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Instituto del Libro y la Lectura, INLEC del Perú

y Capulí, Vallejo y su Tierra

4 de octubre
Día mundial de los animales
Danilo Sánchez Lihón

www.danilosanchezlihon.blogspot.com 

1.

– Crac, crac.

– Se iban rompiendo los cascarones.

Y luego fueron apareciendo unos finos piquitos por las cáscaras apenas trizadas que los envolvían:

– Pío, pío, pío.

Y así fueron mostrándose unos pollitos amarillos y otros negros que pronto empezaron a corretear picoteando las pajas del nido.

Pero el huevo que Emilio había puesto al final ¡se demoraba tanto en romper!

La gallina ya no podía tener en orden a los pollitos que habían salido primero y que hacían mil travesuras en torno al nido.


2.

Hasta que ¡por fin!, se abrió el huevo tardío.

Salió de él un pichoncito bonito que Emilio y sus hermanos recibieron con alegría y aplausos y que solo de verlo le pusieron de nombre:

– ¡Cuasimodo!

Lo primero que hizo la gallina Dorotea que los había empollado fue salir oronda con todas sus crías a dar un paseo por todo el corral. 

¡Era bello verlos desfilar como si marcharan el día de la Fiesta Nacional!

Todo andaba bien, pero Cuasimodo vio una mañana el agua transparente de la poza y quiso aventurarse a nadar.


3.

– ¡No! ¡No!

Gritó la madre desesperada, sacudiendo las alas mojadas por el agua. Y luego echándose aire con su abanico para calmarse del susto.

– ¿Qué pasa, mamá?, –preguntó confundido Cuasimodo.

– Los pollitos no nadan, hijo! –le decía aún pálida y temblando de miedo.

– ¿Por qué? –Preguntó aquel día.

– Porque así es. No sabemos flotar y nos ahogamos.

Pronto pasaron los sucesos de aquel día. ¡Pero dale al pollito de gustarle el agua!


4.

En los días siguientes la gallina buscaba gusanitos para la comida. 

Todos sus demás hijitos los devoraban golosos y apurados, menos Cuasimodo que solo quería cáscaras de verduras.

– ¡Qué raro este hijo! –Dijo la pata. –Y ahora, ¿qué hago? 

Se apenó de ese modo la mamá.

Y fue a consultarle al señor pavo, quien era sabio dando buenos consejos.

– No sé, comadre. No atino a pensar nada, –sentenció el pavo preocupado.


5.

Siempre desacomodaba entre las alas de la gallina. 

No era como los otros. Era diferente.

Era duro de alas. Y perdía el aire estando dentro.

Tampoco podía prenderse a un palito para dormir, sino que siempre descansaba en el suelo.

O se iba triste y desconsolado a un rincón.

Lo empujaban y daban de picotazos. Y casi siempre resultaba fuera y expulsado de debajo de las alas de la gallina. 

Y Dorotea también andaba apenada. Ella lo sentía mucho más.


6.

Sus hermanos tenían dificultades con él. Resultaba discutiendo y peleando.

La madre empezó a dedicarle a él todo su cariño.

– ¡Es el preferido! –decían. Y eso causaba enojo.

– ¡A él le dedica toda su atención! 

– ¡Es el que hace las cosas peor y encima lo consienten!

– Yo quiero ser como ustedes, pero soy diferente. –Les dijo un día en que estaban comentando y no se dieron cuenta que él estaba allí.

– ¡Lárgate de aquí! ¡No queremos verte!


7.

Hasta que un día uno de los hermanitos cayó a la poza.

Cuasimodo no estaba cerca, se hallaba explorando un túnel en el albañal.

– ¡Se ahoga! 

– ¡Auxilio! 

– ¡Bruno se ahoga! –gritaban.

Cuasimodo sintiendo una punzada en el corazón voló hasta la poza y se enterró de pico, cuan honda era.

Llegó hasta el cuerpo desfalleciente de su hermano y lo pudo coger con su pico, sus alas y sus patas.


8.

Su hermanito estaba desfalleciente y exánime.

Y empujándose hacia arriba lo sacó a flote casi ahogándose él mismo.
Y nadando veloz como pudo lo arrastró a la orilla

Y allí su madre y otras aves le dieron los primeros auxilios.

Y felizmente revivió hasta decir de nuevo:

– Pío. Pío.

Cuasimodo se había quedado en la laguna, pasmado. ¡Y no se hundía!

– ¡Plaf!, ¡plaf!, ¡plaf!, hizo cuando su hermano volviera a la vida.

Entonces tomó confianza y empezó a nadar suave y parejo.

Pero nadie le hizo caso.


9.

Hasta el siguiente día en que de nuevo se aventuró a la laguna.

Tanta fue su emoción que luego de un rato llamaba a gritos a su madre:

– ¡Mamá! ¡Mamá!

Dorotea corrió desesperada y entró aleteando con riesgo de ahogarse en la poza
creyendo que se hallaba en peligro.

Pero pronto se quedó mirando maravillada desde la orilla.

– ¡Mamá!, ¡mamá!, ¡sé nadar! ¡Sé nadar! ¡No me ahogo! ¡Sé nadar!

La mamá veía cómo Cuasimodo nadaba feliz, seguro y ufano.

A Dorotea las lágrimas le salían de los ojos y le resbalaban por sus mejillas.


10.

El loro que estaba enfrente aplaudía con sus dos alas.

El pavo se acercó emocionado y abrazándola le dijo:

– Tienes suerte Dorotea. Además de seis pollitos ¡te nació un lindo y valiente patito!

Y todos los pollitos festejaron al hermano que era distinto y sabía nadar.

Y así vivieron felices y contentos.

                            Y este ya es un cuento contado
                            desde la chimenea al tejado,
                            del tejado, al corredor y al pozo, 
                            a que lo cuente un buen mozo.

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