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2012, Año de la defensa del agua para la vida y construcción de Los Andes nuevos
 

Octubre, mes de la salud, la alimentación, la gesta de Angamos;
vida y ejemplo de Mario Florián y Luis De La Puente

 

7 de octubre
Día de La Marinera
Y, ¡Adentro con La Marinera!

Danilo Sánchez Lihón
capulivallejoysutierra@gmail.com
dsanchezlihon@aol.com

 
 

1. Mezcla de tantas hazañas

– ¡Voy a ella!

– ¡Voy a él!

– ¡Y adentro con la Marinera!

Vuela la pollera al viento. Y en el zapateo el fuego se arrebata y se hace lento; pisando brasas, alzando candela; pisando nubes y desprendiendo relámpagos. ¡Fuga y resbalosa! Y ahí viene el contrapunto. El cortejo o lance amoroso.

Es viento, garbo y gesto. Es paloma, nido y vuelo. Es clarinete, trompeta y trombón. ¡Es bombo, platillos y tambor! Y el sacudirse de bordados y blondas. Del sombrero y del poncho.

La Marinera es acoso y es defensa, es timidez y es frenesí, es mostrar y esconder para siempre.

Es naturaleza primigenia, lenta, calmada, súbita. Es honda y es basta; es muestra y es fuga. Es adiós y es encuentro. Es ahora, como es antes y es después. Es eternidad y pañuelo en alto.

Es hembra y es macho. Son senos turgentes, labios que se abultan. Y pezones que se hacen inhiestos.

Es entrega y es ballesta. ¡Qué hechizo, qué mezcla de tantas hazañas!

2. Vagando en las estrellas

Son alas que se abren, que se cierran, que dan vuelta y revolotean. ¡Y son crines que se encrespan!  Es una pava, una gallina, una paloma cuyo destino es sucumbir.

Pero antes luce sus mejores galas, trajes, movimientos, ilusiones. Las faldas son alas, el pañuelo es relámpago, los pies son nubes que se cruzan, se tejen y precipitan hacia tierra.

Pie descalzo al suelo, pollera al viento. El rasqueteo en el suelo. Es eclosión, estallido, euforia y acompasado delirio y silencio.

Es pareja suelta que se junta y se distancia, que se rodean, que dan vuelta. Que se unen, que se desgarran y aparean.

Es pollera y es brida. Es sombrero, poncho espigas que se mecen. Es trenza, molinete, labios que se ofrecen. Es sangre que se abalanza, ímpetu del varón hacia la hembra que se derrama.

Es carnada, es anzuelo, es dejar que el otro venza. Es salvación y es quedar vagando en las estrellas. Es lustre y talante.

Y nos preguntamos: ¿quién lo sabe? ¿Quién sabe lo que hay dentro de esta hoguera, estallido y llamarada?

3. ¿Quién lo sabe?

Roza con el ala, se ladea, surge desde el fondo del agua, salpica fragancia, coquetea, se lanza al ruedo, se ofrece, se quita, nunca se sabe qué fue, qué es, si se entregó o todo fue en vano, ¡pura ilusión! ¡La Marinera!

Es rito y adoración. El pie, la rodilla, la falda. El regazo y el vientre. Como absoluto y eternidad. Compases de alas y revuelo de enaguas.

En un momento todo surge y todo se hunde, todo es cierto y todo es viento. Todo es tierra, alas que se elevan o sucumben. Es hendir la piedra del destino, la roca abrupta.

Es el rito del cortejo, de la captura y la conquista. Son quiebres de caderas para las mujeres. Quiebres de tronco y rodillas para los hombres. Son quiebres del surco que se siembra.

La Marinera es pulso, hondura y corazonada. Es flor, es viento, es agua y es fuego.

Aquí no hay nada oscuro, todo es transparente, aunque todo es misterio. Todo está claro y todo es diáfano. Aquí no hay dudas. Pero, nos preguntamos, ¿quién lo sabe? ¿Quién lo ha hecho evidente?

4. Es el baile nacional

Decidimos entonces entrevistar a don Abelardo Gamarra, conocido también por su seudónimo El Tunante, y lo visitamos en su casa de la calle Mapiri, en el centro de Lima, a fin de saber cómo es que La Marinera surge, existe, dónde nació y a qué se debe, y que él, como nadie, debe saber.

Pero, a su vez, qué hay dentro de esta hoguera, llamarada y estallido ¿Hay algo trascendente? ¿Quizá infinito?

Nos recibe cordial y no arisco ni temible como es la imagen que de él se comenta. El Tunante es un señor por quien pareciera que han pasado no años sino siglos, por lo rijoso y hondo de su semblante. Y, sin embargo, aparte que se lo siente recio, fuerte, y trejo, se lo siente tierno y comprensivo. Lo primero que le preguntamos es.

– Don Abelardo: No hay nadie que no reconozca que es usted el iniciador de la Marinera en nuestro país, a quien corresponde la paternidad de esta danza. Hay unanimidad total en reconocer que es usted el iniciador de este baile en nuestro país y en el mundo, siendo considerada como nuestro baile nacional.

5. En honor al Huáscar

– Voy a explicar, para que todo quede claro y en sus justos términos este tema de interés nacional. Y la historia es así: Yo no la inventé. Mi labor ha sido sencilla, apenas la he puesto nombre, porque nuestra zamacueca, baile de la gente morena de nuestro país –y en esto no hay nadie quien niegue ni rebata este aserto, ni dentro ni fuera de nuestro país– lo llevaron nuestros vecinos del sur y le pusieron allí un nombre que era La Chilena, y con esa denominación regresó a nuestro país, y nuestro pueblo ingenuo empezó a llamarla de esa manera. En Chile se quedó con el nombre de Cueca, proveniente de nuestra zamacueca. Denominarlo La Chilena significaba que ya no era nuestra. Declarada la guerra entre Perú y Chile, en 1879, consideré por conveniente corregir esta situación para que no figurase con el nombre que se le venía dando, sino que como homenaje a nuestra Marina de Guerra que durante seis meses mantuvo en zozobra a la escuadra enemiga, consideré significativo llamarla con el nombre de la Marinera, en honor al Huáscar y a Grau, porque son muy importantes los nombres, ya que en eso está nuestra identidad.

6. Construir una esperanza

– ¿Entonces solo le cambió de nombre? ¿No sería también que el ritmo anterior de la zamacueca empezó a transformarse a ser distinto y a cambiar?

– Entra usted a un punto clave. Con la guerra el paso corto, sensual, quimboso de la zamacueca, pasó a hacerse grave, y a tener evoluciones casi aéreas de las parejas. Y en esto se exorcizaba el conflicto. ¡Pueblo hondo y tremendo el nuestro! Porque del estilo jaranero, desaliñado y de escape, se pasó al garbo, al orgullo y a la ufanía que tiene la Marinera, ¡y así se reivindicaba el pueblo sabio y guerrero! Del pasito ajustado, escondido y muy breve de la habitación estrecha y oscura de los callejones en que había nacido, se pasó a la amplitud de los campos de batalla y del mar y de las olas que una nave como El Huáscar hiende. ¡Y así se reivindicaba la guerra desigual que tuvimos que sostener! ¡Pueblo sabio y valiente el nuestro! De la tierra dura, opaca e indolente, se pasaba al agua agitada, al desvelo constante de la nave legendaria capitaneada por Grau y sus hombres de fábula. ¡Así se reivindicaba las batallas desventuradas y exhaustas! Así en la Marinera fundábamos otra vez imperios sobre los precipicios y construimos los andenes nuevos de nuestra felicidad, hacemos acueductos y caminos por donde construir una esperanza entre los abrojos intrincados.

7. ¡Oh extravío!

– Don Abelardo, ¿qué es para usted la Marinera? ¿Qué significa?

– Es fuego en el alma, viento que sopla, agua que se desboca. Es tierra que se holla para poner la semilla; ¡es fiesta del alma! Es un baile que extrajo de la guerra lo único que se puede obtener: no victorias sino sabiduría, gracia de vivir, y temple, que es de lo que la Marinera está imbuida. Donde están los cuatro elementos juntos. Aunque yo vea más en ella el mar, en el cimbreo del baile que hace el bamboleo de las naves en el oleaje, en la cual quedará para siempre lo generosos que fuimos, y cómo nos enaltecimos rescatando heridos. Donde veo fuerza y poderío, vibrante todo, las trompetas, los clarines, las pasiones que se envuelven y desatan. Los requiebros, los esguinces, los esquives. ¡Son campos de batallas! ¡Qué bárbaro! ¡Qué increíble! ¡Imposible de bailar, pero que se baila! De allí que la pareja no puede dejar de mirarse ni quitarse los ojos. O son amantes o son enemigos que se devoran y confunden en un solo cuerpo, es fusión y es contrapunto. Y de la zamacueca que era trivial se accedió a este himno de victoria, a esta victoria verdadera. ¡Oh prodigio! ¡Oh extravío! ¡Oh pueblo bendito! Con la única calamidad que son sus autoridades y congresistas.

8. El nombre mismo

– Don Abelardo: Nos sorprende esta visión suya de la Marinera tan ligada a la guerra, cuando la vemos un baile tan jubiloso, lozano y feliz.

– No le sorprenda, porque es eso que usted dice, pero es también arrebato, cólera y pugna escabrosa. ¡Y es triunfo, que es lo que quiero defender! Porque al final yo creo que triunfamos, porque vence el que extrae lo mejor. Y no hay baile en el mundo más hermoso ni completo. Solemne en Puno, en donde se masacraron a poblaciones civiles enteras; es señorial en Lima y en el centro, en donde fuimos egregios; de afirmación en el norte donde se libraron grandes batallas. De tonos vibrantes, de clarines que estallan, de platillos que atruenan, de tambores que arremeten, de bombos que estremecen. ¡Claro que en ella está el vaivén de las naves que navegan vigilantes, y después se enfrentan. Y la bandera flameando en lo alto, en el pañuelo que se erige, la bandera legendaria, la rojiblanca con el telón de fondo del infinito anubarrado y hecho jirones! ¡Claro que están las montoneras que se lanzan al ataque desprendiéndose de los cerros! ¡Claro que están los peñascos por donde se precipitan las galgas que rebotan en el cascajo! ¡Claro que está el refugio, el pie descalzo que huye! El nombre mismo de la Marinera se inspira en las heroicidades del Huáscar.

9. Sangre inhiesta

– Sabemos, don Abelardo, que usted peleó con el grado de Teniente del Ejército del Perú en las batallas de San Juan, de Miraflores y en Huamachuco.

– Fui teniente en los campos de batalla y empuñé las armas. ¡Imagínese, quiénes éramos y quienes quedábamos! ¡Yo, que no maté jamás ni una mosca! En mis ojos están las escenas de los asesinatos, del repaso a los heridos. Yo estuve ahí, y de ahí también han surgido esos sones, esas cadencias, estos aires de un pueblo increíble que convierte lo vil en canto de esperanza. El Perú es un país que se inmoló en la defensa de Lima. 30 mil muertos en el campo de batalla. ¿Hay algún pueblo que pueda ostentar lo mismo? No había ya Marina de Guerra, ni Ejército. La milicia éramos nosotros que toda nuestra vida fueron el correr de la pluma y las letras. Y en las batallas de Lima, San Juan y Miraflores salimos a pelear ciudadanos comunes y corrientes. ¿Qué pueblo es capaz de una muestra semejante? Pero si ha habido heroísmo, ¿por qué no creer en nosotros mismos? ¿Por qué a partir de entonces tanto ostracismo? Por eso, ahí está la Marinera, una danza de triunfo y victoria, surgida en la guerra misma. Yo vi el arcano, se me reveló la verdad de la vida en ese trance. Y mi verdad está en la Marinera. Allí encuentro mis raíces, los ríos como las montañas. Y en el pañuelo que se eleva y bate en lo más alto la bandera nuestra, como sangre inhiesta, como pulso y latido en el infinito.

10. Me adhiero

– Don Abelardo: ¿qué es lo dominante en la marinera? ¿Lo hispano, lo indígena, el aporte africano?

– Es la conjunción de todo, es el mestizaje por antonomasia. En ella está la danza incaica estremecida, las nieves eternas, los capullos que brotan en los abrojos, entre las peñas y las piedras. Y que es lo que a mí más me hechiza, porque yo nací en Huamachuco, pueblo serrano, y más precisamente en Sarín. Y yo creo que lo básico de la marinera es lo andino, que está en el pie descalzo, en las pantorrillas diáfanas y en las polleras que se agitan. En ella está también la desolación, el desgarro y el dolor de una raza oprimida y ofendida en su propio suelo, porque en el fondo de la afirmación contumaz de la vida, que se impone fervorosamente, está el recuerdo imperecedero de tanta muerte. Están los hondos precipicios con que está desgarrada nuestra geografía, las caderas de nuestras mujeres que al final nos sostienen la vida sobre los abismos. Está nuestro destino poderoso, imbatible, imperecedero y absoluto de pueblo eterno. Está la gracia, el donaire, el vuelo incaico de nuestro pueblo hacia regiones siderales. Está la pava, la gallina o la paloma que se contornea, como es la parte andina, que es aquella a la cual me adhiero.

11. Nadie lo quería escribir

– Don Abelardo: se cuenta que usted captó esos nuevos ritmos que surgían en ese trance histórico y que tuvo muchas dificultades para perennizarlo en la partitura musical que usted se afanó en que se pusiera, y no había manera de hacerlo porque nadie lo quería asumir.

– Es cierto. La única manera de registrar ese nuevo efluvio o resonancia en relación a los ritmos anteriores, como la zamacueca, el panalivio, la sanguaraña o la mozamala, que han quedado como ritmos diferentes, pensé que era garantizando su conservación y vigencia registrándolos en partituras, para que no desapareciera esa inspiración surgida del dolor y que se sentía que en la nueva forma musical esos elementos estaban contenidos. Pero nadie lo quería escribir, todos estaban ocupados. Recurrí a Carcelén, a Morales, a Arredondo. Todos me miraban y después de escucharme me decían que no tenían tiempo. Pero hubo algunos más francos que me dijeron que la guerra nos enseñaba que debíamos ser más occidentales y hasta europeos, apostando por la música clásica, a la que consideraban culta. Creían con sinceridad que si escribían la partitura de esta música ligada al pueblo perderían prestigio. Y yo andaba por dicha razón acongojado.

12. La fe en todo

– Y, ¿entonces?

– El año 1883 leo una nota en el periódico donde se anuncia un concierto, con el nombre de una artista para mi desconocida. ¡Primera vez que yo escuchaba ese nombre! Tuve una corazonada y fui al Teatro Forero. Mi sorpresa fue mayúscula, y un poco frustrante debo confesar, porque el concierto lo daba una niña. Empezó, y fue un deslumbramiento. ¡Qué prodigio! Era además una niña encantadora, bellísima. Apenas salíamos de un holocausto y era para mí una revelación de que nuestro pueblo era inextinguible, un Ave Fénix que surge de sus cenizas. No le miento que tuve que salir varias veces del teatro a desaparecer el rastro de mis lágrimas que inundaban mis ojos y corrían por mis mejillas. ¡Una niña a quien ver y escuchar nos salvaba de todas las derrotas! Creo que después del concierto me quedé clavado en mi asiento por largo rato, sin querer retirarme, esperando además que todos se fueran porque yo lloraba a lágrima viva. No había llorado en mucho tiempo así que me alivió desahogarme, porque sepa usted que yo estaba anegado de rabia, de rencor y de cólera, de todo lo adverso. Sentía que mi corazón estaba encharcado de frustración, de desencanto y de odio. Y esa noche al escuchar a esa niña yo quise llorar, pero llorar esta vez de gratitud. Y así lo hice. Eso me devolvía la fe en todo. Fue para mí un milagro.

13. Y fue asombroso

– Conmigo no tenga problemas en llorar, don Abelardo, dado que yo lloro con usted. Porque creo que después de nuestra sangre lo más sagrado que podemos ofrendar a los demás es nuestras lágrimas.

– Discúlpeme, discúlpeme. Yo creía que ya había llorado lo suficiente, pero veo que es inagotable. Pero el recuerdo de esa niña me conmueve sobremanera, porque yo pensé que ya todo estaba perdido. Y después de conocerla me di cuenta que habíamos nacido para ser eternos. Cuando yo pensé que ya nadie había en el teatro, que todos se había ido estaba ella en el escenario, sentada en el piano. Y me vio avanzar tambaleante. Había pedido que todos la esperasen en el camerino. Y me estaba mirando. Yo me acerqué y no sé qué le dije, pero lo único que sí recuerdo, y estoy consciente de ello, es que empecé a canturrearle la Concheperla, la Marinera que nadie había querido escribir en el pentagrama. Y esa niña allí mismo, mientras me escuchaba, la fue interpretando en el piano en donde estaba sentada, en pleno escenario vacío, en donde ella había actuado esa noche apoteósica. La Marinera tenía letra mía y melodía de José Alvarado; de “Alvaradito”, como le decíamos. Y fue asombroso, esa niña, que era un ángel, la fue dando forma en el piano. Y fue tan igual a como ahora se lo entona y se lo canta. Y que incluso ha sido convertida en sinfonía internacional, sin que le falte ni una sola nota de las que le puso Alvaradito, y de las que le puso ella esa noche.

14. Todos los sones

– Yo estaba lloroso y creo que ella lo pudo notar. Yo era un hombre viejo y sentía como si estuviera junto o frente a mi madre, ante esa niña prodigio. Y ella, mientras la interpretaba me dijo:

– ¡Es preciosa!

– ¿La considera así?

Nunca había antes llamado de usted a una niña o niño. Y creo que ella se dio cuenta, porque sonrió, con una sonrisa tierna, protectora y hasta compasiva.

– Temo que se pierda porque nadie la ha querido escribir en el pentagrama, hasta ahora.

– ¡Yo la escribiré!

– ¡Qué! –Dije–. ¿Sabe usted escribir en pentagrama? –Le pregunté lleno de asombro.

– Sí, claro. –Me respondió, aún con más comprensión hacia mí.

15. Ha recopilado del olvido

– Pasados los años quiero decirle en mi descargo que yo me considero hombre duro. A los más poderosos les he fustigado hasta ponerlos entre la espada y la pared, hecho que me ha costado deportaciones y he tenido atentados de muerte y he sostenido duelos con espada y con pistola. Pero ante esa niña todos mis esquemas se caían.

– Pero, ¿cuánto me costarán las partituras? –Dije, ya sin recelos, convertido yo en un niño. Y era a fin de asegurarme que lo poco que tenía me alcanzaría para pagarle.

– ¡Nada! –Me dijo.

– ¿Qué? ¿Nada?

– Cobrar sería como si mis padres hubieran tenido que pagar porque yo nazca.

Al siguiente día ya tenía las partituras escritas. Y así pude conocer a sus padres, y el lugar en donde ese portento vivía y había nacido, quien sería después gloria de la música nacional doña Rosa Mercedes Ayarza, a quien el Perú le debe tanto, porque ella ha recopilado del olvido todos los sones del folclore nacional.

Y fue ella quien la interpretó por primera vez en su concierto del año 1899, en que nos hizo un homenaje a mí como el autor de la letra, y a José Alvarado como el autor de la melodía de la Concheperla, en ese concierto que ella dio en el Teatro Municipal en abril del año 1899.

16. Pueblo bendito

– Don Abelardo, ¿quisiera hacer constar algo más en esta entrevista, decirnos algo, dejarnos algún mensaje?

– Bueno, mire usted, hay tantas cosas que decir y que en momentos como este se agolpan de tal modo que uno no atina a escoger una idea por separado qué privilegiar y decirla. En realidad la mía fue una generación que tuvo la desgracia de afrontar una guerra infame, para la cual no estábamos preparados y que vendría de un país que considerábamos hermano. En cada hogar peruano se perdieron por los menos dos miembros directos de la familia, es decir, padre, hermano o hijo. Sin embargo nuestro pueblo pudo salir muy pronto a flote, con una grandeza extraordinaria. Sufrimos derrotas tras derrotas y seguíamos luchando. ¿No es increíble? Y desde el periodismo las mías todas han sido batallas. Me siento un guerrero permanente, que nunca arrió su bandera. Uno de los periódicos que fundé se llamó precisamente Bandera del Norte. Creo firmemente que nuestros baluartes son la educación y la moral. Me siento orgulloso de haber ayudado en algo a que la Marinera se consolide. Finalmente, que el nuestro es un pueblo bendito que extrae de lo más amargo lo más sabio, dulce y sublime.

 

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Danilo Sánchez Lihón
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