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2012, Año de la defensa del agua para la vida y construcción de Los Andes nuevos
 

Septiembre, mes de la primavera, de los derechos cívicos de la mujer, el niño y la familia

 
 

Estampa del mes de septiembre
Amasar y hornear el pan

Danilo Sánchez Lihón
capulivallejoysutierra@gmail.com
dsanchezlihon@aol.com

 

“y el valor de aquel pan inacabable.”
César Vallejo

 

1. El primer pan

¡Ah! ¡Senderos y cuestas por donde no habré avanzado con los brazos llenos de hatos de shiraque y yerbas santas!

Eran para atarlos a esas varas larguiruchas, reconocidas en la casa como “escobas de barrer el horno”.

Aunque recién lo eran cuando ajustábamos en ellas las hojas de esas plantas capaces de resistir los carbones al rojo vivo.

Y arrastrar los brasas y los trozos ardientes de leña, sacándolos de las junturas que hacen los ladrillos de los cuales está recubierto el piso de aquel crisol.

En razón de esa función de ubicar, desprender y cargar con los shiraques y yerbas santas me guardan para mí el primer pan.

El que sale embadurnado aún de ceniza y que tiene el sabor duro de las plantas con que el horno ha sido barrido.

2. Derramada la miel

Esta primera tanda de pan se separa, sin juntarla, de las otras; porque tiene aún todas las presencias naturales del horno, como la ceniza y los carbones, que después desaparecen en las siguientes horneadas.

Luego de la primera camada pronto se introduce el pan blanco, se doran los bizcochos, se hacen los panes de yema, se cocinan las semitas.

Los chiclayos, u otras veces un lechón bien aderezado pasan allí la noche.

Para ello se cuida que las puertas del recinto queden bien cerradas, sujetas y ajustadas por afuera por las mismas palas de hornear, bien templadas con el punto de apoyo que puede der una mesa o el ángulo de una pared, a buen recaudo de los gatos que merodean con la boca hecha agua.

Al día siguiente encontramos derramada la miel de los chiclayos o la grasa de los lechones, hecha un charco exultante en el piso de ladrillos del horno, que en algo yo he contribuido a que luzca como debería de lucir.

3. Volver por el camino

Pero, ¿cómo ha empezado la faena de amasar hoy día? Ha sido en el desayuno, cuando mamá ha dicho, sentada cerca al fogón, con su rostro feliz, bello y sonrosado, como lo tiene ella y es mi orgullo:

– Este sábado sería bueno que hagamos el pan. –Y es la voz de mi madre que va repasando punto por punto si hay leña, si hay huevos, si están sanas las muchachas que ayudan en el tableado y todo lo calcula y lo prevé minuciosamente, mientras la miramos.

– ¡Ya, mamá, hagamos pan!

– Entonces hay que llevar a moler el trigo al molino. –Responde mi tía Carmen, apartando sus ojos lentos de la taza de toronjil.

– ¡Ahí tenemos trigo bueno, trigo para hacer pan de yema!

– Entonces que vaya el Fredito y la Amelia a molerlo, aquí no más en el molino de “La Colpa” –anota mi tía Carmen, mamá de Amelia.

– Ahorita he visto que ha pasado el primo Pablo Segura con su burro, de vuelta a su casa. Hay que avisarlo para que nos preste y lleve la carga.

4. Carbones al rojo vivo

– ¡A ver anda a verlo!

– Si no es de él de repente nos presta la comadre Laura.

– ¡Cualquiera que sea! También he visto pollinos en la tienda de doña Amanda.

– Podemos rogarle que lleven el costal a los que se vuelvan por el camino de Pueblo Nuevo.

– Claro. Y le damos su propina. Pero, qué bueno sería también hacer bizcochos. Allí he juntado huevos.

– Hasta chiclayos tenemos. ¡Echaremos siquiera unos dos al horno!

Y a cada hora surgen más y más buenos propósitos de estas mujeres que ya empezaron a alborotar la casa.

Estamos a jueves. Mientras llega el día sábado la tarea es preparar uno y otro elemento necesario para el amasijo: lavar bateas, ordenar latas, separar manteles

Llegado el día a mí me corresponde cumplir varios trabajos. El primero, asegurar que estén listas las escobas de shiraque y yerba santa para barrer el horno.

5. El tulipán azul de las cercas

Pero, además, tengo que ir por el concho de chicha, que es el rezago que queda al fondo de la botija, que son los residuos de la chancaca, las cáscaras y raíces fermentadas de la jora, y que nos sirve como levadura para hacer lludar la masa de harina, sal y manteca.

– Buenos días señora Betzabé. Véndame concho de chicha, para hacer pan.

– Tú mismo saca, hijito, con ese cucharon. Pero no metas la cabeza a la botija, sino solo con el olor te vas a marear y no vas a poder llegar a tu casa, ni agarrándote de las paredes.

Llegando tengo que ayudar también a arropar la masa que empezará a lludar en las bateas, levantando los manteles de vez en cuando para aspirar el aroma de la harina soleada, en donde están los campos fragantes con sus arroyos y fuentes.

Están los trigales que, hermosos y suaves, se mecen en las colinas al compás del viento.

Están las parvas en donde la espiga de trigo se pisa y ventea para que el grano se separe.

Está el tulipán azul de las cercas.

6. El sabor del eucalipto

Están los caminos de tantal que se cubre de suganes, y de pencas de donde surgen los magueyes alucinados y el amanecer de esmeralda.

En esta masa que lluda está ya mezclada la manteca del chancho esponjosa, y que de lo blanca que era en las ollas de barro que lo guardan se ha ido poniendo amarillenta y rancia.

Con algún rasgo rojizo que nos indica que en algún momento fue pulso, tuvo pálpito y vida en el cuerpo tembloroso y lleno aún de pasión del porcino que lo produjo.

– Y ahora, hijito, amontona la leña al pie del horno. Y enciéndelo.

Y la leña espinosa se la va introduciendo en la fogata que se ha levantado al centro de la cúpula, iluminada de luces como para una coronación de reyes.

Tapándole las pequeñas puertas, para al sentir que estalla esparcir las leñas, hechas carbones ardientes en el piso.

Ahí es cuando hay que entrecerrar los ojos porque el olor, el humo y el calor nos ciegan.

Por eso el pan que comemos trae todo el aroma y sabor del eucalipto de la leña en el pan donde sobrevive eternamente.

7. El pan es solidario

Y al punto, con mis hermanos pequeños tenemos que tender las camas en donde se irá poniendo el pan en las tarimas, hechas de carrizo y maguey, y enlucidas de barro que ha secado duramente, extendiendo encima lonas y manteles.

La casa en las habitaciones interiores son paredes oblongas y oscuras, con techos altos de gruesas vigas de aliso, tejidas de maguey y carrizo, y con el suelo sembrado de cuyes.

La tarea de la parvada de niños es recoger el pan de un costado de las mesas donde lo están tableando y correr a dejarlo en las camas de pan, alineados en filas derechas, sin dejar espacios vacíos o huecos.

Correteando en las tarimas y ya sin zapatos, desde los rincones vamos poniendo los panes tableados que nosotros mismos nos alcanzamos.

Y alguien con un tumi va hendiendo suavemente una cruz, como una honda cicatriz, que el pan trae como una marca de fuego.

Con ella entra al horno y sirve para cortarlo por la mitad cuando se lo come, marca de que el pan es solidario y hay que compartirlo.

8. Una guagua de pan

Entre las tableadoras están mis primas y mi tía Hermelinda, que ha venido con su hija, mi prima Irene, bella y ya casadera.

Mis hermanas pequeñas a modo de juego hacen sus guanacos de pan que adornan con ojos hechos de puntitos de masa que aplanan en sus cuencas, engalanados de corbatas en sus cuellos y que suavemente dejamos en el lugar preferido de la cama de pan y que introduciremos con especial cuidado en el horno.

Mi prima Irene, de ojos soñadores y una trenza que amarra en un moño, con un cuerpo rozagante, que ha crecido y en donde han brotado todas las turgencias, está inquieta por decirle algo a su mamá, mi tía. Mientras palmean las bolas de masa, conversan:

– Mamá, ¿puedo hacerme una guagua de pan?

– Sí, pero ándale y pídele permiso a tu tía Elvira.

– Dice que sí, mamá.

– ¿Le has agradecido?

– Sí, mamá. ¿Está linda mi guagua? O, ¿cómo lo ves?

9. Cuatro golpes parejos

– Sí, está linda.

– Adivina para quién lo he hecho.

– ¿No es para ti?

– Es para mí, pero también para alguien más.

– No sé. Dime tú, ¿para quién más es?

– ¿No me vas a resondrar?

– No, pero dímelo.

– ¿Puedo bautizarlo con Manuel?

– ¿Qué Manuel?

– El joven Manuel, nuestro vecino, hijo de don Lizandro.

Después del solemne silencio que ha reinado, el tableteo que hace mi tía es más fuerte, como si golpeara la mesa en donde embadurna un poco de harina y encima pone la bola de masa que aplana con cuatro golpes parejos, lo voltea, lo expande y luego lo vuelve a hacer girar.

10. A ver qué dice

– ¿Él, ya sabe? ¿Ya lo has dicho? ¿Has conversado con él?

– No. Nunca hemos hablado a solas. Solo lo estoy pensando contigo.

– Entonces, se va a asustar. ¿Cómo vas a proponerle bautizar una guagua?

– Siento que él me quiere, pero que es tímido. Que nunca me va a hablar, ni yo tampoco. Por eso, primero dile tú a su mamá, a ver qué piensa.

– ¿Yo?

– Será para que tu papá me mate.

– Tú primero habla con mi papá.

– Pero aún eres muy tierna para casarte.

– ¿Pero acaso sería para casarnos mañana?

– Voy a hablar con tu papá, y a ver qué dice. ¡Con razón has hecho tan bonita a la guagua! ¡Ay, mi hijita, ya empezaste a sufrir!

11. Unos golpes en la puerta

Amasar el pan es alquimia de voces, de afectos, de sentimientos. Como de sabores, de colores y de gustos. Es crisol de ensueños, desvelos ¡y amores!

Ya salió la primera horneada de pan. Y estoy al pie para recogerlos

También mi tarea es limpiar la ceniza y carbones que se pegan a cada pan, dejándolos caer después de limpiarlos en la canasta envuelta en un mantel blanco.

Y mientras lo hacemos hay que resistir la tentación de comerlos recordando en nuestros oídos lo que nos recitan nuestros padres:

Comer pan caliente

produce mal de vientre.

O, si no, aquella copla que dice:

No se come pan caliente

y se bebe agua fría

porque así se murió mi tía

y así es que perdí los dientes.

En eso escuchamos:

– Pum, pum, pum. –Unos golpes en la puerta.

12. El pan es de Dios

– ¡Quién es! ¡Que pase!

– Señora, buenas tardes, por favor le suplico que me venda una manito de pan.

Nunca hemos vendido pan. Y, ahora, ¿cómo es que esta señora ha sabido que estamos amasando?

Es por el olor a pan recién horneado que se expande por toda la comarca.

Olor a harina cocida. A recién nacido. ¡A bebé tierno! A niño suave. A pañales. Y a origen. Porque a eso huele el pan.

– Tome usted.

– Aquí Démelo, en una esquina de mi rebozo póngalo, y después lo envuelvo.

– Está caliente, recién salido del horno.

– ¡Ay, gracias, señora! ¿Cuánto le debo?

– Nada. El pan que amasamos en las casas no se vende, porque no es de nosotros. El pan siempre es de Dios.

 

Obras de Danilo Sánchez Lihón las puede solicitar a:
Editorial San Marcos:
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Editorial Bruño, Perú: ventas@brunoeditorial.com.pe
Instituto del Libro y la Lectura: inlecperu@hotmail.com

 

Danilo Sánchez Lihón
capulivallejoysutierra@gmail.com
dsanchezlihon@aol.com

 

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