Instituto del Libro y la Lectura del Perú, y Capulí, Vallejo y su Tierra

Del mar y las montañas 
Ella es un ovillo de luna 
Danilo Sánchez Lihón
www.danilosanchezlihon.blogspot.com

“Cuando planté rosales
coseché siempre rosas”
Amado Nervo

1. Cada vez que miro el mar

 

Hace pocos días Rosa Cerna Guardia fue distinguida con Diploma de Honor y Medalla al Mérito, por la Asamblea Nacional de Rectores al cumplir este organismo universitario sus Bodas de Plata institucionales.


Ella es escritora y maestra de niños nacida en Huaraz, Departamento de Ancash en 1926, actualmente en plena, honda y maravillosa producción literaria. Pero más que eso, como yo la digo, ella es ovillo de luna.


Asaltan siempre mi memoria aquellos versos de su poema que dice:

Yo podía morir,
pensando en morirme sin conocer el mar;
y ya lo conocía de tanto mirarlo crecer
en todas las orillas de mis sueños;
siempre su rumor me despertaba;
pero tras las cordilleras de mi pueblo
no lo veía nunca.

Un día no recuerdo si fue despierta o dormida
que miré profundamente el mar.
No sé si trasoñaba o realmente existía.
Era... es... tenía... , ¡cómo poder decirlo!
la belleza del cielo de mi pueblo
que yo ya no veía,
disuelta en agua viva
lamiéndome los pies.

– Desde entonces, yo muero
cada vez que miro el mar.
 

2. Enclavados entre montañas

Sea este verano y días de playa que aún continúan ocasión para celebrar el mar, pero como ella lo hace, por contraste para recordar las montañas.


Es curioso que entre quienes somos y hemos venido del contrafuerte andino una presencia obsesiva haya sido y siga siendo el mar.


Como es a la vez cierto que somos muchos quienes habiendo nacido enclavados en la serranía hemos venido a dar con nuestra vida a la orilla del mar.


Pero, ¡cuándo lo habíamos soñado! ¿Cuántos de nosotros enclavados entre las montañas no nos habíamos preguntado como ella, cómo era el mar?


¡Y era increíble la dificultad para imaginarlo! De allí que a cada niño que venía la costa y regresaba la pregunta a su retorno era:


– ¿Cómo es el mar?


¡Y qué arrebato era imaginarlo! En el caso de ella es hermoso que ahora al entrar a sus orillas mire el cielo de su tierra natal.


Al respecto, recuerdo otro poema de ella donde expresaba acerca del mar algo así como: ¡Oh mar, palabra inacabable! Porque, siendo apenas de tres letras, ¿dónde termina esta palabra?

 

3. Tierra de cántaros sonoros

 

Es de Rosa Cerna Guardia este otro poema, que dice:

Mi voz nació de entre las cordilleras,
de tanto imitar el eco en las montañas,
de tanto enhebrar el ovillo de la luna
entre sauces y retamas.


Me viene el canto por la paternidad del viento
la maternidad directa del agua en los arroyos,
por la lluvia, el trueno, el rayo y el arco iris.


También por la hermandad del nido con mi casa
un mismo árbol teníamos delante que avecinaba trinos
y una población de estrellas en la noche
capaz de recogerlas con las manos.


Por eso canto siempre en primera voz,
no por mí misma. Por mi tierra de origen,
tierra de cántaros sonoros. Yo recibí por refracción
entre sus altos hornos toda la ternura que hay en mis palabras,
me fue fácil: sólo dejé que mi alma alfarera
copiase hacia adentro su belleza.

4. Viento mío, original, sereno

Rosa Cerna más que una autora de poemas y cuentos maravillosos en donde los personajes dejan el marco de un cuadro antiguo y bajan a pasearse con nosotros, o donde a partir del bosquejo de un duende de madera se hace un duende verdadero que juega y hace travesuras, más que creadora de una literatura fantástica –tanto por recorrer esa dimensión de lo ilusorio como por su excelente calidad– nos ha donado el bien excelso de una forma de ver el mundo, una actitud frente a la vida, una manera de vivir, llena de encanto, de compasión, capaz de hacer de un orden deleznable un instante de fina trascendencia:

Traduzco mis poemas con la escritura de las aves en el suelo.
Otras veces con el canto.
Es mágico este mi universo construido.
No sé si es mejor el canto de las aves unido a mis palabras
o mis palabras dichas en el tono de las aves.
De la escritura sí estoy segura. Todos sus garabatos en el suelo
son mis verdaderas traducciones.
Lo que levanta el viento, viento mío, original, sereno, inconfundible.
Mis palabras van siguiéndose unas a otras en vuelo continuado,
no se pierden en el aire, las huellas dibujadas en el suelo
las orientan.

5. Me quedaría como soy

 

Tampoco yo sabría decir, por ejemplo, en qué campo es más grande la obra de Rosa: si en la literatura o en el aula de clases.


Presiento que en el alma de sus niños, y lo intuyo por sus cuentos que narran cómo se encienden y pueden alcanzar brillos, fulguraciones y resplandores.


Sospecho que en la educación está su obra magistral, ahora inhallable porque fue esparcida en el tiempo y directamente al corazón de quienes fueron sus alumnos.


Y se ha reafirmado en ello, al decirlo así:

Si me fuera dado
volver a elegir lo ya elegido,
me quedaría como soy:
el mismo nombre,
la misma ternura agazapada
y este afán de velar por los niños
ajenos
como una lumbre en el pueblo.

6. Revoloteando por el cielo azul

 

Y estas otras palabras, que a continuación cito, escritas por ella en ese famoso cuento titulado “La niña de las trenzas azules”, que deberían grabarse en letras de oro y colocarse como un cartel que veamos todos los días en el dintel de toda aula de clases.


Estas palabras fueron dichas cuando la maestra, hablando con la niña que representa a una vendedora de pajaritos y anda por el escenario con su pajarera llena de papeles de colores ofreciéndolos a la gente que pasa, al ver tan perfecta la escena la maestra le dice:

Ahora sólo hace falta que te enciendas,
que irradies, que pongas tu alma.

Estas frases constituyen todo un lema, una bandera y un estandarte para cada vida humana del Perú de hoy. Debe de ser un grito de guerra y de paz que nos levante, que nos eleve, que nos vivifique.


Y tenga el poder que tienen en el cuento, de convertir los papeles doblados de origami en impulsos fuertes de pajarillos vivos en nuestras manos y revoloteando por el cielo azul.

 

7. Abrirle nuestro corazón de par en par

Rosa ha sido y es –y lo seguirá siendo toda la vida– una maestra de escuela que escribe basada en las historias de sus niños, en una conjugación hermosa con la tarea escolar. Quien no repara ni en cuánto ni en cómo le pagan, sin frustración, sino fundamentalmente “poniendo el alma” en cada cosa que hace, dándoles a sus hijos espirituales esperanzas, caminos, moradas permanentes donde defenderse y desde las cuales luchar.


Hablar de Rosa Cerna es hablar de la ternura, de aquella avecilla que anda tan asustada, con las alas plegadas porque la espantamos con nuestros gritos, ahuyentándola y diciéndole con nuestros gestos que se vaya, que no son éstos ni sus tiempos ni sus dominios.


Pero ella viene y ronda a nuestro lado, y aletea por nuestro contorno. Aguarda en nuestro patio o más afuera en la puerta, con su sonrisa que pide permiso como si fuera una intrusa.


¡La ternura a quien deberíamos abrirle nuestros brazos y nuestro corazón de par en par!


¡Y llamarla para que viva siempre con nosotros. Y con quien deberíamos estarnos más suaves, más quedos, para que no vaya a sentirse cohibida, ¡e irse para siempre dejándonos marchitos, agostados y yertos!

 

8. Esa flor que debemos cultivar

 

¡Hermana ternura, maestra ternura, madre ternura es Rosa Cerna Guardia! Quien es capaz de podernos decir:

Tengo el alma abierta como los trigales

cuando ha llovido.
No me acuerdo del sembrío
ni del molino que astillará en su rueda
mi caída.
Miro lo que sale de mí tras las bandadas
de aves,
y, amo todo lo que regresa en el aire.
El aire tiene el don de dejarme en el pecho
la música que rinde de ave
cuando está herida.

Pero hay al lado de esta otra excelencia en Rosa Cerna: el candor, camino resbaladizo de pisar, ¡del cual recelamos tanto!, pero que es bueno restituirlo en nuestras vidas.


Porque el candor –esa flor que debemos cultivar en nuestro jardín, al menos interior– apagaría muchos incendios, aplacaría montañas de violencia, aliviaría muchos enconos, oprobios y pesares.

 

9. Embajador de la luna y las estrellas

 

¡El candor de ser maestra! ¡El candor de escribir para niños! ¡El candor de no pedirle nada ni al gobierno ni a quienes mucho le deben!, porque sus cuentos se reproducen indiscriminadamente sin que siquiera se consigne el nombre de su autora. ¡Oh ignominia!


¡El candor de pensar siempre bien de todos! ¡El candor fuerte, profundo, potente de amar por sobre todas las cosas! ¡El candor de haberse quedado sola!


Hay un personaje que puede ser símbolo de todas estas virtudes –así podríamos llamarlas a estas presencias– en la poesía y el arte de Rosa, y ese personaje es el espantapájaros.


Porque, ¿quién puede ser más tierno y candoroso que un espantapájaros?


Como ella dice, ese:

 

– Monarca absoluto de todos los sembrados
– Custodio vitalicio, sin derecho a renunciar de la lluvia, del aire, del granizo, del sol
– Representante directo del labriego
– Embajador de la luna y las estrellas
– Consejero y guía de los pájaros hambrientos
– Compañero inseparable de los árboles y de los perros
– Ministro de agricultura.

 

10. A la nieve que es misterio

 

Pero hay otro contenido quizá mucho más poderoso y hondo en Rosa Cerna Guardia, y es ¡el amor! Empezando desde el más cercano hasta el más distante, a los seres del mundo que le rodean y también a los ideales más sublimes:

Y yo soy.
El ave tiene.
Y la estrella da.
¿Y tú, padre mío,
en qué sitio
a qué hora
defiendes el alba
de todos los días
delante de Dios?

Y, por último, el amor a su perrito faldero: ¡A Carbón!, que un día su padre dejó a sus pies como un copito de lana negra.


Amor a sus hermanos y a su hogar, a quien Rosa dedica sus libros. Después: al paisaje, a la nieve que es misterio. Y quién para saberlo más que ella, pues nació en Huaraz frente o al pie de la blancura inmarcesible de los nevados andinos, del Huandoy, del Alpamayo, del Huascarán.


Amor entrañable al Perú, a los niños y al ser humano en general. Amor a la creación como señal, vestigio y obra de un ser supremo.

 

11. Fablillas  en el pesebre

Pero he aquí el libro que yo más adoro de Rosa Cerna: Fablillas en el pesebre, un libro de fe, un libro oración, un libro votivo; que nos enseña a vivir con lo humano y divino, con lo natural y lo sagrado, con lo trascendente y lo cotidiano. Sólo posible de ser escrito por alguien que habla a diario con Dios y quien piensa que lo único cierto en la vida es la existencia de un creador bueno.


Rosa Cerna nos hace presente en este libro a un dios de amor, a un dios de candor, a un Dios de infinita ternura, capaz de intimidad, de hondas confidencias, de secretos humildes, pequeños y nimios, ¡esa es la virtud!, pero a la vez extraordinarios para nosotros.


Un Dios niño.


Necesitábamos este libro en nuestras vidas. Necesitábamos que alguien haga un lugar en nuestra casa donde irradie un sentido nuevo y profundo de las cosas. Que una matita de flores desde un huerto nos invada con su perfume y nos haga sonreír, despiertos o en sueños.


Necesitábamos un manojo de palabras llenas de fervor, un haz de luces que nos devuelva la tranquilidad, la confianza de que todo está bien, que no hay nada que temer, que hay que confiar.

12. En el centro de lo sagrado

 

Necesitábamos una voz que nos diga que lo grave ya pasó, que debemos tener calma. Que hay un conductor en el timón del universo.


Y que él, para mayor seguridad, ¡es un niño!, es decir un ser puro, en quien además palpita la gracia de ser Dios.


Necesitábamos alivio en nuestras sienes, y he aquí la razón de este libro. Necesitábamos una mano y una voz que relaje en algo nuestras tensiones y quebrantos. Que pulse, toque y afloje nuestros nervios.


Que alguien muy despacio abra nuestra puerta y deje entrar la luz sin que la sintamos, sino que nos llegue lentamente como una melodía, una paz, una calma, un rumor de hojas y de viento nuevos.


Que diga que viene por nosotros. Que está destinada, o destinado, para cruzar con nosotros, el caudal torrentoso de la vida y de la muerte.


Con Fablillas en el pesebre de Rosa Cerna Guardia, se hace fácil entender y sentir lo que a veces es tan difícil y para muchos –¡oh pesar!– hasta imposible, y ello es:


Que vivimos en el centro de lo sagrado. Y que esa maravilla y excelsitud está en lo íntimo de lo que somos, en lo natural y cotidiano de nuestras existencias.

13. Nos enseña a creer

 

A su voz se une en este libro la de Esther Allison, que nos legó su palabra ferviente, sus cantares, su devoción. Quien se dedicó a escribir acerca del brote de una hierba en el jardín, conmovida ante una gota de lluvia que pende en lo alto del tejado.


Nos donan ambas el prodigio de la pureza, y de un manojo de sentimientos sutiles –como esas flores en lo alto de los muros de los pueblos humildes– inocentes pero a la vez inmarcesibles.


Por eso, quien coja en sus manos y lea este libro se hará bueno, sino es para siempre, al menos por un momento, lo cual es ya bastante.


Porque nos enseña a creer en algo inmenso y absoluto, aunque pequeño y tierno.


Nos guía a confiar más y mejor; pero sobre todo, a vivir iluminados por la gracia y el milagro del amor.
 

14. Mujer de la ternura suprema

 

Con dicho libro Rosa, quien bajó desde las altas montañas, pudo finalmente llegar al mar.

Acaricio en tus ojos
la forma de los peces
y todo lo marino que acontece en ti,
las grutas que la esponja cala bajo el agua
el incesante ruido con que se mece el mar.
La nevada espuma que golpea las riberas
y la remota estrella reflejada en tu ser.

Nada mejor para ilustrar todo lo dicho en relación con Rosa Cerna Guardia, que lo que ella misma nos expresa en el pórtico de Los días de Carbón.


Y creo también que estas son las palabras emblemáticas para toda la vida y obra de esta poetisa de la vida, esta decantadora de los sentimientos más sutiles del alma humana, esta mujer de la ternura suprema…

 

15. El rozar de unas alas...

 

…Es en estas palabras en donde encuentro el secreto de su mensaje, la imagen y la metáfora profunda de su existencia, espejo de lo que ella es espiritualmente, cuando nos habla:

 

Poseo como nadie, la imagen del ave que un día murió en mis manos. Me ha quedado para toda la vida su último temblor y sus suspiros. Es como una huella que llevo; por ella, todos podrán reconocerme como la mujer que tiene en su mano una cicatriz embellecida por la semilla del trigo que, teniéndola en el pico, no alcanzó a tragar.


Llevo esa semilla dentro de mí como si llevara un secreto muy hondo por hermoso y querido.


Su corazón ya sin palpitación, está unido a mis latidos y sus ojos me miran a través de todos los árboles que miro.


A veces cuando estoy triste pienso en ella.


Su alma que vivió en los cielos me hace sentir la frescura del aire que rozó sus alas; entonces, recuerdo que llevo este secreto y me siento feliz.

Danilo Sánchez Lihón

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