Instituto del Libro y la Lectura del Perú, y Capulí, Vallejo y su Tierra

1º de mayo 
Florecer de mayo en la serranía
Danilo Sánchez Lihón

"Hay ciertas ganas lindas de almorzar,y beber del arroyo, y chivatear!"
En: “Mayo”, César Vallejo

 

1. Mañana es Fiesta de las Cruces

 

Después de las lluvias de marzo y abril emerge el sol de mayo en la serranía, brillante, resplandeciente y la naturaleza se enjoya de mil espejos e iridiscencias.


En cualquier lugar han brotado mil flores y han aflorado las fuentes.


Debajo de los troncos de los árboles encontramos infinidad de sorpresas: grillos, gusarapas, saltamontes, cantáridas.


La lluvia ha cesado y podemos palparla contenida en la corteza aún mojada e hinchada de los árboles.


¡Es primavera en los andes!, la estación del agua hecha flor y del amor hecho fruto, en donde todo estalla, fulgura y alcanza esplendor.


Y mañana es Fiesta de las Cruces y se "florece" amaneciendo en los campos verdecidos, donde la gente mayor baila al son del bombo y la flauta, se agitan polleras y se baten sombreros en las cumbres de los cerros y en toda loma o colina donde se erige una cruz.


Los niños nos dedicamos a explorar la tierra y sus maravillas.


– Tú, ¿dónde vas a florecer mañana?
– En Crusgay, en la casa antigua de mis abuelos.


– Y tú, ¿Manuel?
– En Cotay, donde mis papás van a ser mayordomos.


– Y, ¿tú?
– Mira, allí; en esas casitas de arriba del cerro más alto. Desde ahí todos los días doña Hermelinda nos trae leche. Nos ha invitado a florecer y mis papás van a ser los padrinos de su último hijo.

 


2. Linda como una fuente de agua

 

Por eso, esta noche el sueño se ha espantado. No podemos dormir, porque amaneceremos en el campo. Más tarde comeremos choclos, habas verdes y chungares en los poyos, afuera de la cocina, mirando los sembríos, los cerros lejanos y el cielo azulado.


– ¿Ya pusiste en la alforja sal, fideos, azúcar, fósforos...?
– Sí, mamá.
– Entonces a dormir, para salir temprano y ver el chusgo.


Ya es de madrugada y hace un frío que hunde sus alfileres y cuchillos en la piel inocente.


– ¡Miren, allá ya apareció el chusgo!, –como una estrella brillante envuelta en nubes violetas.
– ¿Es un cometa mamá, o qué es?
– Es el lucero del alba que solo este día del año y muy de madrugada luce su atuendo de príncipe.


Después que se oculta recién se escucha el primer trino y el primer gorjeo.


Los campos se delinean cubiertos de flores lilas, amarillas y fucsias. Regurgita un arroyo. Cruje una penca y desde el maguey extiende por toda la hondonada su silbo el tordo.


El amanecer nos coge en el camino, entre balidos de ovejas, cantar de gallos, zumbido de abejorros y distantes rebuznos y relinchos de acémilas.


– Pasen niños, pasen. Los miré venir y ya he servido el desayuno. Les he preparado picante de cuyes.


En la ropa traemos prendidos los cadillos de las cercas, en la boca el dulzor de las cañas de mayo y en las manos heladas el rocío de los capullos de esas flores amarillas cogidas en el camino, como ofrenda a la casa que nos recibe.

 

De pronto los ojos se llenan de los ojos de la niña aldeana, linda como una fuente de agua.

 

 

3. El anís que florece en las colinas

 

En las faldas de los cerros cercanos, hasta donde hemos llegado contigo, el aroma del anís se extiende por toda la comarca.

 

– ¡Anís que curas del olvido! –dices.


Llevando en tus hombros tu leve rebozo de niña te inclinas y coges un tallo con sus hojas en palillo y sus dos o tres flores blancas.


Lo frotas levemente entre tus manos morenas y haces un hueco con las palmas para que yo huela en silencio.


Allí están encerrados los tejados, los valles profundos, los ríos serpenteantes, los riscos de miedo, las níveas montañas, como también tu inocente y palpitante corazón.


– Piensa un deseo, –me dices.
– Deseo que nunca deje de mirarme en tus ojos como lo hago ahora, –pienso.


– ¿Ya pediste?
– Sí.


– Ahora cierra otra vez tus ojos, sopla tu aliento en mis manos, sin dejar de decirte a ti mismo que se cumpla.


Musitándolo con toda mi alma y sin dejar de mirarte, digo:


– Que nunca me olvide ni de esta hora, ni de este olor.


– ¡Abre tus ojos! ¡Ya! ¡Tu deseo se cumplirá para siempre!


Así el olor del anís que abunda en las lomas de Santiago de Chuco, untado en las palmas de tus manos, se quedó en mi memoria para siempre, eternidad tras eternidad, con el lucero del alba.

Danilo Sánchez Lihón

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