Instituto del Libro y la Lectura del Perú, INLEC

Ciliado arrecife donde nací
Danilo Sánchez Lihón
http://danilosanchezlihon.blogspot.com/ 

1. Unción por la pared que abriga 

“Ciliado arrecife conde nací”, es la frase con que el poeta César Vallejo define a Santiago de Chuco. O "... ríos de luz y entrañas de amor", donde hasta las paredes y las piedras rezuman cariño y ternura.

Por eso, es significativa hacer la travesía y llegar hasta él en la caravana que año tras año realiza el movimiento Capulí, Vallejo y su Tierra, porque ello constituye el viaje hacia adentro y hacia el fondo de la raíz que somos.

Y es la proyección hacia el futuro que queremos ser.

Es el vuelo hacia lo distante y lo alto; hacia la transparencia y la infinitud; es sumergirse en la entraña para alcanzar nuestra identidad, aparentemente perdida pero más bien latente, soterrada y escondida, donde Santiago de Chuco es fuente.

Viajar a él es recoger el testimonio de que en el ámbito interior del país se encuentra lo mejor de nosotros mismos. Incluso, que al interior del ser del hombre está lacerante el drama del retorno y del adiós, antes que externamente; al venir unos y marcharse e irse otros.  

2. El retorno de los hermanos

Es constatar cómo se hace, y deshace al mismo tiempo, con grandeza y pesar, el mundo y la vida, quizá por lo escondido que está el pueblo, las casas, las calles y el paisaje; como por lo íntimo del alma de su gente.

Y ya sea por el alhelí que allí luce con todo su esplendor, con toda su luz, secreto y perfume –aunque nadie pose sus ojos ni perturbe su silencio arrobado– viajar y estar en él es sentir el Perú profundo, el risco y la pluma que somos.

Y erigiéndose y desplomándose el enigma que nos habita en el fondo del ser y de nuestro destino.

Es importante y significativo conocer dicho pueblo porque con el amor que él nos inspire propugnaremos el retorno de los hermanos que se han ido.

Y con la visión que conocer los pueblos añejos y recónditos nos planteen se nos hagan claros los desafíos en cuya forja pongamos nuestro empeño.

3. La flor de la esperanza que allí anida

Y con la unción por la pared que abriga y por el viento que sopla en lo desolado de los pajonales, seamos fieles a este Perú irredento, dulce y cruel que llevamos hincado en el alma.

País que solo allí lo sabremos valorar y amar, por abrupto y fino, difícil y encantado; risco, flor y rayo de luna, haciendo allí el juramento de no fallarle nunca.

Y dediquemos entonces lo mejor de nuestro aliento y nuestra vida, por difícil  que ello sea, en la construcción de un orden nuevo en el Perú, que ha de ser lo único que nos salve y nos redima.

Y como las hortensias que crecen en los huertos y jardines –como ahora también en los patios silentes de las casas abandonadas, y hasta en los muros derruidos de los hogares donde antes se cobijó la vida– rescatemos la temblorosa y hechizada flor de la esperanza que allí anida, con la cual volvamos de regreso –esta vez jubilosos de haberla encontrado– por sus caminos.

4. Claves de lo que somos y no somos

Así es Santiago de Chuco, la flor del ande, que como el alhelí de sus huertos y jardines, desde el centro de su corola que es su plaza, y hacia los costados de su recóndita y elevada geografía, siguiendo el trazo tembloroso de sus calles, extiende el tul y el dorado de sus pétalos fulgurantes que son sus barrios:

El San Cristóbal, el Santa Mónica, el de San José y el de Santa Rosa, cuyos bordes terminan en los "cantos" o contornos del pueblo, que aureolan, con una corona de rosas y laurel, sus consagradas sienes.

En aquel espacio habita la gente más honda y transida; confrontada ella misma con los enigmas.

Y, posiblemente, seres con la verdad más intensa acerca de lo lejos y lo próximo, con claves de lo que somos y no somos; así como sintiendo más nítidamente la luminosidad y la grandeza del mundo y la vida.

En ese espacio mágico se posa, más enigmático que nunca, el sol radiante, la lluvia que germina como también la luna arrebolada.

5. Bajo la sombra de sus aleros y techumbres

Aquí, ha caminado sus calles, doblado sus esquinas y posado sus ojos en estas paredes, y desde niño, nada menos que el poeta César Vallejo.

Como también se ha guarecido bajo la sombra de estos aleros y techumbres.

Aquí recostó su mirada, su frente y sus sueños el poeta más abisal del mundo.

Quien, ya sea en el plano de lo tangible, como también proyectándose desde el recuerdo y la añoranza, ya sea estando en París, Madrid, Berna o Moscú, nunca pudo olvidar su pueblo al que evocó siempre.

La identificación que él tuvo con su lar nativo no era sólo estando despierto o en vigilia sino incluso dormido.

6. De Santiago de Chuco, señor

Se cuenta de aquella vez en que le contesta al policía francés que lo interroga, mirando detenidamente los documentos de identificación que él le  extendiera por haberse quedado dormido en la banca de uno de los parques de la Ciudad Luz:

– ¿De dónde es usted?

Respondiendo él más que en el entresueño en la más absoluta vigilia:

– Soy de Santiago de Chuco, señor.

Rememorando así, con plena identificación y ternura el lugar donde nació, creció, amó y peleó, llevándolo clavado en el alma, no solamente en vida sino cuando al morir desanda sus pasos para regresar en la memoria hasta su casa.

¡Y vuelve a fin de encontrarse con sus seres queridos, sobre todo con su madre difunta a quien abrazan, como él lo hizo en ese trance definitivo de morir al llamarla a ella varias veces en su lecho de muerte!

7. Hacia el origen de lo que realmente somos

El viaje a Santiago de Chuco dura 6 horas. Se parte desde Trujillo en las agencias de transporte: Ágreda, Horna o Señor de los Milagros cuyos ómnibus salen a las 8 de la mañana y a las 7 de la noche. Para el caso de la fiesta se implementan otras salidas e itinerarios.

Si el viaje es de día y ya el ómnibus en marcha, a las afueras de Trujillo lo primero que veremos son los interminables cultivos de caña de azúcar de Laredo a ambos costados de la pista.

Pronto el vehículo empieza a subir el macizo andino donde predominan los valles profundos y las cadenas de cerros empinados. Nos extasiamos con las hermosas casas de campo dentro de enramadas y tupido boscaje que se alinean a la vera del camino, con lugares para la recreación y el esparcimiento.

Hasta arribar a Shirán donde se realiza el control policial y los pasajeros aprovechan para bajar y respirar el aire fragante de los huertos y las flores silvestres. El cielo ya es completamente azul.

8. Humitas dulces y saladas

Recién allí somos conscientes que hemos sido capaces de dejar la rutina y estamos en la aventura de un viaje a la sierra del Perú que en verdad constituye un retorno al origen de lo que auténticamente somos.

En Shirán se puede desayunar probando caldo de gallina, aguadito de pollo, seco de cordero o bien probar café con bizcocho relleno de queso serrano. A la vera de la carretera hay abundantes puestos de fruta, con variedad de gaseosas, galletas, turrones.

Allí se venden empanadas, choclos calientes, huevos cocinados, humitas dulces y saladas.
Ya subidos a los ómnibus los rostros expresan felicidad. Se intercambian mandarinas y duraznos, naranjas y pepinos.

Alguien hace una apreciación sobre el viaje, se calcula la hora en que llegaremos, se dice alguna broma riendo todos de buena gana, celebrando la gracia hasta con grandes carcajadas.

9. Bogan en silencio las nubes blancas

El chofer nos contenta poniendo música criolla o andina. Nadie se pierde de mirar hacia afuera de las ventanas el paisaje, rico en sembríos de piñas, plátanos y papayas. A cada curva el río va quedando abajo en la hondonada.

Ya estamos en Casmiche, el sol es espléndido, el aire fresco. Las casas lucen en sus balcones geranios rojos. Desde las puertas asoman mujeres y niños. Las huertas son floridas, las chacras, delimitadas por muros y mochetas de piedra que trepan por las laderas.

El confín de los cerros se divisa hacia arriba. Abajo entre blancas piedras se desliza el cauce del río, ora terroso, ora azulino, ora rojizo por los relaves de las minas.

Cada vez los declives del terreno se han vuelto más pronunciados, pero la carretera es ancha, asfaltada y con señalización precisa. En la parte baja del panorama abundan los bosques. Y arbustos en lo alto de los cerros. Se hace más luminoso el día. Hacia el fondo y en lo alto bogan en silencio las nubes blancas.

10. Puertas con nombres desvaídos

Hemos llegado al desvío de Otuzco. Suben mujeres y niños ofreciendo caramelos, gaseosas y bolsas de panes serranos. El ómnibus parte. Desciende hasta un puente y luego, otra vez, empieza a subir. La naturaleza nuevamente cambia. Esta vez se ha vuelto florida, cubierta de sembríos, de casas con techos de teja a dos aguas, sombreadas de árboles.

Llegamos a Agallpampa con su bella y colorida plaza donde se alza su iglesia. Hay feria, con grupos de gente que compran y venden, con restaurantes abiertos y ómnibus cargados que parten hacia Julcán y pueblos anexos.

Avanzamos por una suave gradiente rodeados de eucaliptos y campos de maíz y de trigo. Ya estamos en Yamobamba, de casas esparcidas, iglesia alta de adobes descubiertos, balcones sobre puertas con nombres desvaídos de algún almacén o restaurante que fue en algún otro tiempo.

Llegamos a otro puente y pronto al restaurante “El viajero” donde el ómnibus se detiene con la voz del chofer que dice: “Aquí almorzamos, señores”.

Dentro, el ambiente es cálido, fraternal y vocinglero. Unos reclaman caldo de gallina o cordero, otros truchas fritas, estofados de arroz con pato, cuyes fritos con papas, lomos saltados.

11. Tramontando la cordillera

Afuera varios  grupos se toman fotos, se desperezan, fuman un cigarro. Todos preguntan cuánto falta para llegar: “Estamos a mitad de camino”.

Luego de que el chofer revisa llantas y echa agua al radiador nuevamente arranca.

Pregunta si todos estamos completos. Y reinicia la subida. Recién aquí pasamos por Mótil enclavado en una curva.

Con el portón de su antigua Casa Hacienda como emblema, a cuyo alrededor se apiñan las casas de ventanas ojerosas dentro de un bosque tupido de árboles enormes y vegetación profusa.

En la banda de enfrente, hacia lo alto de la cordillera, las personas señalan que por allí queda la capital de la provincia de Julcán, conformada en base a territorios que fueron de Santiago de Chuco.

Se llega a un conjunto de casas denominado El Paraíso. De este punto se sube Cerrosango, desde donde se divisa la imponencia de la cordillera andina. A partir de entonces el clima se hace frío. Estamos entrando, o saliendo porque queda ya fuera del planeta tierra, a la zona de jalca.

12. Brama la brisa en las piedras

Aquí está Shorey, donde llueve. A través de la ventana empañada se divisan filas de campamentos de mineros que trepan escalonadamente por la pendiente. Al borde de la carretera está el Puesto Policial. El ómnibus se detiene. Al frente hay una bodega. Bajamos acurrucados.

Allí se venden gaseosas, basitas, pasteles, bizcochos y mates de coca. En la vieja radiola se escuchan huaynos. La altura sobre el nivel del mar aquí es de 3,800 metros. En este punto la carretera se bifurca en dos ramales, uno que va para Huamachuco y el otro para Santiago de Chuco y sus distritos.

Tomando esta segunda ruta se sube el tramo llamado Huacamarcanga, hasta una altura de 4, 600 metros. Es la parte más alta que se cruza. El aire es transparente.

Aquí hay una roca que se mira hacia la distancia en forma de Pata de Gallo, curiosidad que ha dado nombre a este lugar. Cerca hay otro promontorio que semeja una manada de Toritos donde corre mucho viento y por la noche brama la brisa en las piedras como si fueran indefensos becerros.

13. En la cima misma del techo del mundo

Pasando los Toritos se nota los restos de una casita donde antes se tomaban caldos, se servían copas de aguardiente y que todos la identificaban como la “Casa del Campero".
De ese punto a la derecha parte una carretera hacia Calamarca y Sangual.

Es impresionante ver desde este punto la majestuosidad de la Cordillera Blanca con sus montañas sagradas cubiertas de nieves eternas, destacando entre todos los picachos el Huascarán y el Huandoy.

Empiezan a ser más frecuentes las casas de pastores, hechas de pircas de piedra, y dentro los rediles de ganado.

Desde la vera de la carretera nos saludan niños y niñas rozagantes con sus polleras de encendidos colores que destacan en el fondo del ichu verde-amarillo. 

El humo azul, que se filtra a través de los techos de paja o bien de las tejas húmedas, enternece el mediodía y abriga en la cima misma del techo del mundo.

14. El humo azul de las cocinas

Pronto pasamos por las lagunas de Coipín, profusa de fauna silvestre, águilas, garzas y patillos. Ya empiezan a verse casas con techos airosos por donde se eleva hacia el cielo otra vez el humo azul de las cocinas.

Desde aquí se divisan las peñas de Sauca en cuyas cuevas y rendijas que dejan los peñones moraban los famosos facundos y Pishtacos que asaltaban a los caminantes.

Esas son historias que datan de antiguo. Por eso había que ir en caravanas para poder pasar por esos sitios, armados de carabinas, porque cuando los bandidos veían a muchas personas armadas ya no atacaban.

En aquellos lejanos tiempos los caminantes no se aventuraban a venir solos aquí porque los robaban.

Y no sólo eso sino que les sacaban los ojos y hasta el sebo para venderlo en el Puerto de Salaverry, narran las abuelas cuando se trata de contar cuentos y leyendas de otras épocas.

15. Allá hacia el fondo se divisa Santiago de Chuco de tejados rojos

Ya estamos en Huayatán, rico en quesos, desde donde allá hacia el fondo se divisa Santiago de Chuco de intensos tejados rojos, capital de la provincia.

A él ingresamos por sus calles de muros macizos, aleros altos y salientes, de portones señoriales. Pueblo grande y de abolengo.

Con una plaza primorosa donde destaca la Iglesia Matriz, el Palacio Municipal y la Torre del Pueblo como enseña de su destino legendario; cuna de poetas, héroes sociales y educadores insignes.

Hoy es día de fiesta. Santiago de Chuco recibe a la peregrinación anual que se organiza para conocer la tierra donde nació el poeta universal César Vallejo.

Hay bandas de músicos que tocan marineras, mojigangas en las calles y suben a lo alto, atronando con su ruido y dejando una estela de humo y de ilusión en el cielo y en los corazones, los cohetes y las bombardas.

Danilo Sánchez Lihón

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