Instituto del Libro y la Lectura del Perú, INLEC 

28 de agosto 
Día de Tacna heroica 


El heroísmo de un pueblo y su poeta 

Danilo Sánchez Lihón

1. El rostro hacia el suelo para adorarlo eternamente

Pidió que de donde su cuerpo cayera yerto recogieran sus restos y lo enterraran en Tacna, tierra que lo vio nacer, donde pasó su infancia y juventud y a la cual dedicó sus mayores esfuerzos y desvelos, porque en ella creció libre y feliz, cuando la vida le deparaba sus mejores mieles.

Pero un día, su pueblo y él pasaron a ser esclavos, sin garantías ni derechos humanos, porque su provincia fue invadida, arrebatada su soberanía y enajenada por un tratado internacional por 10 años, que se prolongaron a 50, por imposición del poder militar de Chile y por cuya liberación luchó con gran sacrificio y denuedo, sufriendo destierro y arriesgando a cada instante la vida:

¡Patria del corazón! La suerte un día,
te hundió en el pecho con furor la espada,
y hoy, abatida pero no humillada,
pareces un león en la agonía.

Antes, cuando dichosa te veía,
fuiste por mí con entusiasmo amada;
pero hoy, que veo que eres desgraciada
no te amo ya... ¡te tengo idolatría!

Pidió, suplicó, rogó que lo enterraran en ella con el rostro hacia el suelo para besarla eternamente.

¡Oh! ¡Quien pudiera, Patria, quien pudiera
disipar las tinieblas de tu cielo
y sucumbir envuelto en tu bandera!

Yo, tal fortuna es todo lo que anhelo,
¡y que me echen de cara cuando muera,
para besar el polvo de tu suelo!

Y así fue, en 1968 se repatriaron sus restos desde el puerto francés de Marsella, donde murió el 30 de octubre de 1929, gestionando apoyo internacional para la devolución de Tacna al Perú. Fue sepultado en un mausoleo, en la forma cómo él lo pidió, en el cementerio general de Tacna, donde mora.

2. ¡Sufre, pero no lances ni un lamento! ¡Muere, pero no cambies de bandera!

Poeta inmenso, de vuelo intrépido y de aura trágica; su vida la cruzó llevando clavada una espada en el alma: porque la tierra en la cual nació feliz, y a la cual amaba entrañablemente pasó, de modo violento y brutal, a una situación de esclavitud y cautiverio. Ello por efecto de una guerra para la cual Chile se preparó intencionalmente a fin de invadirla con la anticipación de por lo menos una década.

La pretensión era adueñarse de los yacimientos de salitre de esa región –como finalmente así ocurrió– a fin de cederlos a una potencia extranjera. De ese modo pasó Tacna a ser posesión de Chile por 10 años, de acuerdo al Tratado de Ancón, período cumplido el cual se realizaría un plebiscito, a fin de decidir su soberanía, el mismo que no se realizó nunca.

Federico Barreto es el cantor infausto de dicho período, del cautiverio que se le impuso a Tacna y Arica. Él encarna el anhelo profundo y sentido de los tacneños de volver al seno de su patria, el Perú.

De mi suelo natal estoy proscrito,
y al verme aquí, tan lejos de mis lares,
la indignación ahoga mis pesares,
y en lugar de una queja, lanzo un grito.

¿Cuál fue, decid, mi crimen inaudito?
¿Adorar a mi patria en sus altares?
¿Consagrarle mi brazo y mis cantares?
¡Pues hónranme la pena y el delito!

¡Madre Tacna! Soporta tu tormento
con el valor del mártir en la hoguera.
¡Muéstrate grande hasta el postrer momento!

Fija está en ti la humanidad entera.
¿Sufre, pero no lances ni un lamento!
¡Muere, pero no cambies de bandera!

3. Cayeron de rodillas extendiendo los brazos hacia la enseña bendita de la Patria

Compuso en vida uno de los textos más hermosos representativos de ese fervor patriótico, titulado “La procesión de la bandera” que en verdad es un artículo periodístico de un hecho concreto y real que ocurrió tal cual allí se narra. No es un cuento sino una crónica ceñida totalmente a un evento y circunstancia histórica de Tacna ocupada, cual es que: la Benemérita Sociedad de Artesanos y Auxilios Mutuos el Porvenir pidió permiso, en julio de 1901, para honrar la bandera peruana, portándola para su bendición en la iglesia matriz de Tacna. Se prohibió este hecho, pero luego de diversos sucesos que narra la crónica que se adjunta el final de esta semblanza:

Apareció el estandarte en la puerta del templo, y las diez mil personas congregadas en el atrio y en las calles inmediatas se agitaron un momento y luego, sin previo acuerdo, como impulsados por una sola e irresistible voluntad, cayeron, a la vez, de rodillas extendiendo los brazos hacia la enseña bendita de la Patria.

No se oyó una exclamación, ni una sola exclamación ni el grito más insignificante. Sellados todos los labios por un compromiso de honor, permanecieron mudos. Y en medio de aquel silencio extraño y enorme que infundía asombro y causaba admiración, la bandera, levantada muy arriba, avanzó lentamente por en medio de aquel océano de cabezas descubiertas.

Este suceso quedó marcado tan profundamente que en su conmemoración se ha instituido en Tacna “La procesión de la bandera” que se celebra en un acto central de profunda emoción y significado el 28 de agosto de cada año.

4. ¿Hay algún ejemplo en la historia humana que se compare a esta persistencia y heroísmo?

Por el Tratado de Ancón de 1883, se enajenaba a perpetuidad e incondicionalmente el territorio peruano de Tarapacá y dos provincias quedaban en posesión por 10 años, periodo al final del cual se haría un plebiscito para determinar a qué soberanía de país pasaban a pertenecer.

La política de Chile calculó que ese período era más que suficiente para convencer a las personas de esos territorios acerca de las ventajas de ser chilenos. Pasaron 10 años y la población de ambas provincias era unánime en su determinación de pertenencia al Perú. Pasaron 20, 30, 40 y cerca ya de 50 años y el anhelo de regresar al seno de la patria era inconmovible.

Medio siglo y ambas provincias seguían cautivas. La política de obstaculización a todo signo de peruanidad se hizo feroz: no se permitía el funcionamiento de escuelas públicas peruanas, se clausuraron todos los centros educativos particulares, se desapareció, hostigó o expulsó a maestros, sacerdotes, periodistas; se pusieron dificultades para el funcionamiento de entidades financieras, se prohibió el funcionamiento de imprentas, editoriales y publicaciones periódicas.

A la inversa, si la determinación era a favor de Chile las prebendas eran magnánimas. Caso opuesto la represión era temible. Los militares chilenos en Tacna sumaban ocho mil en una población que apenas lo duplicaba.

Habían pasado tres generaciones y el sueño de retorno a la heredad nacional continuaba insobornable. Uno de sus paladines era Federico Barreto que consagrado a dicha causa corrió mil riesgos. ¿Hay algún ejemplo de pueblo y de personajes en la historia de la civilización humana que se compare con esta persistencia y heroísmo?:

Tacna es un pueblo heroico
produce asombro y sirve de enseñanza
El mundo entero canta en su alabanza
al son de los clarines de la gloria.

Por la Patria que vive en su memoria,
luchó mil veces lleno de pujanza
y cayó sobre el campo de la Alianza,
retando, por injusta, a la victoria.

Para cantar ¡oh! ¡Tacna! tu denuedo
y tu cautividad y tu agonía
preciso fuera despertar a Olmedo.

Yo también tus hazañas cantaría:
pero el dolor me ahoga y solo puedo
decirte con el alma: “Madre Mía”

5. Hay que evitar la afrenta sobre todo. ¿Lodo? ¡Eso nunca! ¡Sangre antes que lodo!

Federico Barreto tenía 17 años cuando se declaró la guerra al Perú. Había publicado ya su primer poema en el periódico “Los andes” de Tacna, ciudad donde nació el 8 de febrero de 1862, hijo del coronel Federico María Barreto y de doña Ventura Bustios.

Fue a los 17 años también, en 1879, que asomó a su vida aquella realidad sombría y tremenda: ¡la guerra! La vida, que a esa altura de los años se ofrece primorosa, como un tallo lozano con la pujanza de crecer de manera plena y total, se viene a interrumpir y dar de bruces con una situación ineludible que se tiene que afrontar, porque es un compromiso legítimo de defensa.

Desde que vi la luz mi pecho anida
dos amores: ¡mi patria y mi bandera!
Por mi patria, el Perú, ¡doy la vida!
Por mi bandera el alma, ¡el alma entera!

Yo quiero que mi patria bien querida
vuelva a ser en América lo que era,
y que mi enseña, blanca y encendida,
flote muy alto y ¡sea la primera!

¡Mi patria! ¡Mi bandera! Desde niño
fueron mi encanto, fueron mi cariño.
Ni la sangre que deja horribles huellas

ni el lodo, que es baldón, caigan sobre ellas.
Hay que evitar la afrenta sobre todo.
¿Lodo? ¡Eso nunca! ¡Sangre antes que lodo!

6. Asumió la épica del cautiverio, la consagración cotidiana a un ideal

Desatada la guerra sus padres lo obligan a trasladarse a Lima para completar sus estudios, pero sensible a la angustia y el padecimiento en que estaba sumido su pueblo retornó a su ciudad nativa y no obstante la violencia de la ocupación extranjera, animó la expresión de los sentimientos patrióticos de las provincias cautivas.

Con su hermano menor, José María, fundaron el periódico “La voz del sur”, bastión desde el cual lucharon denodadamente por la reincorporación de Tacna y Arica al Perú. Decidió consagrarse al ideal de mantener latente e irreducible la aspiración de volver a integrar la heredad nacional, Con su brazo en alto, las letras y palabras que salían de su pluma e inflamado su ardiente corazón, hizo de la poesía su arma de lucha para la resistencia del pueblo tacneño a todo encubrimiento y a toda seducción por cerca de cinco décadas.

Poeta guerrero, trovador, belígero, que desafía, se erige y proclama. Su palabra es un volcán que estalla, inflama y se expande con indignación. Levanta la frente de bardo irreductible, altivo, se expone y arenga.

De mirada franca y tierna como la de un niño. De cólera santa, de golpes de puño contundentes. Un alucinado, impertérrito, corajudo siempre. Hijo adorable, de corazón brioso, de temple guerrero. Su verbo es lanza, saeta, espada.

A la patria le da su vida y a los hombres que la defienden. Con veneración ciega y sublime, porque a la tierra se la adora, se la ama y se la exalta:

El morro hacia el océano se adelanta
como un león que acecha lo infinito,
ruge el mar y parece que su grito
le hace estallar la fiera en su garganta

El morro asombra y a la vez espanta,
finge si se le mira de hito en hito,
un gigantesco puño de granito
que amenazando al cielo se levanta.

Sobre ese monte infinito y solitario,
Bolognesi, el guerrero de renombre,
murió como Jesús en el calvario.

Y ambos son inmortales por su suerte
El Cristo que era Dios murió como Hombre
el hombre como un Dios marchó a la muerte.

Ese es el sentido de pertenencia, de filiación, de arraigo, a un guijarro, un corpúsculo de agua, a un halo. Y eso es lo que nos enseña; a pertenecer a algo en este mundo. Es también su magisterio confianza absoluta en lo que somos, pese a los reveses, desventuras y hasta desgracias.

Son estos hombres los que nos legaron un futuro que hoy nos llena de orgullo. Orgullo de la tierra a la cual pertenecemos.

7. Se había jugado tanto la vida y batido en mil batallas

El 8 de junio de 1890 por iniciativa del Perú se recuperan los restos mortales exhumados de los combatientes del Morro de Arica y del Alto de la Alianza. Se encomienda al Capitán de Navío Melitón Carvajal recibir a nombre del país los catafalcos. La multitud de peruanos en Arica se arremolina como una marea silenciosa. Una emoción fuerte, de honor, deber y coraje embargaba a los asistentes.

Al divisar entre el público presente a Federico Barreto hay entre la multitud agolpada un murmullo que se expande por toda la concurrencia. El poeta permanece con las mandíbulas apretadas, hierático, cejicunto. Se oye una voz que clama:

– ¡Que hable Federico Barreto!
– ¡Sí! ¡Que hable!

Los soldados chilenos aprietan sus fusiles y hacen un gesto de rechazo e impaciencia.

– ¡Queremos escuchar a Barreto!
– ¡Habla Federico!

Siempre les fue a los chilenos un hueso duro en la garganta. Pero en este caso la prohibición es tajante. No se consentirá ninguna alocución patriótica. Se cumplía con un severo protocolo establecido rígidamente. Es lo único que podrá hacer efectiva esta entrega difícil y pacientemente gestionada.

Esto lo sabía más que nadie el propio poeta, pero al mismo tiempo se había jugado tanto la vida y batido en mil reyertas para ganar la prerrogativa legítima como ciudadano a tener voz y a hacer respetar sus derechos. ¡Tantas veces ha sido amenazado y ahora, ante los restos mortales de esos héroes, ¿iba a callarse?

¡Su nombre figura remarcado en rojo en las listas negras de los servicios de inteligencia chilenos! ¡Cualquier sacrificio era poco en relación al que habían hecho los peruanos envueltos en los túmulos que hoy día se entregaban!

8. ¡Oh Patria amada! –gritó y se desgranaron los versos de su poema “Legión guerrera”

Avanzó unos pasos hasta la explanada y con voz de trueno prorrumpió:

– Peruanos. La patria recibe hoy día los restos mortales de estos héroes que murieron aquí defendiendo el Morro de Arica, para legarnos una patria digna, con la conciencia moral inmaculada de no arriar jamás la bandera actuando siempre con hidalguía y honor en todo trance en el cual se pretenda ofenderla. ¡Peruanos! Ser tiernos con los tiernos y duros e insobornables con los malos. ¡Peruanos!...

La multitud lloraba

– ¡Oh Patria amada! –aulló y se desgranaron los versos de su poema “Legión guerrera” que dicen:

Ayer con voz potente pero triste,
quiero héroes nos dijiste
que aventajen aquellos de Ayacucho;
y, allí, en la cumbre de ese morro fiero
luchó este pueblo entero
¡Hasta quemar el último cartucho...

Hasta los soldados chilenos se los veía imbuidos de una emoción profunda.

9. De un lado está la adoración e idolatría y ahí mismo, muy cerca la desmesura, el desdén y la condena

La poesía amatoria de Federico Barreto es libre, límpida y también de mucho ímpetu. Ha legado a nuestra tradición los más entrañables y sentidos poemas románticos, que añaden al sentimiento, indignación; a la delicadeza, castigo; a la reverencia, la audacia, desenfadada y hasta impúdica.

Después de tu traición no he vuelto a verte
Te ocultas porque temes que algún día
Exclame en alta voz para perderte:
¡Esa mujer que pasa ha sido mía!

No temas nada soy hidalgo y fuerte
Y en mi honradez de caballero fía
Guardaré tu secreto hasta la muerte.
¡Antes que divulgarlo moriría!

No seré yo que fui feliz contigo,
Quien salpique de lodo tu semblante,
¡Tendrás el desengaño por castigo...!

Algún día llorando como loca
Me llamarás, a gritos, y tu amante
Las manos viles te pondrá en la boca...

Profano, mordaz y hasta cruel. Desacraliza y dice las verdades que se ocultan, con voz rijosa, rebelde y crispada. Delicado pero a la vez implacable. Con la miel y el látigo en la mano:

Capaz de expresarse con pleno dominio, desenfado y hasta insolencia; amando con pasión y a la vez odiando con el mismo arrebato. Alaba y ofende en un espacio muy breve, pasando en un instante de una a otra orilla, donde de un lado está la adoración y ahí mismo, muy cerca la desmesura, el desdén y la condena.

 Temible en su verbo, asusta y solivianta, porque es sarcástico y burlón, pero siempre se sobrepone el cariño y el amor más hondo. Como en “Historia triste”:

Es una historia triste
Es una historia triste que no olvido,
–”Iré a verte mañana –me escribiste-
iré a verte mañana a nuestro nido”.

Y te esperé en el nido y no viniste…
Y no vendrás ya nunca… y te he ¡perdido!
Es una historia triste
Es una historia triste que no olvido.

Han pasado los años
dejando tras de sí penas y daños,
los años ¡ay! que siembran desengaños
y tronchan ilusiones.
Han pasado los años
¡desgarrando al pasar los corazones!

Vagando ayer sin rumbo ni destino
te encontré de repente en mi camino.
Palideciste al verte en mi presencia,
y ante la acusación de mi mirada,
que llegó como un rayo a tu conciencia,
inclinaste la frente avergonzada…

¡Cuánto has cambiado! ¡Estás desconocida!
Ya tus pupilas bellas,
que alumbraban la noche de mi vida,
no brillan como estrellas.
Ya no hay luz en tus ojos.
Tus labios que eran rojos, no son rojos…
Y así, doliente, pálida, ojerosa,
caminas por las calles desoladas,
muda como una sombra misteriosa…
Y en ti se fijan todas las miradas
y al ver las gentes cómo el desaliento
inclina tu cabeza.
“¡Pobre! –dicen– la agobia el sufrimiento…
¡Pobre mujer! ¡se muere de tristeza!”.

Comprendo tu dolor. Una esperanza
te apartó de mi lado;
creíste ver la dicha en lontananza
y por ir detrás de aquella venturanza
me dejaste en la vida abandonado…
Y dejaste y volaste sin recelo,
y al detener el vuelo
al fin de la jornada,
miraste en torno y no encontraste nada...
Y entonces, llena de angustioso anhelo,
en el cielo clavaste la mirada
¡y no hallaste ni estrellas en el Cielo!
¡Pobre amor mío! Todo lo tuviste,
y todo, para siempre ¡lo has perdido!
Es una historia triste.
Es una historia triste que no olvido…

Has vuelto con el alma hecha girones
De tu viaje al país de las quimeras.
¡Cómo se han agrandado tus ojeras
con la ceniza de las ilusiones!

Hoy, que te arrastras con el alma herida
sin encontrar quien oiga tu gemido,
¡Cómo te dolerás de haber perdido
todo el amor inmenso de mi vida!
¡Con qué pesar, con qué remordimiento
meditarás en nuestra dicha trunca!
En esa dicha que duró un momento
y que nos dijo al despedirse: “¡Nunca!”
Se me figura verte,
tendida a medianoche sobre el lecho,
fijos los grandes ojos en el techo
pensando en la tragedia de tu suerte…

¡Oh, tus horas de insomnio y desaliento
en las oscuras noches invernales,
mientras fuera, en la calle gime el viento,
y la lluvia golpea tus cristales!
¡Oh, tu dolor en medio de las sombras
cuando, añorando mi cariño santo,
lloras de pena, a media voz me nombras
y dices: “Nadie me querrá ya tanto”!

Era un nido encantado nuestro nido
Un nido pequeñito y escondido,
Viajaste un día a lo desconocido,
y yo te dije: “Vuelve” y no volviste.
Y no vendras ya nunca… y te he perdido.
¡Ves! Nuestra historia en un historia triste
Es una historia triste que no olvido.

10. En las sombras, cuando el día ha muerto el alma mía por su ausencia llora

Tres libros orgánicos conforman la obra poética de Federico Barreto. El primero lleva por título “Algo mío” y se publicó el año 1912. Dentro de ese poemario sobresalen el largo y dolido poema “Madre mía” y el inolvidable “Más allá de la muerte” dedicado a la escritora Zoila Aurora Cáceres (Evangelina). También el cadencioso y con aroma a naturaleza “Indiana”, que hecho música ha sido entonado en los rincones más apartados del país.

Su segundo libro lo tituló “Aromas de mujer” y fue publicado en 1927, dos años antes de la muerte de su autor. Continúa la línea romántica y la emoción vibrante de su libro anterior, destacando los poemas “Mis golondrinas”, “Pensando en ti” y “Limosna de Jesús”.

Su tercer poemario fue publicado póstumamente, el año 1964, con el título de “Poesías” por iniciativa de la Casa de la Cultura de Tacna y por la dedicación de Carlos Alberto Gonzáles quien acopió poemas dispersos en periódicos, revistas y hojas sueltas.

Muchos de sus poemas circularon de boca en boca, o impresos en hojas y en pliegos al viento, o bien fueron incluidos en las páginas de revistas o periódicos.

 En un tiempo mejor, aquí vivía
 el ángel tutelar de mis amores.
 A la oración, en estos corredores,
 ella, mis versos, repetir solía.

 Este era su jardín. Aquí venía,
 al despuntar el alba, a coger flores.
 ¡Bajo este limonero, hoy sin verdores,
 nos despedimos para siempre, un día!

 Han pasado los años. A su huerto
 ya nadie viene al despuntar la aurora...
 ¡Desde que ella se fue quedó desierto!

 Un cementerio es su jardín ahora,
 y aquí, en las sombras, cuando el día ha muerto
 el alma mía por su ausencia llora...


11. Lo que más importa es que dichas versiones formen parte del cancionero popular

Pero hay un aspecto que debemos relevar y es que mucho su poesía ha tenido el amplio privilegio de ser musicalizada en versiones que circulan en el ámbito nacional como internacional, aunque en este aspecto lo que más importa es que dichas versiones formen parte del cancionero popular, que entonamos cada día casi podríamos decir distraídamente, sin tomar en cuenta que estamos vocalizando palabras y versos compuestos por él. Es muy probable que tú, amable lector, hayas cantado sus palabras y ritmos y lo estés cantando mentalmente en valses como “Ódiame”, “Aurora”, “Antes que tú”, etc.

Carlos Gardel, a quien alguien le obsequió el libro de poemas de Federico Barreto, musicalizó uno de sus poemas: “Queja a Dios”, que dice:

Me has entregado, ingrata, al abandono,
y yo, que tanto y tanto te he querido,
ni tu negra traición echó en el olvido
ni disculpo tu error... ¡ni te perdono!

No intentes, pues, recuperar el trono
que en mi pecho tuviste, y has perdido.
En el fondo del alma me has herido
y en el fondo del alma está mi encono.

Yo no podría, es cierto, aunque quisiera,
castigar como debo tu falsía;
mas la mano de Dios es justiciera...

¡Castígala, Señor con energía!
Que sufra mucho; ¡Pero que no muera!
¡Mira que yo la adoro todavía!

Este poema había sido publicado antes de la aparición del libro, en el año 1903 en la revista Actualidades, con el título de “Jaspe”, que luego al incluirse en el libro fue cambiado por el de: “Queja a Dios”. Fue gravado en 1919 por Carlos Gardel y José Razzano cambiando el título por “Aurora”.

12. Yo, humilde bardo del hogar tacneño, que entre pesares mi existencia acabo

Otra canción muy conocida en España y que tiene letra suya es el vals que dice:

Ódiame por piedad, yo te lo pido...
¡Ódiame sin medida ni clemencia!
Más vale el odio que la indiferencia.
El rencor hiere menos que el olvido.

Es un poema de Federico Barreto que tiene por título “Último ruego”

Mario Vargas Llosa consigna en su libro “La señorita de Tacna” este poema de Federico Barreto que cantaba su tía:

Tan hermosa eres Elvira, tan hermosa
que dudo siempre que ante mí apareces,
si eres un ángel o eres una diosa.

Modesta, dulce, púdica y virtuosa
la dicha has de alcanzar, pues la mereces.
Dichoso, sí, dichoso una y mil veces
aquel que al fin pueda llamarte esposa.

Yo, humilde bardo del hogar tacneño,
que entre pesares mi existencia acabo,
para tal honra júzgome pequeño.

No abrigues pues, temor porque te alabo:
Ya que no puedo, Elvira, ser tu dueño,
déjame, por lo menos, ser tu esclavo.

Otro soneto suyo “Mi patria y mi bandera”, en su versión musical compuesta por los músicos Libornio y Ugarte, fue adoptado como el himno del colegio Nuestra Señora de Guadalupe de Lima. 

13. Legado que nos alcanza  como el decurso de un destino invisible

Federico Barreto murió en el puerto de Marsella, al sur de Francia, el 30 de octubre de 1929. Como él lo quiso, sus restos fueron repatriados el año 1968 y dados sepultura besando la tierra de Tacna.

Su obra es una lección de lucha y coraje. De un ser inflamado de una fe, de un corazón vehemente inspirado por una emoción sacratísima, henchido de ira santa; de un paladín enérgico, legendario y mítico, a quienes los dioses le dieran una misión gloriosa que cumplir. Un ser proteico, imbuido de un fuego sagrado, visionario, iluminado por el ardor hierático de las grandes causas.

¿Cuál es ese? El amor a la tierra donde se ha nacido, vivido y por la cual se lucha y se muere. Ése es el núcleo central de la poesía de Federico Barreto, aquel peruano esencial de cuyo lirismo nos hemos nutrido sin conocerlo ni saber su nombre, incluso cuando en el patio de nuestra escuela de provincia nos desgañitábamos entonando la canciones que él las escribiera. Amor y patria en la poesía de Federico Barreto es el legado que nos alcanza como el decurso de un destino invisible, pero elevado y venerable.

Es justo recordar aquí también que Federico Barreto además de intenso poeta fue un combativo periodista quien ejerció su magisterio patriótico en publicaciones periódicas como “Los Andes”, “El progresista” (1886), “La voz del sur” (1893) y la revista “Variedades” de Lima (11921- 1924). Fue autor igualmente de “Frente al Morro” (1925, diario de la vida a bordo del “Ucayali”, surto en las aguas de Arica, durante el plebiscito).

14. Los  arrayanes y claveles de los huertos de Tacna jamás lo olvidan

El día 28 de agosto de 1929 amanece en Tacna y las campanas en todas las torres repican al vuelo, a rebato, a júbilo; durante toda la mañana, mientras en la Plaza de Armas el pueblo se abraza, cae de rodillas, llora de alegría, hay una pena inmensa oculta, secreta e impalpable.

Cincuenta años cautiva había permanecido esta provincia con una fe inquebrantable de cuál era su pertenencia, su filiación y su promesa; fe legada de padres a hijos, soportado mil sinsabores y sacrificios por la cautividad.

Federico Barreto no vivió ese día siendo uno de sus adalides, no estuvo en su tierra nativa. El día en que se reincorporada su tierra al seno de la patria, el Perú, que fue su llama votiva y su desvelo, el destino no le deparó esa dicha, como le privó de tantas y tantas otras complacencias.

¿Dónde estaba? Envuelto en un gabán miraba con la misma pena por la ventana los paisajes, mientras el tren corría bordeando el mediterráneo. Suspiró por su tierra natal, pensando en volver cualquier día. Tenía los nervios destrozados. Escribió días antes el poema “Delirius tremens”, Desde que tuvo la edad de ejercer su ciudadanía Tacna estaba ocupada bajo una bota militar.

Había una pena inmensa entre las muchas penas invisibles que se deslizaban esa mañana del 28 de agosto de la reincorporación de Tacna al Perú. Era por el poeta heroico, combativo, inclaudicable. Por aquel imbuido de mística santa. Ríspido, lleno de honda amargura. Era esa melancolía en medio de la fiesta por aquel que ahora estaba lejos, pero cuyo destino estaba tan ligado al de Tacna y al de una fe inquebrantable que pocas personas y pocos pueblos en el mundo pueden ostentar, como él y como Tacna lo exornan para gloria del género humano.

Cincuenta años de una vida ciudadana marcada por el infortunio y el dolor. La amargura de ver a su tierra amada, “Mi madre” –decía él– y que lo vio sojuzgada y nunca libre.

Al exhalar su último suspiro estaba en su alma esta tierra. Los  arrayanes y claveles de los huertos de Tacna jamás lo olvidan. Son sus garantes los ficus que aquí velan su majestuoso reposo. Su campiña de hondo sol y las campanas que repican en cada amanecer nos recuerden siempre su fe adorable.

LA PROCESION DE LA BANDERA

(Episodio del Cautiverio de Tacna)

Federico Barreto

Tacna y Arica –lo mismo que Alsacia y Lorena– han sido teatro durante su largo cautiverio de episodios interesantísimos que han hecho proverbial en todas partes el patriotismo inextinguible de los hijos de aquellas provincias. Desgraciadamente, en el Perú no ha habido un escritor que –a semejanza de Alfonso Daudet en Francia– haya eternizado esos sucesos en el libro para ejemplo de las generaciones venideras y también para honra y gloria del país.

Yo, que he nacido en Tacna y que he pasado allí mi niñez y parte de mi juventud, he sido testigo presencial de esos episodios que recuerdo siempre con orgullo. Un compañero de labores periodísticas me pide que narre alguna de esas anécdotas, y accedo a la demanda, a sabiendas de que mi relato no producirá en el ánimo de las personas que lo lean la honda impresión que sacudió mi espíritu cuando vi desarrollarse ante mis ojos la inesperada y conmovedora escena que voy a referir.

Ocurrió el caso en 1901. Era por entonces Intendente accidental de Tacna el general don Salvador Vergara, hombre impresionable y receloso que durante su breve administración mantuvo siempre sobre las armas, lista para cualquier evento, a la guarnición militar que se hallaba a sus órdenes, como si esperara que un enemigo invisible atacara la plaza de un momento a otro.

Una institución tacneña muy antigua y muy prestigiosa: La Sociedad de Auxilios Mutuos "El Porvenir", quiso un día hacer bendecir en la iglesia parroquial un magnífico estandarte de seda, bordado en oro; pero, como en aquellos días habían prohibido las autoridades chilenas exhibir banderas peruanas en la ciudad, fue menester enviar una misión de socios a la intendencia a recabar el permiso correspondiente. La negativa del general Vergara fue rotunda.

– No quiero banderas en las calles –dijo–. Provocan manifestaciones patrióticas y esas manifestaciones dan origen a contramanifestaciones que ponen en peligro el orden público.

Y no hubo medio de hacerle variar la resolución

Días después, ya en vísperas del 28 de julio, la Sociedad "El Porvenir", que deseaba celebrar de alguna manera el día de la patria, volvió a solicitar el permiso deseado, y el Intendente volvió a denegarlo.

– Lleven el estandarte a la iglesia en una caja –dijo– y en la misma forma vuelven con él al local de la Sociedad. Así nos ahorramos un conflicto.

Insistió la comisión, alegando que en Tacna todas las colectividades extranjeras, incluso la China, enarbolaban su bandera cuando les placía y que no era justo que sólo los peruanos que estaban en suelo propio, se viesen privados de esta libertad.

Una idea extraña, sabe Dios de qué alcances posteriores, debió cruzar en ese momento por el cerebro del general Vergara, pues, cambiando repentinamente de tono, dijo:

– Tienen ustedes el permiso que solicitan; pero con la condición de que me garanticen, bajo responsabilidad personal, que al conducir la bandera por las calles, el pueblo peruano no hará manifestación alguna de carácter patriótico. Exijo, desde luego, de un modo concreto, que no haya aclamaciones, ni vivas, ni vivas, ni el más leve grito que signifique, ni remotamente, una provocación para el elemento chileno.

Los miembros de la comisión se miraron un tanto desconcertados, estimando, sin duda, demasiado aventurado el compromiso que se le imponía; pero, resueltos a todo, lo aceptaron, poniendo así en grave riesgo su responsabilidad.

– Está bien señor Intendente– dijo uno de ellos hablando por todos–. No se oirá un solo grito en las calles durante la procesión del estandarte.

Al día siguiente los diarios peruanos, a la vez que daban a conocer al público el grave compromiso contraído por la comisión, recomendaban eficazmente a los hijos del lugar que el día de la fiesta honraran con su actitud la palabra empeñada al mandatario de la provincia.

Los aprestos para la gran ceremonia, que debía realizarse una semana después, en el día de la patria, comenzaron desde luego con toda actividad en medio de la más intensa expectación pública.

La institución encargada de organizar el programa –conocedora del carácter altivo y rebelde de la gente de Tacna– abrigaba el íntimo temor de que la fiesta acabara en tragedia. Un viva al Perú, contestado con un viva a Chile, podía convertir las calles de la ciudad en un campo de batalla. En medio de esta incertidumbre, llegó, por fin, el 28 de julio.

En las primeras horas de la mañana, más de 800 miembros de la Sociedad "El Porvenir" condujeron a la iglesia de San Ramón -la principal de Tacna- el estandarte que había de bendecirse. Esta traslación se realizó, intencional mente, por calles poco concurridas, a fin de evitar, en lo posible, que la hermosa bandera fuese conocida por el vecindario antes de la ceremonia.

Comenzó ésta a las 10 con el concurso de casi la totalidad de la población peruana.

Las tres naves del templo estaban materialmente repletas de gente. Afuera, en el atrio y en las calles adyacentes, una multitud incontable aguardaba, impaciente, el fin de la fiesta religiosa para escoltar la bandera del cautiverio.

En el altar mayor oficiaba, auxiliado por dos diáconos, el cura vicario de la parroquia, doctor Alejandro Manrique -antecesor del célebre cura Andía, que poco después sacrificó su vida en servicio de la Patria.

Bendíjose el estandarte, cantóse un Te Deum solemne, y en seguida el vicario subió al púlpito y habló a la enorme concurrencia, exhortándola a mantener siempre latente en el alma el amor a Dios y a la Patria; a soportar con entereza las amarguras del cautiverio y a confiar sin desmayo en las reparticiones justicieras del porvenir.

Esta oración, intitulada "La Cruz y la Bandera" conmovió intensamente al auditorio.

Terminada la ceremonia la concurrencia comenzó a abandonar el templo y a engrosar el inmenso gentío que se agitaba, imponente, en los alrededores.

Al último, cuando ya no quedaba nadie en el interior de la iglesia, apareció en la puerta, sostenida en alto, hermosa y resplandeciente como nunca, la bandera blanca y roja del Perú.

Y entonces, en aquel instante solemne, ocurrió allí, en la calle llena de sol y apretada de hombres, mujeres y niños, de toda condición social, algo inesperado y grandioso; algo que no olvidaré nunca; algo que me hizo experimentar una de las emociones más hondas de mi vida.

Apareció el estandarte en la puerta del templo, y las diez mil personas congregadas en el atrio y en las calles inmediatas se agitaron un momento y luego, sin previo acuerdo, como impulsados por una sola e irresistible voluntad, cayeron, a la vez, de rodillas extendiendo los brazos hacia la enseña bendita de la Patria.

No se oyó una exclamación, ni una sola exclamación ni el grito más insignificante. Sellados todos los labios por un compromiso de honor, permanecieron mudos. Y en medio de aquel silencio extraño y enorme que infundía asombro y causaba admiración, la bandera, levantada muy arriba, avanzó lentamente por en medio de aquel océano de cabezas descubiertas.

Y pasó la bandera y detrás de ella, como enorme escolta, avanzó el pueblo entero, y aquella procesión sin música ni aclamaciones siempre en silencio, siempre majestuosa- recorrió, imponiendo respeto y casi miedo, los jirones más céntricos de la ciudad cautiva.

En una bocacalle, un antiguo soldado del Campo de la Alianza, un hombre del pueblo invalidado por un casco de metralla se abrió paso, como pudo por entre la compacta muchedumbre, aproximándose al estandarte} besó con unción religiosa los flecos de oro de la enseña gloriosa. Y un enjambre de niños imitó luego al viejo soldado. Y ante aquel espectáculo, a la vez sencillo y sublime, tuve que apretar los ojos para contener las lágrimas.

Al paso del cortejo -en el cual el gentío parecía transfigurado por el dolor y el patriotismo- los transeúntes se descubrían pálidos de emoción y hasta los oficiales y soldados chilenos, visiblemente impresionados, levantaban maquinalmente la mano a la altura de sus gorras prusianas en actitud de hacer el saludo militar.

Hace largos años que presencié este episodio. En el tiempo transcurrido hasta ahora, sucesos de toda índole han impresionado fuertemente mi espíritu; pero ninguno lo repito -ha dejado huella más honda que éste en mi corazón.

Ahora, al evocarlo después de tanto tiempo, pasan por mi memoria otras anécdotas patrióticas ocurridas en nuestras provincias irredentas, y mi ánimo se conforta y crece mí confianza en la salvación de esos pueblos, dignos mil veces de un gran porvenir, y siento orgullo, grande y legítimo orgullo de haber nacido en Tacna.

Danilo Sánchez Lihón

Instituto del Libro y la Lectura del Perú

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