Instituto del Libro y la Lectura del Perú, INLEC 

Arica y Alfonso Ugarte
Cuando hay fuego sagrado en el alma
Danilo Sánchez Lihón
www.danilosanchezlihon.blogspot.com

1. Una motivación sublime

Alfonso Ugarte tenía 32 años cuando se desató el conflicto que enfrentó al Perú y Bolivia con Chile en 1879. Había nacido en Tarapacá el 13 de julio de 1847.

Era un empresario y hombre de negocios, dedicado a la comercialización del salitre. Y como tal un personaje acaudalado que anhelaba que al transcurrir los días fueran laboriosos y tranquilos.

Estaba a punto de emprender un viaje de vacaciones a Europa cuando redoblaron los tambores y resonaron los clarines de guerra. Y se desató el conflicto el 5 de abril de 1879 cuando Chile declaró la guerra a Bolivia y al Perú.

Ante estos sucesos canceló su viaje y se quedó a afrontar la situación por la cual iba a atravesar su patria, el Perú. 

No eludió el más duro de los trabajos: la turbulencia de la guerra. Y luego su propio holocausto el 7 de junio en el Morro de Arica, portando la bandera y alentando a sus soldados.

De ser un hombre próspero pasó a ser un peón, un aprendiz de milicia, un soldado. Y pronto se convirtió en un guerrero insigne y en héroe.

Al abrazar la causa que defendió lo hizo no solo como peruano, sino como un representante de la especie humana consciente, esclarecida e integral, que se subleva por una razón moral simple, por una ética ineludible, por una motivación sublime defendiendo principios humanos sacrosantos. Y todo fue así porque tenía fuego sagrado en alma, de eso estaba hecho.

2. Donar la vida

Rebelarse contra lo que es bestial, injusto y abusivo, es noble; actitud que cabría esperarla incluso de los propios y ocasionales enemigos.

Porque cabe anhelar de todos que seamos personas que disciernen entre lo bueno y lo malo. Y deciden por lo primero. Y que elijamos ser entre hienas o pastores aquellos que defienden a una comunidad.

Ante tal circunstancia no resuelta es que Alfonso Ugarte no dijo: me voy, mi viaje lo había planeado antes. Desde allá ayudaré mejor. 

No es que solo avitualló un ejército con su fortuna, sino que donó su vida a su terruño.

No es que puso toda su riqueza a favor de su heredad, sino que donó su paz, sus negocios, sus amistades. 

Puso a disposición del movimiento de defensa sus contactos, sus relaciones, involucró a sus clientes. 

Sus amigos pasaron a ser oficiales del Batallón Iquique Nº 1 que él organizara en base a obreros y artesanos de esa ciudad. Y que mantuvo todo el tiempo hasta su inmolación en el Morro de Arica.

Y es que tenía excelso y sagrado fuego en el alma.

3. Y continuó luchando

Había sido elegido Alcalde del puerto de Iquique el año 1876. 

Su empresa tenía bases en otras ciudades de América y Europa. Pero no las buscó como subterfugio, diciendo: soy ciudadano del mundo, no reconozco ideas limitadas de patria. Puedo ser de allá como de acá.

Él defendía principios, por los cuales financió un batallón con su propio peculio. Y no es que dijera hasta aquí llegó mi cuota, aunque con solo asumir ese compromiso ya su acción resulta extraordinaria y ejemplar. 

Pero hizo mucho más: se entregó entero, cambió su vida. No solo suspendió su viaje y donó su fortuna, sino que entregó todo: cotidianeidad, coraje, sueños.

Y no fue él único que así lo hiciera. Lo mismo hizo Ramón Zavala, de 27 años, que igual armó un batallón con su fortuna y luchó hasta morir en la defensa de Arica.

En Tarapacá una bala estuvo a punto de destaparle el cráneo a Alfonso Ugarte. Le rozó la sien que se hizo vendar para contener la sangre que manaba. Y continuó luchando.

¡Eso ocurre cuando hay fuego sagrado en el alma!

Y eso lo tuvieron a raudales los guerreros de aquellas horas infaustas. Y eso lo tenemos todos aquí, en el fondo del corazón.

4. El amor a su lar


Después del descalabro de la batalla de San Francisco, donde participó Alfonso Ugarte, este no dijo ya perdimos la batalla, perderemos la guerra. Y entonces salvo lo que pueda. 

No dijo: creo que ya puse bastante, la historia que me juzgue, ya puse mi esfuerzo. 

Siguió luchando con denuedo, lo que quiere decir que nada lo daba por perdido. 

No se desmoralizaba ante los reveses. No se desanimaba ante el infortunio. Él alzaba la bandera e impulsaba el carro hacia adelante.

No dijo tal tuvo la culpa. No echó en cara a nadie. Siguió luchando.

No dijo ya no hay ejército. ¡Hizo su ejército!

Nada para él era bastante cuando de lo que se trata era defender principios.

Puso todo su dinero en el arca santa del amor a su lar natal y a la evocación de las horas de infancia.

No dijo escojo otra suerte.

Todo porque tenía fuego sagrado en el alma que vale más que todo el oro del mundo.

5. Nos incumbe a todos

Tampoco elucubró: La guerra es cuestión de gobiernos. Y es función de los ejércitos. 

¿Invertir en equipar un batallón? ¿A quién se le ocurre? A él. Y a otros tantos seres sublimes cuando les convoca los principios.

Porque la Guerra del Pacífico fue una guerra de civiles contra militares entrenados y formados para la crueldad, el odio, la vesania y el despojo.

Los espartanos fueron formados desde niños para ser soldados, pero fueron ejemplo de heroísmo como también de moral.

Los héroes de Arica fueron civiles. Alfonso Ugarte que lucía el grado de comandante de dos batallones era civil.

Si el heroísmo en un soldado entrenado para la guerra es admirable, en un civil ¿cómo lo será de mayúsculo y superlativo? 

Por eso, honor al héroe insigne Alfonso Ugarte. Honor a los que defendieron el día 7 de junio de 1879 lo que es moral, la dignidad del ser humano, el sentido de lo humano, que nos incumbe y compromete defender a todos los hombres.

6. A manos llenas

El ardor de aquellos combatientes no era creer tanto en los triunfos sino en la causa que defendían.

Alfonso Ugarte era alegre, vital y campechano. Se lo refiere franco, generoso, de puertas y brazos abiertos.

Así abrazó a Arica, quiso quedarse en ella. Es la insignia imperecedera en el costado izquierdo de su pecho, lo más cerca de su inflamado corazón.

Aquello que defendía era ya un imposible. Sin embargo se abrazó fuertemente a Arica. Esa es su gloria.

Con sus arengas infundía entusiasmo a su gente, diciéndoles que nos había tocado como destino defender una causa honesta, honrada y como tal gloriosa.

Jamás fue derrotista, ni pusilánime, ni acobardado. Al contrario. Era pujante, confiado, generoso.

Sus vínculos con sus soldados eran simples. Con una gran ternura por la vida.

Al fin y al cabo era un hombre práctico, que sabía comunicarse directamente con la gente. 

Pero solo en las grandes pruebas sobresale el fuego sagrado de que estamos hechos. Y sobresale a manos llenas.

7. Lo hizo hasta morir

Era un empresario de quien dependían muchos empleados. 

No dijo: debo ser realista, de mí está pendiente el destino de mucha gente. Y haré mejor si me pongo a buen recaudo. 

No. Había deberes sagrados qué cumplir.

Tampoco dijo: cambio de oficina y me voy a otro puerto, bajo la sombra de algún otro país de América o Europa.

No adujo: seré sensato, entonces pacto, cuido mi negocio. 

No calculó fríamente: puedo escoger cualquier patria que yo quiera. Para eso soy ciudadano del mundo, moderno y universal.

No dijo: esto no me implica, no es mi responsabilidad, no es conmigo. No soy soldado.

Eso no ocurre en quienes tienen fuego sagrado en el alma. 

Al contrario, buscan participar, unirse, hacen lo indecible para estar allí donde las papas queman. 

Y eso hizo él hasta morir el 7 de junio en el Morro de Arica.

8. Por aclamación

Antes, participó el 19 de noviembre de 1879 en la Batalla de San Francisco.

Estuvo en la agobiante retirada a Tarapacá.

Peleó en la Batalla de Tarapacá el 27 de noviembre de 1879, donde fue herido de bala en la cabeza.

De allí emprendió la penosa marcha hasta Arica a unirse al bastión de guerreros incólumes que dieron un ejemplo de heroicidad al mundo.

En Arica intervino en las dos Juntas de Guerra que convocó el coronel Francisco Bolognesi y donde se tomó y ratificó el acuerdo por unanimidad de morir defendiendo la plaza.

Fue aquella una decisión inquebrantable, por aclamación las dos veces en que se sometió a consulta. 

El grito fue: ¡no nos rendiremos jamás! ¡Honor y gloria eterna a esos inmortales!

Allí estaba entre esa pléyade de hombres luceros del alba. 

Es que tenían fuego sagrado en el alma. ¡Y eso lo heredamos nosotros! 

9. Absoluta su entrega

1,600 peruanos se enfrentaron a 7400 chilenos fuertemente armados.

Alfonso Ugarte obtuvo el grado de coronel en los campos de batalla.

Formó reclutando obreros y artesanos el batallón Iquique Nº 1, conformado por 429 hombres y 36 oficiales.

Fue comandante general de la Octava División en la defensa de Arica. Y era civil, no militar.

Fue absoluta su determinación y su entrega. Unió a la decisión de Francisco Bolognesi su jefe ya anciano, la suya y como tal convicta y confesa, que se sumó a la de quienes frisaban la flor de su juventud henchida y pletórica.

Esos paladines de Arica consagraron el 7 de junio de 1879 su fervor indomable en una patria hecha de realidad y de sueño.

Unieron la turbulencia de su sangre impetuosa junto a la decisión sosegada del ínclito anciano, en un ideal supremo de algo que hay que explorar hasta el fondo y que indudablemente pleno de virtudes se sintetiza en un símbolo: Perú.

Por si acaso, Alfonso Ugarte no era blanco, ni alto, ni tenía ojos azules como ahora lo pintan.

Era trigueño, bajo de estatura, de ojos muy negros. Los dientes los tenía orificados, el cabello ensortijado y el bigote hirsuto.

Era como tú y como yo, ciudadano común y corriente, que tienen fuego sagrado en el alma

10. Siempre estará vivo

Tenía picaduras de viruela en la cara. Y se lo recuerda afectuoso, fraterno, sensible. Se lo evoca ilusionado en el amor, tal y como somos tú y yo.

No era apuesto, ni un ser providencial, que estuviera favorecido por la naturaleza para ser una estampa, un paradigma de belleza, un rey en su trono o una estatua viviente.

Su madre ofreció una recompensa de mil pesos a la tropa chilena por la entrega del cadáver de su hijo. Fue encontrado a las orillas del mar al pie del Morro el día 14 de junio. 

Los restos reconocidos y aceptados por su progenitora fueron sepultados un día después en el cementerio de Arica. Posteriormente fueron trasladados a Lima donde reposan dentro de un sarcófago en el tercer piso de la Cripta de los Héroes en el cementerio Presbítero Maestro.

Gerardo Arosemena en su calidad de director del Centro de Estudios Histórico Militares del Perú fue autorizado el año 1979 para abrir la tumba de Alfonso Ugarte encontrando sus restos envueltos en la bandera peruana.

Pero más bien él está vivo delante de nuestros pasos. Y para siempre, porque sin darse cuenta de lo inmenso de su gesta sacó a luz el fuego sagrado que tenemos él, tú y como yo, en el alma, sin saber que lo tenemos.

11. Defender la vida

Hay ejércitos que se reclaman vencedores porque sembraron muerte a su paso, no dejaron heridos en el campo de batalla y mataron a mansalva. 

No quedó un solo peruano vivo en los campos de batalla. Pregunto: ¿puede ser el que remata heridos un ejército vencedor? O vencen los que fueron asesinados. ¡Loor a quienes sucumbieron aquel día!

Porque desde lo moral, que es lo que verdaderamente hace a alguien vencedor o cobarde, ¿quién venció en esa contienda?

Vence el ejército que tuvo entre sus filas no solo guerreros ilustres sino a modo de ejemplo: que invirtieron toda su fortuna conformando batallón, dándoles ropa, armas, comida y virtudes. Y porque defendían ideales, principios y valores básicamente humanos y sus valores.

No era ganar la guerra, sino defender la vida oponiendo el brazo afectuoso y fraterno a fin de detener a aquellos les cegaba la codicia y a quienes alocaba la respiración del hombre ya indefenso. Entonces, ¿quién es vencedor?

Esa es la causa que defendió Alfonso Ugarte, porque tenía fuego sagrado en el alma.

12. Estuvimos todos

Estuve yo presente en su santa indignación. 

Estuvimos todos nosotros presentes en su arrojo y en su corazón ferviente. Y esto nos hace grandes.

Me enaltece haber estado siquiera como un grumo de incertidumbre en su alma, en su conciencia y en su visión del porvenir.

Estuvimos todos nosotros en él como algo relacionado a la esperanza que en su alma no murió jamás, ni morirá, mucho más habiendo símbolos como Arica.

En el corazón y en la mente de aquel paladín de fábula, de aquel héroe ínclito estuvimos nosotros en su pecho. Y luego en el torrente de su sangre derramada para que fecunde siempre.

Estuvimos en el grito indignado de un ser que no veía hacia atrás sino todo hacia delante.

Siento que estuve como un corpúsculo de luz. O como un temblor cuando avanzaba en su caballo con la bandera y blandiendo la espada en el aire, alentando a sus camaradas.

Nunca vibró la adhesión a la patria tanto como en el corazón de aquellos heraldos de fábula. Y es porque tenían fuego sagrado en el alma

13. Por ti y por mí

Arica después de la batalla era un lago de sangre.

El escritor chileno Nicanor Molinare escribe en su obra “Asalto y toma del Morro de Arica” que el caballo de Manuel Baquedano en la Arica de aquel día chapoteaba en sangre peruana hasta los nudillos. Sangre sagrada, sangre heroica, sangre bendita.

Sangre ejemplo de heroísmo sin par, sangre de aquellos jóvenes que ascendieron a ser oficiales a los 18 y 22 años de edad y que quisieron plenos de convencimiento dar su vida por el Perú.

¡Loor a esos héroes!

¿Por qué lo hicieron? Por ti y por mí. Cada uno de los que defendieron el Morro lo hicieron por ti y por mí. Para que yo pergeñara estas frases, llenas de coraje. Y de lágrimas hirvientes en mis pupilas.

No solo envestidos de una nacionalidad, que en mi caso la llevo con orgullo, sino como ser humano que se subleva a la ofensa, a la invasión y al despojo.

En realidad todos los peruanos de aquella época sacaron a relucir que somos un pueblo que tiene fuego sagrado en el alma.

14. Que nos sirva de ejemplo

La generación de Manuel González Prada puso mucha atención en quienes fallaron, Los ojos y el acento fue juzgar implacables a los impuros, a los que huyeron o se escondieron. Pero esos en realidad no importan. Interesan los que se consagraron sin huir ni claudicar.

Mi generación puso mucho acento en la crueldad y la infamia del enemigo. En aquellos que si alguien tenía astillada una pierna, o se arrastraba por una bala en la columna lo atravesaban con la bayoneta. O le rasgaban el pecho con el corvo. 

Nosotros ponemos el alma y el aliento en quienes esa mañana se inmolaron. Y fueron sublimes en el amor a su heredad y a su gente. Nos acercamos devotos a quienes alzaron su alma en aquella gesta para que siempre haya en nosotros unción y alborada.

En ese norte Alfonso Ugarte es un ejemplo imperecedero para niños y jóvenes de todas las nacionalidades, los tiempos y las culturas. 

Porque su proeza lo asumió representando a la especie humana, para darnos la estatura de lo que es ser hombre. 

15. El lucero que somos

Loor a los héroes ínclitos de aquella gesta, que supieron poner en evidencia y en flor el fuego sagrado de que estamos hechos defendiendo el ser del hombre en contra del oprobio.

Por eso, patria, no olvides nunca a los que por ti murieron. 

No dejes que sus cenizas se disgreguen sino que sean diamantes puros en el alba.

Y que aquellos ejemplos fulguren en todas las horas y en todas las eras.

Porque nunca el ser humano como tal fue heroico que en aquella contienda. Jamás resaltó tanto la raíz y la fibra de que está hecho el hombre como en aquel holocausto.

Y nunca brilló más refulgente el lucero que somos.

Y es que todos tenían en aquella jornada fuego sagrado en el alma, que nos lo dejaron para que nunca se extinga entre nosotros.

Danilo Sánchez Lihón

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