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19 de enero
Hoy nace Santiago Antúnez de Mayolo
Santiago Antúnez, en el alma y la fábrica
Danilo Sánchez Lihón
capulivallejoysutierra@gmail.com
dsanchezlihon@aol.com

 
 

 

1. Ojalá que un día

– Ayer que le vi, don Santiago Antúnez de Mayolo, realmente qué bien que le asienta el casco y el overol de la fábrica ALIOTH, de Basilea, Suiza.

– Gracias, Marcel, muchas gracias. Usted es un hombre de veras bondadoso. Este gesto de invitarme a comer en su casa, estando su esposa hospitalizada y teniendo que preparar usted mismo la comida, en verdad me conmueve y enaltece. Es algo que me acompañará siempre como una expresión de un significado muy hondo para mí, además pensando en la razón aparentemente anómala, por la cual nos hemos conocido; hecho que tendré en cuenta para darme fuerzas a fin de seguir luchando y no desmayar en el trabajo.

– Don Santiago, es a usted a quien yo agradezco y admiro. Y nunca olvidaré su ejemplo, el de un hombre consagrado a sus ideales. Y siempre me haré la ilusión de conocer su tierra y su cultura, el Perú, que aquí relumbra como un país de fábula. Es común oír decir entre nosotros “Vale un Perú”, para expresar que estamos ante una promesa muy grande, sustantiva y transformadora.

– Ojalá que algún día tenga ese honor, Marcel, de recibirlo a usted y a su familia en mi país; pues, cuando se le ocurra viajar, por favor me avisa.

– Gracias, don Santiago. Muchas gracias.

2. Digno de apoyo

– Aquí le dejo mi dirección, porque debo compensarle todo lo que usted ha hecho por mí, puesto que no deja de tener osadía y riesgo el que yo haya podido ingresar, durante un mes, a sustituirle, con su tarjeta de trabajo, su overol, su casco y sus botas, favorecido yo por el gran parecido que tengo con usted.

– Cuando me lo planteó me asusté, le confieso. Y lo tomé con mucho recelo, porque, imagínese: ¿Quién paga para trabajar? ¡Nadie! ¿Hay alguien en el mundo que proponga a un desconocido pagarle mil francos por sustituirlo trabajando un mes en una fábrica? ¡Nadie!

– ¡Pero yo, sí! Es que quiero decirle que yo solicité antes a los directivos de la fábrica ingresar a conocer los procesos que aquí se aplicaban y no les importaron mis títulos ni las recomendaciones que traía de mis profesores y de la Sociedad de Industriales de su país.

– ¡Claro! Usted, sí. Me ofreció una compensación y ha cumplido. Pero, ¿a quién se le ocurre? Uno duda y se pregunta: ¿Qué quiere este señor? ¿Qué hay detrás de todo esto? ¿Cuál será su intención? ¿Qué propósitos persigue? ¿Es un espía? Pero cuando me mostró su documentación, sus estudios y, sobre todo, cuando me explicó cuál era su motivación ya entendí claramente y me pareció digno de apoyarle.

– Es que la experiencia de trabajar en una fábrica enseña mucho. Y no siempre la valoramos como una calificación importante en nuestras vidas.

3. Un visionario

– Se cumple en trabajar, pero no se valora.

– Sin embargo, ¿cuántos no quisieran aprender todo lo que se puede conocer laborando en ellas?

– Es que la mayoría lo toma como un trabajo rutinario, para proveerse de un sustento y de otros recursos. Solo usted, que se ha propuesto metas muy altas qué cumplir y valiosas para su país, como es construir estas fábricas, lo asume de otro modo y lo valora, ¿no es así?

– Así es. Tres metas, Marcel, me he propuesto cumplir regresando a mi país...

– Pero antes, permítame preguntarle don Santiago: tengo un buen vino francés. ¿Será posible que lo sirva?

– Bienvenido sea el vino, Marcel. Y le estaba diciendo que esas tres metas son: luz eléctrica para los pueblos, acero para la industria y fertilizantes para alcanzar una alta producción agrícola. En esos tres campos quisiera tener los conocimientos más avanzados que hay en el mundo y los logros más convenientes para mi país.

– Ya ve. ¿No le decía? Todo lo tiene claro. Y es usted un visionario, don Santiago. ¡Salud!

4. Es un juramento

– ¡Salud, Marcel! Le aseguro que tan pronto regrese al Perú voy a poner toda mi alma en conseguir logros muy concretos en estos tres rubros. Y yo le estoy muy agradecido a usted, amigo, por la oportunidad que me ha dado en sustituirlo. Se lo agradezco de veras y en nombre de mi pueblo, porque yo quiero decirle que todo mi trabajo lo inspira el amor a mi lar nativo, que es Aija; todo lo inspira mi tierra querida. Y he llegado a otra conclusión, mi querido Marcel, cual es que el Perú fue hecho como un reto para los ingenieros, a fin de que la ingeniería ponga allí su cuota de inteligencia, de ingenio y sacrificio para hacer de él el país glorioso que fue y otra vez vuelva a serlo en el futuro.

– ¡Caramba, si hubieran más personas como usted, don Santiago!

– Es el anhelo de servir a mi lar natal el que me alienta, me da el tesón, la constancia y el esfuerzo en el estudio y la vergüenza para haber hecho, entre los dos, el plan que hemos llevado a cabo. Pensar en su desarrollo hace vibrar mi pecho de emoción profunda. Siempre Aija ha sido mi inspiración, mi refugio y mi consuelo. Todo lo hago por mi pueblo. Jamás me interesa el dinero. Y yo pienso vivir siempre pobre. Además, es eso lo que he jurado.

– ¿Usted ha jurado ser siempre pobre?

– Sí, Marcel. Pero, siempre estar consagrado al trabajo.

– ¿Serían sus maestros quienes le inculcaron todos estos principios?

5. ¡Voluntarios del alba!

– Yo creo que sí. Pero déjeme que le cuente algo muy íntimo, Marcel; no lo he referido antes y primera vez que lo cuento, cual es que hay un referente que sostiene mi vida. Y que es mi acicate y un símbolo para mí. Y es este: mi padre abrió un camino de Aija al mar, hacia la costa, en donde están los puertos. Y ese camino lo abrió haciendo una cornisa en las rocas más duras y en las peñas más empinadas. Es un camino entre los riscos, en la pura roca inaccesible, sobre abismos de pavor y de miedo, porque están cortados verticalmente como el tajo de un cuchillo. Y, ¿cómo lo hizo? Principalmente con pico y martillo.

– ¿Eso hizo su padre?

– Sí. ¡Salud! Y ese hecho, esa gesta está en mi sangre, en mis nervios, en mi piel y en cada poro que me conforma; está en mi conciencia e inconciencia, inspirando mis trabajos. Saber que mi padre hizo ese camino sobre abismos es como si me hubiera puesto en los pies hacer otros caminos, pero ya en las estrellas.

– ¡Salud, don Santiago! Y, entonces, ¿cómo lo hizo?

– Lo hizo capitaneando a toda la gente humilde, a los desarrapados, a los hundidos en la miseria, pero de inmenso y generoso corazón como es mi gente. ¡Y eran voluntarios! Todos eran voluntarios. ¡Voluntarios del alba!, yo los llamo. ¡Porque es la gente más sufrida los voluntarios para toda acción heroica en mi pueblo! Ahí están, para todo lo que es grande! Los ricos hicieron mil reparos y al final no aportaron nada. Pero los pobres sí, dieron todo si es posible hubieran dado sus vidas. Dieron hasta la última moneda y lo inmenso de su adhesión y su fervor sin condiciones. Y así se abrió el camino.

– Pero, ¡no llore, don Santiago! 

6. El mejor día de mi vida

– Disculpe, Marcel, mi amigo. Pero ¿sabe qué?, es lo que más me conmueve y emociona. El coraje de mi gente. Y otro hecho: ¡que nadie murió!, siendo aproximadamente mil voluntarios para hacer dicha obra, nadie murió, pese a que tuvimos que cavar –¡porque yo he estado ahí, aunque todavía no nacía!– la peña colgados de cuerdas, a veces cabeza abajo, hacia el vacío, y teniendo que martillar en la roca misma, encontrando la línea imaginaria y después el sendero real de esa tremenda aventura y de esa obra ciclópea. ¿Se imagina qué tremenda responsabilidad? Por eso, yo adoro a mi padre.

– Y él, ¿dónde vive ahora don Santiago?

– Murió y aún era joven. Y me dejó siendo yo niño. Pero caminé los primeros años con él, que es lo que más me fortalece. Sufrió mucha pobreza de chico, pero era laborioso e hizo una fortuna que legó a mi madre. Antes de morir le dijo: Vendes la mejor hacienda que tenemos para que nuestro hijo estudie en Francia. ¡Júrame! Mi madre juró, como podía jurarle todo en ese momento. Y hubiera vendido hasta el último terrón con tal de salvarlo, pero ya nada se podía hacer. Por eso, aquí estoy.

– Don Santiago. Este otro vino sí es suizo. Juré que lo abriría en el mejor día de mi vida, y que sin ninguna duda es este. ¡Salud! Y, acerca del camino, cuénteme: ¿con qué recursos se hizo? 

7. ¿Por esos abismos? 

– Salud, Marcel, ¡y qué lejos me siento de mi tierra! Pero le seguiré contando, porque ahí está la respuesta a su reflexión de hace un momento, cuando usted decía que no entendía cómo es que yo pago para trabajar. ¿Quién pagó el costo de hacer ese camino? ¡Buena pregunta!

– Para mí, eso sería interesante saber.

– ¡Los mismos que trabajaban, Marcel, pagaban! Ese es mi país. Ellos erogaban y además trabajaban. ¿Quiénes? ¿Acaso los ricos? ¡No! Los pobres, los desarrapados, los pongos, los más pobres del mundo! A ellos mi padre les habló de este modo:

– ¡A usted no lo olvidaré nunca, don Santiago Antúnez de Mayolo! ¡Salud!

– Les habló así, Les dijo: ¡Aijinos! –Les dijo y arengó de esa manera mi padre– ¡Comuneros! ¡Hermanos de mi corazón! Así les hablaba porque es gente muy sensitiva–. ¡Aijinos! ¡Tanto he caminado por estos y otros lugares, que he logrado entrever una vía más directa para llegar a la costa y vender nuestros productos!

– ¿Cuál, don Fermín? –Preguntó la gente. Cuando mi padre les explicó por dónde se abriría la ruta, se miraron llenos de asombro.

– ¿Por esos abismos? Abrieron un rato la boca y después se echaron a reír. Rieron mucho, lo cual era buen signo. 

8. Construir el camino

– ¡Sí! ¡Por ahí! Exclamó mi padre. Eso sí, Marcel, aún lo escucho nítido, contundente, imperioso a mi padre; y, sobre todo, urgente. Y esto, Marcel, no porque lo cuenta mi familia, sino cualquier gente de Aija le contará a usted cuando me visite, porque indudablemente usted va a conocer mi tierra. Pero, no cuestionaron acerca de la ruta, porque creían en mi padre, sino que le dijeron:

– Don Fermín, está bien. Nos suspenderemos como gatos. Y volaremos como cernícalos. Y martillaremos como pájaros carpinteros, por esos abismos que son pura roca. Pero ¿vamos hacerlo solo con picos y lampas?

– También usaremos, en los tramos muy necesarios, dinamita. –Les respondió mi padre.

– Pero esa poquita dinamita ¿cómo vamos a comprarla? ¿De dónde vamos a conseguir dinero?

– ¡Erogando aijinos, comuneros! Yo, por ejemplo, voy a dar en estos momentos, mil soles, de entrada. Aquí están. –Replicó. Y puso el dinero en fajos de billetes. Y ahí otros dijeron: Yo, cien. Yo, diez. Yo, cinco, yo dos, yo uno, yo tengo una peseta.

– ¡Venga la peseta! –Y así fueron contribuyendo. Todos esos pobres además de trabajo aportaron dinero para construir el camino.

9. Desde lo alto de las peñas

– ¡Qué historia formidable la de su pueblo, don Santiago! ¡Qué vamos a entender aquí en Europa hechos así! Aquí, donde todo tiene su precio, ¡sencillamente no entran en nuestras cabezas!

– Y de ahí viene, Marcel, ese rasgo que a usted le llama tanto la atención, de que tengamos que pagar para trabajar. ¡Así es! A mí ya me parece tan natural. Quizá entonces sea por provenir del sitio de donde yo provengo.

– ¡Debe ser! Porque a mí me causa asombro y estupor.

– Y, bueno. De toda esa erogación de los comuneros se reunieron tres mil soles, que ya era algo. Y se compró la dinamita solo para los tramos en que la roca se volvía granito muy duro. Y se hizo el camino que ahora se ha ensanchado, que ya es despejado y florido, pero antes uno tenía que caminar por allí encogido y agachado.

– ¡Un camino por la roca viva!

– Sí, como una cornisa sobre los abismos. Que lo he recorrido muchas veces, sintiendo los latidos, los pasos de mi padre y hasta su respiración y su aliento. Y estoy seguro que después se hará por ahí la carretera.

– ¡Impresionante!

– Los obreros que trabajaban eran colgados en sogas desde lo alto de las peñas, como ya le he dicho. Pero la proeza es que nadie cayó. No hubo ninguna pérdida en vidas humanas en esa obra prodigiosa. Y es por esto último que yo más orgullo tengo abrazo a mi padre lleno de lágrimas.

10. Usted ha arriesgado

– ¡Pagar para trabajar! ¡Claro! Ahí encuentro el antecedente de lo que a mí me sorprende tanto. ¡Pagar para trabajar! Esos ciudadanos no solo abrían el camino, sino que cada uno sacaba de su bolsillo lo que tenía para erogar, ¿no es así?

– Así es, Marcel. Y bueno, ya es hora de despedirme. Y nuevamente le estoy muy agradecido a usted y a sus amigos de la fábrica que me han ayudado muchísimo. A todos ellos les saluda y agradece en mi nombre y me despide con mis más efusivos abrazos.

– Lo haré presente, don Santiago.

– Dígales que han sido muy amables y generosos conmigo; que he aprendido mucho y que estos días han sido decisivos para empaparme de todos los conocimientos acerca de la mejor planta de productos eléctricos de Suiza.

– Si de esta manera ayudamos a un pueblo esforzado como el suyo, está bien. Le aseguro que es tan altruista su afán, don Santiago, que si ya no lo hubiera gastado en remedios para mi esposa, el dinero que me ha dado por este reemplazo con gusto lo devolvería.

– Pero sepa usted que yo no le recibiría, bajo ningún pretexto. Es una justa compensación a su valiente decisión. Además, usted ha arriesgado su puesto. De otro lado, este es un acuerdo y los acuerdos se respetan.

11. Todo luz

– Gracias.

– Usted me ayuda y yo le ayudo y de ese modo ambos solucionamos nuestros problemas, con una orientación noble, como ha sido y es aquello que nos ha conducido a hacer aquello que hemos hecho.

– Eso lo comprendo ahora perfectamente. Aunque ya le fui sincero, que al principio me asusté de su planteamiento y ahora me quedo con la desazón de haberme aprovechado de algo tan benévolo.

– De ninguna manera se reproche usted así. Si no hubiera tenido la experiencia de ver por dentro el funcionamiento de una fábrica tan importante como la ALIOTH de Suiza hubiera sido como si me faltara algo fundamental en mi carrera. Pero ahora tengo los estudios y la aplicación en la práctica de dichos conocimientos. Y en eso usted me ha ayudado mucho.

– ¿Hace qué tiempo se graduó usted en Grenoble, don Santiago?

– Hace un año. Después he pasado todos estos últimos meses recorriendo fábricas de Europa, sólo fábricas, ni siquiera me atraían ya las universidades, ni los centros de estudios. Y es por esta obsesión que tengo, cual es regresar a mi país cabal, pleno de conocimientos, completo; todo luz.

12. Por qué tanto empeño 

– ¡Eso es formidable!

– No quiero tener ninguna laguna, ni área en la cual sienta un vacío ni oscuridad. O, donde yo sienta que dudo y no sepa resolver un problema. Nada que me haga sentir inseguro, y con ello tener vacíos que me predispongan a cometer errores. Todo debo de tenerlo bajo mi dominio y control. Y esa meta la he cumplido con esta experiencia.

– Y, ¿qué tiempo hace que investiga usted?

– Desde que era niño, pero de eso hablaremos cuando usted me visite en el Perú.

– Yo iré a ver las obras que usted haya alcanzado a realizar en su país, don Santiago.

– ¡Que Dios escuche sus palabras y que esas obras alcance a construirlas lo más pronto! Esa es mi inquietud y la razón de mi retorno.

– ¿Y por qué tanto empeño en eso, don Santiago?

– Porque he visto demasiada pobreza y desdicha en mi tierra, situación que puede ser solucionada. Mi país es un país a oscuras, sin luz. Pero, nuevamente muchas gracias y adiós, amigo. Y sepa usted que también yo nunca lo voy a olvidar ni dejaré de estar infinitamente agradecido por su extraordinaria gentileza.

13. De vuelta a casa 

– Ahora comprendo la dimensión de su compromiso, don Santiago.

Por eso, nuevamente gracias, por haberme prestado su casco, su overol y sus botas. Y haber sido hasta el día de ayer el obrero Marcel Widmer, con mucho respeto y orgullo.

– Ha sido usted un ángel providencial, por haberme sacado de un apuro tan grande.. Así he podido estar más cerca de mi esposa, atenderla, y tener lo indispensable para su medicina en este trance tan difícil de mi hogar. Ahora ya se está recuperando y cualquier día la traeré de vuelta a casa.

– Usted como yo hemos arriesgado, pero usted más que yo, le soy sincero.

– Lo he hecho por mi esposa.

– Y esa es una noble y enternecedora causa.

– ¿Y de aquí adónde viaja usted, don Santiago?

– Paso a Austria, Alemania, Dinamarca, siempre visitando fábricas, para tomar luego el barco en Southampton, en Inglaterra, con destino a New York. Allí tendré también pasantías en diferentes establecimientos de producción de energía eléctrica. Para eso me embarcaré en un trasatlántico muy moderno que recién se va a inaugurar, cuyos boletos ya se pusieron en venta y el mío felizmente ya lo tengo comprado. 

14. Quién como usted

– ¿No será en el barco llamado Titanic, tan publicitado últimamente?

– Ahí mismo viajo, Marcel. Mire, aquí tiene el boleto. Encargué y ya me lo remitieron. Partiré del puerto de Southampton el 10 de abril de 1912 a las 23 horas y 45 minutos. Todo es exacto aquí en Europa, hasta en los minutos.

– ¡Viaja usted en el Titanic!

– Sí, precisamente, en ese barco hago la travesía hasta New York, porque me interesa ver cómo funciona su sala de máquinas, observar los modernos sistemas de electricidad, las calderas, el sistema de llaves, las turbinas. Y si no me dejan entrar a los pisos del subsuelo, pagaré por trabajar allí dentro no importa desnudo y de carbonero.

– ¡Quién como usted, don Santiago! ¡Viajar en el Titanic! ¡La maravilla de la ingeniería moderna!

– Es cierto. Es algo impagable. Regreso en ese barco, que es un portento construido en un tiempo record. Quiero estudiarlo en todos sus detalles y todo lo que el tiempo me lo permita. Me he prometido no dormir durante todo el viaje con tal de estudiarlo hasta el mínimo detalle.

– Don Santiago, ¡usted es también un favorecido por la suerte! ¡Viajar en el Titanic!

15. La luz que ilumina nuestras vidas

– ¡Qué paradoja que me diga eso, don Marcel. Mi vida es renuncia y sacrificio. Y, por si acaso, no he adquirido boleto en el Titanic por placer turístico ni para estar en el salón de baile, ni en la piscina ni en los salones de juego. Sino por afán de investigación, en los sótanos. Y estaré en los hornos y en las máquinas de las cuales ya he leído mucho, acerca de su construcción y funcionamiento. Debo aclarar esto, porque alguien igual podría decir: ¡qué suerte haber estado en Basilea, en Suiza, admirando el atrio de la catedral tan famosa!, y que ni siquiera –lo digo con vergüenza– he visitado. He estado, y estoy todavía en Basilea, es cierto, pero por razones de trabajo y hoy día por amistad con usted, mi inolvidable Marcel.

– Así lo considero, don Santiago.

– Déle pues mis saludos a su esposa, y dígale que será un inmenso placer, y este sí privilegio para mí, recibirlos en el Perú. ¡Adiós!

– ¡Adiós, don Santiago!

Nota final: Santiago Antúnez de Mayolo tenía comprado el boleto 2,073 del viaje inaugural del Titanic. Sin embargo, como nunca había ocurrido antes, el tren en el cual viajaba de Liverpool a Southampton sufrió un desperfecto y tuvo el retraso de una hora, no pudiendo abordar el viaje inaugural del Titanic en travesía a Estados Unidos y el cual concluyó en tragedia, al naufragar por efecto de el choque con un iceberg en el Océano Atlántico.

El sabio constructor de las tres más grandes hidroeléctricas en el Perú, la del Cañón del Pato, del Mantaro y de Machu Picchu, perdió el viaje en el Titanic pero la providencia salvó su existencia para tener la luz que ahora ilumina nuestras vidas.

 

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Danilo Sánchez Lihón
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