Instituto del Libro y la Lectura 
18 de diciembre
Día internacional del migrante

Amor a la tierra natal diez razones puras 
Danilo Sánchez Lihón

1. Del autoexilio y el retorno

 

En la historia bíblica se cuenta que en los tiempos en que vivía y guiaba a su pueblo el profeta Abraham, el peor castigo que se podía infligir a un ser humano era ser expulsado de su tierra natal, punición que superaba en sufrimiento inclusive a la misma muerte y que se aplicaba a alguien que hubiera perpetrado un crimen o un agravio inconcebible. Entonces: ¿Qué delito –pregunto yo– habremos cometido para que el signo de los tiempos modernos sea autoexiliarse, abandonar la patria, pero aún más: olvidarse de ella por creer que así prosperamos más pronto y mejor, como si fuera un estigma o un lastre haber nacido en un pueblo con muchos desafíos por afrontar y muchos problemas por resolver? Peor significado tiene avergonzarse de pertenecer a una cultura genuina y primigenia como es la nuestra.

 


2. El tesoro enterrado que somos

 

El hombre debiera volver a establecer un vínculo armonioso y feliz con el espacio y tiempo básicos que dejó y fue lo primero que experimentó en su vida, instancias ni desaparecidas ni deshechas sino que están apenas escondidas en el fondo de su ser, agregando a todo ello lo vivido, haciendo una simbiosis de universalidad. Es importante que se asuma de manera más íntegra lo que somos básicamente como herencia, que nos relacionemos mejor, de manera más franca y sincera con nuestro origen; y extraigamos aquellos tesoros enterrados que nos mantienen a unos desvelados, a otros sumidos en el encanto, y hagamos de todo ello canto, danza e himno a la vida.

 

 

3. Amor primordial

 

    Porque el amor a la tierra natal es la prueba de que alguien ama de a verdad y auténticamente cualquier otro aspecto de la vida. Porque, todos los demás amores se fundan en este amor primordial que marca nuestra índole, filiación y pertenencia. Y es así, porque este amor no es amor volátil, etéreo o artificial, que cambie al antojo y arbitrio del soplo de los vientos. Es amor de fondo, a las raíces y savias nutricias que nos dan la vida y que aflora natural, espontáneo y legítimo. De allí que exija humildad, de un lado, y cultivado orgullo, de otro, conformando así aquel valor fundamental que es la identidad. Humildad, orgullo e identidad con nuestra gente; con las costumbres, tradiciones y el destino de nuestro pueblo.

 

 

4. Amor de hijo querido de la vida

 

    Los otros amores –¡hay tantos otros!– son en realidad efecto del amor a la tierra natal, que es amor inaugural; donde aquellos otros quizá no sean sino sólo quimeras, espejismos o devaneos pasajeros y hasta ficciones de nuestra alma henchida o atribulada; que llamamos apresuradamente amores pero que lo serán de a verdad en la medida en que se funden en este amor primigenio y de profundidad que es el amor de hijo de la vida ligado a una tierra, de hijo legítimo de la tierra natal que se conmueve ante la leña que arde en el entrañable fogón familiar, que se extasía bajo los aleros que tienden sus alas elevándonos a soñar, o amor que se estremece en la penumbra de los cuartos bajo cuya sombra nacimos a este mundo.
 


5. Verdadero amor a Dios

 

El amor a la tierra natal, asimismo, es el verdadero amor a Dios, porque es gratitud por la vida en el lugar que la vida nos asignó nacer; mucho más si el rincón en que vinimos a la vida es un sitio humilde; mucho más si ese lugar requiere la fuerza de nuestro brazo, el afecto de nuestro corazón y el ingenio de nuestro cerebro para hacerlo definitivamente hermoso; mucho más si en la tierra que nos vio nacer hay carencias, atrasos e inseguridades por corregir, porque entonces así al amor se aunará la insignia, el estandarte y el pendón de la virtud, la voluntad y el compromiso que nos coloca en el deber y militancia a favor de luchar por forjar el bien, que redundará en construir para todos aquí y ahora un mundo mejor.

 

 

6. Amor es casa de niños


El amor a la tierra natal, además de emoción, es imperativo moral. Mucho más si en aquella tierra han quedado enterrados nuestros antepasados y cuya sangre pulsa en nuestros latidos; más aún si en nuestros pueblos de origen han quedado sepultos, pero palpitantes en sus acciones y gestos, nuestros seres queridos. Y latente, imborrable y velando quieta en la puerta, permanece nuestra infancia maravillada pero estupefacta ante tanto misterio, porque al fondo de ella habita nuestro origen; el enamoramiento de nuestros padres, el instante en que nacimos, a partir del cual existimos y exploramos extasiados y sobrecogidos este universo.

 

 

7. Amor que es urdimbre primera


El amor a la tierra natal es imprescindible e irrenunciable, porque estamos hechos de la arcilla primordial de nuestra tierra de origen. Y la urdimbre primera de nuestros latidos son las visiones que tuvimos de niños, aquellas aguas impolutas que se desataron como lluvia o granizo, el viento silvestre que ulula en las montañas, las lentas hojas mecidas en el atardecer por la mano del misterio en los huertos de nuestras casas, en lo alto de los muros o en lo profundo de las puertas, de lo cual no podemos desligarnos por el don irrenunciable de la filiación y pertenencia; además, porque no hay nada comparable a lo que nos habita por dentro y vibra en la base biológica de lo que somos como naturaleza, porque es amor tatuado en las raíces, en las venas y en los nervios.

 


8. Porque obras son amores

 

    El amor a al tierra natal ha de transparentarse en obras,  ya que obras son amores; porque hay un amor únicamente emotivo, declarativo y nostálgico, que se vuelve en algo negativo porque inclina a identificar lo presente como deterioro y decadencia frente al pasado. Amar nuestro pueblo natal tiene que ser además de amor entrañable a la vez edificante, constructivo y laborioso, afanándose cada día de la vida en cómo mejorarlo, velando en sus aspectos más críticos y dolorosos, lo que nos hará trascendentes, porque la espiga rica en fruto se inclina a la tierra y la que no tiene grano se empina tiesa hacia lo vano y hacia la nada.

 

 

9. Estrechándonos fuertemente en un abrazo

 

¿Cómo tender las coordenadas y alzar los puentes que cohesionen a las generaciones? ¡Ese es el reto! Volver a ser no solo comprensivos sino vastos, no solo exaltados sino pacientes por lo que verdaderamente constituye nuestra esencia. Y ser, por eso, generosos y dedicados a velar por el desarrollo de nuestros pueblos, estrechándonos fuertemente en un abrazo con lo mejor de nosotros mismos, emocionándonos siempre por el hecho de haber nacido en el lugar en que se nació. Y, sobre todo, a partir de esa constatación, tomar en cuenta las inmensas y múltiples potencialidades que habitan en el fondo de cada una de las personas que conforman nuestra comunidad. 

 

10. Amor para nutrirnos espiritualmente

 

Porque el amor al cielo iluminado de nuestra aldea es lo que nos salvará de extraviarnos y ser batidos como poñas por el viento y la tempestad. Amor al firmamento que se abre de confín a confín en lo alto y se expande al infinito y que nos hace vastos, a la cadena de cerros protectores que vigilan compasivos a la luz de la luna que cubre con su manto de plata el patio de nuestra casa nativa que yace desvelado; a la pared antigua, la misma que pese a que esté derruida y nosotros nos hayamos ausentado, nos aloja todavía y nos alojará para siempre, incluso cuando seamos sombras deambulantes que regresan llorosas a estar dentro de sus muros.

Danilo Sánchez Lihón

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