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El sabio Julio C. Tello



11 de abril, 1880 - 3 de junio, 1947
Cinco Soles y Julio C. Tello
Danilo Sánchez Lihón

1. De costumbres era campechano

 

– ¡Soy indio! –Exclamaba el sabio y eminente Julio C. Tello al inicio de sus clases en la Universidad de San Marcos, La Católica, o donde fuera.


¿Por qué lo decía? ¿Por autoafirmación, por orgullo, por mecanismo de defensa, o qué? Una extravagancia innecesaria.


Porque, él era una eminencia, un sol esplendente en el universo de la ciencia y las humanidades, un cerebro que se hizo admirar en Harvard y Cambridge donde obtuvo sus doctorados, en Berlín donde sustentó ponencias. Por algo desde niño le decían “Sharuco” que quiere decir “arrollador”; uno de los pocos hombres a quienes de manera natural se lo identifica como “El sabio Julio C. Tello”.


Era cetrino, bajo y grueso; de rostro apiñado como nuestras rocas y montañas, de nariz y pómulos salientes, frente amplia y prominente, ojos apretados y escondidos como si salieran desde el fondo de un puño. Su pelo era duro y lacio como la cabuya de las pencas de nuestra serranía, y su vestir común y corriente, hasta descuidado, como cabe en quien se siente estar sobre toda apariencia.


Acentuaba las eses al hablar y su tono era dulce, quebrado y garrapatiento, como lo es en todo quechua-hablante y más en quien afirmaba que pensaba en quechua y para hablar se traducía asimismo; hecho que se notaba más cuando intervenía en la Cámara de Diputados donde no dejó de ser campechano y cuantas veces pudo profirió: ¡Soy indio! 

 

2. Dio a conocer al mundo una de las culturas de tejedores más extraordinarias del mundo

 

Fundó el Museo de Arqueología y Antropología en donde pidió que se le enterrara y se le concedió ese insólito privilegio, luego de morir el 3 de junio del año 1947. Desposó a una mujer bella, leal y fervorosa de su obra, de nacionalidad inglesa, llamada Olive Mabel Cheesman, a quien conoció en Brenford, cuando estudiaba en Cambridge.


Por sus descubrimientos de las Necrópolis de Paracas, en 1925, y la exposición de los fardos funerarios de esa cultura, que conmocionaron al mundo de la cultura, la educación y la ciencia, el Concejo Municipal de Nazca acordó otorgarle Medalla de Oro, Diploma de Honor y Resolución de Hijo Adoptivo de esa ciudad.


La decisión del Concejo se le hizo saber a través de un oficio respetuoso y laudatorio y se coordinó directamente con él la fecha en que viajaría a Nazca para participar de la ceremonia solemne en que se le impondrían tales distinciones.


Nazca quería expresar públicamente mediante una ceremonia cívica el merecido homenaje y tributo a quien hizo de Paracas un lugar de atracción de turismo cultural más concurridos y admirados de este lado del océano Pacífico.

 

 

 3. Ya veo que no eres de aquí, por eso no sabes quién soy yo

 

Tomó un ómnibus y llegó temprano a esa ciudad a la vez fresca y añeja. En la esquina de la plaza de armas divisó a un emolientero y se le antojó tomarse un combinado de cebada, cola de caballo, boldo y linaza.


Estando allí, ya servido su vaso que tenía en una mano, se acerca uno de los señores del lugar, blanco y alto, quien lo mira de arriba abajo y le dice:


– Oye tú, indio, necesito mi caballo y ya que estás desocupado quiero que vayas a traerlo de mi hacienda.


– ¿Señor? –contestó don Julio suspendiendo la delectación de su compuesto.


– Vas a ir y hablas con el mayordomo que se llama Joaquín y te voy a dar una nota donde le ordeno que envíe contigo ya ensillado mi caballo, que tengo que salir en la tarde para Acarí.

– ¿Y dónde es su hacienda, señor?


– ¿De dónde eres tú que no conoces dónde es mi hacienda y quién soy yo?
– Yo soy de Huarochirí.


– Ya veo que no eres de aquí, por eso no sabes quién soy, –le dijo de modo insolente.
– Y a qué hora estaré de regreso con su caballo.


– De aquí a Cantayo te echará una hora. A las once ya estarás de regreso.
– Entonces, no puedo.


– Te voy a pagar dos soles para tu coca.
–  No, no puedo


– Tres soles te voy a dar. Mira que nunca he pagado ese precio. 

 

4. Terminando don Julio de sorber calmosamente su emoliente

 

– No puedo. No me alcanza el tiempo.
– ¡Te voy a dar cinco soles, indio! ¿Sabes lo que es cinco soles? Con cinco soles puedes comer todo el día.


– Pero tengo qué hacer.
– Y, ¿qué tienes que hacer?  –le preguntó lleno de curiosidad mirándolo otra vez de arriba abajo.


– Tengo que asistir a una reunión.
– Agradece que no eres de aquí indio bruto, si no te hago poner en un calabozo.


Y lo miró con desprecio.


– Por eso el Perú anda atrasado, –masculló al final– ¡por culpa de estos indios que ya no obedecen!


Y se fue bufando.


El más asustado era el emolientero quien estaba encogido y temeroso como si fuera a llover lava ardiendo.


Y se fue.


Don Julio sin decir nada terminó de sorber calmadamente su emoliente. 

 

5. Formuló la tesis autoctonista del origen del hombre de América

 

A las 9 de la mañana empezaron a pasar autoridades e invitados en traje de gala a la ceremonia solemne que iba a llevarse a cabo en el Salón Consistorial del Municipio que lucía todos sus emblemas y banderas.


Las escoltas de alumnos de los principales colegios con sus bandas de guerra ya estaban emplazadas y listas para el desfile frente a la tribuna alzada ante el Municipio. ¡Se homenajeaba a un sabio!


Don Julio arrellanado en el sillón central de la mesa de honor escuchó los discursos que se leían como si fueran parte de la etopeya de un personaje al cual él conocía lejanamente, pero que no era él mismo. Se destacaron sus méritos de surgir desde un hogar campesino y humilde elevándose a las cimas de la realización científica.


Se refería que se graduó de médico cirujano, que junto a Ricardo Palma viajó a Inglaterra, que con mente brillante y dotes de investigador consumado, contrapuso a la tesis inmigracionista de Max Uhle la tesis autoctonista del origen del hombre de América.

 

 6. El trago amargo y dulce de la identidad en una esquina de una plaza


Luego fue anunciada la imposición de la Medalla de Oro y se convocó al Alcalde Honorario de la ciudad, quien avanzó y don Julio tuvo que ponerse de pie.


Era el señor del caballo quien casi se cae de espaldas del sobresalto cuando reconoció al hombrecito a quien había insultado por la mañana.
Tuvo un sobresalto, trastrabilleo y hasta desmayo.


Don Julio, para circunstancias tensas como esta solía poner un rostro hierático.


Ya repuesto el personaje se inclinó respetuoso y le dijo:


– Le pido mil perdones y disculpas doctor por lo sucedido esta mañana. Si hubiera sabido que era usted don Julio C. Tello... –alcanzó a musitar con voz dolida.


Le conmovió la sincera humillación del hacendado y a modo de superar la situación le dijo:


– Estos compromisos siempre quitan tiempo señor... Porque me hubiera gustado traerle el caballo y ganarme esos cinco soles.


Después empezó su discurso diciendo:


– ¡Soy indio! –Pero esta vez le había tocado probar, en la mañana de ese día, el trago amargo y dulce de la identidad en una esquina de una plaza aldeana.

 

Danilo Sánchez Lihón

Instituto del Libro y la Lectura del Perú

 

Nota del editor de Letras Uruguay: Los textos elaborados por prestigiosos escritores, ensayista, en este caso, permiten adosarle otros materiales para mayor conocimiento de la figura tratada. Aquí un video y dos imágenes existentes, de tiempo atrás, en la web. Twitter del editor de Letras Uruguay: @echinope

 

Julio Cesar Tello, Historia Peruana

 

 

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