La gesta de Micaela y Tupac Amaru
Danilo Sánchez Lihón
 

1. Sus ojos en los ojos de ella

– ¡Ayyyyyyy! –Gritó, como si le rasgaran las entrañas. Alarido que estremeció a las diez mil almas reunidas en la plaza del Cuzco.

Fue un grito desgarrador que estremeció la plaza Huakaipata del Cuzco y sus confines.

Un grito que laceró la tierra. Eran las 10.15 de la mañana del 18 de mayo de 1781, seis meses después que se iniciara la gesta tupamarista en noviembre de 1780 y que conmocionó al imperio español, el más poderoso de la tierra.

Hasta ese entonces ninguna queja ni súplica ni lágrima en aquella mujer, salvo la mirada perdida y dominada por una tristeza infinita cuando escuchó su sentencia:

“...pena ordinaria de muerte, con algunas calidades y circunstancias que causen terror y espanto al público”.

Reza el texto del edicto, y así ella lo oyó cuando se lo leyeron.

Túpac Amaru y Micaela Bastidas

Soportó estoicamente cuando a Hipólito Tupac Amaru Bastidas, su hijo mayor, le cortaron la lengua y el borbotón de sangre manchó la camisa celeste que llevaba puesta.

Era su primogénito, de 20 años, que no dejó de mirarla tiernamente desde que subió a la tarima en la cual lo ejecutarían, dejando posados sus ojos en los ojos de ella, hasta el último momento de su vida.


2. Una masa hierática

Pero cuando subido al patíbulo le anudaron la soga al cuello y súbitamente templaron hacia arriba, estremeciéndose en al aire su cuerpo, con las manos atadas hacia la espalda, solo allí se escuchó aquel grito desgarrador que conmovió hasta a las mismas piedras, torreones y montañas del Cuzco. Y el sol pareció oscurecerse.

Solo a partir de entonces lo que era un circo, una feria y un carnaval de horror y de infamia, se tornó en un silencio sepulcral, en las diez mil almas que contemplaban los suplicios que se estaban infligiendo a la familia y colaboradores de la gesta que encabezara Tupac Amaru II, sublevación que contó con la colaboración de su esposa, capitana del ejército de retaguardia, la bella y tenaz Micaela Bastidas.

Desde el amanecer se habían ejecutado a los grandes capitanes del movimiento insurreccional.

Y antes del martirio del linaje del cacique de Surinama y Tungasuca se dio muerte a José Berdejo, Andrés Castelú, Antonio Oblitas y Antonio Bastidas.

Luego a Francisco Tupac Amaru y a Tomasa Titu Contemayta.

El público colmado en la plaza, exclamaba gritos de furor y palabras soeces, apoyando el ajusticiamiento de cada uno de los reos. En cambio, hacia los cerros una masa hierática de indios permanecía silenciosa e inescrutable.


3. Los sayones vinieron a llevarla

– ¡Escarmienta indio criminal! ¡Delincuente! ¡Asesino!

– ¡India desgraciada! ¡Salvaje! ¡Homicida! –Gritaba la turba enardecida, ante cada muerte.

Había sido demoledor el terror que habían sentido meses, semanas y días antes, ante el asedio e inminencia de la captura del Cuzco por parte de los rebeldes.

Por eso ahora los que habían sentido que peligraban sus posesiones, canonjías y hasta sus vidas, se desahogaban, escarneciendo a los vencidos.

El grito de Micaela, inconsciente y desvalido, traicionándola a ella misma, emergió desde sus entrañas de madre. Y recién el llanto se le agolpó en sus ojos y bañó sus mejillas al ver a su hijo colgado y bamboleante en la cuerda.

Mirándolo lloraba como una niña indefensa, sola en el universo, como está siempre una madre con el hijo que pare y ha albergado en sus entrañas.

Ningún momento antes se quebró, ni suplicó, ni imploró, ni depuso su actitud digna y señera ante las autoridades españolas y criollas que la escupieron y patearon.

Después de ejecutado Hipólito ella sería la inmolada. Los sayones vinieron a llevarla, la ataron una soga al cuello y la arrastraron por el suelo de la plaza.


4. Ser mujer

Micaela Bastidas la esposa de Tupac Amaru II, era cabeza indiscutible de la rebelión más devastadora del siglo XVIII en contra del poder más implacable y omnímodo del continente americano y del planeta Tierra.

Ella acompaña decidida y cabal esta sublevación por dos razones sencillas y fundamentales. La primera: porque le duele en el alma y en todo su ser el dolor y el oprobio con el que se persigue, se abusa, se explota y mata a la gente.

Y dos, lo hace por una razón mucho más conmovedora y admirable todavía, cual es: porque ama y cree en su marido, a quien invoca en todas sus proclamas y en todas sus cartas. No solo en las que le dirige a él sino a los otros y estando lejos, que es como tenerlo a él inherente e íntimamente formando parte de sí misma.

Y siendo así su lucha, su himno y su canto son desde la inmensa y hermosa condición de lo que es ser mujer.

Porque tiene esa sabiduría de lo que es lo femenino: ¡ser mujer!

Y esta es una omnisciencia que, en quien la tiene, no caben equívocos.

De allí que no se ha retractado nunca de su participación en esta rebelión que ha tenido una grandeza y dramaticidad totales, porque es una rebelión biológica.

Es la culminación de un largo proceso de rebeliones frecuentes y continuas.


5. Y en el mismo cadalso

Negarlo hubiera sido negar a su familia. Más que ideología en esta lucha hubo familia, vecindad, sentido humano de naturaleza herida. De allí que han luchado los hijos, los hermanos, los primos, los cuñados. Y el gran contingente de ofendidos que han sido millares.

Ella ha acompañado a Juan Gabriel en toda su gesta, en la cual ha sido su confidente, el muro de sus lamentos y en donde él se sostiene y reclina su frente. Es su paño de lágrimas al ver tanta injusticia e iniquidad para su raza y su pueblo.

Ella en todas estas confidencias no lo desanima, no le dice: ocúpate de algo útil y conveniente. No le dice: sé realista. No le dice seamos prácticos, tenemos una posición que mejorar. Forjemos riqueza. En la medida que somos ricos otros lo serán. No le insiste: hagamos nuestra casa, nuestra fortuna y dediquémonos a nuestros hijos.

No. Supo entender algo más hondo, inherente a lo que es dignidad de especie, a heredad social y sentido histórico.

Por eso, de sus manos después han salido los permisos para franquear caminos, para asignar responsabilidades, para comprometer contingentes en la lucha.

De sus labios han salido arengas, proclamas y contraseñas. Ha sido su promesa, su juramento y su consigna: “Morir donde muera mi marido”.

¿No es glorioso? Y así se cumplió. Porque ella murió a su lado. Y en el mismo cadalso.


6. Mujer lluvia, humus, fogón

Nació en Tamburco, distrito de la provincia de Abancay, a cuatro kilómetros al norte de esta capital, el año 1745.

Era muchacha de una belleza sin par, rara e insólita. Hija de padre de ascendencia africana y de madre mestiza.

Por eso, su porte era esbelto. Y tenía la tez clara, del color del pan; aunque le decían “zamba”.

Dicho apelativo era porque además de alta y delgada, su cuello era largo y empinado, que en la serranía era poco frecuente tener aquel cuello de garza, de parihuana o de vicuña, como ella lo tenía.

Fue mujer notable por su hermosura. “Bellísima”, dijo de él un contemporáneo que la conoció. Pero, a la vez, su actitud era tierna, fiel y trabajadora. Mujer lluvia, humus, fogón.

Se casó en Surinama, el 25 de mayo del año 1760, a la edad de 15 años.

Aprendió a leer y a escribir, enseñada por José Gabriel, su esposo, hecho que en aquel tiempo estaba prohibido que lo pudiera practicar una mujer.

Sus hijos fueron Hipólito, quien nació en 1761. Mariano, en 1762 y Fernando en 1768.


7. Es la madre amorosa

Su esposo, José Gabriel Tupac Amaru era arriero, dueño de piaras de mulas. Indio, en cuanto a fisonomía, alma y temperamento. Pero indio instruido, culto, que estudiaba y leía mucho.

Él la formó pacientemente y compartió con ella todas sus inquietudes, ideas y esperanzas.

Ambos se sublevaron por indignación ante tanto oprobio y atrocidad. Se levantaron en armas por impaciencia sacrosanta; por el dolor, el abuso, el sufrimiento y la muerte que se blandía sobre la gente.

Se sublevaron con ellos la gente más castigada, miserable y empobrecida de la Tierra. Y esa es la desmesura sobrehumana de este levantamiento.

Capitaneado por una pareja de esposos con un sentimiento muy hondo y muy claro con respecto a su pertenencia a su lar de origen y a su cultura.

Quienes conversaban mucho, alentaban sueños para sus hijos y desvelos por el pueblo.

Ella es la esposa dulce y abnegada que sabe oír y comprender. Es la madre amorosa que cuida, protege y se desvela por sus hijos.


8. Pelea con las entrañas

Él le confesó cuánto le hería el dolor y el padecimiento de su gente. Ella lo escuchó, razonó junto a él y estuvieron de acuerdo en reclamar primero, gestionar después y, poco a poco, la única alternativa fue decidirse por la lucha ante la ignominia.

Tomaron preso al reincidente Antonio de Arriaga, abusivo excomulgado por el Obispo Moscoso, por sus cruentos delitos y que seguía ostentando un omnímodo poder. Y lo ejecutaron en la Plaza de Tungasuca, en reacción a la explotación inhumana que causaba dolor, expiación y muerte.

Micaela siempre le dio a él la prerrogativa de las decisiones, amándolo con amor tierno, reverente y consumado.

Él le encomendó en la lucha la difícil tarea de organizar la retaguardia del ejército, conseguir y administrar la economía, tender la red de las comunicaciones, proveer de los abastecimientos, controlar el movimiento de las armas, urdir y mantener la malla fina del espionaje.

En todas sus apelaciones siempre lo hace invocando el nombre de “su marido”. Y qué bien y que hondo suena en sus labios ese epíteto. O cuando escribe con su propia mano esta frase: “Hijo Peche”. A él lo llama su hijo. Y en las despedidas pone: “Tu Mica”. Combate pues bajo una égida: lucha como mujer, pelea con las entrañas.

En sus cartas ya en plena campaña guerrera ella lo llama: “Chepe mío”, “Cariño”, “Hijo pepe”, “Hijo de mi mayor aprecio”. Y en sus despedidas: “Es tu Mica”, “Tu Micaco”, “De Vuesa Merced, su amante compañera”, “De Vuesa Merced su amantísima esposa”.


9. Mira más al centro y al fondo

En esa vorágine, en esa crueldad y horrores de la guerra, en ese pavor de los sables, los incendios y las batallas, jamás se apaga su ternura ni su infinito cariño, pese a que él con sus acciones hacía que todo peligre.

Sin embargo, al final esta relación tiene todos los visos de haber sido no solo apasionada sino también irremisible. Eso ahora lo sabemos, no solo por el contenido de las cartas en donde a veces le dice palabras de reproche y desengaño, sino por una carta de lacerante despedida, donde ella le dice como cualquier mujer: ¡adiós!

Todas las evidencias apuntan a que el motivo de tal desavenencia, y esto se deduce por el contexto en que lo dice, es que él no cumple con lo que ella lo ha hecho jurar: la capturar el Cuzco. Y esto antes de que fuera reforzado por un ejército de 16 mil soldados que marchan desde Lima.

“Chepe mío: tú me has de acabar de pesadumbres, pues andas muy despacio paseándote en los pueblos...”

Y con advertencias y consejos así se forja y se hace a un hombre. Y ella lo hizo. Aquí se muestra cómo lo ama y lo modela. Con ternura le dice: “Chepe mío”. Y luego: “Me has de acabar de pesadumbres”, ¡captura el Cuzco! Porque ella mira más al centro y al fondo de los hechos y las cosas.


10. Te digo adiós

Él tenía heridas. Ella el bálsamo, además de la luz y calidez para ver más claro y más lejos. Y eso es saber forjar hombres.

Ella ve la meta final. A conquistar eso lo lanza, lo alienta y arriesga ella misma la vida. ¡Capturar el Cuzco!, es la consigna.

Por eso, ha de quedar como bandera en toda lucha esa proclama: ¡Capturar el Cuzco! O posesionarse de la ciudad sagrada de los Incas.

“Tú me ofreciste cumplir tu palabra, pero desde ahora no he de dar crédito a tus ofrecimientos, pues me has faltado...”

“Yo ya no tengo paciencia para aguantar todo esto, pues yo misma soy capaz de entregarme a los enemigos para que me quiten la vida...”

En otra carta le advierte:

“...y puedas despachar otro propio para Pachachaca a cortar el puente cuanto más antes... y si no lo puedes hacer avísame para que yo lo haga sin demora, ¡porque en esto está el peligro!”

Y en otra:

“Ya que te has hallado en esos lugares, caminaremos el día citado a entregarnos y morir sin remedio por lo que te digo adiós...”


11. Esposo, amante y cómplice

Ahora son las 10.15 de la mañana y ella sube, paso a paso, al patíbulo, una tarima pintada de color verde, de 4 por 4 metros, alzada frente al atrio de la iglesia catedral del Cuzco. Viste blusa blanca muy sencilla y una falda negra y larga.

Ha subido ya al estrado y quieren abrirle la boca para cortarle la lengua y aún atada se niega, apretando los dientes y retorciéndose. Y no pueden separarle las mandíbulas, por más forcejeos que hacen los verdugos.

Le dan golpes de puño en la cara que sangra. Sigue doblándose sin poder introducirle el cuchillo. Finalmente desisten de cortarla. Lo recuestan al garrote y violentamente los esbirros dan vueltas a la palanca que tuerce el dogal. Ajustan lo más que pueden, pero ella sigue respirando. Su cuello es muy fino y delgado y el mecanismo del aparejo no logra asfixiarla.

Cogen entonces una cuerda entre varios y de ambos lados jalan y aprietan, mientras otros verdugos con las culatas de sus fusiles la golpean la cara, los seños, el vientre y el sexo, hasta dejarla exánime arrojando su cuerpo de la tarima al suelo.

Por la tarde sería cortada la cabeza, descuartizada y sus miembros repartidos por diversos confines. Y otros quemados en una pira en el cerro Piccho, junto con los restos de su jefe, esposo, amante y cómplice.


12. Jinetes y palafrenes

Y después le llegaría el holocausto a su copartícipe y cónyuge, el cacique José Gabriel Tupac Amaru.

La macabra y espeluznante manera de cómo debe cumplirse la condena para él ha sido diseñada especialmente por el Visitador General José Antonio de Areche, quien ahora observa desde un balcón de la plaza. Él ha dibujado, trazado en planos y figuras, y ha dejado solazarse sus bajos instintos acerca de cómo debe ser la ejecución.

Nunca antes en la historia humana hay un antecedente que se parezca a este bestial y monstruoso espectáculo.

Sus miembros serán arrancados por cuatro caballos que tirarán hacia las cuatro esquinas de la plaza, briosos y espoleados.

Jinetes y palafrenes irán arrastrando los pedazos cercenados por las calles.

Atravesarán las esquinas con el sonido bronco de la carne humana rebotando en las piedras.

Y, sobre todo, dejando el rastro sanguinolento en todo adoquín que toquen, para que toda la gente después registre esas huellas en sus sueños, pesadillas, conciencia y subconciencia.


13. Obligándole a mirar

Subirán las colinas arrastrando los miembros extirpados, para luego ser quemados en una pira. Y la cabeza del caudillo puesta en una picota.

En estos momentos a él sí logran cortarle la lengua.

Ahora, amarrado de pies y manos se tienden riendas sujetas a las monturas de los caballos.

Se lo jalona y su cuerpo flota y vibra en el aire, pero no pueden arrancarlo.

Tiran una y otra vez en que se tiempla, subiendo y vibrando en el aire por sobre los techos y cayendo a tierra con golpes secos.

Mientras lo hacen la gente aúlla, grita, chilla, vocifera, entra en paroxismo.

Se alza un sordo rumor de los indios en los contornos. Aún está vivo en el suelo. Y alza la mano dirigida hacia los cerros ordenando a su gente que se calme. Reconocen que no pueden arrancarlo a pedazos.

Desisten. Entonces le cortan la cabeza y los miembros con un hacha. Y por la tarde sus miembros son divididos y enviados a las colinas hasta donde iban a ser arrastrados por los caballos.

A su hijo Fernando, de 12 años que ha querido agachar la frente y esconder la mirada para no ver morir primero a su hermano, después a su madre y luego, de esta forma, a su padre, los soldados españoles le alzan la cabeza tirándole de los pelos para que vea y le dan de culatazos en el cuerpo obligándole a mirar.


14. Que nadie ose jamás

¿Por qué los mataron así? ¿Por qué tanta saña, atrocidad y vileza? Hay razones ineludibles que lo explican. Y una es: ¡porque es mucha la riqueza que explotan y que se llevan de este reino!

¡Porque son muchos los privilegios, placeres, posiciones, gangas y ventajas; situación que para ellos no debía peligrar nunca!

Porque eran muchas las delicias, los halagos, la soberbia de los españoles.

Y no querían que de ello se les despoje jamás.

Porque era mucha su fastuosidad. Y unos miserables no iban a venir a querer arrebatárselas ni hacer peligrar esas ventajas.

Y les enfurece otro hecho peor: saben íntimamente que esos indígenas tienen razón. Que ellos son los legítimos dueños de estas posesiones. Y eso les duele mucho más en su conciencia.

Estas son tierras suyas, que los habían arrebatado con perfidia, negándoles incluso su condición de seres humanos, de lo cual habían hecho, incluso, doctrina de fe.

La desmedida crueldad y el ensañamiento son lógicos: quienes escarmentar para que nadie ose jamás volver a pensar siquiera en ello.

Para ahogar todo grito de rebelión.


15. A la altura de su codicia

Porque, ¿dónde se ha visto que el público presencie el descuartizamiento por caballos desbocados? ¿En qué lugar de la Tierra y en qué tiempo, jamás?

Lo revela además la pena que se sentencia, que abarca no sólo a los vivos sino a los que nacieran. Dice literalmente:

“que se extinga toda su descendencia, hasta el cuarto grado”

Perdieron toda cordura estas bestias enmascaradas de nobleza y señorío. Es decir los que nacieran serían victimados.

Este es un derecho y una justicia que sentencia a los que aún no han nacido.

¿Qué los hacía tan delirantes? La riqueza, las prebendas, la concupiscencia.

Este suplicio fue a la altura de su codicia. El Perú valía mucho en oro, en tierras, y en judicaturas.

Y castigaron ferozmente este movimiento porque venía a cuestionar toda esa riqueza en base a la muerte de los indígenas.


16. Amor sublime e infinito

Para dejar constancia de que nadie cuestionara estos hechos de quitarles su botín, su medio no de vida sino de ser viciosos y holgazanes, el suplicio estuvo a la medida del susto que pasaron.

Estuvo a la estatura de las imágenes que sus reflejos había ya elucubrado de lo que les iba a suceder, porque en su subconciencia ellos mismos ya se habían condenado a los suplicios más horrendos.

Lograron entrever ¡qué les sucedería en relación a sus comodidades y beneplácitos!, pero más en relación a las sanciones morales que merecían ellos mismos.

Ya tenían configurados esos castigos, por la infamia en la cual estaban sumidos, si triunfaba la revolución.

Sin embargo, dentro del horror queda algo por rescatar. En esta gesta surge algo excelso para nuestras vidas. ¿Y, qué es ello?

Es el cariño de Micaela y el de José Gabriel, como un amor sublime e infinito.

Juntos tejieron uno de los grandes amores de la historia humana.

¿Cómo? ¿Estos indios? ¿Estos salvajes? Sí. Por las siguientes razones:


17. Amor cristalino

Porque ellos dos creen, sienten y piensan juntos, abrazando el mismo propósito.

Porque son ambos, fusionados, que se iluminan en función de ideales y de principios supremos.

Porque es un amor hecho de coraje y valor totales. Que saben del horror al cual se enfrentan y lo asumen.

Porque es amor de empresa común, de proyecto mutuo y de intención coligada, que en este caso es instaurar la justicia social, paliando los sufrimientos de la gente, para después gestar la libertad de un continente.

Es entrega total, absoluta, sin cálculo, medida ni disculpas.

Si es posible hasta morir en el intento, tal y como realmente después ocurriera.

Porque estuvieron unidos en la vida y en la muerte. Guerrearon uno al lado del otro.

Porque tuvieron inteligencia y valor para apoyarse.

Porque ella, sutilmente femenina, supo a él darle la jefatura de todo y el poder para tomar las decisiones trascendentales.

Porque en el fondo de todo esto perdura el amor cristalino, profundo, absoluto hacia los otros seres humanos.


18. Asumió ese destino

Es un amor sublime de la historia humana:

Porque fue un amor sin regateos, ni menudencias ni menoscabos. No en función de las cosas, no en función de los intereses mezquinos.

Porque tomaron una decisión y la cumplieron, cual fue echarse a los hombros los problemas que padecía la humanidad doliente.

Porque largas temporadas él se ausentaba por su oficio de arriero y ella paciente y amorosamente lo esperaba anhelante.

Porque la separación física fue constante pero la unión espiritual fue igualmente intensa.

Porque se confiaron mutuamente secretos. Y, si cabe denominarlo así: secretos de Estado, porque cada carta que se intercambiaron sería botín para los servicios secretos enemigos, porque eran decisivas enfrentándose al imperio más poderoso de la Tierra.

Porque era imposible que en esa época una mujer pudiera alzarse en armas. Y él la preparó para ese cometido. Y ella asumió ese destino con arrojo y valentía.

Porque no lo abandonó, aduciendo que el sentido de ella era cuidar a los hijos y de él hacer solo e independiente su campaña, como ocurrió en casi todos los casos de los movimientos insurreccionales del planeta.


19. ¡Qué honor más grande!

Porque los derechos cívicos de la mujer no es pelear contra el hombre sino junto a él contra la estructura social injusta y aberrante.

Porque la competencia entre hombre y mujer es pérfida, cuando el enemigo es el sistema.

Porque se amaron de a verdad. Y, consiguientemente con ello, al bien, a la belleza y a la virtud. Y se consagraron a cultivarlos.

Porque ella creía en él. Porque era noble, sincero y augusto. Y jamás quebrantó esa majestad.

Porque estuvo a su lado y sucumbió con él.

Porque en algún lugar del cosmos se han reencontrado.

Porque queriendo castigarlos el enemigo los unió al final de sus vidas y en sus muertes aparentes, porque están más vivos que nunca.

Porque al quemar juntos en una misma pira sus miembros cercenados, los juntaron y los hicieron fuego eterno, que salva, redime y purifica.

¡Qué honor más grande les hicieron sin darse cuenta!


20. ¡Son herederas de Micaela!

Se unieron en cenizas. ¡Allí sus bocas confidentes, sus palabras secretas están dándonos consignas!

Porque cuando construyamos el Perú del futuro, digno y hermoso, Micaela será la flor que se siembre en todas las plazas de nuestro país enaltecido.

Y con la misma crueldad con que los golpearon hemos de defender ahora culturalmente a quienes sufrieron.

Y Micaela será la flor del color más fulgurante, pleno y valeroso. ¡Váyanla escogiendo, niños y jóvenes!

Daremos el nombre de Micaela a las nieves perpetuas de los andes, a las cascadas, a los arroyos, a los valles profundos hermoseados con el vuelo de las torcazas.

Micaela se llamará el mejor maíz, la mejor papa, la mejor quinua. Y la fruta más dulce.

La mejor trinchera en el combate se llamará Micaela.

¡Jóvenes mujeres y hombres de mi pueblo! ¡Son herederas de Micaela Bastidas!

Siendo así ¡siéntanse gigantescas, poderosas e invencibles!

 

Danilo Sánchez Lihón

 

Instituto del Libro y la Lectura del Perú

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

Email: echinope@gmail.com

Twitter: https://twitter.com/echinope

Facebook: https://www.facebook.com/letrasuruguay/  o   https://www.facebook.com/carlos.echinopearce

Linkedin: https://www.linkedin.com/in/carlos-echinope-arce-1a628a35/ 

Círculos Google: https://plus.google.com/u/0/+CarlosEchinopeLetrasUruguay

 

Métodos para apoyar la labor cultural de Letras-Uruguay

 

Ir a índice de ensayo

Ir a índice de Sánchez Lihón, Danilo

Ir a página inicio

Ir a índice de autores