Instituto del Libro y la Lectura del Perú, INLEC 

21-28, septiembre 2008
50 Aniversario del Colegio Nacional César Vallejo
Bodas de oro de mi colegio

Lucero del alba
Danilo Sánchez Lihón
www.danilosanchezlihon.blogspot.com 

1. Aparece una estrella en el firmamento

 

– ¡Ya se fundó el Colegio en Santiago!


Fue la exclamación que pronunció mi padre cuando un buen día llegó acesante hasta el portón de entrada de nuestra casa, con voz que la rapidez de la subida por las calles empinadas habían agitado, o la emoción y el júbilo que le embargaba:


– ¡Ya tenemos Colegio Secundario en Santiago de Chuco! –volvió a decir con su mirada dulce en que se empozaban las lágrimas.


Cuando le interrogamos más con los ojos, explicó:


– ¡Así se quedarán los jóvenes en nuestro pueblo sin tener que salir a otras ciudades! ¡Ya no arrancaremos con tanto dolor de nuestro costado!

– ¿Y cómo se consiguió? –preguntamos para conciliar con emoción profunda le embargara.

– Es obra de Romeo Solís, Carlos Barbarán y Andrés Camino. ¡Es un gran logro!

– ¿Pero será cierto? –intervino mamá– ¡Porque tantas veces han dicho que ya se fundaba!
– Si es cierto. Ya llegó la Resolución. Habrá Secundaria en nuestro pueblo.


¿Qué había sucedido? Que ese día llegó a Santiago de Chuco la Resolución Ministerial 1461, del 19 de febrero del año 1954, mediante la cual se autorizaba el funcionamiento del Colegio Particular Mixto Santiago el Mayor para el primer ciclo de Educación Secundaria.


El proyecto había sido alentado día a día por dos entrañables amigos, Romeo Solís y Carlos Barbarán y apoyado decididamente por el joven juez Andrés Camino Carranza, hijo del ilustre hombre de letras trujillano, Carlos Camino Calderón.

2. Parecían pertenecer a otra esfera y eso nos dolía e inquietaba

 

Culminaba así la hazaña y proeza abrigada y acunada generación tras generación por muchos santiaguinos, soñada y anhelada por todos los senderos y atajos, en todos los poyos y fogones; porque los hijos antes se desgajaban del seno materno para ir a estudiar a Trujillo volviendo meses después añorantes y desvelados.


De allí que fue un día memorable cuando el 1 de abril de aquel año el colegio, inicialmente llamado Santiago el Mayor, abría sus puertas con 57 alumnos, 45 de los cuales eran varones y 12 eran mujeres, y se echaba a funcionar en la casa de la familia Santa María Calderón al pie del campanario. Inaugurar la Educación Secundaria en Santiago de Chuco, significó una transformación total de la vida de la provincia.


Porque antes, por ejemplo, cuando yo estudiaba Tercer Año de la Educación Primaria en la escuela 271, sentíamos admiración por aquellos que ya cursaban el Cuarto y Quinto de ese mismo nivel educativo, a quienes veíamos diferentes, desconocidos, transformados.


Eran completamente distintos los que hasta hace poco fueron chiquillos, quienes de un momento a otro cambiaban hasta en la manera de hablar, de estar de pie, de sentarse; hasta de jugar. Había en ellos un signo que hasta nos excluía. Otros temas y asuntos los embargaban. Parecían pertenecer a otra esfera y eso nos inquietaba para rápidamente llegar a esos grados en que ellos ya se desenvolvían.

 

3. Seres de otra categoría, de fábula y leyenda

 

De allí que cuando nos tocó cursar cuarto año de estudios del nivel primario sentíamos cómo los niños de menor edad y grado nos miraban, con enorme admiración y respeto, chiquilines que seguramente nos veían tal cual nosotros habíamos sentido antes, ver a los que nos precedían como futuros candidatos a ir a estudiar en un colegio de la costa, a orillas del mar, en la capital del departamento.


Porque las alternativas que se abrían al terminar la educación primaria eran: viajar a Trujillo a seguir estudiando para los que podían. Para quienes les era inaccesible pero eran aguerridos, la opción era irse a trabajar a Chimbote en la pesca.


La tercera disyuntiva era quedarse, que correspondía a los más humildes, pero ya en un rol y oficio de hombres hechos y derechos, aspecto que también otorgaba autoridad a quienes las exigencias de la vida les imponía asumir esos retos inaplazables.


Por eso, cuando en el mes de abril del año 1954 se dio apertura al Colegio Particular Mixto de Educación Secundaria Santiago el Mayor, nosotros pasamos a ser ojos y oídos extasiados.


¿De qué? De lo que acontecía entre esos muchachos mayores, apenas unos años más que nosotros, que modestamente seguíamos en la Educación Primaria y que por un golpe de encanto pasaban ellos a ser como seres de otra categoría, es más: de fábula y ficción.

 

4. Trazos de tiza que la lluvia compasiva no borraba

 

Así por ejemplo, de un momento a otro nos quedábamos con la boca abierta cuando en las piedras y hasta en los muros de las paredes aparecían trazadas unas curvas y ángulos salpicados de números. Dentro y fuera de dichas figuras, de círculos y líneas que los atravesaban, fórmulas y ecuaciones cuyos nombres aprendíamos y repetíamos como talismanes o como dijes en nuestros sueños.


A veces sus artífices se inclinaban caritativos hasta el nivel precario en que permanecíamos nosotros para decirnos que tales fórmulas mágicas se denominaban: raíces cuadradas, teoremas, hipotenusas.


Y, si estábamos mirándolos, mientras estudiaban esos muchachos bajo los faroles de la luz eléctrica, nos alelaba la manera tan fluida de cómo comprobaban entusiastamente la exactitud de una ley física o la fórmula cabalística de una composición química, dejándonos hechizados en una especie de sortilegio.


Fórmulas que se quedaban para siempre trazadas en la superficie seca de una piedra de la calle, que día a día nos acercábamos a mirarla como si de allí brotase una luz nueva.


Trazos de tiza que ni la lluvia, compasiva de nuestra ignorancia, borraba para calmar así la fiebre de nuestra pobre y zarandeada cabeza que no podía comprender la razón o sinrazón, el sentimiento o la ausencia de pasión de aquellos enigmas.

 

5. Un reino que los dotaba de una nobleza y poder inusitados

 

Los nombres de las materias y disciplinas eran otras tantas provocaciones a nuestra fantasía; algo peor que los nombres de los países extranjeros; o de los lugares exóticos de que hablan los mitos, o de realidades lindantes con lo divino de que nos habla lo místico.


Eran presencias casi mágicas y, sin duda, llena de vericuetos, de sitios intrincados pero también otros llanos y pródigos como son los pueblos, las ciudades y los planetas insólitos. Así, nótese en esta nómina de materias de las cuales jamás habíamos escuchado hablar antes y, sobre todo, imagínense la situación en que nos ponían al invadir abruptamente nuestra vida cotidiana: ¡álgebra, química, geometría, trigonometría!


Así pues eran asuntos, temas y contenidos a los cuales nosotros no estábamos acostumbrados. Aquello era lo que embargaba a esos jóvenes que no eran sino nuestros primos y hasta hermanos; pero que para nosotros de un momento a otro se habían hecho gente instalada en la estratósfera, ¡de un reino envidiable que los dotaba de una nobleza y un poder inusitados!

 

6. La fascinación de que ese podía ser también el curso de nuestro destino

 

Reinaba un nuevo espíritu y hasta las rutinas cambiaron.


La insignia del colegio era la cruz roja de cuatro aspas iluminada sobre un fondo amarillo de finos y severos bordes negros. Lucía no solo en el declive de sus hombros sino que fulguraba hasta en el telón interior de nuestros sueños.


La escolta del plantel secundario cuando marchaba portando sus estandartes era estupenda. Los partidos de fútbol que disputaba el Colegio era impresionantes, tanto el orden de las damas y los varones que alentaban a su equipo desde las tribunas con lemas dichos a coro, cuanto por los goles que se anotaban.


Todo enfervorizaba no solo por la belleza de las señoritas, o por el entusiasmo que ponían, o por la compostura dentro de sus uniformes de blusa blanca y falda azul marino, sino porque nos presentaba la fascinación de que ése podía ser también el curso que podía seguir nuestro destino.


Y, pese a que no éramos estudiantes secundarios todos nos convertimos en adherentes y fanáticos acérrimos admiradores de “nuestro” colegio, el primero en fundarse en el ámbito de toda la provincia. Nos invadía un orgullo profundo y hasta un sentimiento sublime al contemplarlos.

 

7. El anhelo de forjar una realidad mejor, no soñándola ilusamente

 

Todo en ellos era noble y exacto. En la calle una emoción profunda nos embargaba al ver pasar a aquel alumnado en formación hacia cualquier actividad. En las mujeres la manera compuesta en que lucían el uniforme, el guardapolvo que llevaban en el brazo. En los varones la corbata que llevaban puesta. La boina o cristina doblada al cinto. Los brazaletes en torno al brazo de quienes eran brigadieres.


Y es que el colegio sabía lo que representaba en cuanto a las aspiraciones más hondas y conscientes de todo un pueblo.


De allí que verlo verlos avanzar con paso marcial en cualquier parada militar era excelso. En primer lugar, nunca pensábamos que se pudiera desfilar en columnas y líneas tan parejas y perfectas y, en segundo lugar, poder hacerlo con tanto denuedo, convicción y virtud en el alma.


Otra faceta la presentaban los profesores, pertenecientes a una generación brillante de maestros, a un estilo de ser de hombres que anteponían a todo sus ideales, su anhelo de forjar una realidad mejor, no soñándola ilusamente sino haciéndola con sus manos y concretando con su esfuerzo obras de cultura que a la luz del tiempo y del recuerdo resultan memorables.

 

8. Todo el genio y la raza de esos cerros, ríos y lagunas

 

Pronto el  colegio “Santiago el Mayor” se convirtió en un ejemplo en muchos órdenes de cosas. Y, pese a que era un proyecto particular y una sociedad anónima, para fundar la cual hubo necesariamente que contar con el aporte de capital que hiciera efectiva su instalación, sin embargo y desde el principio primó una concepción magistral visionaria de parte de sus tres fundadores.


La concibieron como una obra cultural, por un lado. Jamás como un proyecto lucrativo, tanto que cuando se nacionalizó el año 1958 en una actitud generosa y desprendida donaron todo el patrimonio al flamante colegio nacional.


Pero no solo eso sino que lo idearon como un proyecto inserto en el contexto social, imbricado a la realidad local y regional, diseñando un colegio representativo de las aspiraciones más auténticas y valiosas de toda la región.


Aquel era el primer colegio secundario de todo el ámbito provincial, al cual pronto vendrían a estudiar jóvenes desde Angasmarca, Mollepata, Mollebamba, Cachicadán, Citabamba, Quiruvilca y de todos los pueblos aledaños del ámbito de la provincia.


Fue mágica la presencia de los jóvenes en las actuaciones, en las efemérides, en los desfiles. Muchachas y muchachos que traían todo el genio y la raza –delicada e inabarcable– de esos cerros, ríos y lagunas.

 

9. La luna se oculta y vuelve a aparecer por el horizonte

 

Eso fue así. De tal modo que el mundo entero se sentía identificado con el colegio, hecho que se alcanzaba a lograr por esa capacidad de transparencia, sinceridad y sabia ponderación para recoger y hacer que aflore lo mejor de cada cual, actitud que era política institucional de parte de sus promotores.


Esa misma visión se puso de manifiesto en la conformación de la plana docente del flamante centro educativo, para lo cual no se dejó a nadie que lo mereciese fuera de una convocatoria amplia y generosa.


Tanto es así que el cura como el juez, el policía como el ingeniero, el militar como el economista, el agrónomo como el médico que trabajaban en las diversas dependencias, así como los profesionales y maestros más destacados en ésta o la otra especialidad, pasaron a conformar la plana docente del Colegio Particular Mixto Santiago el Mayor.


Aquello constituye un ejemplo que es importante tenerlo en cuenta a fin de corregir toda situación en la cual se vician los proyectos. Hay que hacer que de ellos participen no solo un círculo de allegados, empobreciendo toda gestión y deteriorando los diversos campos de actividad, sino toda persona .


Las estaciones se suceden, la tierra da vueltas, la luna se oculta y vuelve a salir por el horizonte una y otra vez, tantas que uno no se da cuenta de cómo el tiempo avanza. Así pronto estuve yo matriculado y asistiendo al Colegio Santiago el Mayor, como estudiante del primer año de la Educación Secundaria.

 

10. Traer piedras grandes, así como árboles recién derribados

 

Cuando ingresé, dos años después de fundado el Colegio, ya se habían acondicionado las habitaciones haciéndolas salones, construido carpetas y sillas, aún no habían mesas o pupitres para los profesores pero sí pizarras y una nutrida biblioteca.


Correspondió a la etapa en que yo ingresé hacer algo que no tenía: ¡el patio! En dicho objetivo tuvimos que levantar un terraplén interior, trazar una acequia y nivelar el terreno frente al amplio corredor del primer y segundo piso.


Para conseguirlo teníamos que traer piedras desde algunos sitios donde las había, y también plantar postes para el alumbrado. Con ese fin varias veces descendimos hasta la hondonada del río, por el Estadio Municipal para abajo, para traer piedras grandes, así como árboles recién derribados.


Trabajábamos por secciones o aulas, siendo entonces una competencia de fuerza y valor, cuando después de tomar un lonche apresurado en nuestras casas salíamos a encontrarnos en una esquina de la plaza, sitio de agrupamiento que habíamos fijado con el profesor encargado de guiarnos.

 

11. Y arropados con nuestras voces llenas de entusiasmo

 

Bajábamos al atardecer, casi a oscuras, hacia el lado profundo del río Patarata, al pie del estadio de fútbol, en donde se habían adquirido, o donde alguien había donado, árboles cuyas ramas teníamos que podar primero y luego, entre treinta o cuarenta muchachos, subirlos por la cuesta obstinada.


El cargar en nuestros hombros a esos dioses, resbalarnos en la tierra humedecida o en las hierbas, envueltos en los ruidos de los grillos y de los sapos que croaban a esas horas, a la luna y a las estrellas titubeantes me da la sensación y la idea y la visión de lo que para mí es un Colegio.


Y arropados con nuestras voces llenas de entusiasmo, de identificación entre nosotros mismos por las aventuras que corríamos, por las bromas y chistes que nos hacíamos entre compañeros.


Y así ganar casi rampando la cuesta, con el árbol creciendo hacia el cielo enternecido a partir de nuestros hombros ilusionados, me da la dimensión de lo que para nosotros era nuestro Colegio.

 

12. Grabado de modo indeleble en el alma

 

De noche entrábamos por las calles del pueblo cantando y haciendo hurras, paseando ese árbol todavía lagrimeante de savia de la tierra y aún con el rumor del viento y de los trinos de los pájaros en su corteza y en su tronco.


Llegábamos hasta nuestro local ya entrada la madrugada.


Nos abría el portón Quiterio Valencia, doctor en ingeniería pesquera graduado en Rusia, con quien habíamos estudiado en la escuela primaria y que ahora hacía de portero envuelto en un sacón impenitente y enrollado en una bufanda milenaria.


Un grupo de muchachas de nuestra sección, con algunas mamás, arropadas hasta el punto de no saber nosotros quiénes eran, nos esperaban con chocolate caliente, ¡yo no sé cómo hasta esa hora! y con panes y bizcochos desvelados.


Así, el privilegio de hacer uno mismo su propia morada educativa queda grabado de modo indeleble en el alma.

 

13. Hombro a hombro y pulso a pulso con mis compañeros

 

Nosotros hicimos nuestro propio colegio a pulso, a corazón pleno, con nuestros brazos y con nuestros sueños.


Era apasionante, por ejemplo, apisonar la tierra, coger el pico y la lampa; el lugar disparejo hacerlo llano, y encima de él erguirse para cantar el himno y saludar a la bandera.


Y como fue desde sus inicios un colegio mixto, es decir de chicos y chicas, ellas llenaban ese otro universo: el de la mujer, con sus secretos, sus labores singulares, sus miradas misteriosas, algunas que hasta ahora no descifro, sus rubores, sus candores, sus ingenuos y puros amores, marcando profundamente nuestras vivencias de adolescentes.


Así pues yo tuve la suerte infinita de estudiar haciendo mi propio colegio, con mis propias manos y con mis propios ideales. Mejor aún: hombro a hombro y pulso a pulso con mis compañeros, nuestros maestros y, aún mejor, con la gente esperanzada de mi pueblo.

 

14. Cumbres gélidas, punas extasiadas y valles ubérrimos

 

No nos habíamos dado cuenta pero había una tensión subyacente en el cuerpo directivo, cual era que el Colegio no tenía autorización para el funcionamiento de los grados superiores, de Cuarto y Quinto año.


Para solucionar esta situación el presidente de la Asociación de Padres de Familia, don Enrique Bocanegra, conjuntamente con el fundador y director del plantel, profesor Romeo Solís y Secundino Malca, viajaron a Lima para gestionar esa ampliación.


Producto del empeño de esa comitiva fue obtener la Resolución Ministerial de extensión al segundo ciclo y algo verdaderamente trascendental: la nacionalización del colegio con el nombre de César A. Vallejo, hecho que se efectivizó el año 1958.


De ese modo se constituía la primera institución educativa estatal de nivel secundario de toda la provincia, jurisdicción que abarcaba 3,337 kilómetros cuadrados, apenas diez veces menos pequeña que un país como Suiza de enorme gravitación histórica, social y económica no solo en Europa sino en el mundo.


El ámbito de nuestra provincia abarcaba quebradas de encanto, haciendas prósperas, legendarios asientos mineros, ríos ásperos y turbulentos, cumbres gélidas, punas extasiadas y valles ubérrimos.

 

15. Como el trigo de las lomas y el valle tupido de rosas y margaritas

 

El año 1958 significó una afluencia entusiasta y fascinada de estudiantes de los diversos distritos, caseríos, anexos y poblados, hecho que transformó la ciudad donde se veían ahora familias íntegras ingresando en sus cabalgaduras, con sus atuendos y vestimentas, con sus acémilas, monturas y aperos.


Bien los matriculados eran mozos de las minas de Quiruvilca, muchachos de las haciendas de Uningambal, Angasmarca o Calipuy, jovencitas de Citabamba a orillas del río Marañón, selva lejana y ya recóndita. De todos los lugares vinieron atraídas por la luz del saber.


En las casas, sea de la abuela sea de algunas tías, se empezaron a recibir a esos jóvenes pensionistas, quienes traían sus costumbres, sus historias, sus relatos, sus mitos, sus visiones del mundo como también sus acaeceres. Sus gozos como sus penas. También sus encomiendas con provisión de comidas que compartían con nosotros. Pero sobre todo su limpidez de altura, su candor, su ternura y su amor ferviente.


Niñas como flores fragantes de los campos; luz de abril, frescas como el trigo de las lomas y el valle tupido de rosas y margaritas.


El sueño de la gente de muchos lugares era pensar en Santiago de Chuco, en donde permanecían sus hijos. Y estando allí sentíamos que esas ilusiones nos atravesaban, nos encumbraban, haciéndonos nítidos y transparentes.

 

16. Ellos arrojaban sus gorras, sus bufandas, y hasta sus chompas

 

Hubieron delegaciones memorables en el tiempo en que yo cursé los cinco años de la educación secundaria. Tales fueron la del Colegio San Nicolás de Huamachuco y el San Juan de Trujillo. Pero entre todas ellas fue inolvidable la visita del Colegio Andrés Avelino Rázuri de San Pedro de Lloc, en septiembre del año 1956.


Se programaron actividades culturales, sociales, artísticas, deportivas y recreacionales. La presencia del Rázuri cambió el prejuicio que teníamos acerca de los jóvenes de la costa. ¡Qué distinción en el trato de aquellos muchachos, su don de gentes, su facilidad de palabra, el respeto y la cordura. ¿Se podía ser así siendo aún jóvenes! Estábamos deslumbrados.


Su preparación en los deportes era arrolladora, bajo la dirección de su profesor Carlos Maradiegue Aste. Tanto que nuestros equipos de básquetbol y fútbol, imbatibles en la provincia, solo atinaban a defenderse y tenían que hacer esfuerzos sobrehumanos y dejar el alma en tierra  a fin de contenerlos.


Los despedimos una noche de guitarras en que había una multitud en la esquina del Hotel Santa María en donde doblan los ómnibus. Todo nuestro colegio voceaba sus nombres, uno por uno. Y ellos desde el ómnibus saludaban con las manos y los brazos.


Pero luego arrojaban sus gorras, sus bufandas, sus chompas que en el entusiasmo nuestras compañeras se desesperaban por cogerlas como tesoros invalorables. Cuando el ómnibus se alejó muchas lágrimas habían en las pupilas y me figuro que esos muchachos igual lloraban encogidos dentro de aquel ómnibus.

 

17. El ídolo era César Vallejo y el eje el compromiso social

 

Me tocó en suerte en aquellos años ver a una juventud seria, noble y enérgica, imbuida de ideales. Con aficiones por las ciencias y la literatura. En mi sección no había prueba en donde varios, casi niños, no disputaran la calificación de 20, en todas la materias.


Se cultivaba el ejercicio del pensamiento, del razonamiento, la lógica y oratoria. Los líderes eran jóvenes que destacaban como brillantes polemistas, disertadores y poetas.


A la hora del recreo en el patio se hacían círculos en donde se debatía sobre temas de actualidad y filosofía. Siempre la palabra lo tenían los estudiantes de los grados superiores. Nuestro ídolo en todo era César Vallejo y el eje de todo razonamiento el compromiso social. Y en lo que tocaba a nuestros propios destinos solo avizorábamos nuestra realización en el campo del espíritu.


Mucho de aquella actitud era el resultado del magisterio de jóvenes profesores santiaguinos que habían egresado de la Universidad Nacional de Trujillo, quienes inculcaban amor por el arte, la vida heroica y la identidad con nuestro pueblo.


Con Luis Santa María, hoy abogado, juez e importante erudito, director además de una importante revista de tema santiaguino, fundamos un periódico que se llamó El Parroquiano, donde me cupo escribir los editoriales siendo el primero un enjuiciamiento a la apertura del cinema municipal, su eficiencia, puntualidad y programación.

 

18. Piso una roca muy firme bajo mis pies. Esa roca es mi colegio

 

Me correspondió ser presidente de mi promoción el año 1959. Hicimos múltiples actividades para donar una biblioteca a nuestro plantel, propósito que lo logramos.


Después de la fiesta de de fin de año me despedí para venir a postular a la Facultad de Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Hacerlo parecía un atrevimiento como egresado de un colegio de provincia recién fundado.


Cuando mi hermano pasó por la Casona del Parque Universitario para ver los resultados, saliendo de la Facultad de Medicina de San Fernando donde estudiaba, caminó luego hasta el correo central y puso un telegrama dándole a mis padres la buena nueva de que ocupaba el primer puesto en la lista de ingresantes en aquella vitrina.


Eran cerca de las siete de la noche y ya cerraban la oficina de correos en Santiago de Chuco. La noticia antes de llegar a mi casa se esparció por el pueblo. Cuenta mi madre que al recibir el telegrama mi padre ya se estaba acostando. Se levantó, se puso su mejor camisa blanca, su corbata y bajó a la plaza. ¡Él que no celebraba nada, ni siquiera su cumpleaños!


Encontró allí reunidos ya a mis profesores en torno de la pileta y su chorro de agua, quienes ya habían comprado una docena de avellanas que se elevaban con sus luces chispeantes haciendo luego retumbar el cielo con el estallido de la bombarda. En mi vida he tenido que afrontar muchas pruebas. Siempre he sentido que pisaba una roca muy firme bajo mis pies. ¡Esa roca es mi colegio!

Danilo Sánchez Lihón

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