin faltar los blanquinosos indecisos y frecuentemente pusilánimes. 

Es decir: ingas de lana, en vez de pelo, mandingas de trago corto, chinos de bodega de esquina y blancos titubeantes.

Esos no son sus "ancestros", como decimos nosotros, sino sus parientes cotidianos de carne y hueso, vigentes y actuantes.

Un crisol de razas que generalmente se esconde, se calla y menosprecia, pero que para él son un orgullo que luce en su pecho y en su frente sin ambages. Y lo ostenta sin dilaciones ni subterfugios. 

Y yo creo que de esa argamasa, de esa olla de grillos que es cada gota de su sangre, le vienen sus pócimas conceptuales, sus concentraciones mentales, sus aspavientos ciclópeos, sus interjecciones aquí impronunciables.

6. La arcilla que somos

Ahora bien, todo ello ya sería bastante si solo fuera herencia. ¡Pero, no! Él participa plenamente de esas vidas, de esos ritos y de esas costumbres. 

Ha sido y es miembro activo de sus cofradías, de las famosas encerronas. Ha sido militante activo en el camión con los cilindros de agua para mojar –¡maldita sea!– a la pobre gente en las calles en días de carnavales. 

Ha sido puntual en la asistencia a las novenas de San Alfonso y la visita a las 14 iglesias en Semana Santa, que hasta ahora cumple fresco y compungido. 

Con su abuelo chino, lacónico y misterioso, y que nunca decía más de 10 palabras por día, prácticamente ha vivido. Y, como él dice: "se ha hundido hasta el fondo" en las fiestas de los negros, sus parientes.

Participa de sus habladurías, picardías y jaranas interminables. ¡Con todo su desbordante entusiasmo y, también, con sus descarnadas penurias y miserias!

Entonces, él es expresión mestiza, plena y total, síntesis de todas las sangres, producto quintaesenciado y vital donde confluyen caudales plenos de amor y desvarío. 

Y de donde deriva, creo yo, su adhesión instintiva, visceral y unánime por todo lo popular, por el humus, el barro y la arcilla que somos como pueblo, ¡carajo! 

De allí su emoción profunda y conmovedora por la hilacha y el pedazo de cartón tirado a la vera del camino que somos los peruanos de las clases populares. 

De allí le viene el registro sinfónico y epopéyico de su adhesión y de su compromiso social obstinado por la vida.

7. Con luces y resonancias

Y hay otro antecedente que para mí explica cómo la existencia para él no solo es contemplación sino pelea, pugilato y entrevero de cuchillos. 

Y es lo que él cuenta, que desde el balcón de su casa un día vio: cómo dos morenos hacían flamear en el sol, llevando a la altura de sus ojos estupefactos, el filo de sus navajas en una pelea a muerte.

En ella daban saltos, sacaban y escondían el fulgor a muerte de sus armas, con las cuales buscaban el borbotón caliente de las venas y la sangre de su enemigo. 

Eran, en la desgracia e iniquidad, héroes homéricos de una Iliada u Odisea, que ocurría por alguna Elena de Troya, que vivía sumergida en lo hondo de esas casuchas miserables de barro y esteras. 

Y en el fragor de esa batalla, en el minuto aciago, la sangre surgía inundando a raudales. No olvidemos, ¡por favor!, que la calle de Los Barraganes, donde él nació y vivió, está detrás ¡o delante también, se podría decir!, de Malambo, famoso barrio de bandidos que aún reverbera con luces y resonancias perversas. 

Porque allí pelearon hasta morir esos cíclopes negros que fueron Carita y Tirifilo, cuya epopeya fuera cantada nada menos que por don Ciro Alegría Bazán en su libro escalofriante "Duelo de caballeros". 

¡Barrio infausto, prohibido e innombrable, que espantaba con su sola pronunciación!

8. Esas van y estotras vienen

Para Ernesto Ráez Mendiola aquellos lugares, siendo niño, eran su nido y su cobija, adonde entraba y salía como si fuera su propia casa. 

Los requisitoriados, los fugados de las cárceles y buscados por la justicia y la ley, lo cuidaban a él como si fuese su propio pupilo. 

Caminaba de su casa a la tienda de su padre, un trecho de ocho cuadras que todo Lima lo evitaba hasta en las pesadillas, recorriéndolo de día o de noche. Porque la gente cuidaba a ese niño: los arranchadores o los atacantes con navaja, sean los palomillas o los escaperos de todo pelaje.

Se inclinan a saludarlo a su paso, porque saben quién es y lo que lleva dentro. Había nacido en el tuétano y en el corazón, si es que lo tenía o si es lícito decirlo así, de ese barrio desgraciado. 

Él era su joyita. O al contrario: su lunar en la cara, serio y aplicado. 

Y aunque sea difícil creerlo, aquellos señalados por la ley lo respetaban por juicioso. Y, en vez de zaherirlo o burlarse o querer obligarlo a ser como ellos eran, lo admiraban y querían.

Y hasta se sentían orgullosos de que él fuera tal y como era. Tanto que cuando apenas se le engrosó la voz era a él a quien pedían consejo y finalmente a él le pidieron la mano de sus hermanas.

9. La mano amiga

En esas van y estotras vienen, un día conoció allí a Tatán, un señor que llegaba al barrio y que inmediatamente impresionaba a los niños por sus modales, su elegancia y porque los premiaba con golosinas y caramelos. 

Con aquel bandido y facineroso, ¡ahora mito y estropajo!, estuvo Ernesto cogido de la mano. 

¿Pero, qué hay en todo ello como fondo y metáfora y que es la razón para que aquí lo cuente? ¿Cuál es el motivo para que aquí lo relate? 

En todos ya estará figurado el significado que esto tiene para la educación, la cultura y el destino de nuestro pueblo. Aún así lo reiteraré uniendo otro cabo, cual es que en la infancia de Ernesto había otra casa que era la de su abuelo en el barrio chino, a escasas cuadras de los fumaderos de opio.

Para ir a ella muchas veces ha cruzado con el espectro o el endriago del vicio en su camino. Tropezaba con él a unos centímetros de su cara. Ahora bien, ¿cómo haber cruzado esas brazas sin chamuscarse? Ahí está la proeza. ¡Es esa la cuestión de fondo! 

Es decir: ¿qué le dieron sus mayores en cuanto a formación y naturaleza? “Porque si tú eres otro, el vicio ni te mira ni te toca”, enfatiza. 

Todo depende del ser para el cual estás formado, ya que tú eres quien gobierna tus pasos, por más que el camino sea abrupto, lleno de atajos y de espinas. 

10. Asombro y estupor

Para eso también tenia la mano amiga y cordial de su padre de quien heredó el buen hablar, el liderazgo sin codazos. Y la inclinación inveterada por los espectáculos, principalmente el teatro, el fútbol y los toros.

Y Ernesto cuenta que en el trayecto de su casa a la tienda de su padre, en el Mercado “El baratillo”, de Barrios Altos, pasaba por una escuela donde una maestra de blusa blanca, falda parroquial, trenzas de colegiala e índice amonestador, tenía un método muy peculiar de enseñar cantando. 

Por esta razón él se detenía siempre en la puerta y miraba hacia adentro. 

La maestra leía unos cuentitos muy cortos y luego dejaba que los niños adivinen o traten de deducir las palabras que conformaban el texto escogido, que era muy simple y muy breve. 

Según ha referido Ernesto; ¡ése es un magnifico método de enseñar!

Porque el niño se ve inquietado a adivinar, a formular hipótesis de aprendizaje, como diría un constructivista pedagógico de los tiempos modernos. 

Lo cierto es que el método dio resultados inmediatos, tanto que un día que llegó el periódico a la casa, Ernesto resultó leyendo ante el asombro y estupor de toda su familia.

11. Siempre recordaré

Pero he aquí que le sobrevienen dos desgracias tremendas, cuando apenas era un adolescente: muere su padre y diez meses después también muere su madre. 

Para sostener el hogar, de 11 hermanos, tuvo que trabajar, y lo hizo de todo: de carbonero, de vendedor de kerosén, de verdulero, de repartidor de ron de quemar, de ropavejero. ¡En fin... de todo!

Ha escrito: 

"No soy historiador, pero tengo mejor memoria que muchos historiadores que llegan a mutilar los hechos. Tengo escritas algunas notas donde testimonio lo que he visto y oído en el mundo del teatro desde 1946.

Aquel año comencé a apreciar este arte maravilloso que me enseñaron a amar Ernesto Ráez, mi padre, y Amelia Mendiola, mi madre. Y mis profesores de primaria en el Centro Escolar 431 del Rímac. 

Siempre recordaré, agradecido, mi paso por las aulas del Colegio Nacional Nuestra Señora de Guadalupe, donde tuve extraordinarios profesores y talentosos compañeros de estudios que hoy honran a la ciencia, al arte y la cultura del Perú y del Mundo".

12. Coro de mendigos

De aquellas épocas no tiene un maestro único, al cual le deba reverencia y pleitesía. Cree que de cada uno de sus profesores tomó un poquito de aquí y un poquito de acá. 

Eso sí, terminada la Educación Secundaria él sabía que podía ingresar a donde quisiera, sea a medicina o a ingeniería. 

Tenía conciencia plena que lo haría, pero su elección ya había sido tomada desde mucho antes: el teatro. Postuló e ingresó a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

Estudió en la Escuela Nacional de Arte Dramático de la cuatricentenaria Universidad y ¡para ser profesor de arte escénico! 

En esa actividad, ya como actor, ha hecho teatro desde los 14 años de edad con su maestro don Luis Álvarez, uno de los grandes actores del teatro peruano.

Fue él quien a esa edad lo llevó a la Asociación de Artistas Aficionados, AAA.

Así resultó entropado en el coro de mendigos que seguían a Jorge Montoro, quien interpretaba "el pobre" en el Gran Teatro del Mundo", Auto Sacramental de don Pedro Calderón de la Barca, dirigido por Ricardo Roca Rey.

13. Hacerlo aflorar

A este respecto, quiero referir un rasgo, a mi entender notable en la personalidad de Ernesto. Él, desde estudiante, ya tenía vocación de maestro. 

¡Es interesante ver cómo estudiaba las materias en la escuela y en el colegio secundario, con un método estupendo! Ciertamente, no como la mayoría de nosotros, los mortales. 

Repasaba un curso o una asignatura, pero del siguiente modo: reunía a dos, tres o más amigos o compañeros de aula ¡a fin de enseñarles!, y él mismo explicarles la materia, sea un asunto, un tema o una lección. 

En su manera de estudiar y aprender: enseñando.

Allí reconocía con asombro cómo se escuchaba decir cosas que recién las descubría, aspectos y detalles de ésta y la otra materia que él mismo se admiraba de decirlas. Y después ¡de saber que eran ciertas y que hasta ahora no sabe cómo es que las había intuido! 

“Es que yo creo que uno se estimula haciendo de maestro”, reflexiona. Porque es enseñando como uno más se ilustra. 

Aprendió así a sintonizar con su currículo oculto o escondido, del cual ahora hablan los psicólogos del aprendizaje quienes nos advierten que el recurso más eficaz e infalible para aprender es hacer aflorar esas potencialidades.

14. Motivador más que educador

Así él fue un alumno brillante, obtuvo la Medalla de Plata de su promoción, por demás extraordinaria por las personalidades que la conformaron. 

Para poner un caso: un intelectual y científico muy conocido por todos nosotros, como es Carlos del Río, quien dirigió el CONCYTEC de manera magnífica, era su compañero de asiento en el Colegio Nacional de Nuestra Señora de Guadalupe.

Como hemos visto, su conocimiento se sustenta en la actitud de arrojarse a las aguas profundas de lo que es ser maestro. Y ésta es otra de sus virtudes trascendentes:

Enseñar a sacar elementos de lo profundo del ser, a dar lo que se tiene pero de manera afectiva, misteriosa y entusiasta. ¡A vaciarse de sí!

Respecto a esto, me escribió una carta donde dice:

"Creo que siempre quise y he logrado ser un buen profesor; como profesión de fe o vocación vital. Reconozco que donde me siento y me he sentido más cómodo siempre ha sido enseñando. 

Algo que nace muy dentro de mí me impulsa a ser maestro... motivador más que educador o formador. Posiblemente orientador y guía antes que entrenador o informante".

15. El libro interior

Por eso, él está en contra de que el maestro es para recordar, sino que más bien es alguien para olvidar. Aunque él los recuerde a todos sus profesores y año por año. 

Porque cuando nos olvidamos de nuestros maestros, dice, aparece nuestro maestro interior, aflora el maestro que somos, es cuando liberamos nuestro propio camino y destino superior.

Claro que ser amigo de Ernesto es saber también que se deleita y complace en cultivar herejías. Las siembra, las aporca y las hace florecer. Y ¡dar frutos por doquier, que son otras tantas peras de su ser maestro: ¡Y del olmo que es su ser artista! 

Y sabemos que no hay rato en que este hereje impenitente, no esté cortando cabezas, deshaciendo entuertos, cuestionando y polemizando. 

Sostiene por ejemplo que el libro no importa mucho y que no es imprescindible para la cultura. En esto yo reacciono airado. Postula que no pasa nada sino se practica y realiza la lectura. Yo me levanto de mi asiento. Que ella puede ser incluso perjudicial y adversa. 

Que, más bien, debemos sacar el libro interior que tenemos guardado dentro. ¡Claro! Que debemos escuchar la voz íntima que somos, hacia el fondo de nosotros mismos. 

Y aguzar el oído para escucharnos palpitar, y hasta para contemplarnos sentir y pensar. ¡Por su puesto! Apruebo todo esto y asiento sin ambages ni reparos.

16. Al amigo tal y al otro cuál

Ernesto, así como alguien venera su pueblo, su selección de fútbol, un género de música, venera y cree, se ampara y se protege, dice él, en la grandeza de los hombres de pensamiento del Perú presente.

Se apoya en los hombres de pensamiento, en los artistas, intelectuales y escritores peruanos y en los estudiosos de nuestra realidad que son, dice él, sus amigos. Y que con sus aportes están dando un paso gigantesco en la construcción de nuestro destino común, como pueblo y como nación.

Pero cree que los grandes no son solo los de antes sino los actuales, es decir ustedes que están aquí en esta red de contactos electrónicos. 

Esto que dice yo lo he comprobado que lo sostiene en sus conferencias magistrales. Y, sobre todo, en sus cursos, donde oímos cómo cita al amigo tal y al otro cuál. 

¡Y cómo vuelve a mencionarlo para esta y la otra argumentación!, citándolos, analizándolos, exaltándolos. 

Funda su pensamiento en el colega de al lado y en el de todos los días, en el hombre de carne y hueso que él abraza y admira. Que no espera que muera o esté lejos para reconocerle un gran valor y mirarlo con asombro. 

17. Una mano en la cual confiar

Y este hecho me parece no solo singular, sino de una significación moral extraordinaria.

Tanto es así que él se considera y se reclama ser hechura de sus amigos. Está convencido que la sinceridad con que hablan, que la indignación con que a veces estallan, y la ternura que los embarga, es magistral. 

Por eso, entonces, saca del bolsillo de su saco unas hojitas y anota palabras tras palabras, que luego cuando expone cita y hasta proyecta en una pantalla gigante.

Cree Ernesto profundamente que en el Perú es posible crecer, empinarse y alcanzar las estrellas. Y ser grandes al punto de realizar nuestro destino trascendente, pleno y crucial.

Y todo ello basados y a partir de nuestros propios talentos; del humus y de la brasa, de la hoguera y del estallido que aquí se ha acumulado. Y de lo que somos auténticamente. 

Y éste es un mensaje de una calidad y de una fortaleza excepcional, en un contexto en el cual se duda y se flaquea tanto, cuando nos sentimos solos e impotentes sin la ayuda de una mano en la cual confiar, ¡qué importante entonces es su actitud y su gesto! 

Para él basta con lo que somos y tenemos.

18. Testificar un mensaje

Por eso, escribe: 

"Desde cierto punto de vista soy hechura de mis amigos que siempre han creído en mí. Y espero no haberlos nunca defraudado. 

Como también no espero haber defraudado a mis hijos: Seis hermosos y brillantes jóvenes cuya realidad gozo y de la cual me enorgullezco:

Ernesto Francisco, Mario Alberto, Rafael Adolfo, Rebeca Adriana, Ricardo Alfredo y Rodrigo Alonso. 

A criterio de Ernesto, el hecho más esencial en el Hombre no es ni el amor ni la muerte. Ni el vibrar impactado por el soplo de lo mágico y maravilloso. 

Eso no lo hechiza tanto, como tampoco el que caiga estremecido por el abrazo terrible del ángel. 

Para él, el momento más supremo de la existencia de un Hombre es cuando éste es lenguaje, cuando este decide dejar una huella de su paso por la tierra en lenguaje; cuando anhela perennizar su ser, su sentir y su actuar buscando una manera de testificar un mensaje. Y hasta de perpetuar un hálito o de dar permanencia a un gesto.

Es decir, se consigue trascendencia cuando el Hombre se hace expresión, cuando se convierte en lenguaje y eso alcanza a ser libertad.

19. Hacia el amanecer

Y me parece bien que él escoja ese aspecto como el más representativo del ser humano, corno el más intenso y absoluto.

He escrito libros teóricos –me dice en su carta– y tengo parcialmente publicados poesía, cuento y teatro para niños, jóvenes y adultos. Pero no me siento escritor. Hablar es un ejercicio que me es cómodo. Hablo espontáneamente, sin cálculos.

Sucede entonces, con lo que hablo, lo mismo que Bachelard decía: 

Mi palabra piensa mientras la voy diciendo. Es así que, como buen hablador, he "escrito" muchas veces en la mente de los que me escuchan, como otra forma más de ser profesor.

El reconoce que el principal canal de sabiduría y de arte, de presencia y de ser en el mundo es el habla, la palabra o el lenguaje hecho presencia sonora que alientan nuestras bocas y traspasan nuestros oídos. 

Si tuviéramos que cerrar hasta lo mínimo el lente para sintetizar lo que es un Hombre para él, diríamos que es lenguaje, que elige ser expresión enlazada de manera natural y cotidiana con otros seres vivos mediante la palabra oral.

Ahí él cuelga su lanza y su lira. Es ese el punto de tensión de la flecha arrojada a un objetivo ideal en el horizonte y hacia el amanecer. 

20. Grito o flecha

Creo que todos sentimos corno algo verdadero el que somos signos de lenguaje suspendidos en el cielo azul. 

No un punto fijo ni inmóvil sino lanzas, azagayas y bólidos de fuego. No sé si gloriosos o minúsculos, pero eso sí arrojados con fuerza hacia un punto invisible, indescifrable e insospechado del cosmos.

Incluso, si pensarnos en lo que es la educación nos complacería imaginarla enrumbada a aquella fuente que hace del hablar y de la expresión verbal un hecho portentoso. 

Tanto así que ello se vuelve un hechizo, una realización cabal y un monumento, cual es la maravilla de transmitir un mensaje, trasvasando el mundo interior y erigiendo una elaboración mental nueva y auténtica.

Ernesto ahí postula la aventura de ser, no como un recinto, sino corno un tránsito, un río o un camino que se transforma a cada instante, que es el puente del lenguaje como aventura, conmoción y crisis. 

Allí está la línea de partida y el punto de llegada, la cuna y la sepultura. 
Es esa instancia vibrante en el aire, que puede ser un grito o la flecha de la cual hablábamos antes, disparada hacia el horizonte ilimitado.

21. Ámbitos o espacios

Y disparada para propiciar encuentros. Porque a Ernesto le conmueven los encuentros. Cree que son, junto con la expresión, lo más importante en nuestras vidas: encuentro con el mundo, con unos padres y unos hermanos, con unos amigos y los militantes de una causa.

Y, en este contexto, el amor que no es sino la conmoción de un encuentro, que es aquello que define nuestras vidas. Hechos que resumen y significan todo lo que hay de pleno y absoluto.

Y es por eso que Ernesto ideó y estructuró el "Método de comunicación sensible", que lo ha sustentado y puesto en operación en diversos foros y países del mundo.

Y que consiste en el reconocimiento y en la práctica, en los contactos y enlaces que se establecen en los siguientes ámbitos o espacios:

1. El yo corporal
2. El yo y el otro 
3. El yo ecológico
4. El yo histórico
5. El yo social, y
6. El yo cósmico

Este último como la gran energía universal que nos unifica. Todos ellos integrados y en intercambio hacen la "comunicación sensible", que es su postulado filosófico, doctrinal y vital.

Y siendo así la vida de Ernesto es un arco tensado que va desde la calle de Los Barraganes, situada en las orilla del Rímac despiadado, a su elección como Coordinador para América Latina y el Caribe de la Asociación Internacional de Drama, Teatro y Educación. Y a su unánime reelección en Brisbanc–Australia en el año 1995.

22. Comunicación sensible

O que va desde su desfile en el coro de mendigos del Gran Teatro del Mundo hasta protagonizar a Marat, en el célebre montaje de Sergio Arrau en el año 1968.

O que va desde sus clases a sus compañeros en la Escuela 431, y después en el Colegio Nuestra Señora de Guadalupe, al otorgamiento del trofeo "Ciudad de Lima" como Maestro del Teatro Peruano, en marzo del año 2000.

Y que va la flecha de su trascendencia hacia el momento en que expone sus ideas, especialmente invitado en Australia, donde hay 100 delegaciones de países y culturas diferentes, con lenguas desconocidas y que han viajado de uno a otro continente, con el fin de escucharlo como a uno de los grandes maestros contemporáneos. 

Lo extraordinario es que todos se sienten tocados, impactados y hechizados por sus planteamientos; pero es más: convencidos de la práctica y operatividad de su curso.

Y, sobre todo, halagados de tener un magnífico descubrimiento entre sus manos: doctrina, movimiento o escuela de pensamiento y de acción que Ernesto denomina "comunicación sensible". 

Y que ahora es conocida en Venezuela, Cuba, España, Francia, Holanda, Inglaterra, Kenya como un aporte del Perú para el mundo.

23. Ser para y con los demás

Para exponerla tiene una voz de trueno, con la cual despierta a la gente que se ha dormido y que se despabila cuando él abre los brazos, gesticula, hace aspavientos y convoca a los númenes y a los elementos terrestres, pidiéndole al fuego que incendie, a las fieras que ataquen, a las cárceles que se abran, a los lenguajes para que se descubran. 

En la conferencia que dio Jean Lebouch en Lima, Ernesto corrigió hasta la saciedad a la traductora en aspectos esenciales, siguiendo desde el fondo la trascripción que hacía aquella profesional contratada por su excelencia. 

Expresa: 

Dos siniestros enmarcan mis recuerdos: el terremoto del 40, que derrumbó la casa vecina de la mía y en cuyos escombros crecí jugando. Y que un día vi desaparecer totalmente para dar espacio a la salida del Puente Santa Rosa. 

Y el otro es el incendio del Teatro Municipal, emblemático espacio donde presentamos "Marat Sade” de Peter Weiss, con el grupo Histrión, teatro de arte, también desaparecido. 

Todo se me va haciendo historia y ocupan día a día más mi memoria los personajes del recuerdo. 

Pero, destino no es final, destino es el camino, es la suma de todo lo vivido.

Aun me resta este presente intenso, que la vida es, como tramo esencial donde vengo ahondando esta aventura de ser para y con los demás.

24. Tenues y aciagas

De mi parte, considero a Ernesto un vidente, un creador de mundos y aquel que ve en lo intrincado de las sombras, como frecuentemente es que ofrece sus claves fundamentales el destino. 

Quien se interna insomne en las noches tenebrosas para desentrañarle hebras de luz, o temblorosos arco iris, o cornetas encendidos. 

Nítidos y difusos plumajes de aves prodigiosas arrancadas a las tinieblas.

Considero a Ernesto un mensajero. O que a través suyo habla la fuerza misteriosa de la vida, en palabras que definitivamente son puertas de luz a lo nuevo que antes era ignoto.

Un taumaturgo que consuela, que protege, que sana las heridas mortales del alma. 

Quien trae quizá no paz o sosiego sino coraje al espíritu.

Un sacerdote en comunión y armonía con lo sagrado, prueba que se enfrenta a fuerzas inquietantes y turbulentas, arremolinadas y voraces, tenues y aciagas, que él mismo levanta y con frecuencia sepulta.

Y me parece bien que le rindamos este homenaje estremecido, en el cual tenemos la oportunidad para expresarle estas emociones primigenias. Mucho más allá de cualquier cálculo y consideraciones terrenas. 


25. Había una vez

No esperemos que los hombres legendarios vistan ropajes sobrehumanos. 

¡Ellos son comunes y corrientes!, pero en quienes restalla hacia adentro la llama y el soplo del espíritu.

Llama en la cual muchas veces ellos mismos arden, se inflaman y se inmolan.

En directa referencia a él, y para finalizar, quisiera repetir aquellas palabras que Edmundo Valadez consigna en su "Libro de la Verdad", cuando expresa conmovido:

Usted es el que todo lo sabe, todo lo ve, todo lo dice.

Usted ha visto a Dios crear el mundo y crear al Hombre. Y al Hombre hacer su primera fogata, su primera ciudad, su primera guerra.

Usted ha conocido a los profetas, ha visto nacer y morir a reyes y campesinos, a los mártires y a los traidores.

Usted ha visto y ha contado cuanto ha sucedido en la realidad y en los sueños de los hombres.

Usted es ese personaje sin nombre que aparece en la primera página de todos los cuentos, en aquellos que empiezan diciendo: había una vez..."

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