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Capulí, Vallejo y su Tierra

Construcción y forja de la utopía andina

Poeta de la luz: Santiago Antúnez
Santiago Antúnez en el alma y la fábrica

Danilo Sánchez Lihón
www.danilosanchezlihon.blogspot.com 

1. Ojalá que un día

– Ayer que le vi, don Santiago Antúnez, realmente qué bien que le asienta el casco y el overol de la fábrica ALIOTH, de Basilea, Suiza.

– Gracias, Marcel, muchas gracias. Es usted un hombre de veras bondadoso. Este gesto de invitarme a comer en su casa, estando su esposa hospitalizada y teniendo que preparar usted mismo la comida, en verdad me conmueve y enaltece. Es algo que me acompañará siempre como una expresión de un significado muy hondo para mí, además pensando en la razón aparentemente anómala, por la cual nos hemos conocido; hecho que tendré en cuenta para darme fuerzas a fin de seguir luchando y no desmayar en el trabajo.

– Don Santiago, es a usted a quien yo agradezco y admiro y nunca olvidaré su ejemplo, el de un hombre consagrado a sus ideales. Y siempre me haré la ilusión de conocer su tierra y su cultura, el Perú, que aquí relumbra como un país de fábula. Es común decir entre nosotros “Vale un Perú”, para expresar que estamos ante una promesa grande, sustantiva y transformadora.

– Ojalá que algún día tenga ese honor, Marcel, de recibirlo a usted y a su familia en mi país; pues, cuando se le ocurra viajar, por favor me avisa. 

– Gracias, don Santiago. Muchas gracias.

2. Digno de apoyo

– Aquí le dejo mi dirección, porque debo compensarle todo lo que usted ha hecho por mí, puesto que no deja de tener osadía y riesgo el que yo haya podido ingresar, durante un mes, a sustituirle, con su tarjeta de trabajo, su overol, su casco y sus botas, favorecido yo por el gran parecido que tengo con usted.

– Cuando me lo planteó me asusté, le confieso. Y lo tomé con mucho recelo, porque, imagínese: ¿Quién paga para trabajar? ¡Nadie! ¿Hay alguien en el mundo que proponga a un desconocido pagarle mil francos por sustituirlo trabajando un mes en una fábrica? ¡Nadie!

– ¡Pero yo, sí! Es que quiero decirle que yo solicité antes a los directivos ingresar a conocer los procesos que aquí se aplicaban y no les importaron mis títulos ni las recomendaciones que traía de mis profesores.

– ¡Claro! Usted, sí. Me ofreció una compensación y ha cumplido. Pero, ¿a quién se le ocurre? Uno duda y se pregunta: ¿Qué quiere este señor? ¿Qué hay detrás de todo esto? ¿Cuál es su intención? ¿Qué propósitos persigue? ¿Es un espía? Pero cuando me mostró su documentación, sus estudios y, sobre todo, cuando me explicó cuál era su motivación ya entendí claramente y me pareció digno de apoyo.

– Es que la experiencia de trabajar en una fábrica enseña mucho. Y no siempre la valoramos como una calificación importante en nuestras vidas.

3. Un visionario

– Se cumple en trabajar, pero no se valora.

– Sin embargo, ¿cuántos no quisieran aprender todo lo que se puede conocer laborando en ellas?

– Es que la mayoría lo toma como un trabajo rutinario, para proveerse de un sustento y de otros recursos. Solo usted, que se ha propuesto metas muy altas qué cumplir y valiosas para su país, como es construir estas fábricas, lo asume de otro modo, ¿no es así?

– Así es. Tres metas, Marcel, me he propuesto cumplir regresando a mi país...

– Pero antes, permítame preguntarle don Santiago: tengo un buen vino francés. ¿Será posible que lo sirva?

– Bienvenido sea el vino, Marcel. Y le estaba diciendo que esas tres metas son: luz eléctrica para los pueblos, acero para la industria y fertilizantes para alcanzar una alta producción agrícola. En esos tres campos quisiera tener los conocimientos más avanzados que hay en el mundo y los logros más convenientes para mi país.

– Ya ve. ¿No le decía? Todo lo tiene claro. Y es usted un visionario, don Santiago. ¡Salud!

4. Es un juramento

– ¡Salud, Marcel! Le aseguro que tan pronto regrese al Perú voy a poner toda mi alma en conseguir logros muy concretos en estos tres rubros. Y yo le estoy muy agradecido a usted, amigo, por la oportunidad que me ha dado en sustituirlo. Se lo agradezco de veras y en nombre de mi pueblo, porque yo quiero decirle que todo mi trabajo lo inspira el amor a mi lar nativo, que es Aija; todo lo inspira mi tierra querida. Y he llegado a otra conclusión, mi querido Marcel, cual es que el Perú fue hecho como un reto para los ingenieros, a fin de que la ingeniería ponga allí su cuota de inteligencia, ingenio y sacrificio para hacer de él el país glorioso que fue y otra vez debe serlo en el futuro.

– ¡Caramba, si hubieran más personas como usted!

– Es el anhelo de servir a mi lar natal el que me alienta, me da el tesón, la constancia y el esfuerzo en el estudio y la vergüenza para haber hecho, entre los dos, el plan que hemos llevado a cabo. Pensar en su desarrollo hace vibrar mi pecho de emoción profunda. Siempre Aija ha sido mi inspiración, mi refugio y mi consuelo. Todo lo hago por mi pueblo. Jamás me intereso por el dinero. Y yo pienso vivir siempre pobre. Además, es un juramento.

– ¿Serían sus maestros quienes le inculcaron todos estos principios?

5. ¡Voluntarios del alba!

– Yo creo que sí. Pero déjeme que le cuente algo muy íntimo, no lo he referido antes y primera vez que lo cuento, Marcel, cual es que hay un referente que sostiene mi vida. Y que es mi acicate y mi símbolo. Mi padre abrió un camino de Aija al mar, hacia la costa, en donde están los puertos. Y ese camino lo abrió haciendo una cornisa en las peñas y riscos, en la pura roca inaccesible, sobre abismos de pavor y de miedo, porque están cortados verticalmente como el tajo de un cuchillo. 

– ¿Eso hizo su padre?

– Sí. ¡Salud! Y ese hecho, esa gesta está en mi sangre, en mis nervios, en mi piel y en cada poro que me conforma; está en mi conciencia e inconciencia, inspirando mis trabajos. Saber que mi padre hizo ese camino sobre abismos es como si me hubiera puesto en los pies hacer otros caminos, pero ya en las estrellas. 

– ¡Salud, don Santiago! Y, entonces, ¿cómo lo hizo?

– Lo hizo capitaneando a toda la gente humilde, desarrapada, hundida en la miseria, pero de inmenso y generoso corazón como es mi gente. ¡Y eran voluntarios! ¡Voluntarios del alba!, yo los llamo. ¡Porque es la gente más sufrida los voluntarios para toda acción heroica en mi pueblo! Ahí están, para todo lo que es grande!

– ¡No llore, don Santiago!

6. El mejor día de mi vida

– Disculpe, Marcel, mi amigo. Pero ¿sabe qué?, es lo que más me conmueve y emociona. El coraje de mi gente. Y otro hecho: ¡que nadie murió!, siendo aproximadamente mil voluntarios para hacer dicha obra, nadie murió, pese a que tuvimos que cavar –¡porque yo he estado ahí, aunque todavía no nacía!– la peña colgados de cuerdas, a veces cabeza abajo, hacia el vacío, y teniendo que martillar en la roca misma, encontrando la línea imaginaria y después el sendero real de esa tremenda aventura y de esa obra ciclópea. ¿Se imagina qué tremenda responsabilidad? Por eso, yo adoro a mi padre.

– Él, ¿dónde vive don Santiago?

– Murió y aún era joven. Y me dejó siendo niño. Pero he caminado con él, que es lo que más me fortalece. Sufrió mucha pobreza de chico, pero era laborioso y forjó una heredad para mi madre. Antes de morir le dijo: Vendes la mejor hacienda que tenemos para que nuestro hijo estudie en Francia. Por eso, aquí estoy.

– Don Santiago. Este otro vino es suizo. Juré que lo abriría en el mejor día de mi vida, y que sin ninguna duda es este. ¡Salud! Y, acerca del camino, cuénteme: ¿con qué recursos se hizo?

7. ¿Por esos abismos?

– Salud, Marcel, ¡y qué lejos estoy de mi tierra! Le seguiré contando, porque ahí está la respuesta a su reflexión de hace un rato, cual es: ¿Cómo es que pago yo para trabajar? ¿Quién pagó el costo de hacer ese camino? ¡Buena pregunta!

– Para mí, eso sería interesante saber.

– ¡Los mismos que trabajaban, Marcel! Ellos erogaban y además trabajaban. ¿Quiénes? Los pobres, los desarrapados, los pongos, los más pobres del mundo! ¡Ellos! Mi padre les habló de este modo:

– ¡A usted no lo olvidaré nunca, don Santiago Antúnez de Mayolo! ¡Salud!

– Les habló así: ¡Aijinos! –Les dijo y arengó de esa manera mi padre– ¡Comuneros! ¡Hermanos de mi corazón! Así les hablaba porque es gente muy sensitiva–. ¡Aijinos! ¡Tanto he caminado por estos y otros lugares, que he logrado entrever una vía más directa para llegar a la costa y vender nuestros productos! 

– ¿Cuál, don Fermín? –Cuando mi padre les explicó por dónde se abriría la ruta, se miraron llenos de asombro.

– ¿Por esos abismos? 

8. Construir el camino

– ¡Sí! ¡Por ahí! –Exclamó mi padre. Ese sí, Marcel, aún lo escucho nítido, contundente, imperioso y urgente. Y esto, Marcel, no porque lo cuenta mi familia, sino cualquier gente de Aija le cuenta eso, en Aija que indudablemente tú vas a conocer. Pero no cuestionaron acerca de la ruta, porque creían en mi padre, sino que le dijeron: 

– Don Fermín, está bien. Nos suspenderemos como gatos. Y volaremos como cernícalos. Y martillaremos como pájaros carpinteros, por esos abismos que son pura roca. Pero ¿vamos hacerlo solo con picos y lampas? 

– También usaremos dinamita. –Les respondió mi padre. 

– Y, ¿cómo vamos a comprarla? ¿De dónde vamos a conseguirla? 

– ¡Erogando aijinos, comuneros! Yo, por ejemplo, voy a dar en estos momentos, mil soles, de entrada. Aquí están. –Replicó. Y puso el dinero en fajos de billetes. Y ahí otros dijeron: Yo, cien. Yo, diez. Yo, cinco, yo dos, yo uno, yo tengo una peseta.

– ¡Venga la peseta! –Y así fueron contribuyendo. Todos esos pobres además de trabajo tuvieron que aportar dinero para construir el camino. 

9. Desde lo alto de las peñas

– ¡Qué historia formidable la de su pueblo, don Santiago! ¡Qué vamos a entender aquí esos hechos! ¡No entran en nuestra cabeza! 

– Y de ahí viene, Marcel, ese rasgo que a usted le llama tanto la atención, de que tenemos que pagar para trabajar. ¡Así es! A mí ya me parece tan natural. Y así es. Quizá entonces sea por provenir del sitio de donde yo provengo.

– ¡Debe ser! Porque a mí me causa asombro y estupor.

– Y, bueno. De toda esa erogación de los comuneros se reunieron tres mil soles, que ya era algo. Y se compró la dinamita. Y se hizo el camino que ahora se ha ensanchado, ya es despejado y florido, pero antes uno tenía que caminar por allí encogido y agachado. 

– Un camino por la roca viva.

– Sí, como una cornisa sobre los abismos. Que lo he recorrido muchas veces, sintiendo los latidos y los pasos de mi padre. Y estoy seguro que después se hará por ahí la carretera. 

– ¡Impresionante!

– Los obreros que trabajaban eran colgados en sogas desde lo alto de las peñas, como ya le he dicho. Pero la proeza es que nadie cayó. No hubo ninguna pérdida en vidas humanas en esa obra prodigiosa. Es por esto último que yo más abrazo a mi padre en el recuerdo.

10. Usted ha arriesgado

– ¡Pagar para trabajar! ¡Claro! Ahí encuentro el antecedente de lo que a mí me sorprende ahora tanto. ¡Pagar para trabajar! Esos ciudadanos no solo abrían el camino, sino que cada uno sacaba de su bolsillo lo que tenía para erogar, ¿no es así?

– Así es, Marcel. Bueno, ya es hora de despedirme. Y nuevamente le estoy muy agradecido a usted y a sus amigos de la fábrica que me han ayudado tanto. Les saluda y agradece en mi nombre y me despide de todos ellos.

– Lo haré presente, don Santiago.

– Dígales que han sido muy amables y generosos conmigo; que he aprendido mucho y que estos días han sido decisivos para empaparme de todos los conocimientos acerca de la mejor planta de productos eléctricos de Suiza.

– Si de esta manera ayudamos a un pueblo esforzado como el suyo, está bien. Le aseguro que es tan altruista su afán, don Santiago, que si ya no lo hubiera gastado en remedios para mi esposa, el dinero que me ha dado por este reemplazo le devolvería.

– Pero sepa usted que yo no le recibiría, bajo ningún pretexto. Es una justa compensación a su valiente decisión. Además, usted ha arriesgado su puesto. De otro lado, este es un acuerdo y los acuerdos se respetan.

11. Todo luz

– Gracias.

– Usted me ayuda y yo le ayudo y de ese modo ambos solucionamos nuestros problemas, con una orientación noble, como ha sido y es aquello que nos ha conducido a hacer aquello que hemos hecho.

– Eso lo comprendo perfectamente ahora. Aunque ya le fui sincero, al principio me asusté de su planteamiento y ahora me quedo con la desazón de haberme aprovechado de algo tan benévolo.

– De ninguna manera piense así. Si no hubiera tenido la experiencia de ver por dentro el funcionamiento de una fábrica tan importante como la ALIOTH de Suiza hubiera sido como si me faltara algo fundamental. Pero ahora tengo los estudios y la aplicación de dichos conocimientos en la práctica. Y en eso usted me ha ayudado mucho.

– ¿Hace qué tiempo se graduó usted en Grenoble, don Santiago?

– Hace un año. Después he pasado todos estos meses recorriendo fábricas de Europa, sólo fábricas, ni siquiera me atraían ya las universidades, ni los centros de estudios. Y es por esta obsesión que tengo, cual es regresar a mi país cabal, pleno, completo; todo luz.

12. Por qué tanto empeño

– ¡Eso es formidable!

– No quiero tener ninguna laguna, ni área en la cual sienta un vacío ni oscuridad. O, donde yo sienta que dudo y no sepa resolver un problema. Nada que termine dándome inseguridad, y con ello condiciones para cometer errores. Todo debo de tenerlo bajo mi dominio y control. Y esa meta la he cumplido con esta experiencia.

– Y, ¿qué tiempo hace que investiga usted?

– Desde que era niño, pero de eso hablaremos cuando usted me visite en el Perú. 

– Yo iré a ver las obras que usted haya alcanzado a realizar en su país, don Santiago.

– ¡Que Dios escuche sus palabras y que esas obras alcance a construirlas lo más pronto! Esa es mi inquietud y la razón de mi retorno. 

– ¿Y por qué tanto empeño en eso, don Santiago?

– He visto demasiada pobreza y desdicha en mi tierra, Marcel, situación que puede ser solucionada. Mi país es un país a oscuras, sin luz. Nuevamente muchas gracias y adiós, amigo. Y sepa usted que también yo nunca lo voy a olvidar ni dejaré de estar infinitamente agradecido por su munificencia.

13. De vuelta a casa

– Ahora comprendo la dimensión de su compromiso, don Santiago.

Por eso, nuevamente gracias, por haberme prestado su casco, su overol y sus botas. Y haber sido hasta el día de ayer el obrero Marcel Widmer, con mucho orgullo.

– Y gracias a usted don Santiago por sacarme de un apuro tan grande. Ha sido usted un ángel providencial. Así he podido estar más cerca de mi esposa, atenderla, y tener lo indispensable para su medicina en este trance tan difícil de mi hogar. Ahora ya se está recuperando y cualquier día ya la traeré de vuelta a casa.

– Usted como yo hemos arriesgado, pero usted más que yo, le soy sincero.

– Lo he hecho por mi esposa. 

– Y esa es una noble y enternecedora causa.

– ¿Y de aquí adónde viaja usted, don Santiago?

– Paso a Austria, Alemania, Dinamarca, siempre visitando fábricas, para tomar luego el barco en Southampton, en Inglaterra, con destino a New York. Allí tendré también pasantías en diferentes establecimientos de producción de energía eléctrica. Para eso me embarcaré en un trasatlántico muy moderno que recién se va a inaugurar, cuyos boletos ya se pusieron en venta y el mío felizmente ya lo tengo comprado.

14. Quién como usted

– ¿No será en el Titanic, tan publicitado? 

– Ahí mismo viajo, Marcel. Mire, este es el boleto. Encargué y ya me lo remitieron. Partiré del puerto de Southampton el 10 de abril de 1912 a las 23 horas y 45 minutos. Todo es exacto aquí en Europa, hasta en los minutos.

– ¡Es en el Titanic!

– Sí, precisamente, en ese barco hago la travesía hasta New York, porque me interesa ver cómo funciona la sala de máquinas, los modernos sistemas de electricidad, las calderas, el sistema de llaves, las turbinas. Y si no me dejan entrar a los pisos del subsuelo, pagaré por trabajar no importa de carbonero. 

– ¡Quién como usted, don Santiago! ¡Viajar en el Titanic! ¡La maravilla de la ingeniería moderna!

– Es cierto, es algo impagable. Regreso en ese barco, que es un portento construido en un tiempo record. Quiero estudiarlo en todos sus detalles y todo lo que el tiempo me lo permita. Me he prometido no dormir durante todo el viaje.

– Don Santiago, ¡usted es un favorecido por la suerte!

15. La luz que ilumina nuestras vidas

– ¡Qué paradoja que me diga eso, don Marcel. Mi vida es renuncia y sacrificio. Y, por si acaso, no he adquirido boleto en el Titanic por placer turístico ni para estar en la piscina ni en los salones de baile. Sino por afán de investigación. Y estaré en los hornos y en las máquinas de las cuales ya he leído mucho, acerca de su construcción y funcionamiento. Debo aclararlo porque alguien podría decir: qué suerte haber estado en Basilea, en Suiza. He estado, y estoy todavía, es cierto, pero por razones de trabajo y hoy día por amistad con mi inolvidable Marcel.

– Así lo considero, don Santiago.

– Déle mis saludos a su esposa, y dígale que será un inmenso placer, y este sí privilegio para mí, recibirlos en el Perú. ¡Adiós!

Nota final: Santiago Antúnez de Mayolo tenía comprado el boleto 2,073 del viaje inaugural del Titanic. Sin embargo, como nunca había ocurrido antes, el tren en el cual viajaba de Liverpool a Southampton tuvo un percance y se atrasó una hora, no pudiendo abordar el viaje inaugural del Titanic en travesía a Estados Unidos y en el cual naufragó por efecto de chocar con un iceberg en el Océano Atlántico.

El sabio constructor de las tres más grandes hidroeléctricas en el Perú, del Cañón del Pato, del Mantaro y de Machu Picchu, perdió el viaje en el Titanic pero la providencia salvó su vida para tener la luz que ahora ilumina nuestras vidas.

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