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4 de junio
Día de los niños víctimas inocentes de la agresión
Mate de cedrón
Danilo Sánchez Lihón
dsanchezlihon@aol.com 
danilosanchezlihon@gmail.com

 

La infancia es el porvenir del hombre

 
Uno

– ¿Qué hora es?

– Las cuatro de la mañana.

– Y, ¿dónde estamos?

– En plena jalca. Y hace un frío horrendo.

Todos duermen en el bus, arropados bajo mantas, ponchos, rebozos y frazadas.

– ¿Y por qué se habrá detenido el ómnibus?

– Parece que aquí se abastece de agua. Seguro que el radiador se recalienta por la subida tan larga y empinada que hace. Y mira, está nevando.

– Ahí hay un letrero con una flecha. ¿Qué dice?

– Mina Buenaventura.

– ¿Y, por ahí, hay otra carretera?

– Sí. Es el desvío que sube a la mina.

– ¿Podrá la gente vivir más hacia arriba todavía?
 

Dos

– Vive y labora.

– ¿A qué altitud estaremos?

– Estamos sobre los cuatro mil quinientos metros sobre el nivel del mar.

– Y nieva, mira las piedras, todas tienen escarcha.

– Por eso, aquí solo crece el ichu.

– Y mira, hacia allá, esa casa ya vetusta, torcida por los años. Con techos de tejas viejas. Es una casa abandonada.

– Yo diría que es una casa valerosa.

– Es la única en este páramo, y parece deshabitada.

– ¿Por qué crees eso?

– Porque, ¿quién va a vivir aquí? ¡Habitar aquí sería inhumano! En esta oscuridad, en este frío y en este silencio.
 

Tres

El aire escasea. Los pasajeros se arrebujan y se hunden en los asientos. Y yo te cubro Por aquí ningún árbol crece, todo es roca, piedra y cascajo.

– ¡Pero mira!

La puerta de aquella casa se ha abierto. Y sale una débil luz, que debe ser de mechero, lamparín o de vela.

– ¡Parece que hubiera luz!

– De algún candil, o de algún mechero.

– O del fogón de una cocina.

Por la ventana empañada vemos que de esa casa corren hacia el ómnibus donde estamos, dos niños trayendo algo, apenas con sus camisitas deshilachadas.

– ¡Cedrón! –dicen con sus voces cristalinas–. ¡Mates de cedrón! ¡Calientitos, para el frío!

– ¡Mira la ropita de esos niños, en tanto frío!

– ¡Y tienen los pies descalzos!
 

Cuatro

– ¿Descalzos?

– ¡Sí!

– ¿Y qué edad tendrán?

– Quizá ocho años, la mujercita. Y el niño, unos seis.

– ¡Cedrón caliente! ¡Calientito, mate de cedrón!

Nadie los hace caso. Poco a poco el entusiasmo con que salieron corriendo va cediendo a una voz menos animosa, más lenta y distante.

– ¡Cedrón!

– ¡Mates de cedrón!

Lo ofrecen por las ventanas.

– Pero, ¡ábranle la puerta!

– ¡Como van a abrirla, señor, en tanto frío!

Todos duermen, además.

– ¡Pero suban! –Les digo.
 

Cinco

– ¡No nos dejan!

– ¡Suban! ¿Quién va a bajar a comprarles? ¡Nadie!

– El chofer no quiere.

– ¡A ver, voy a avanzar hasta la puerta!

Una ráfaga de viento helado sopla y pasa bramando.

Los niños tiritan de frío, les castañetean los dientes.

– ¿Pasan muchos carros por aquí?

– Más volquetes que bajan de la mina.

– ¿Y para qué es bueno el cedrón?

– ¡Para el corazón!

Es noche oscura. No se distingue el perfil de los cerros ni dónde empieza el cielo. Aquí no brilla ninguna estrella en el cielo.
 

Seis

Ya subió el chofer. Ya el ómnibus arranca.

– Denme una botella. ¿Cuánto es? Ahí está el sol.
 
Bueno niños, adiós.

– Adiós.

– ¿Has comprado?

– No comprarles es ser indiferentes.

– ¿Es higiénico?

– ¿Y eso, acaso, no los hará sentirse frustrados, defraudados de que en la vida nada hay, ni nada se consigue?

– ¿Y está caliente? A ver. ¡Está frío!
 
– Yo diría que tibio.

– Pero dijeron caliente.

– Pero, ¿cómo vas a pedirles aquí que lo mantengan caliente? Mucho hacen con que esté tibio. Y no helado, como nuestras almas.

– ¡Qué! ¿Y lo estás tomando? ¿Con qué agua lo harán?
 
 
Siete

– Acabo de probar. ¿Quieres tú?

– ¡Ni loca! ¿Qué tal si al llegar te enfermas? ¿Quién dictará el curso? Mira esa agua turbia y la estás tomando. Nadie ha comprado, ni siquiera la gente que es de este lugar. Y tú, sí.

– Pero si vieras sus caritas de ilusión, el afán de hacerle frente a la dureza de la vida. ¡El poder emprender algo! Y son niños.

– Quizá alguien los utiliza y los explota.

– ¡Quizá! Pero esa moneda que es su pago honrado, ese único sol exacto, para ellos justifique muchas cosas.

– ¿Qué, por ejemplo?

– Por lo menos el haberse levantado a estas horas, al oír el rumor del ómnibus. De lo contrario, ¡nada!

– ¡Nada qué!

– Nada de su ilusión para poner las botellas cerca de la lumbre a fin de que estén calientes, ¿dónde queda?
 

Ocho

– ¿La sigues tomando?

– Sí, ¿Y qué crees? ¡Por su puesto que lo voy a tomar!

– A ver. ¡Y no tiene grumo de azúcar!

– El dulce es el encanto con que lo tomas.

– ¿No crees que ya es suficiente con los sorbos que has tomado?

– No. ¡Voy a tomarlo todo!

– ¿Por qué lo haces? ¿Por fastidiarme?

– No. Porque no hacerlo sería como despreciar a este mundo que es el mío. Y voy a tomarlo, así me muera.

– Eres terco.

– Pienso en su ilusión, pienso en sus manitas, en cómo se han despertado en tanto frío. Pienso en que ese sol, ese mísero sol en sus manos se convierte no en pan sino en su capacidad de seguir creyendo.
 

Nueve

– Seguir tomando esa agua es no tener conciencia, ni instrucción, ni ser un capacitador responsable, porque: ¿qué será si tú te enfermas?

– Quiero confesarte lo que imagino: Estas botellas están tibias y no heladas como está una piedra, y frecuentemente nuestros corazones, porque las han abrigado con sus cuerpos.

– ¿Sí?

– Sí. Y que han dormido con ellas. Y eso me conmueve. Y lo asumo como un pacto de latidos que ellos y yo hacemos.

– A ver, dame a probar. ¿Y si yo me enfermo tú me cuidas y me curas? 
 
– Sí.
– ¿Y si me muero me entierras?
– No te vas a morir. Al contrario, esto va a hacer que vivas eternamente.
 

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Editorial San Marcos:
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Editorial Bruño, Perú: ventas@brunoeditorial.com.pe
Instituto del Libro y la Lectura: inlecperu@hotmail.com

 

Danilo Sánchez Lihón
dsanchezlihon@aol.com
danilosanchezlihon@gmail.com

 

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