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2012, Año de la defensa del agua para la vida y construcción de Los Andes nuevos
 

Octubre, mes de la salud, la alimentación, la gesta de Angamos;
vida y ejemplo de Mario Florián y Luis De La Puente

 
 

17 de octubre
Día Mundial de la Erradicación de la Pobreza
El hombre que siembra o cultiva

Danilo Sánchez Lihón
capulivallejoysutierra@gmail.com
dsanchezlihon@aol.com

 
 

1. ¿Sabes, acaso?

Pasó un Monarca por un desierto y encontró a un hombre bajo el sol abrasador del mediodía quien se afanaba en sembrar algo en la tierra yerma.

Se acercó y vio cómo el señor, lleno de apuro, cultivaba unas palmeras en unos pocitos que había cavado y a los cuales había humedecido trayendo agua en una cantimplora desde un arroyo cercano.

El Monarca sorprendido detuvo a la comitiva que lo acompañaba y miró detenidamente lo que hacía ese anciano, concentrado como estaba en su trabajo.

Y se atrevió a hablarle.

– Veo –le dijo– que has sembrado unas palmeras.

– Así es, su Majestad.

– ¿Sabes, acaso, hombre desinformado, que las plantas que cultivas recién darán fruto cuando tú ya hayas muerto, y ni siquiera tus nietos alcancen a aprovechar de sus frutos?

2. Y eso, ¿qué significa?

– Sí, apreciado Monarca. –Le dijo–. Y los primeros pámpanos serán agrios y duros tanto que ni las aves ni los roedores lo aprovecharán, pero luego, Alteza, serán dulces como el almíbar y muy nutritivos para fortalecer los tejidos y los huesos de las personas que de ellos se alimenten.

– Veo que conoces muy bien las características de estas plantas. Y si es así, –le dijo aún más sorprendido el dignatario– ¿por qué entonces te equivocas afanándote en vano en cultivarlas hasta el punto de quedarte exhausto y sin aliento?

– Porque las almendras que producen estas palmeras, oh Rey, me han alimentado siendo niño y joven; y me alimento todavía de ellas, siendo ahora adulto.

– Y eso, ¿qué significa?

– Que otros hombres como yo las cultivaron generosamente sabiendo que no llegarían a aprovecharse de ellas.

3. De aquí a cien años

– Entonces eres un hombre generoso.

– En rigor de verdad, oh mi soberano, no lo soy. –Le dijo–. Porque lo único que trato es de devolver aquello de lo que me he servido magnánimamente.

– Y, ¿dónde las encontraste? ¿Aquí? ¿En este sitio?

– Las encontré regadas a manos llenas en los confines en donde he tenido la suerte de habitar hasta ahora.

– Bueno, bueno, ya entiendo tu afán. Pero no comprendo por qué te apuras tanto si recién producirán de aquí a cien años.

– Por eso mismo, Monarca, porque recién producirán sus frutos de aquí a cien años, por eso tengo que apurarme, no demorar un minuto de tiempo.

– ¡Ya veo!

– Y acertar en hacerlo bien, porque es de aquí a cien años. Si tardamos demorarían mucho más y eso causaría serias dificultades a la gente que entonces viva.

4. Nada de eso

El Monarca quedó tan profundamente maravillado por esta conversación que dirigiéndose a los cortesanos de su comitiva les dijo:

– He aquí a un ciudadano ejemplar. Es digno de ser imitado en todo mi reino. Permíteme noble anciano – le habló a él- una pregunta final:

– Y ¿por qué tratas de cultivarlas aquí, en el desierto?

Se sonrió débilmente el anciano y le confesó esta historia:

– Antes –le dijo– yo era jardinero en tus palacios reales, oh Monarca todopoderoso.

– ¿Y qué ocurrió? ¿Te despidieron? Estoy dispuesto a reparar ese error, y en este mismo instante.

– Nada de eso. Yo renuncié voluntariamente. Y es aquí en donde trate e intente de hacer florecer aquello que me propongo.

5. Y qué paradoja

– Y, ¿por qué?

– En tus estancias éramos tantos los jardineros que andábamos riñendo, y el trabajo carecía muchas veces de sentido. Pero, más: ¡eran tantas las flores y los árboles que nadie prestaba atención de ellas, pese a su belleza, ni de los árboles que allí crecían, pese a su hermosura.

– Y, ¿entonces?

– Me decidí a cultivarlas en el desierto, porque aquí siento que tiene significado hacerlo.

– Eres noble e ingenioso.

– ¡Y qué paradoja Rey, que sea a ti el primero a quien interesa los almácigos que he plantado! Y no suceda así con la infinita cantidad de flores y árboles que lucen en tus jardines adornados de oro, jade y esmeralda.

– Ya entiendo, buen hombre.

– ¿Ya ves que tiene sentido cultivarlas aquí?

6. ¿Quién dice?

– Sí, estoy gratamente sorprendido.

– Es aquí, en el desierto que ojalá pueda redimir con unas plantas llenas de verdor y de frutos, que den cierto primor a este lugar tan desolado y árido.

El Rey conmovido ordenó a quien era su tesorero le entregase unas monedas de oro, diciéndole:

– Eres un hombre sabio y me has dado una lección que no olvidaré ni siquiera en el momento que muera.

El anciano ya cuando el rey subía a su cabalgadura junto a su séquito, y cuando él sopesaba en sus manos las monedas de oro, escuchó que dijo:

– ¿Quién dice que las almendras demoran cien años en dar frutos? Cultivarlas ahora me ha dado resultados inmediatos como esta bolsa llena de monedas de oro.

7. Los primeros frutos

 El Rey solo alcanzó a preguntarle:

– ¿Cuál es tu nombre y cómo debo llamarte?

– Creo que basta con llamarme el “Sembrador”, o “El que siembra”.

Ya se aleja el Rey y le pregunta a su Primer Ministro que lo acompaña:

– ¿Qué opinión te merece lo que acabas de presenciar?

– Me ha impresionado mucho, Monarca.

– ¿Y, tú? –Le interroga a su Consejero.

– Mi padre solía decir que quien cultiva para de aquí a cien años se llama Maestro.

Y aseveró el Monarca reflexionando consigo mismo:

– Y que las buenas acciones no esperan cien años sino que inmediatamente empiezan a dar sus primeros frutos.

 

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Danilo Sánchez Lihón
capulivallejoysutierra@gmail.com
dsanchezlihon@aol.com

 

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