Instituto del Libro y la Lectura, INLEC del Perú

y Capulí, Vallejo y su Tierra

Los tesoros que encierran nuestros pueblos
Danilo Sánchez Lihón
www.danilosanchezlihon.blogspot.com

1. Razón de ser frente al mundo

 

Los pueblos son nuestro patrimonio y constituyen nuestra identidad más preciada.


Deben ser por eso inalienables.


Defender su fisonomía propia, original y genuina, es defender su esencia, su entraña y su alma, sin lo cual no somos nada.


No se puede por tanto derrumbar en ellos un muro, una ventana ni una teja, sino más bien salvarlos.


No se puede en ellos cambiar el nombre de sus calles sino ahondar más en su significado.


No se puede sustraer un azulejo sino hacer que luzca mejor, ni siquiera deshacer el mandoble de un balaustre sino sujetarse más de él.


Ni siquiera una piedra puede ser menoscabada; menos desgajado de cuajo un balcón o una ventana.


¡Todas estas son presencias venerables, hieráticas y sagradas!

 

2. Son blasones

 

Debemos conservar de ellos su estirpe de pueblos nobles, de prestancia sin par y de raigambre sin límites que se hunde en el tiempo.


No eliminemos ni el tiempo ni la historia impregnada en ellos porque son blasones.


No convirtamos los pueblos andinos en barriadas, ni en la peor expresión de un suburbio, imitando construcciones foráneas.


No los troquemos en tugurios desalmados ni construyamos casas de lunas polarizadas como cubos inhumanos.


¡Esa es la consigna! ¡Ese debe ser el juramento!

 

3. Son el espíritu de los cerros que aún nos redimen

 

El Perú es un país único y significativo por su identidad. No estropeemos lo mejor que somos y tenemos.


Nuestros pueblos del interior del país son conmovedoramente hermosos.


Son diamantes en el alba.


Son el legado excelso y silencioso de nuestros antepasados, que aún nos protegen.


Son el espíritu de los cerros que aún nos redimen.


Y lo que es un legado se valora, lo que es un recuerdo adorable se conserva, lo que es una herencia se atesora.


Y se defiende hasta con la vida.

 

4. Sin alterar la esencia ni la raíz primigenia

 

Tampoco se trata de mimetizarse en el pasado.


No es el sentido inmovilizarse en una arcadia. No es el fin permanecer inertes.


Sería desquiciado no cambiar nada. ¡Al contrario!, cambiemos mucho y pronto.


En primer término, cambiemos la actitud indolente e ir a reconstruir nuestra casa nativa.


Inclinémonos reverentes a adorar y recoger sus piedras que están regadas por el suelo.


Volver a escuchar el trino del zorzal en el tejado y su mensaje de esperanza.
¡Y hay que mejorar!, que es el mejor cambio.


Hacer que todo luzca mejor, pero sin alterar la esencia ni la raíz primigenia que nos da sentido frente al mundo.

 

5. Olvidarnos sería no tener tumba digna y apacible

 

Hay un tema pendiente en nuestras vidas cual es el de retornar a nuestros pueblos de origen y encontrar allí lo perdido.


Sin eso no somos nada.


Es más: sin eso no podemos morir, sería cobardía.


Sería quedarnos a deambular por siempre y como almas perdidas.


Y en pena por las calles sin que ninguna sea nuestra calle.


Olvidarnos sería no tener tumba digna y apacible.


Sería ser parias en la muerte infinita.


Mucho peor que cualquier forma y expresión que se conozca de ser parias en la vida s ser parias en la muerte, y ello ocurre si no se vuelve allí donde se naciera.

 

6. En sus aleros permanecen tangibles los sueños

 

Nuestros pueblos encierran un tesoro invalorable. ¿Cuál es él?


¡Ser diferentes! Ser originales. ¡Y tener alma! ¡No la matemos, deformándola!


O dejando que cualquier intruso o avenido la corrompan.


Los tejados, las puertas, el artesonado de los balcones no pueden ni deben ser derruidos, reemplazándolos por ladrillos, fierros, latas y vidrios.


Los nuestros son pueblos testimonios, documentos del espíritu, constancias del alma, testimonios sagrados, códices sublimes.


Son mástiles en el alba. Verdaderos prodigios; no los hagamos pocilgas.


En sus aleros permanecen tangibles los sueños y moran en sus cumbreras los duendes benignos de nuestra infancia, ángeles candorosos con sus quenas y tamboriles.

 

7. Afiancemos nuestro canto

 

Todo en ellos es maravilla, éxtasis y utopía. No los convirtamos en cubiles, guaridas o cuchitriles.


Porque, adoptando lo que no somos nos convertimos en indigentes y míseros.


Imitando lo de afuera nos volvemos desheredados y esclavos. Hacerlo es aceptamos ser ladrones infames, porque es no valorar lo nuestro.


En cambio afirmando lo nuestro y afianzando nuestro canto, seremos señores y dueños de nuestro destino.


Por eso: deploremos esos edificios que parecen cubos superpuestos y barriles de ácidos, aceites y venenos.


Deploremos esas rejas en las ventanas que parecen cárceles.

 

8. Se nos derrama a manos llenas

 

Deploremos que en vez de las puertas de madera se estén poniendo rollos de calamina que van convirtiendo las casas en tabucos y las casonas en ferreterías.


En donde terminamos convertidos en chatarra.


Deploremos la dejadez de permitir que las calles se muestren de cualquier manera.


De pensar que la apariencia de una esquina no es importante cuando en ellas ocurren las citas de amor sublime. ¡Y donde ocurren las serenatas!


Si no tuviéramos identidad tendríamos que emprender una búsqueda apasionada y fervorosa por siquiera avizorarla.


Pero la tenemos y se nos derrama a manos llenas por entre los dedos. No la destruyamos.
 

9. El destino glorioso que el porvenir nos debe

 

Amemos el paisaje de nuestros pueblos primigenios con amor seguro y confiado.


Conservemos el patrimonio de nuestras danzas, canciones, costumbres.


Las procesiones.


Las bandas gemebundas que aún deambulan azoradas con sus sones.


Sigámoslas reverentes por las esquinas, quizá con los ojos colmados de lágrimas.


Las alfombras de flores hechas por nuestras madres para el paso de la procesión ¡nosotros no las pisemos!


Desempolvemos los libros y volvamos a contar las leyendas primigenias.


Todo para forjar el destino glorioso que el porvenir nos debe por lo mucho que hemos sufrido.

 

10. Cuando entre ellas brotan las flores

 

Levantémonos en pie de lucha en la defensa de la autenticidad de nuestras casas, calles y poblados.


Una ventana cerrada hace décadas pendiente de un muro es un espíritu guardián, un hada, una divinidad estremecida que está tendiéndonos las manos.


Movilicemos las conciencias, apelemos a la militancia de las instituciones educativas contra el sida de las construcciones espurias.


Veneremos nuestros tejados, los balcones, los patios empedrados.


Posemos suavemente la mirada en las puertas, las escaleras de las casas, los antepechos que dan al cielo límpido o anubarrado.


Tendamos los brazos y el alma a todo el paraíso que estalla en las junturas de unas piedras, cuando entre ellas brotan las flores.

Danilo Sánchez Lihón

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