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Agosto, mes de los niños, las cometas, el deporte y los pueblos indígenas

 
 

6 de agosto
La épica victoria de Junín
Las huellas de nuestros sueños

Danilo Sánchez Lihón
dsanchezlihon@aol.com 
danilosanchezlihon@gmail.com

 

1.

Siendo las 4 de la tarde de hoy, 6 de agosto del año 1824, la batalla ya está irremediablemente perdida para el ejército patriota, integrado principalmente por fuerzas colombianas, peruanas, argentinas, venezolanas y chilenas. Otra vez la victoria es para el arma de la caballería española, hace centurias imbatible.

Pero aún se escucha el choque de sables, el galope y el piafar de los caballos, los gritos y quejidos de los heridos en el aire translúcido de la tarde. Es horrendo el acezar de los que caen atravesados por las lanzas, el bronco retumbar de los cuerpos antes ágiles que se desploman sobre la tierra. El agudo quejido de quienes son atravesados por las espadas, y otra vez el relincho de los caballos al escape. O de los que se doblegan descoyuntados, o abiertos por algún tajo, hecho al quitar el cuerpo el combatiente al cual iba dirigido el sablazo.

Los escuadrones independentistas en estos momentos siguen siendo diezmados por las armas punzocortantes realistas, aunque algunos ya se baten en retirada. El agrupamiento que comanda directamente el general Miller va amenguando desordenado, pese a la bravura con que siguen luchando.

2.

En estas circunstancias es que el comandante Isidoro Suárez, de apenas 23 años y jefe de los dos escuadrones que no han sido tomados en cuenta para ingresar a batalla, pide a su ayudante de campo, el teniente José Andrés Rázuri, que solicite órdenes concretas al General José de La Mar, acerca de las acciones que deberían tomar.

Ya Bolívar ha emprendido veloz carrera montado en “Palomo” su alazán blanco, huyendo desde el altozano desde donde ha contemplado la batalla, a unirse con la infantería que avanza a dos leguas de distancia al mando del General Sucre.

José Andrés Rázuri se acerca apresurado al General La Mar y aun galopando le consulta:

– El coronel Isidoro Suárez pide órdenes e instrucciones para los dos escuadrones a su mando.

– ¡Que huyan! –Dice a gritos La Mar– ¡Que emprendan la fuga! ¡Sálvense! ¡Escapen como puedan!

3.

Rázuri espolea su caballo de regreso, bordeando el escenario de la batalla.

Le conmueve el titubeo de nuestras banderas, que aún flamean inhiestas. Y presiente el holocausto de los sueños más acariciados de una patria libre.

– ¿Qué dice? –Insiste Suárez con ansiedad al verle llegar.

Las palabras parecen habérsele atascado en su boca.

Ya terminan de pasar los jinetes españoles persiguiendo a los grupos dispersos de patriotas americanos.

– ¡Cuál es la orden! –Amenaza Suárez haciendo cabriolear su caballo.

Rázuri, al divisar otra vez cómo se escarnece a los nuestros, consciente que arriesga la vida, cambia en su mente y después en su boca la orden. Y las palabras sin vacilar brotan inatajables:

– Dice: ¡Ataquen como puedan! ¡Esa es la orden!

4.

Rázuri después de haber respondido otra vez ha vuelto los ojos al campo de batalla en el momento en que se acuchilla a varios jinetes patriotas

Al decirlo ha sido consciente, como ironía, que el cambio apenas distan dos sílabas, que ni siquiera modifica totalmente una palabra completa. Pero que de repente de ello depende la libertad de América e ineluctablemente ahora también su destino.

Es inminente que por ello será fusilado, sin atenuantes ni apelaciones al alterar una orden en pleno campo de batalla, cualquiera sea el resultado que se obtenga. El Código Militar en tal sentido es estricto.

Pero todo sacrificio por el sueño de una patria libre vale la pena. Al final, la orden de ¡Escapen!, en el sonido, está tan cerca de: ¡Ataquen! ¡Apenas parece cambiada!

¡Qué ironía! ¡A veces nos divide la vida de la muerte, apenas el hilo de una tela de  araña! ¡Y siempre un soplo más breve u otro más duradero!

5.

Para Isidoro Suárez la orden, tal y como ha sido anunciada, es lo que él esperaba. Y se regocija por ello. ¡Ahora es el momento de cargar!, piensa.

Por eso, sin demora levanta su espada, investido de un fuego sagrado, tres veces la blande en el aire, que relumbra ante sus más de cien hombres montados sobre mulas y caballos que hieren con sus belfos espumosos el aire de la tarde.

Antes de hincar los talones en los ijares de su corcel, se oye primero decir:

– ¡Soldados! ¡Desenvainen…! ¡Espadas!

Y luego prorrumpe en un grito:

– ¡Húsares del Perú! ¡Al ataque!

Cien voces resuenan como si temblara la tierra en un grito límpido y unánime:

– ¡Al ataque!

6.

Pican espuelas y arremeten con tal furor que hacen trastrabillar a todo un ejército ya victorioso, a quien atacan por la retaguardia, y quienes ya sentían haber ganado la batalla.

El ímpetu es tal que no dejan jinete sobre caballo enemigo. Uno a uno va cayendo.

Ahora todo es un bosque tupido y trabado de lanzas y sables.

El rasguito de las espadas se oye como bordones graves, o a ratos agudos lamentos de guitarras.

O los gritos de quienes son cercenados o acuchillados con la espada, o atravesados por la lanza, se confunde con los clarines sonámbulos.

El rasguito a alas de moscas de los cuchillos entona con los tambores lejanos.

El vuelo cortante de las espadas, cuando surcan el aire, es el mismo sonido a cuerdas de mandolinas que se rasgan, se rompen y se callan para siempre.

7.

En Junín todo gira en redondo y es translúcido, abierto a los cuatro confines, donde no hay punto de referencia, salvo el lago como un orto.

Aquí no hay sombra, todo es transparencia, donde hemos subido a soñar un mundo nuevo y mejor.

¡En Junín el aire es esencia, y la esencia es luz inmarcesible! Aquí se está al final y al principio de todo, de la tierra y del cielo.

Colindante a Junín solo caben el sueño y la utopía. Y a encontrar y seguir aquí la huella de los sueños hemos venido.

Peregrinos de una patria nueva, de una realidad mejor para nuestros hijos.

Donde se cabalga como en el techo de la tierra. Y se pelea con los ojos desorbitados por las fantasmagorías.

Hemos soñado tanto la libertad en este aire. Y la hemos sentido como si al fin ya fuéramos a encontrarla. Y, es más, como si ya estuviéramos abrazados a ella.

8.

Más arriba ya solo quedan las estrellas.

Un paso más y ya es caer al infinito.

Junín es venir a luchar en la cima del mundo.

Aquí hemos subido a idear una patria mejor. En esta frontera y límite con la quimera, donde el aire nos torna luz primigenia.

Aquí todo es translúcido. No sabemos si las espadas son las que antes de ser blandidas cuelgan de nuestros cinturones. O si son las que lucen desenvainadas en nuestras manos.

O si espada es la luz y el aire en nuestros corazones. O si espada es el aire abierto en esta planicie inacabable. O si espada es el viento que bate las espigas de la paja brava de los pajonales.

Aquí el aire que se respira son bocanadas de luceros que parecen iluminar por dentro nuestra sangre, la misma que será ofrendada.

Aquí todo se esclarece, todo se refleja y todo relumbra. Aquí hasta la muerte es transparente. Y todo misterio deja de serlo, porque se lo ve de una a otra orilla, en su centro, de uno a otro de sus bordes.

9.

¿Cómo es que estamos aquí? ¿De qué manera hemos llegado? ¿Hoy día nos tocará morir? ¿Quién propuso y empezó esta batalla?

Ocurrió que al avizorar la polvareda del Ejército del Rey empezamos a trotar en nuestras cabalgaduras. Y luego a perseguirlos como impulsados por no dejar que nuestro sueño se esfume o desaparezca.

Hacia el costado derecho el lago de Chincaicocha espejea como una lámpara de plata.

Aquí el terreno en cualquier momento se hunde y nuestros caballos se atollan en la tierra negra. Y es incierto cada paso para volver a pisar terreno sólido.

Esto lo ha calculado bien Canterac, quien ha pasado momentos antes por estos mismos parajes. Y ha considerado providencial la oportunidad de atacarnos con su poderosa caballería.

10.

Es él un sabueso de la guerra que todo lo sopesa al instante y al milímetro. Con él nada queda desprevenido y nada tiene pérdida. Por eso, es él quien ha empezado. Y sabe a ciencia cierta que hoy va a destrozarnos, hasta el punto de hacernos añicos.

Tan seguro está de su victoria que un cuerpo de artillería que tenía apostado detrás de su caballería al mirarnos despreciativo lo ha despachado para que avance junto al resto de su ejército siguiendo su camino, mientras él ha quedado en compás de espera.

Canterac está calculando la velocidad de nuestra marcha, el terreno por el cual atravesamos, la distancia en tiempo que media entre su caballería y la nuestra, los minutos en que le tardaría llegar con sus primeros lanceros a las primeras filas de nuestra tropa.

Se ha figurado incluso las primeras muecas de triunfo  y los primeros estertores de nuestros jinetes. Y todo se viene cumpliendo así con espantoso detalle.

11.

La caballería nuestra ingresa a una encrucijada por el flanco izquierdo del lago, entre un puñado de rocas escarpadas y el pantano.

Y en el minuto preciso y en el espacio cabal da la orden exacta. Ordena a sus escuadrones, de ir avanzando, a retroceder sorpresivamente hacia nosotros, y en carrera vertiginosa de sus corceles, con furia y demoledor impacto, nos ha asestado un golpe feroz y contundente.

Ya Junín a esta hora parece una bella alborada ensangrentada por miles de sables, lanzas, espadas y cuchillos. Nosotros corremos agitados, embriagados por la sangre, el sudor y el jadear de los caballos.

El ataque frontal que Canterac ha infligido, antes que nuestros escuadrones pudieran salir de la encrucijada de las rocas y el pantano, es de una exquisita genialidad.

El ataque ha sido contundente y demoledor, con un cálculo asombroso entre las distancias, tiempo, terreno del suelo y condiciones de los caballos para llegar en el momento oportuno.

12.

Además su orden es concluyente:

– ¡Ataque total, a fondo y a muerte!

Y no le han cabido dudas de una victoria plena y absoluta, como en realidad se está produciendo.

Se lucha a 4,100 metros sobre el nivel del mar. Mil jinetes de las fuerzas patriotas están envueltos entre las rocas, el pantano y los aceros afilados de sus enemigos.

1,300 jinetes realistas, ordenados en nueve escuadrones, hace más de mil años no conocen lo que es una derrota.

Solo dos escuadrones de los nuestros han podido desplegarse. Y los demás se apretujan sin ninguna capacidad de maniobra.

Poco a poco la caballería del Rey ha ido ganando la batalla y ya varios escuadrones de los nuestros han iniciaron la fuga.

Es en esta circunstancia que ha ocurrido la consulta y luego el ingreso a batalla de los Húsares del Perú.

13.

Y en apenas veinte minutos están revirtiendo la contienda. Necochea estaba herido y hecho prisionero y acaba de ser rescatado. Miller huía y ha vuelto. Y en estos momentos contraataca, encerrando a la caballería enemiga entre dos frentes.

Bolívar emprendió la fuga, se dice que para apurar a la infantería, y ver si con ella algo aún se puede salvar.

Pero, en estos momentos, más bien se persiguen a las escuadras realistas. Y Canterac deja el campo de batalla sin creer lo que sus ojos están viendo.

Y es que nunca antes la caballería española había sido abatida de ese modo. Nunca antes había sido tan horrendamente acuchillados y atravesados los jinetes por las lanzas enemigas, aún antes de la Reconquista de España y la expulsión de los moros.

14.

345 cuerpos de jinetes del ejército realista han quedado regados en el campo de batalla. 400 caballos ensillados con todos sus aparejos pasan a manos del ejército patriota. 17 jefes y oficiales del Ejército del Rey yacen muertos en la pampa. 80 prisioneros, entre jefes y soldados, restañan sus heridas.

No ha habido un solo disparo, ninguna explosión que produjera humo, ninguna detonación ha denigrado ni contaminado esta ara del sacrificio. Una ley sacrosanta ha querido que este sea un rito y una gesta heroica.

No lo ha mancillado el humo de ninguna detonación ni la pólvora de ninguna cobardía. Todo ha sido zumbido de espadas. Todo fuerza del músculo y del coraje.

Ha sido una contienda épica, como nunca viera la historia en un lugar tan alto, en donde las únicas testigos son los cuerpos celestes y las galaxias. En una altura en que el aire se enrarece, la tierra está escarchada y crece aquella paja brava que es el ichu, entre el sueño y la utopía de América.

15.

Ya ha cesado el combate. Ya se detuvo la persecución.

La trabazón ha sido feroz, tanto que la mitad de muertos patriotas en esta contienda ha sido de los Húsares del Perú, que han quedado regados en el campo.

Algunos cuerpos aún yacen colgados del estribo de los caballos que relinchan y se sacuden impacientes.

Los jinetes del ejército realista del general Canterac sobrevivientes finalmente han emprendido la fuga más humillante durante largos siglos en que no habían sido abatidos.

La masa de bronce de la caballería del Regimiento Húsares del Perú, que se ha investido de gloria esta tarde, en su gran mayoría provienen de Trujillo, Chiclayo, Lambayeque y de la cuenca del Mantaro.

Pero, no nos engañemos: no son blancos, ni altos, ni lucen uniformes rojos con azul, estampados de sutaches dorados.

No nos equivoquemos, son gente del pueblo, como nosotros.

16.

Los Húsares del Perú es un ejército de montoneros mestizos, la mayoría cetrinos, que han combatido en guerra de guerrillas al ejército colonial, que los teme como a nadie.

Para que no quepa dudas, todos visten de poncho, a ratos increíblemente colgado del hombro. Y todos tienen un lazo envuelto que cuelga de la silla de sus caballos.

En su mayoría usan un sombrero gacho de lana de vicuña en la cabeza.

Como armas tienen espadas, cuchillos, lanzas o picas que manejan con increíble destreza.

Ellos ya se han enfrentado en cientos de escaramuzas al ejército español.

Ellos mismos se han organizado y no reciben pago alguno de nadie.

700 peruanos se han incorporado en Rancas al ejército libertador el día 3 de agosto, es decir hace tres días. Y ellos son los que han dado la victoria.

17.

Cuando los primeros mensajeros han llegado hasta el refugio de Bolívar y le han dado la noticia de la victoria este no podía creerla.

– ¡Imposible! –Ha sido la palabra más frecuente que ha salido de su boca.

Su expresión ha sido de incredulidad total, hasta ver el parte de batalla que le enviara el General Miller, escrito apresuradamente a lápiz.

Informado por la unanimidad de los jefes su primer gesto ha querido inmortalizar la gloria de la caballería peruana dictaminando que el nombre de Húsares del Perú pase a denominarse Húsares de Junín, decisión a su vez desacertada.

Sin embargo, el General La Mar, jefe de la división peruana ha mandado llamar al teniente José Andrés Rázuri, natural de San Pedro de Lloc, población muy cerca de Trujillo, sobre quien pende orden de fusilamiento, y a quien interroga.

Tras amonestarle severamente con gesto adusto por su intolerable indisciplina, le dice de manera tajante:

18.

– Supongo que usted conoce el Código Militar.

– Sí, mi general

– ¿Entonces, que significa cambiar una instrucción en el campo de batalla?

– Pena de muerte inminente e inapelable.

– ¿Es usted totalmente consciente de ello?

– Sí, mi General.

– Entonces, ¡deme una razón valedera y convincente por la cual no deba yo fusilarlo! O, ¿quiere morir?

– Amo la vida, mi General.

– Quiero decirle primero que soy consciente, y todo el ejército patriota lo sabe, que a usted se debe la victoria de esta tarde, pero ya sabe que en este tipo de decisiones los resultados no cuentan, cualesquiera que hayan sido.

19.

– Sí, mi General.

– ¿Entonces? Dígame una razón.

– Si me permite, le diré dos: La primera: Decidí arriesgar mi vida porque continúa el complot en contra del Ejército del Perú, que se nos dejó fuera de la batalla en nuestro propio suelo.

Aludía a que esos dos escuadrones Bolívar los había desestimado completamente. Ni los tomó en cuenta. Los dejó en la retaguardia por olvido o por desprecio.

­– Esta aseveración agrava su situación. ¿Y la segunda?

– Vi la huella de nuestros sueños entre la yerba y la escarcha en la pampa de Junín. Y consideré que nuestro ejército debía seguir esas huellas.

La Mar se queda largo rato mirándolo:

– Usted me ha dado dos razones trascendentes. Y admiro su coraje, ¡soldado!

Y levantándose de su asiento lo abrazó efusivamente.

20.

Ahora bien: ¿por qué fue importante la victoria de Junín? Por lo siguiente: el arma principal del ejército español en tierra siempre fue la caballería, desde tiempos inmemoriales. Y jamás significó tanto destrozar esa moral, como esta vez. En esta batalla se destruyó un mito. Y ya sin mito el ejército realista dejó de ser invicto.

En Junín el ejército patriota venció al arma de caballería del ejército español, considerada imbatible. Así como sucumbió la Armada Invencible española de Felipe II, el 31 de julio de 1588 ante el ataque inglés, así en las pampas de Junín los montoneros del Regimiento Húsares del Perú asestaban el golpe mortal a las tropas de caballería del Rey español.

La gloriosa caballería realista sufrió su revés más total y profundo. Nunca antes la caballería española había sido vencida de esa manera. El caballo soberbio y piafante hasta cuando muere, había sido para los aborígenes la muestra de que los conquistadores eran dioses.

A partir de ahora el caballo ya no estaba más en las manos del conquistador sino en las nuestras.

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Danilo Sánchez Lihón
dsanchezlihon@aol.com
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Nota del editor de Letras Uruguay: Los textos elaborados por prestigiosos escritores, ensayista, en este caso, permiten adosarle otros materiales para mayor conocimiento de la figura tratada. En esta oportunidad son tres videos y una imagen, disponibles, de tiempo atrás, en la web. Twitter del editor de Letras Uruguay: @echinope

 

HOMENAJE A LA GLORIOSA BATALLA DE JUNÍN

 

LA BATALLA DE JUNÍN Y BOLÍVAR. POR EL PERÚ

 

LA BATALLA DE JUNIN

 

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