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Está ahora tan cerca 
Si hay algo en él de lejos seré yo 


El padre en la poesía de César Vallejo 
Danilo Sánchez Lihón

 

1. En nuestra cultura

 

César Vallejo es poeta de ámbito o dimensión universal, pero hecho o tejido con lo más esencialmente andino, familiar y humilde; tramado con lo más íntimo y entrañable de lo que somos y tenemos.


Es decir, encontró la universalidad no despojándose ni renunciando a nuestra manera de ser, ni a nuestros sentimientos ni a nuestras emociones primigenias, sino cavando aquí, engrandeciendo y asumiendo heroicamente nuestro mundo propio.


Tampoco dejándose seducir por nada que tuviera lujo, resplandor o éxito, sino dejándose guiar por lo que más conmueve, se ama y compromete: cual es el ser humano, tal cual somos, dignificado con su ser así como es: común, corriente y cotidiano.


Y dentro de ese orden se ubica el sentimiento al padre, tan intenso en nuestra cultura por los sentimientos con los cuales se le enlaza, tan básico y fundamental para protegidos con él pasar por la infinitud de los tiempos.

 

César Vallejo

Porque felizmente la nuestra es una cultura en donde esos personajes son centrales, y el candor de nuestras vidas es lo primero, a tal punto que padres también son los cerros, los ríos, las lagunas y los mares. Y hasta una piedra. 

 

2. Mi padre duerme

 

César Vallejo así como a su madre, dedicó poemas entrañables, a la vez huraños e inocentes a su padre, como: Los pasos lejanos y Enereida, ambos pertenecientes al libro Los heraldos negros.

 
Dice:

            Los padres lejanos

 

Mi padre duerme. Su semblante augusto
figura un apacible corazón;
está ahora tan dulce...
si hay algo en él de amargo, seré yo.

 

Hay soledad en el hogar; se reza;
y no hay noticias de los hijos hoy.
Mi padre se despierta, ausculta
la huida a Egipto, el restañante adiós.
Está ahora tan cerca;
si hay algo en él de lejos, seré yo.

 

Y mi madre pasea allá en los huertos,
saboreando un sabor ya sin sabor.
Está ahora tan suave,
tan ala, tan salida, tan amor.

 

Hay soledad en el hogar sin bulla,
sin noticias, sin verde, sin niñez.
Y si hay algo quebrado en esta tarde,
y que baja y que cruje,
son dos viejos caminos blancos, curvos.
Por ellos va mi corazón a pie.

3. De otro tiempo y lugar

 

Lo primero en lo cual debemos poner atención y tratar de dilucidar es en el significado del enunciado: Los pasos lejanos, que ya es una oposición o un conflicto.


¿Qué son los pasos? Aquellos que proyectan nuestro cuerpo en el caminar por el mundo. Son lo más inmediato al cuerpo pero a la vez lo libre e intrincado de él.


Y son lejanos cuando se ausentan o llegan desde lo distante y remoto. Y se van con su vida y con su muerte. Y nada más cierto eso que en los pasos de un padre, que amparan pero hieren y viceversa.


Ellos nos indican que estamos acompañados y a la vez solos. Que somos autónomos y a la vez encadenados, únicos y a la vez distintos. Que nos tenemos en cuenta, que estamos varados en el mundo y a la vez unidos a los otros. Que somos extraños pero a la vez albergando en nuestro ser el pálpito de los demás.


Que al final somos uno solo. Que esos pasos del otro son también nuestros pasos, aún más de los seres queridos que llevamos y nos llevan dentro. Que sus pasos son nuestros pasos.


Que estamos hechos de pasos, que son estos de cerca y de lejos; de hoy, de aquí pero también de allá lejos, los pasos distantes, que corresponden al caminar de otro tiempo y lugar. De algunos seres como son nuestros padres.

 

4. Lo lejos y lo cerca

 

Lo estremecedor del poema es que trata de un tiempo presente que desapareció hace mucho tiempo: “Mi padre duerme” señala un acto del momento, porque tiene la connotación de lo repentino pero de algo muy lejano, que se evoca y añora. También de algo detenido, lento y hasta inacabable.


Une lo fugaz con lo perdurable, el instante con un referente de naturaleza permanente:

  ...Su semblante augusto
figura un apacible corazón;
está ahora tan dulce...
si hay algo en él de amargo, seré yo.

Como decir: velo tu sueño, estoy parado delante tuyo pero remotamente inalcanzable. Somos un imposible que se ama. Te miro desde aquí distante y esa marca en tu semblante soy yo para siempre hondo pero expulsado de ti. Ese es el drama. Soy tuyo y a la vez otro.


El poema sustancialmente es la presencia en la ausencia, lo ausente que lo tenemos presente, que es lo que más duele. Se nota dentro de mí a ti. Y yo estoy clavado en ti, como una amargura. Es esa la sustancia llorosa de que estamos hechos; de llanto y gemido. 

 

5. Se reza

 

Los pasos lejanos es un poema escrito desde la distancia y recóndito de un viaje o de un camino; desde lo furtivo y subrepticio de donde se puede avizorar todos los tiempos: como el presente y el futuro.


No es que el padre sienta el espíritu del hijo que llega sino que desde el espíritu el hijo siente y pena por un cuerpo presente y ausente que es su padre.


Y contemplar una quebrazón y un desgarramiento, cual es la huida a Egipto, no de la Sagrada Familia: sino de José hijo de Jacob, adivinador de sueños y vendido por sus hermanos a unos mercaderes.

Hay soledad en el hogar; se reza;
y no hay noticias de los hijos hoy.
Mi padre se despierta, ausculta
la huida a Egipto, el restañante adiós.
Está ahora tan cerca;
si hay algo en él de lejos, seré yo.

Hay en "Los pasos lejanos" una dicotomía de vida y muerte. Unidas y enlazadas la vida contiene la muerte y esta se nutre de vida.


Y aquello es parte sustancial e intrínseca de la condición humana. El adiós y lo lejos en los seres que más se quieren. Y en los que no se quieren es peor aún: el vacío.

 

6. Poesía esencial

 

Porque, ¿qué son los pasos sino nuestra ligazón con la tierra y con nuestro destino? Ellos nos animan, nos conducen; van o están signados por la estrella que nos guía, por el hado o la suerte que nos imprime una ruta.


Estamos en el padre, pero en oposición a él. Profundamente inherentes a él, pero como algo inclusive opuesto.

Está ahora tan cerca;
si hay algo en él de lejos, seré yo.

Vallejo no dice dura y secamente “soy yo”, sino que diluye y difumina la expresión en aquel “seré yo”, como un rictus, un gesto y una posibilidad; un quizás o un talvez sutil.


Solo que esta vez esta oposición está captada en los pasos, en esta realidad tan básica y orgánica, en donde no solo está todo el cuerpo sino toda el alma.


Si son lejanos es hondo; si esos pasos se los advierte cuando el padre duerme, peor aún. Allí se produce la sacudida y conmoción de una poesía esencial. 

 

7. Como un cuchillo

 

Porque poesía es también blandir bien un cuchillo, como cabe esperarlo en quien la asume para cambiar el mundo, como es el caso de César Vallejo.


Porque aquí se sorprende a un padre dormido, hecho que es grave cuando en él se ausculta lo amargo y lo lejos.


Ver dormir a un padre, contemplarlo inerme en una actitud de espía, de explorador impúdico del misterio del alma es tanto como cometer un crimen.


Pero si bien es un acto culpable –y Vallejo aquí lo es porque sorprende a su padre dormido, como en otro poema lo sorprende de perfil– al mismo tiempo debemos reconocerlo que es de un convicto de lesa poesía.


Y para descargo: Vallejo blande ese cuchillo, escalpelo o espada, que matan, pero también que sanan, porque igual cuchillo blande el médico ante una persona que duerme en una operación, igual escalpelo apunta el vigía que vela en la noche, igual espada blande el héroe que defiende el Morro de Arica.


Él ve dormir a su padre y recién allí capta su pureza, su ingenuidad y su ser indefenso y donde nos prueba que la poesía es observar, auscultar, espiar el sentido del mundo para cuidar por él.


Y esta vez observa a su padre para captar que es puro y es tierno, aunque en él se abatan lo cerca y lo lejos, el hoy y el ayer, la vida y la muerte, donde si hay algo en él de amargo y lejano soy yo.

 

8. El restañante adiós

 

Y es que cuando César Vallejo nació su padre ya tenía 52 años. Y en el padre él tuvo representado el enigma de lo que es o puede ser la vida y la muerte.


El padre es un anciano cuando el joven escribe "Los pasos lejanos" en 1918, siendo un mozo que frisa los 26 abriles, mientras su padre sentía ya el agobio de los 75 años a cuestas.


De allí que la figura paterna en su poesía es el destiempo:

“Ha de velar papá rezando y quizás pensará se me hizo tarde”.

Y en otro momento:

“En un sillón antiguo sentado está mi padre como una Dolorosa”.

De allí que toda la sensación que se tiene frente a él es un enlazar con el misterio. El padre es el punto de unión entre el hogar con bulla, con verde, con niñez, y la soledad donde se reza, de la niñez exultante y el derrumbe y la desaparición del hogar.


El padre es el nexo, el punto de unión y encuentro entre lo inocente y la partida, entre el adiós y lo que se queda, entre lo que se halla y lo que se pierde:

Mi padre se despierta, ausculta
la huida a Egipto, el restañante adiós.

9. A orar cada día

 

De allí que sea importante precisar algunos factores y hechos que se dieron en relación a la familia y a la figura del padre de César Vallejo.


Lo primero que cabe anotar al respecto es que la familia Vallejo Mendoza, en cuyo seno nació César Vallejo, se formó el 22 de junio del año 1869, cuando Francisco de Paula Vallejo Benites, que en aquel entonces tenía 29 años de edad, contrae matrimonio con doña María de los Santos Mendoza Gurrionero, de 19 años.


La unión se formaliza mediante ceremonia religiosa, rito que se celebra en la Iglesia Matriz de la ciudad de Santiago de Chuco; expresión reveladora de la actitud de los personajes desposados, tomando en cuenta que ambos eran hijos de sacerdotes y como tal de paternidad oculta.


Otro detalle importante es la ubicación y la conformación de la casa adonde pasa a vivir la pareja recién casada, que es un inmueble relativamente céntrico, de propiedad de la señora María de los Santos Mendoza, la joven desposada, quien es hija del sacerdote Joaquín de Mendoza y en donde un aposento central es el oratorio en donde la familia se concentra a orar en las horas más densas y hondas.


César Vallejo es el hijo decimosegundo del matrimonio. Su madre de 42 años casi muere al darlo a luz. Fue llorada a gritos por las personas de la casa cuando el último de sus hijos nacía.

 

10. El linaje del padre

 
El padre de César Vallejo, don Francisco de Paula, nació el 2 de abril de 1840 y fue hijo del sacerdote español José Rufo Vallejo y de la señora Justa Benites Rebaza.


Dos fueron los hermanos Vallejo Benites: la primogénita una mujer llamada Ygnacia Natividad Vallejo Benites, nacida el 8 de septiembre de 1837 y muerta soltera a los 49 años de edad. El otro es don Francisco de Paula, padre de César Vallejo.


El presbítero José Rufo Vallejo natural de España llegó al Perú en 1829, invitado especialmente para celebrar el casamiento del hacendado de Angasmarca don Pablo Manuel Porturas del Corral.


Se recuerda que el sacerdote era un hombre de cabellos rubios lindantes a blancos, de ojos celestes translúcidos como el cielo de la tierra en la cual terminaría de afincarse definitivamente, ojos a destacar los cuales contribuía su hábito blanco de la orden mercedaria a la cual pertenecía.


Tanto era así que se cuenta que las personas del campo se acercaban a besarle el borde de su hábito creyendo que era una aparición angélica.
Además de párroco de Santiago de Chuco lo fue de las iglesias de Angasmarca, Marcabal, Huamachuco, Mollepata y Pallasca.  


11. Ligazón con la tierra


Francisco de Paula fue propietario de pequeñas extensiones de los parajes rurales de Julgas e Irichugo, lugares cercanos y distantes a tres y dos horas de camino respectivamente del pueblo de Santiago de Chuco.


Ejerció como tramitador de asuntos judiciales, no siendo abogado titulado. Su especialidad era defender asuntos relacionados a conflictos mineros, de los muchos yacimientos que se explotan y que se ubican en parajes aledaños a Santiago de Chuco.


En alguna época tuvo a su cargo la gobernación de la provincia y como persona se le recuerda como un hombre de bien, muy querido y respetado por su decencia, de buen trato y carácter hogareño a quien, pese a la costumbre muy extendida en el pueblo, no se  le atribuye haber tenido descendencia fuera del hogar.


Ha quedado de él la imagen de un señor imbuido de mucho sentimiento religioso y dedicación a la crianza de sus hijos.


La imagen de él rezando en el oratorio de la familia en el interior de la casa y en la tenebrosidad de las horas oscuras indudablemente marcaron al hijo, como cuando dice:

“Hay soledad en el hogar, se reza”

12. ¡Pero ni eso!

 

De allí que realidades tan intrincadas de un pueblo como Santiago de Chuco y de una familia como la de César Vallejo pueden provocar una evocación a la vez tan simple y a la vez tan compleja de lo cerca y lo lejos en los pasos, como se da en el pema que comentamos.


Aquella dimensión vallejiana que lo hace un vidente, un profeta, un espíritu que ve más allá de donde podemos ver seres ordinarios como somos nosotros.


A través del poema encontramos la oposición hogar en soledad, hogar con bulla, hogar en lo apacible y en lo incierto. Lleno de estallidos de bulla, de risas y de fiesta y ya desaparecido.


Donde despierta el padre y ve que todos se han ido. No hay nadie, los hijos se han marchado, o han muerto.

“Y no hay noticias de los hijos hoy”.

Donde no sabemos nada de quienes fueron nuestros, porque no nos pertenece en absoluto la vida de las otras persona, por más que sean nuestros hijos. Cada quien tiene sus propios asuntos, lo único que nos puede llegar son noticias de ellos, ¡pero ni eso hay ahora!


Entonces de lo que se trata en "Los pasos lejanos" es del derrumbe de la casa, de la desaparición del hogar.

 

13. Tan ala

 

Del padre que estaba dormido y de repente despierta. Y únicamente ocurre para darse cuenta que todos han partido, que todo se ha esfumado.


Es la huida a Egipto, de José hijo de Jacob vendido por sus hermanos a los mercaderes.


Es el hogar quebrado. El hogar desecho. El hogar que fue y ahora ya no es nada.


Si bien el poema “Los pasos lejanos” empieza con la figura del padre y se refuerza luego haciéndose el personaje central, también es importante en el poema la figura y la evocación de la madre.


Y de la casa, del hogar en general. Y de los hijos en particular, quienes protagonizan el adiós y la partida, la huida a Egipto. Y la muerte.


En elpoema la madre ya es espíritu. De ella se dice ya no que sus pasos son lejanos, sino que están en un sitio determinado, figurado aquí como un huerto, que en verdad es un paraíso, donde ella es:

“tan ala, tan salida, tan amor. “ 

El padre, que sobrevivió a la madre, él sí se está yendo. Él está entre el sueño y la vigilia, padeciendo aún la vida. La madre en cambio saborea un sabor ya sin sabor. Y está ahora tan suave, tan ala. 

 

14. Puro pálpito

 

Los versos finales del poema nos dicen:

Y si hay algo quebrado en esta tarde,
y que baja y que cruje,
son dos viejos caminos blancos, curvos.
Por ellos va mi corazón a pie.

Somos dos caminos blancos, curvos: el de la madre y el del padre, por donde seguimos caminando sin pies. Esos caminos blancos, curvos son la muerte, pero también la vida.


Los dos viejos caminos es de donde venimos. Y por donde partimos para el reencuentro con nosotros mismos. Son nuestros padres. Cada uno es una senda genética.


Pero, ¿por qué blancos y curvos? Blancos por la espiritualidad, porque es la vida ya decantada. Y curvos para que se junten, para hacer posible el encuentro. Curvos en el lado de la posesión y en el del amor.


Y ¿qué significa “mi corazón a pie”?, me pregunta un alumno, sorprendido ante esta imagen tan original.


Significa: mi corazón abierto, desnudo, libre de envoltorios, sin ataduras, sin otros órganos que lo perturben, sino solo afecto, solo pensamiento, solo palpitación.


Ese corazón va sangrante por el camino, es puro aliento, pulso, temblor y expectación.

 

 

15. Ni siquiera la calle

 

El padre de este ser genial muere a los 84 años de edad, padre al cual adoró entrañablemente.

 

¿Qué hacía en Europa el poeta cuando aquel moría el 24 de marzo de 1924? ¿Como era su vida?


Atroz. César Vallejo se moría de hambre en París.

 

Él, cuyas notas fueron de 19 sobre 20 en el Colegio Nacional de San Nicolás de Huamachuco, quien arrasó con todos los premios académicos en la Universidad Nacional de Trujillo cuando estudió en ella.

 

Quien concitó los máximos elogios de Abraham Valdelomar, José María Eguren, Manuel González Prada, José Carlos Mariátegui, Antenor Orrego y tantos otros más, sufría en Europa la situación económica más atroz.


“Me hallo sin un céntimo, completamente pobre”,

 

Le escribe a Pablo Abril en enero de 1924. Esos días vivía en París la miseria más dura, negra y hasta feroz.


Era literalmente un cuerpo arrojado a una calle. Y en esos casos todas las calles son desalmadas, inhumanas y encarnación de la humillación y la vergüenza; porque en ellas más que frío, hambre y orfandad hay indiferencia y hay desprecio.


No tenía casa, ni un lecho donde yacer, ni un techo bajo el cual dormir. Ni se podría decir que su hogar siquiera era la calle, que vale para quienes se han resignado a ella.

 

 

16. Desde lejos

 

No es que no tuviera medios para comer, sino que no tenía ni siquiera un lugar dónde esconderse o guarecerse de las miradas de los demás.


Dormía recostado a una banca de un parque, ni siquiera en los asientos de los tranvías del metro, o en aquellas que hay en las estaciones de los trenes, en donde hay vigilantes y policías que observan y piden documentos, o para entrar a los cuales se necesitan algunos centavos a fin de pagar el boleto de entrada.


La noche en que agonizaba su padre a miles de miles de kilómetros atravesados de tierras y de mares, casi al otro lado del mundo, él tenía un frío insoportable más en el alma que en el cuerpo.


Tanto que de manera arrojada, casi inconsciente, sin tener un solo centavo en el bolsillo se atrevió a pedir un cuarto donde dormir y se alojó en un hotel barato, como un impostor en este mundo, pero con algún consuelo de algo cerrado para soportar tanto abandono.


El 23 de marzo, cuando su padre está muriendo en Santiago de Chuco, le escribe a Pablo Abril de Vivero:


“He dormido en un hotel donde no he pagado, y para salir de aquí me exigen que yo pague. Le ruego enviarme 20 francos con el portador, Sr. de Agüeros, correcto amigo mío, que por un acto de caballeresca bondad, va en esta comisión...


¡Pablo! Usted es tan bueno conmigo, que nunca podré olvidarlo”.


No le explica qué sentía. Únicamente afronta la vergüenza de pedirle a su amigo diplomático 20 francos. Tres días después subía el cortejo vestido de luto por la colina más asombrosa del planeta en donde está el cementerio de Santiago de Chuco, llevando al ataúd con el padre a quien él contempló hasta dormir desde lejos.

 

 

17. Nunca se fue

 

Muerta su madre el 18 de agosto del año 1918, su último reducto, su amarra más firme o su lazo más fuerte en este puerto que es el mundo, se rompía definitivamente.


Las cartas a su familia de aquella época, eran muchas y se han perdido.

 

Francisco Izquierdo Ríos al entrevistar en Santiago de Chuco a Aguedita, la hermana del poeta ésta le dice que las cartas de César Vallejo que les escribía eran muchas pero que se han perdido.

 

Se sabe que la muerte de su padre lo sumió en un desconsuelo sin límites.


En carta suya a Pablo Abril, del 19 del mes siguiente, a veinte y tanto días después de la muerte de su padre, le cuenta:


“Estoy muy mejor. Me he cuidado mucho, y creo que no volverá a producirse otro momento de desesperación”.


En esta nota refiere de momentos críticos, muy malos en los cuales atentó contra su vida.


Pero en el mes de septiembre sí enferma, esta vez gravemente, a tal punto que tiene que ser internado en el Hospital de La Charité, y operado luego de una hemorragia intestinal, producto de la tensión nerviosa.


En octubre de ese año el Embajador del Perú en Francia, Mariano Iberico, al conocer su deplorable estado de salud y su precaria situación económica solicita al gobierno de Lima un pasaje de regreso para César Vallejo.


No regresará físicamente jamás, pero volvió siempre. O nunca se fue, a tal punto que habla desde lejos pero también desde su casa:

Mi padre duerme. Su semblante augusto
figura un apacible corazón;
está ahora tan dulce...
si hay algo en él de amargo, seré yo.

18. El misterio

 

Volvió a estar al lado de su padre en el poema "Los pasos lejanos", al punto de sorprenderlo dormido, poema donde encontramos una densidad de contenidos y juego de contrarios y oposiciones dialécticas que solo un genio las puede concentrar dentro de una simplicidad y ternura que hacen de este poema una joya de simplicidad.


He allí palmaria esa capacidad sorprendente para captar lo huidizo, para sintonizar con lo lejano, para percibir lo inaudible y remoto, pero a la vez para ubicarse y reconocerse en lo inmediato y cercano, en lo fugaz y transitorio.


Esa proyección de su alma y de su ser que al sentir los pasos de alguien, intuye también cuando estamos ya ausentes, en espíritu. Porque los pasos de un padre dormido ¿dónde están?


En algo que puede llamarse provisionalmente el misterio. Y el misterio es todo en este mundo. Y para siempre.


Todo Los Heraldos Negros de César Vallejo es cara al misterio, a lo incógnito, a la mirada de la esfinge.


El padre mismo es una esfinge, un catafalco, una máscara hierática. Y un sarcófago.


Él intuyó y sintetizó la siguiente idea, al decir:

 

"¡Alejarse! ¡Quedarse! ¡Volver! ¡Partir! Toda la mecánica social cabe en estas palabras".

 

Los pasos lejanos es el adiós y el regreso mirados desde la figura del padre, en esa mecánica del irse y del volver incierto, vistos desde una esfinge, desde un pozo de misterio, desde aquello que resume la vida pero más la muerte por ser lejanía, en contraste con la bulla, el verde de la niñez cantarina, alegre y feliz.

 

César Vallejo no solo fue genial por su capacidad para buscar formas expresivas que el idioma no está preparado para asumirlas, sino también por esa sensibilidad para asir realidades profundas, corrientes internas pavorosas y redentoras.

Quizá, talvez, de repente, es posible, como él lo dice:

 “...como un hombre que soy y que he sufrido”

 

Danilo Sánchez Lihón

 

Instituto del Libro y la Lectura del Perú

 

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