Instituto del Libro y la Lectura INLEC del Perú y Capulí, Vallejo y su tierra
(Telúrica en Santiago de Chuco 21 al 23 de septiembre, 2007)

Agosto, mes de cosechas y ofrendas

Una parva de espigas y luceros
Danilo Sánchez Lihón

1. En el cielo de agosto

 

– Y, ¿qué es una parva?, –preguntan mis alumnos al leerles un texto.


Ante esta indagación me he quedado asombrado y estupefacto. ¿Acaso no saben lo que es una parva?


 Mientras esperan mi respuesta cruzan por mi mente las sementeras, las colinas y el paisaje de la cordillera de los andes. ¡Las voces de los labriegos, y la familia campesina que se junta íntegra para la faena!


Demoro en contestar mientras vuelven a pasar en mi recuerdo, por detrás de mis ojos, las nubes, los árboles, el río que contornea sus médanos de guijarros, atajos de agua cristalina y yerbas santas. En mis oídos el susurro del viento y en las mejillas su caricia helada; y las briznas del rastrojo que se esparce al batir de las horquetas.


– ¿Qué es una parva?


Me invade entonces otra vez el olor de las espigas recién desfloradas y el resplandor de los luceros en el cielo anochecido.


– ¿No saben lo que es una parva?
– Ni siquiera hemos oído mencionar la palabra.


¿Qué mundo es este?
 


2. El estallido de la creación

 

– En la parva se trilla, se ventea el grano del cereal que se siembra y cosecha –trigo, cebada, lenteja, arveja– para separarlo de su tallo y obtener el fruto que luego estará presente la mesa donde se sirve la comida.


¡Ah!, pero lo que no puedo decir es que sobre todo es un mundo de fragancias, de olores que se desprenden de las espigas recién desfloradas, donde está la esencia del sol, la luna, el agua, los vientos.


– Pero, ¿ahora hay parvas?
– ¡Sí!
– ¿Todavía existen?


¡Claro! No son éstas reminiscencias de un tiempo remoto. ¿Y cómo ser humano sin haberlas vivido?


Entonces, me indigno.


– ¡Tristes de ustedes quienes no saben lo que es una parva! ¡Yo hasta he dormido en ellas!


Y es cierto.


He acampado al pie del asombro que produce el cielo tachonado de estrellas, hasta el punto de no haber un solo punto dónde clavar una aguja que no estuviera cubierto de luceros, cobijado en una choza hecha de rastrojos y sintiendo y espectando el estallido de la creación.


Milagro que se da mientras todo reposa, para nacer de nuevo hacia un día original y radiante.


¿Qué es una parva?, me pregunto a mí mismo. Y al evocarla se agolpan en mi alma las vivencias de mi infancia.

 

 3. Brillando hasta el alba

 

– ¡Niños! Si quieren duerman aquí sobre las gavillas, en la parva, porque no hace frío. El aire está fresco.

– ¡Sí, Pablo!

– ¿Entonces les hago una choza?

– ¡Mejor sin choza! Así no más. ¡Basta hundimos en la paja de trigo! Y así amaneceremos mirando el cielo.

– Sin choza esta claridad de las estrellas entonces no les dejará dormir.

– ¿Y a qué hora se apagan?

– Están brillando hasta el alba, niños. Esta noche no será oscura. Más tarde el cielo se pone aún más claro y luminoso, como si hubiera nevado.

– ¿Nevado?

– ¡Sí, pero hacia arriba! –Así habla el Pablo–. Los astros semejan lámparas encendidas, quieta candela y permanece de ese modo hasta que el sol amanece.

– ¡Entonces! ¡No te des el trabajo de hacer una choza, Pablo! Queremos mirar.

– Trabajo no es, niños, porque miren, amarro en la punta estos tallos de maíz que he cortado y traído; tejo espigas de trigo y cebada en lo más alto, las abro y extiendo, pongo las horquetas y se hace la choza. Y ustedes duermen aquí adentro.

– Yo dormiré con la cabeza afuera, Pablo.

– Y, ¡yo también! –dice mi prima.

 

4. El duende

 

– Bueno niños si es así, de repente ven al duende de las parvas. ¡Entonces lo espantan!

– ¿Es malo?

– ¡Travieso, no más, es! Trae una horqueta y trata de ventear el trigo en la noche. Pero lo hace tan mal que derrama y alborota las espigas.

– ¿Y, cómo es?

– Juguetón. ¡Pero, lindo! Desamarra los pollinos y los espanta. Da trabajo irlos a traer hasta donde los arrea. Pero no hace daño.

– ¿Asusta?

– Al contrario. Es reilón y gracioso. Por ahí se lo escucha. Eso sí, da la molestia de tener que juntar  otra vez los manojos que lanza por uno y otro sitio.

– Y esas luces que titilan en la otra banda, ¿qué son?

– Candiles de las casas.

– ¿Y más allá?

– Esa mancha oscura de árboles, donde alumbra una luz chiquita, es Santa Cruz de Chuca; a la izquierda, esa luz que parpadea más grande, es Cachicadán.

 

5. Y los pasos de las almas

 

– Y en ese cerro del frente, ¿viven?

– Nadie, niños. Ni nombre tiene ese cerro. Es malo. Es puro potrero. Y siempre está negro, entre el verdor de la campiña.

– ¿Has subido a él, Pablo?

– Nadie ha subido porque está encajonado entre esos dos ríos. Son puros abismos. En él no se siembra nada, son matorrales y siempre se encrespa, así como se ve, hacia el cielo.

– ¿Y por aquí penan?

– ¡Aquí no, niños! La parva siempre es limpia y tranquila. ¡No ven que es comida! Por eso los difuntos la respetan. Si ellos mismos, cuando vivían, han juntado aquí sus cosechas, ¡que alivian el hambre y son alimento!

– ¿Y bajan los zorros?

– En noches tan claras como ésta, ¡qué van a bajar, niños! De todos modos, van a quedarse aquí afuera los perros. Y cualquier cosa que ocurra, me gritan. Yo voy a estar atento. Mi sueño es ligero que siento hasta cuando el gusano se está comiendo la papa o el maíz en el granero. Y los pasos de las almas.

 

6. Cielo tachonado de luceros

 

– Eso sí, niños. Si al amanecer ladran los perros seguro que es en dirección del río.

– ¿Qué hay?

– ¿Ven esa piedra grande en esa orilla? Ahí sube a peinarse la sirena, justo en noches claras como ésta.

– ¡Uy! ¡Qué miedo!

– Al contrario niña, ¡es una mujer muy hermosa!

– Y, ¿por qué aparece en esa hondonada?

– Porque ahí murió una muchacha por despecho de amores. Desde aquí no se ve su rostro cuando sale sino

desde la otra banda y dicen que es linda. De aquí sólo se aprecia su espalda desnuda y su cabellera negra que la suelta y la recoge.

– ¿Y cómo vamos a saber cuando está ahí?

– Si los perros aúllan en esa dirección es que ya está saliendo del agua y desde aquí se ve cómo resplandece.

– ¿Y se baña en esas aguas heladas?

– ¡Ahí vive, niños!, pero ahora ya duerman porque si seguimos conversando se hará de madrugada.

 

7. Diferencia entre estrellas y luceros

 

Hace horas que se despidió el Pablo. Nosotros no podemos dormir, porque parece de día. En el pueblo el cielo también se tachona de luces pero no tantas como éstas.


¡Todo está cubierto de estrellas!


– ¡Mira!, estas son Las Cabrillas.

– ¡Y aquellas otras El Arado y las Yuntas!

– ¡Ah! Estas se llaman "Las Tres Marías". Están aquí. Mira. Algunas son azules y otras casi llegan a ser moradas.

– ¡Esta estrella es mía!

– ¿Cuál? Esa no es estrella, es lucero porque no titila y, además, es de color anaranjado. Las estrellas son

azuladas, como ésta.

– ¿Y aquellas que son blancas?

– ¡Ah! pueden ser planetas o satélites.

– Ahora encontremos estrellas de colores raros. A ver, ¡quien gana!

8. Hasta el borde, detrás de los cerros

 

– ¡Mira ésta es granate! ¡Y qué inmensa es! ¿no?

– Oye, ¿has visto a la hijita de Pablo? ¡Qué linda es!, ¿no?

– Se parece a su mamá. ¡Es preciosa!

– Sus ojos transparentes parecen manantiales.

– Pero también hay estrellas verdes y violetas. Mira.

– ¡Dónde!

– Mira éstas que están exactamente encima de nosotros.

– ¿Y por qué son tantas las estrellas? ¿Ah?

– Porque el universo es infinito.

– ¡Gana el que ve deslizarse y caer una de esas luces!

– ¡Ah! Esos que se desprenden se llaman aerolitos.

– ¡Mira, ahí se descuelga uno!

– ¡Oye!, ¿vistes?

– ¡Qué!

– ¡Cómo se ha zambullido esa estrella! ¡Ha llegado hasta el borde, y se ha hundido detrás de los cerros!

– Sí, lo vi.

 

9. El mundo de adentro de nosotros mismos

 

– ¿Y porque al caer las estrellas no chocan?

– Porque están muy lejos unas de otras.

– ¡Mira esa otra!

– Desapareció detrás del horizonte.

– Ahora, gana el que encuentra un espacio sin estrellas.

– ¡Gané! por ahí. ¡Mira!

– ¡Hay! ¡Observa bien! Al fondo de ese espacio hay otras más lejanas. 

– Ahora, ¡quién encuentra la más grande!

– Yo. ¡Mira ésta!

– No; la de allá lo gana. Y es más intensa.

– Y ¿qué dices de esta otra? Parece un pallar.

– Digo que así como es en el mundo de arriba, es en el mundo de adentro de nosotros mismos. Hay allí tantas y

más hermosas y resplandecientes estrellas.

 

10. ¡Yo no te voy a dejar nunca!

 

– Escojamos una. ¡Esta!

– ¡Ya la vi!

 

– Cuando me vaya a Trujillo mírala y ahí se encontrarán nuestros ojos.

– Yo no voy a dejar que te vayas nunca.

– Me iré. Aquí no hay colegio para estudiar la Educación Secundaria.

– ¡Esconderé tus cuadernos para que te pongan malas notas y te aplacen de año!

– ¡Zonza! ¡Eres una zonza!

– No importa, pero no quiero que te vayas.

– ¿Escuchaste?

– ¿Qué?

– ¡Los perros! ¡Están ladrando en dirección del río!

– ¿Y?

– ¡Seguro ha salido la mujer que se sumerge en el agua y después peina sus cabellos negros sentada sobre la piedra!

– ¡María! No te entierres así. Te puedes ahogar con los rastrojos. Oye, ¿dónde estás? ¡No tengas miedo!

– Yo no te voy a dejar nunca, ¿oyes?

– Jamás se dice nunca.

– ¡Nunca!, hasta el infinito, como esas estrellas.

– ¡Ya! Pero, ¡no llores!

Danilo Sánchez Lihón

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