Instituto del Libro y la Lectura del Perú, y Capulí, Vallejo y su Tierra

15 y 16 de marzo
Nace César Vallejo en Santiago de Chuco

Danilo Sánchez Lihón

Programa:

MITIN 2 DE ANIVERSARIO: “HAY HERMANOS
MUCHÍSIMO QUÉ HACER”

Jueves 15, 11de la mañana, frente al Teatro Segura
Jr. Huancavelica, cuadra 3, Cercado de Lima.
(Arengas, proclamas, canciones, declamación
de poemas, almuerzo de confraternidad).

PRESENTACIÓN DE LIBROS SOBRE VALLEJO

Manuel Jesús Orbegozo: “Vallejo periodista”
Danilo Sánchez Lihón: “Vallejo: yo que sólo he nacido”
Viernes 16, Icpna de Miraflores. Entre Arequipa y Angamos.

Ingreso libre. Se agradece su gentil asistencia.

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Ciliado arrecife
donde nací

César Vallejo


1. Labriego y hortelano de amor


En las parvas de trigo, de arveja o cebada hay un momento –cuando el trabajador rural ventea con su horqueta las gavillas, y los caballos que sujeta por la rienda pisotean las espigas y desenvainan el grano– en que el viento juguetón se cansa de soplar y separar el cereal del rastrojo y se aleja a corretear por las lomas y por los cerros.


Entonces es cuando la esposa del labriego –que es indoblegable cuando de trabajar se trata– y su racimo de niños, suben a la piedra más grande que hay cerca a la parva y con voz aguda, la más afilada y en punta que puedan hacer con sus gargantas siderales, cogen un borde del poncho del viento, lo hincan con sus voces, desinflan y lo jalan haciendo que dé vueltas; el mismo que por lo agudo, urgente y familiar de los sonidos y las palabras que se dicen da unos cuantos tumbos hacia lo lejos. Se lo ve en ese tambaleo y se le grita entonces con todo el corazón, llamándolo con voces cristalinas:


– ¡Vientooooooooo! ¡Vientoooooooo!


Y, ¡hecho curioso!, al instante llega –¡yo lo he sentido y acariciado!–; primero, como una brisa fresca y luego sopla ululante como un ventarrón, obediente a esas llamadas inocentes y llenas de confianza de la madre y los hijos. Vuelve entonces a volar la espiga que el padre, el esposo o el hermano campesino echa lo más alto que puede, haciendo que otra vez se vaya esparciendo en la parva.


Aquí el grano y allá los tallos quebrados por el pisar de los caballos, mulos o burros que dan vueltas como si jugaran al tiovivo de los parques en donde se divierten los niños.


Así, el padre de familia va obteniendo el fruto, bruno y amoroso del trigo; o el verde-malva de la arveja o el amarillo-plata de la cebada que luego nos alimentan en el yantar aldeano y que luce también en la mesa de los señores de la comarca y de la gente que vive en las ciudades, sea en los valles de los andes o en las poblaciones asentadas al borde de los océanos. 

2. Que el fruto de la parva se esparza

César Vallejo, como aquellos campesinos, es sembrador, aparcero y espigador en la parva de la poesía, de un grano mucho más precioso, como es –en el caso que quiero tratar ahora– el amor y la ternura. Como el campesino, él cultiva el grano, cuida la espiga y luego llama al viento para que expanda la buena nueva del fruto.

Y, lo hace también con el ejemplo de su vida –la espiga–, pero también con la acción del viento, que en este caso estaría contenido en la palabra, dicha primero por Jesús en sus enseñanzas y parábolas, así como luego escritas por Vallejo en libros como Los heraldos negros, Trilce, Poemas humanos y España aparta de mí este cáliz, plenos de un mensaje profundo e inolvidable en relación a todo lo intrínsecamente humano y elevadamente superior.

Jesús y Vallejo, son redentores de hondo temple religioso. Ambos son poetas porque hablan con belleza, en imágenes inagotables y con trascendencia.

Ambos, asimismo, tienen muy presente al padre y a la madre. En ambos es muy honda y sufriente la condición humana y la proyección a lo eterno.

Vallejo tiende a prodigar el bien, a esparcir a los cuatro vientos el amor y la ternura, a reclamar al viento para que venga a fin de que el fruto de la parva se esparza y desayunen todos; y a reclamarle al propio cielo para que sea “todo un hombrecito”:

pelear por todos y pelear
para que el individuo sea un hombre,
para que los señores sean hombres,
para que todo el mundo sea un hombre, y para
que hasta los animales sean hombres,
el caballo, un hombre,
el reptil, un hombre,
el buitre, un hombre honesto,
la mosca, un hombre, y el olivo, un hombre
y hasta el ribazo, un hombre
y el mismo cielo, todo un hombrecito!

El amor de Vallejo, como el de Cristo, es el de la fraternidad universal, el de la comunión de todos los hombres, el de la justicia social, de allí que su vida tenga el sello indeleble de un significado místico y un signo de salvación en el destino humano. 

3. El mundo andino es entrañas de amor

Aquel amor primigenio del que hizo vida y poesía, Vallejo lo recibió a manos llenas de sus padres, de su familia, de su gente y de su pueblo. En él se deposita algo que él sabe espigar, que sembraron y cultivaron muchos –quizá todos los hombres y mujeres, ¡y juntos!– en su pueblo, directa e indirectamente.

Ese amor se transfiere y trasiega desde hace siglos. Y lo grandioso es que él lo sabe reconocer y elevar a oración, a endecha, a poema y, al final, a himno solidario. Él es quien nos lo ofrece pero, antes, él fue forjándose a través de los siglos como recipiendario de ese amor.

Para esto –y ya más caseramente–, recordemos que es el “shulca”, el último de 12 hermanos (de 12 y no de 11, como ahora se sabe que fueron los Vallejo Mendoza). Y la madre, las hermanas y hermanos, que eran bastante mayores, lo hacían el destinatario de sus achaques y mimos; los campesinos que llegaban a la casa le hablaban y trataban con afecto y a cada persona con quien se saludaba y alternaba en la calle le entregaba también ese cariño.

Lo recibió de su madre con hondura lacerante; y su madre es una vasija modelada y pulida por su tierra natal, por su ambiente y por su cultura dadora de ese amor como un producto de su ancestro y de su raza.

Él es el “shulca” en quien se concentran esos fervores, a quien se dedican esos quereres. Pero, ¿cuántos “shulcas” hay? Uno por cada casa en el mundo andino. Pero, y ¿todos en realidad no hemos recibido esos halagos? Yo siento que en el medio andino, –que es mundo de amor– a todos se nos trata como a “shulcas”. En todos nosotros está ese amor con el cual debemos invadir el mundo, como lo hizo Vallejo.

Sintamos que ese querer de Vallejo es aquél con el cual se nos cría y amamanta en el mundo andino, con el cual se nos alimenta y nutre desde niños. Que esa pasión, que está en nuestro pueblo, en nuestras costumbres, en nuestras maneras de ser y apegarnos –y que está en la sangre que corre por nuestras venas– sea un compromiso con nuestra tierra y con Vallejo para hacerlo aún más vigente.

Que el arroyuelo del amor, de la ternura unida al compromiso, que está latente en cada representante del mundo andino, que ha emergido y que recorre el mundo, se haga militante. Sepamos reconocerlo en nuestros latidos, y conectémoslo a la adhesión a la causa del hombre. Y reparemos en él y asumámoslo como paradigma en quien ya se hizo verbo y utopía: César Vallejo.

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

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