Instituto del Libro y la Lectura del Perú y Capulí, Vallejo y su Tierra

13 y 15 de enero
La heroica defensa de Lima
Danilo Sánchez Lihón

Al pie de su cuerpo envuelto con la bandera

"Tenía camisa blanca
y el corazón encendido"
Juan Gonzalo Rose

1. Siguen matando heridos 

– ¡Julio! ¡No subas! ¡Baja del árbol! ¡Es peligroso!
– Recién puedo ver desde dónde disparan.
– ¡Ahora sí, afinen puntería! Del último disparo apunten veinte metros al fondo y diez a la derecha.
– Artilleros, obedezcan, –indica el teniente Villalobos a sus soldados.
 

Mira con preocupación al niño que ya está en la parte delgada del tronco del árbol de pino, treinta metros arriba. 

– ¡Correcciones hechas! ¡A la orden!
– ¡Fuego!
 

Retumba el cañón, saliendo una llamarada de fuego. Zumbando en el aire la bomba explosiona a lo lejos haciendo temblar la tierra.

– ¡Le dimos! ¡Le dimos! –exclama exaltado Julio César Escobar trepado arriba, casi al final del árbol de pino que se yergue desde un costado de la iglesia de San Juan en la hacienda de Surco. Por allí se extiende la línea de defensa alzada para detener la ofensiva del ejército chileno compuesto de 30 mil hombres armados con fusiles Conblain, ametralladoras Gatling, cien cañones Armstrong y Krupp y cuarenta barcos de guerra que bombardean implacables desde las playas del litoral cubriendo la avanzada de su tropa.

– ¡Julio, ya baja!

Da espanto verlo columpiarse con el viento cerca a la punta de aquel viejo pino que se eleva desde hace 200 años. (1)  

– ¡Siguen matando heridos! –grita–. ¡Apunten rápido! Hay otra ametralladora disparando. Está en dirección de esa veleta. Está a la misma distancia del disparo anterior. ¡Están barriendo peruanos!
– ¡Hagan lo que dice! –ordena el teniente.
– ¡Correcciones a la orden!
– ¡Apunten! ¡Fuego! –ordena Julio desde arriba.
– ¡Le dimos! ¡Otra vez le dimos! ¡Bravo! Volamos otra ametralladora.
– Ahora bájate. No vamos a disparar hasta que te bajes.
– ¡Siguen persiguiendo y matando heridos!
 

2. ¡Disparen! ¡Por Dios, disparen! 

Son las 9.30 de la mañana y la batalla de San Juan en la Defensa de Lima, iniciada a las cuatro y treinta de la madrugada, arroja resultados adversos para la resistencia peruana que hasta ese momento tiene 4 mil hombres inmolados en la planicie. Otros luchan con valor titánico. Han infligido muerte, hasta este momento, a 3,350 bajas en el ejército invasor. 

La orden de Chile es "No dejar cholo vivo en el campo", por lo cual la tropa hace el "repaso" con el corvo chileno, mutilando cuerpos aún vivos y degollando heridos. También atravesándolos con la bayoneta calada. 

Dos mil voluntarios del Perú que han entrado a batalla se arrastran contusos por el suelo buscando refugio en un hoyo o en una acequia, o debajo de una mata de mastuerzo o de yerba santa. O al pie de un huarango que crece silvestre en estos pantanos.

Son civiles que han reemplazado a las tropas regulares que sucumbieron  en la defensa de Arica, en la batalla de San Francisco y en el Alto de la Alianza, libradas al sur del Perú.

Julio César ha trepado al pino y grita a pulmón lleno:

– ¡Chilenos matan heridos! ¡Uno alza sus manos y le hunden la bayoneta!
– ¿Desde ahí ves todo?
– ¡Sí! Otro se acerca con cuchillo. Le corta la cabeza. También mata a la mujer que le suplica.
– ¡Otra ametralladora está disparando! ¡Pronto! ¡Carguen y disparen!
 

Es la avanzada de la división Chacabuco comandada por Ignacio Carrera Pinto que barre el campo dando resguardo a la tropa que ultima a los caídos y a las mujeres que los acompañan en su lucha.

– Dinos Julio la posición exacta de la ametralladora.
– ¡En dirección de la veleta! Distancia tres cuadras. Como del jirón de la Unión a Santa Rosa. ¡Disparen! ¡Por Dios, disparen!
 

3. El flamear de las banderas y estandartes 

Julio César llevaba consigo su caja de escobillas y pomadas con que había lustrado zapatos de empleados el día 12 de enero cuando las campanas de todas las iglesias de Lima atronaron con sus dobles y repiques anunciando el inminente ataque chileno.

Él desde la explanada exterior del Colegio Nuestra Señora de Guadalupe ve salir el último contingente del Batallón de Reservistas Nº 4 dirigido por el coronel Ramón Ribeyro y compuesto por niños y jóvenes mayores de 13 años, estudiantes de aquel plantel escolar.  

Julio César aspira estudiar en ese colegio, quizá por eso siente una emoción profunda al verlos cómo abordaban el tren blindado que los lleva  rumbo al frente de guerra, en dirección de Chorrillos. Antes se despiden de sus madres, hermanas y novias (sus padres están en el frente), con una mezcla de valor y honda tristeza, con orgullo y altivez. Muchos de ellos no regresarán mañana ni nunca. 

Todos marchan a defender Lima, como un deber sacrosanto. Y no hay persona que no se sienta conmovida. Trescientos estudiantes del Colegio Nuestra Señora de Guadalupe, vistiendo su traje azul de reservistas, conformaban este último contingente. Se los ve nobles y puros.

Su pecho al verlos partir a los sones marciales de la banda de músicos, y bajo el flamear de las banderas y estandartes que se agitan, se hincha e inflama de emoción queriendo estallar.

– Julio César –se dice asimismo–: ¡Decídete!

Hoy como siempre se levantó muy temprano. De cinco a siete ha corrido por la zona de Breña y Jesús María voceando: "El Comercio, con las últimas noticias" "El Nacional, con notas de actualidad" "El Peruano, diario oficial, con primicias".

De siete a nueve de hoy ha estado con su caja de lustrar zapatos en la Plaza de la Recoleta, en donde solo empleados de avanzada edad se apuran antes de ingresar a sus oficinas.

A partir de las 9 ha vendido golosinas hasta las 12 del día en que ha retornado a su casa. Ayuda a su madre. Hoy ella cocina, por eso está contento. No hay comida más rica que la que adereza su madre. Pero, con frecuencia ella realiza algún trabajo en la casa de alguna señora. Entonces él prepara los alimentos y cuida de sus hermanos: Lucía de 9 años, Carlos de 7 y Beatriz de cinco. Su padre murió hace un año en el Hospital de San Bartolomé.  

4. Espejo del alma 

Julio no está tranquilo, permanece inquieto desde el momento en que vio despedirse al contingente del Batallón de Reservistas Nº 4 rumbo a las líneas de defensa. Se anuncia que los chilenos ya tomaron posición de asalto frente a las trincheras peruanas. Hay muchos más que se enrolan para defender la capital.

– Mamá, –le dice– tú ¿cómo defiendes al Perú?
– Hay diversas maneras de defender nuestra patria. –Responde ella. Y, poniendo las ollas con fuerza, como si luchara con alguien, prosigue–. ¡Y hay que defenderla con el alma! ¿Por qué vamos a permitir que vengan a asaltarla? ¿De quién es esta tierra? ¿Acaso es de ellos? ¿Por qué la invaden? ¿Por qué matan? ¿Es tanta la codicia? ¡Yo misma saldré a defenderla!

Julio César tiene grandes ojos negros y vivaces. Es tierno. Adora a su madre, a sus hermanas y hermano. Por ellas y por él trabaja y hasta daría la vida. Sus clientes lo quieren por esa dedicación, por el encanto, la alegría y la gracia que posee, como ahora que le dicen,  poniendo su zapato en la madera en forma de pie que tiene clavada sobre su caja:

– Julio. ¡Al espejo!
– ¿Espejo de vidrio? ¿Espejo de agua? O, ¿espejo del alma?
– ¿Qué cuesta el último?
– Nada. ¡Lo mismo!, porque el alma no se vende y ahora se lo ofrenda a la patria. –Y sonríe.

Entonces se inclina, echa su aliento al zapato y le saca frenético un brillo fulgurante.


Cuando se agacha se avista su nuca delgada y sufrida. Y su pelo tupido.

– Mamá. ¿Y la gente que pierde a sus seres queridos?
– No se pierde hijo, sino se gana cuando la vida defiende la vida. ¿Acaso hemos perdido a tu padre? ¡Ves cómo él nos acompaña! ¡Y nos acompañará siempre!

En ese mismo instante, a su modo y en el alma, Julio César se alistaba como soldado en las filas del ejército peruano. Le ha dicho a su madre:

– Si no regreso, mamá, no te preocupes. 

5. Soldado Julio César Escobar 

Sigue primero la vía del tren hacia Chorrillos. Luego el sendero que toman algunos voluntarios, quienes buscan por su propia cuenta un lugar en la batalla.

Detrás de varios reductos merodea al anochecer la sombra que esparce la iglesia de San Juan y el pino gigantesco. Y allí duerme la noche del 12 de enero. Al amanecer lo sorprende el estruendo de la guerra.

Ya con la claridad del día llega un pelotón de soldados salvando un cañón ligero que reinstalan presurosos.

– ¡Dulces para todos!, de parte de la madre patria, –les sorprende con su voz, diciéndoles a continuación–; es gratis para todos los que luchan por el Perú, –y suelta un gesto que hizo reír.
– ¿Qué haces aquí? –inquirió el teniente. –Este es un lugar peligroso para ti. ¿Dónde están tus papás?
– Mi mamá peleará si nosotros no sabemos defender al Perú.
– Y, ¿tu papá?
– Desde el cielo nos está viendo cómo nos portamos hoy día.
– ¿Tienes hermanos?
– Tres, que esperan que seamos valientes
– Acaso, ¿tú también eres soldado? –se burló uno.
– ¡Sí! ¡Yo mismo soy! ¡Y me llamo soldado Julio César Escobar! ¡Presente!

Otra vez izo reír la mueca de rigidez que puso con el saludo, llevándose la mano hacia un imaginario kepí.

Pero ahora, trepado en lo alto del pino desacata la orden de su jefe el teniente:

– ¡Soldado Julio César Escobar! ¡Lo conmino a bajar y presentarse!
– ¡Mi teniente –dice desde arriba–, los chilenos han traído un cañón, jalado por mulas!
– Dinos la ubicación exacta.
– Está en dirección a esa planta de malvas. La distancia es el largo que tiene un estadio de fútbol.
– Lo están armando y apuntan hacia aquí. ¡Van a volar la iglesia!
– ¡Rápido, carguen!

Vienen más chilenos hasta ese sitio.

– ¡Apunten! ¡Fuego!
– ¡No dio! Corrijan así: veinte metros más cerca y 15 a la izquierda.
– ¡Apúrense! ¡Van a disparar!
– ¡Apunten! ¡Fuego!
– ¡Le dimos! ¡Le dimos!
 

6. Por el cielo azul, con su camisa blanca 

– ¡Julio, ya bájate! ¡Tienen que pensar que hay un vigía en el árbol!

Justo en ese momento los chilenos hicieron una descarga cerrada de toda la fusilería hacia lo largo del tronco.

– ¡Julio, no te muevas. ¡Escóndete detrás del tronco!

Permanece quieto pero sus brazos sobresalen del tallo y sus dos manos se entrelazan para mantenerse sin caer.

Decenas de balas se incrustan en la corteza y otras pasan silbando por su costado.

Una tercera descarga destroza sus brazos y esparce sus manos. Su cuerpo se desprende y vuela por los aires.

– ¡Dios! –se oye un rugir gutural de los solados peruanos.

El cuerpo de Julio César al principio parecía volar, que iba a abrir las alas y remontarse por el cielo azul con su camisa blanca; pero su caída en un momento fue vertical. Y cayó al suelo con un golpe seco en la tierra apisonada.

Los soldados corrieron y se inclinaron hacia él tratando de protegerlo con sus pechos, brazos y manos.

Abrió los ojos y balbuceó:

– ¡Viva el Perú! –y se doblegó, exánime. 

7. Sosteniendo el cuerpo de un héroe 

– ¡Ha muerto un héroe de esta patria inmensa! –dice el teniente con voz que más es un gemido.

Su cuerpo aún tibio fue recostado suavemente.

No hubo sollozos en la Defensa de Lima, salvo estos que emiten de las gargantas de los duros artilleros.

– Envuélvanle con la bandera del Perú, –ordenó el teniente–. Se enterrará en la trinchera que hemos cavado para defender la patria.

Alzaron su cuerpo. El oficial mandó hacer filas a ambos costados.

– ¡Artilleros! –rugió desenvainando su espada–. ¡Presenten...! ¡Armas!

Hicieron sonar firmemente las palmas de sus manos en las culatas de los fusiles, los sujetaron al hombro con un áspero sonido del correaje y alzaron sus frentes hacia el firmamento. Lágrimas hirvientes surcaban los rostros quebrados donde se concentra el polvo de todos los caminos del mundo.

– ¡Honor al héroe!
– ¡Honor y gloria! ¡Pundonor que vence la muerte! –gritaron al unísono.
– Este niño, hace unos momentos vivo, ahora yace sin aliento. Su sangre tierna y pura defendiendo este suelo bendito, sea la esperanza imperecedera en la patria, –expresó casi llorando el teniente.
– ¡Viva el Perú!
– ¡Viva!, –explosionaron con voces broncas y con el rostro contraído como un puño.

Traquetean más ametralladoras enemigas. Las bombas de los cañones caen y sepultan la iglesia de San Juan, pero los artilleros permanecen incólumes, sosteniendo el cuerpo del héroe.

Puesto en la trinchera, envuelto en la bandera roja y blanca del Perú, depositan su caja de caramelos y golosinas. Y suavemente le van cubriendo con la tierra de este suelo bendito ungido de gloria por los Defensores de Lima.

Referencias:

(1) El pino de la iglesia de San Juan del distrito de Surco donde ocurrieron estos hechos, se cayó en enero del año 2001, con más de 300 años de existencia

Danilo Sánchez Lihón

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