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Instituto del Libro y la Lectura, INLEC del Perú

y Capulí, Vallejo y su Tierra

Diciembre es mes de exámenes 
Jacinto ante el jurado examinador
Danilo Sánchez Lihón
www.danilosanchezlihon.blogspot.com 

“Solía escribir con su dedo grande en el aire”
César Vallejo

1. La tierra es un planeta

– ¡La Tierra es...! ¡La Tierra es...!

– Jacinto, vestido con su mejor pantalón de bayeta, que deja ver sus tobillos límpidos y sus canillas rojizas, con sus ojotas bien lavadas de madrugada en las aguas heladas y cristalinas de la quebrada, y con su camisa zurcida pero blanca de inocencia, ruega a San Isidro Labrador, a San Judas Tadeo y a Santa Bárbara Doncella que lo salven del apuro en que se encuentra.

Es el examen final que le están tomando en el aula donde reverbera la luz azafrán, naranja y gualda, de aquella mañana diáfana de diciembre.

Moviendo sus ojos ingenuos, los pasea entre las vigas del techo y el atuendo del Jurado Examinador, que lo mira expectante. Y con esos mismos ojos se evade por la puerta, por donde le gustaría escapar, hacia allá por donde se divisa un sol de oro que estalla en todas las espigas de las sementeras.

– Dinos, hijo, la definición de la Tierra. –Repite la pregunta el Jurado Examinador.


2. Repite, retorciéndose los dedos

Un haz repentino de memoria le asalta, y recuerda feliz y triunfante las siguientes palabras de la definición:

– La Tierra es... un planeta, ¡la Tierra es un planeta! –repite victorioso. Pero, ¡qué difícil le ha resultado recordar la palabra planeta! Es una palabra rara y mañosa para él.

– La Tierra es un ¡planeta...! ¬–¡Qué logro de su mente pasar ahí donde la Tierra se vuelve planeta!

– Sigue hijo. –Lo alienta el jurado.

¿Cuáles son las palabras que venían después?

– La tierra es un planeta... La tierra es un planeta...

Repite, retorciéndose los dedos hasta casi querer arrancárselos de las manos, sin poder recordar las palabras siguientes de la definición que el maestro le había insistido tanto que la aprendiera, porque eso le iba a preguntar en el examen, y que era: "La tierra es un planeta que gira alrededor del sol". 


3. Con el perdón de sus señorías

Su padre, don Joaquín, un chacarero viejo que no puede soportar la vergüenza de que su hijo no sepa responder una pregunta, para él, simple.

Y, sobre todo, habiendo venido de la ciudad y estando presente ahí su primo, como presidente del Jurado Examinador, el destacado profesor don Tomás Palomino Gastañuadí, al cual aprecia sobremanera.

Avanza entre la concurrencia y acercándose a su hijo le grita fuera de sí:

– ¿No sabes inútil y zopenco lo que es la Tierra? ¡Es el sitio que sirve para sembrar trigo, cebada, habas, ollucos y alverjas! ¿No sabes eso? –Profiere, temblándole las manos de indignación.

Y dirigiéndose al jurado, expresa con reverencia estos términos:

– Con el perdón de sus señorías, pido permiso para llevarme a este badulaque a surcarle con el látigo, pero eso sí: lejos de este templo sagrado.


4. A través del humo de leña pugna por entrar el sol

Templo sagrado decía, refiriéndose a la escuela, y con el vocablo señorías se refería a los tres maestros venidos desde Santiago de Chuco; a quienes les había tomado mediodía a lomo de mula, saliendo en el oscuro amanecer, para llegar y participar en el examen final de la Escuela Fiscal de Capiluy, anexo de la provincia.

– Espere don Joaquín –habló así el maestro–. Cada alumno tiene derecho a una segunda pregunta si no responde la primera.

Cuchicheó a un lado con el jurado examinador, a cuyos miembros la comunidad envía acémilas y los recibe como a autoridades importantes.

Ese día, y para ellos, se sancochan las mejores papas para agasajarlos, y se matan los mejores cuyes, que fritos o guisados los sirven como estofado, aliñado con ajos y perejiles.

Para ellos se extiende el mejor mantel en la cocina aldeana, en donde a través del humo de leña pugna por entrar el sol.


5. Vecinos y no vecinos del caserío

Tanto el maestro, como el presidente del jurado don Tomás Palomino Gastañuadí, convencieron a los otros miembros de la mesa para aprobar a Jacinto, que ya sobrepasaba en estatura a su padre y, en edad, a todos los niños de esa sección. 

Don Tomás, siente también cariño por este muchachote ingenuo a quien reconoce como su sobrino. 

Se convino entonces en hacerle una pregunta para ser respondida con una sola palabra y dar por terminada la prueba, encargándole a don Tomás para que hiciera después la felicitación por su aprobación. 

Se le formulará una interrogante que, según el maestro, todos sus alumnos saben la respuesta de memoria. Y la respuesta es una sola palabra lacónica y directa.

De ese modo, también librarían a Jacinto de la cólera del viejo, que ya no aguanta más en su asiento y a cada momento se pone de pie con la mirada torva, dispuesto a castigar la humillación que está sufriendo él y la familia.

Lo peor de todo es que lo sufre ante don Tomás, su dignísimo primo, y ante parientes y no parientes, vecinos y no vecinos del caserío, que como a un ritual solemne han concurrido a participar en el examen final de la Escuela Fiscal.


6. La primera persona  del pronombre personal

– El Jurado Examinador acuerda hacer la siguiente pregunta al alumno Jacinto Gastañuadí –, expresó con voz nítida y engolada uno de los maestros.

– Responda –dijo el otro– ¿cuál es la primera persona del pronombre personal? –Era la pregunta que el maestro había repasado de memoria y que había insistido tanto que la aprendan.

El maestro aldeano estaba feliz de salvar con esa pregunta fácil a Jacinto, alumno al cual estima sobremanera, pese a que es nulo para los conocimientos formales pero ¡eso sí! un gran colaborador y ducho como nadie en los asuntos agrícolas. 

Además, insuperable para capturar pajaritos sin hacerles daño, sorprender a zorrinos dormidos, saber guiar el agua hasta la raíz de la planta, interpretar el talante de las nubes, predecir la suerte de las siembras y hasta de las crías de los animales. 

Jacinto toca la campana de la escuela sacándole diversas tonadas, dado que es alto, y tanto que sobrepasa en estatura al propio maestro y, como se ve en ese momento, incluso es más alto que su propio padre.


7. Escuchando el zureo de las torcazas

– ¿Cuál es, hijo, la primera persona del pronombre personal? 

Se preocupa don Tomás al ver que demora en la respuesta a esta sencilla pregunta, además habiendo asegurado el maestro que todos la sabían.

Quien pregunta esta vez es su maestro, quien con voz cariñosa y compasiva, ya angustiado también por la demora en escuchar la respuesta a una lección que la han repasado de memoria esta madrugada.

Ahí, al borde de la acequia, a gritos lo decían: 

– ¿Primera persona?

– ¡Yo! –Han respondido los niños de amanecida mirando el humo que sale de las casas.

– ¿Segunda persona?

– ¡Tú! –Responden mirando los capullos de las flores. 

– ¿Tercera persona? 

– ¡Él! 

Responden mirando y escuchando el zureo de las torcazas.


8. El chaleco de mi tío Tomás

Jacinto, buscando otra vez la respuesta por los cultivos de alverjas, tomates y coliflores que se extienden por las colinas que se divisan desde la ventana, tiene ya pintado el gesto de dolor que le ha de producir el zurriago torcido que tiene su padre para arrear a los burros.

El tío Tomás, viejo y trejo director de una escuela de la capital, renunciando a su ética profesional quiere ayudar descaradamente al sobrino. 

Entonces, moviendo los labios y articulando en silencio la palabra, le dice: "Yo". "Yo". "Yo". 

Pero Jacinto en estos momentos supremos tiene los oídos y la mente tapados. 

Entonces, el tío le hace una seña de complicidad señalándose varias veces el pecho con su dedo pulgar y diciéndole: "Yo". "Yo". "Yo".

Ahí, el muchacho recobró el ánimo y vio un resquicio que lo salvara del cepo que le prometía su padre, de modo perentorio.

Y, lleno de coraje y entusiasmo grita:

– La primera persona del pronombre personal es... ¡el chaleco de mi tío Tomás! –dijo con voz rotunda.


9. Se quedó a vivir en la tierra que lo vio nacer

El tío Tomás soltó un ¡ay! tan fuerte y lastimero que asustó a una bandada de jilgueros, que salieron revoloteando de las matas de rojos y blancos geranios que hay en los corredores y jardines humedecidos de la escuela.

El maestro se lleva las manos a la frente y las sienes en expresión de asombro y lacerante pena.

Don Joaquín, el padre de Jacinto, por la expresión del jurado entiende que la respuesta está equivocada y él mismo se atreve a responderla:

– La primera persona del pronombre personal ¡es Dios!, recuérdalo bruto. 

– ¡No, papá!

Es ¡Dios! ¿Quién más podría serlo? 

– ¡Ya, papá!

Pero lo peor, so sopenco, es que no sabes lo que es la Tierra. Y por eso sí te voy a castigar. Porque, si es así, ¿cómo vas a sembrar, aporcar y cosechar? ¡Antes de la escuela, lo sabías! Ahora, ¿de qué modo entonces la escuela te sirve?


10. Adonde ya no regresó nunca más

Y no espera más. Cogiendo a su hijo del cuello, y después halándolo de los cabellos de la patilla, lo saca pausadamente, como si ambos acataran un destino ineluctable y aciago.

Cruzan el umbral de la puerta de la escuela y desaparecen juntos por el camino florecido de retamas.

Jacinto Gastañuadi, no llegó a ser geólogo que ahondara en el conocimiento de la tierra, ni astrónomo que estudiara los planetas y cuerpos celestes, ni mucho menos lingüista que propusiera nuevos enfoques acerca del pronombre personal.

Pero sí tenía otros saberes con los cuales se quedó a residir, con amor sencillo y entrañable, en la tierra que lo vio nacer y que lo cobijara, aunque no supo definir en el examen final de la Escuela Fiscal, adonde ya no regresó nunca más.

Y le ha quedado una frase que resuena titilante y misteriosa en sus oídos:

– La Tierra... es un planeta...

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