Instituto del Libro y la Lectura del Perú, INLEC 

18 de enero de 1911, nace: 
Arguedas, Apu tutelar nuestro 
Danilo Sánchez Lihón

“Amor
contra el espacio
y contra el tiempo”
César Vallejo
 


1. Los enigmas de su nacimiento


En las reseñas sobre José María Arguedas, quien nos develara el mundo andino con entrañable fervor y hermosura, se consigna que nació el 18 de enero del año 1911 en Andahuaylas, en el departamento de Apurímac, región de cerros inhiestos y pavorosas hondonadas.


Se refiere, además, que fue hijo del abogado Víctor Manuel Arguedas. Y su madre, Victoria Altamirano Navarro, fue hacendada y murió cuando él tenía de dos a tres años de edad.


Sin embargo, sobre estos datos ha cundido la controversia y ahora su nacimiento está lleno de enigmas y paradojas, desde que Luis E. Valcárcel su delecto maestro, amigo entrañable y colega de trabajo, revelara en sus memorias que era hijo natural y fruto de una relación irregular.
 

 

2. Historia que se hace leyenda


Desde la localidad recóndita de Huanipaca, de otro lado, se ha extendido lo que allí al parecer se sabía desde el principio y que ahora resuma por entre las piedras, el cascajo y los abrojos, y que es una historia aparentemente enterrada y secreta y que ahora aflora, se filtra y orada hasta a las rocas y que se sintetiza en lo siguiente:


Que José María Arguedas nació fuera del matrimonio Arguedas-Altamirano.

Que es hijo del padre que se menciona pero en una criada: Juanita Tejada.

Que muerta la señora Victoria el niño regresó a brazos de su madre natural.

Que luego volvió a ser recuperado por la familia Arguedas.

Que Juanita Tejada enloqueció reclamando a su hijo. 

 

3. Origen que se hace mítico


Se han recogido datos que dan indicios de esta tesis o suposición. El informe lo suscribe Walter Saavedra donde se dan estos alcances:


Que las fechas del posible encuentro entre el padre de José María y la criada Juanita Tejada coinciden.


Que los parientes recuerdan que ella tuvo por aquella fecha un hijo.


Que el genotipo biológico de J. M. Arguedas corresponde al tronco familiar de Juanita Tejada. (blanco de piel, ojos claros, zarco, con el pelo castaño y ondulado).


Que en la investigación se encontró a un sobrino nieto de Juanita, Alejandro Tejada Guillén, que era “…el vivo retrato” de José María.
 

 

4. La pachamama convulsa y atávica


A ello se agrega:


Que los pobladores del lugar conocen que la chica enloqueció porque le arrebataron a su hijo.


Que en la partida de bautismo después del apellido paterno Arguedas figura una T borroneada.


Que José María tuvo una especie de fijación en sus novelas acerca de estas relaciones desiguales de patrones y servidumbre.


Ahora bien, la vida y obra de José María –y dentro de ella las circunstancias de su nacimiento– han cobrado aureola al punto de constituirse ya en mito y en leyenda.


Y es que en los de seres paradigmáticos y legendarios se mimetiza o se expresa mucho el colectivo social, en este caso el Perú: un país misterioso, sensual y fragmentado.


La grandeza y significación de Arguedas bien podría conducirnos a expresar que él es encuentro estremecedor de todas las sangres y que su madre es la pachamama convulsa y atávica.
 

 

5. Nació en un resquicio del mundo


Cabe suponer entonces que nació no en un pueblo grande, sino en una quebrada y en una casa vetusta, porque estos son también escenarios que constituyen una fijación en sus obras.


Porque mujer y niño, todavía en el vientre, fruto de una relación abrupta se recluyen en los pliegues que hace la Tierra.


Porque la mujer embarazada del patrón se refugia en un lugar recóndito.


Se ocultan en los resquicios o resquebrajaduras del mundo donde se alivian esas relaciones prohibidas.


Porque son las quebradas andinas, como dobladuras atroces de los cerros, paradójicamente los lugares más prodigiosos, atravesados de cursos de agua límpidos y cristalinos que purifican penas, agobios y tristezas.
 

 

6. El estallido mudo de la creación


Siendo así José María vería la luz primera del sol en alguno de esos parajes que son milagros sobrenaturales de la naturaleza y la vida.


Quebrada envuelta entre boscajes. Donde cada arbusto, planta y espiga tienen alma, donde toda la naturaleza se pasma y estalla.


Y allí también sentiría la noche estrellada, donde la luna riela en el empedrado del patio de las casas grandes y pequeñas.


Donde la noche es oscura y el ser humano aprende a escudriñar las sombras y a saludar horadando las tinieblas, como él lo hizo en sus obras.


Donde los cerros los seres y las cosas tienen estupor.


Donde pugna la vida porque poderosa es la muerte.
 

 

7. En ese mundo nació Arguedas


 Quebrada como aquella que recreó en su cuento Huarma Kuyay, “Amor de niño”:

Noche de luna en la quebrada de Viseca…

Me fui hacia el molino viejo; el blanqueo de la pared parecía moverse, como las nubes que correteaban en las laderas del “Chawala”. Los eucaliptos de la huerta sonaban con ruido largo e intenso; sus sombras se tendían hasta el otro lado del río…

Donde todo es distante y cercano, el grillo anuncia y el zureo de la torcaza predice.


De casas desperdigadas, algunas ennegrecidas por la pena, donde una es la casa mítica.


Donde el aliento y el susurro reemplazan a la voz cotidiana.


Donde las noches son invisibles por lo sobrenaturales. Pero que al final se asumen y  se sobrevive.


Porque en ellas se manifiesta el estallido mudo de la creación.


En ese mundo nació Arguedas.
 

 

8. Vida de errabundos


Pero hay otros estigmas en su vida aparte de su nacimiento tan misterioso.


Su padre era un abogado errabundo, sin asiento fijo, un doctor en leyes ambulante.


Quien iba buscando clientes y pleitos y lamentablemente los iba perdiendo por los caminos.
Y en ese afán encontraba señoras que las hacía suyas. Y era su hijo a quien dejaba en esas haciendas. O se quedaba en los lugares y en las escuelas y los colegios por donde el padre pasaba.


Hijo a quién le hacían sentir el peso de esas ausencias y ese deambular incomprensible.


A quien amenazaban cobrarle lo que su padre perdía.


A quien le imponían trabajos para que devolviera siquiera en parte lo que su progenitor había descalabrado.
 

 

9. La madre tierra ausente


Tan igual, idéntico al destino del Perú que José María Arguedas asumió con amor sin medida.


¿Acaso no pagamos una deuda externa que es ineptitud de nuestros antepasados, adeudo por demás infame, confuso e irredento?


¿Qué es el Perú sino la madre ausente, muerta y arrebatada de nuestros brazos? ¿Y los padres desperdigados, errando por estas y otras comarcas?


Estigmas que grafican en la vida de un hombre símbolo lo que nos toca como comunidad y nación.


Porque, ¿no es extraño y apartado de un sentido lógico que un padre deje al hijo con la madrastra y vague por rumbos inciertos?

“Yo soy hechura de mi madrastra. Mi madre murió cuando yo tenía dos años y medio. Mi padre se casó en segundas nupcias con una mujer que tenía tres hijos… Me dejó en la casa de mi madrastra que era dueña de la mitad de un pueblo. Tenía mucha servidumbre indígena y el tradicional menosprecio e ignorancia de lo que era un indio… ”, diría él. Y porque lo odió tanto lo hizo vivir con los indios.

Y aquel caminar nómada del padre se proyecta también en el hijo. José María fue errante él mismo: sus estudios primarios los realizó en tres ciudades: San Juan de Lucanas, Puquio y Abancay. Sus estudios secundarios en Ica, Huancayo y Lima. Fue trashumante en diversos trabajos, en las ciudades en que vivió y hasta en los vínculos de pareja que alcanzó a establecer. 


10. Ser tratado como a otro, y como ajeno

 

“…mi madrastra… me tenía tanto desprecio y tanto rencor como a los indios (y) decidió que yo había de vivir con ellos en la cocina, comer y dormir allí.


Así viví muchos años… Los indios y especialmente las indias vieron en mí exactamente como si fuera uno de ellos, con la diferencia de que por ser blanco acaso necesitaba más consuelo que ellos… y me lo dieron a manos llenas”.

Su drama también, y allí encuentra a la vez su redención, fue ser tratado como a doméstico siendo distinto.


Fue darle el trato de indio siendo niño blanco.


De paria siendo hijo de abogado y de extraño siendo miembro de familia.


He aquí una manera de castigar a alguien tratándole directamente como a otro y como a ajeno.


Ya el Inca Garcilaso de la Vega nos había advertido un anatema:

“El Perú es madrastra de sus propios hijos y madre de los ajenos”.

11. Sirviente de los hijos de la madrastra


José María sufrió un estigma peor: hacerlo sirviente de sus hermanastros.


Sirviente de los hijos adultos de su madrastra. ¿No parece un castigo del infierno para cualquier ser? Y lo anoto con todo su horror porque de todo ello él hizo himno de redención:

Pero no solo he sido hechura de mi madrastra. Hubo otro modelador tan eficaz como ella… pero un poco más bruto: mi hermanastro… Cuando yo tenía siete años me obligaba a que me levantara a las seis de la mañana a traerle su potro negro desde una chacra muy grande…

Un día se perdió su poncho de vicuña y lo acusó a él de haberlo perdido:

Levantó el rebenque para pegarme en la cara y a última hora se arrepintió… Pero luego ya en la cocina: …entró mi hermanastro… me quitó el plato de la mano y me lo tiró a la cara y me dijo: “no vales ni lo que comes”… Yo salí de la casa, atravesé un pequeño riachuelo, al otro lado había una excelente chacra de maíz. Me tiré boca abajo del maíz y le pedí a Dios que me mandara la muerte.

He allí los abismos del país fracturado que aún somos. He allí la despiadada crueldad con alguien que tuvo que sufrir ese destino para develar no su suerte particular sino la de la comunidad indígena plena de ternura. 

 

12. Gané el mote de "zonzo"

 

Y así nos damos cuenta ¡de cómo es de dolido el Perú! De cuanto de oro y ceniza hay en él: país cumbre y abismo, picacho y cañada. Desierto y cuenca paradisíaca. Río inconmensurable y huella de que por aquí, por este arenal y por esos pedruscos cruzó alguna vez un río.


De allí que en carta que le escribe a Emilio Adolfo Westphalen, es inmenso y tremendo que pueda contar y precisar lo siguiente:

"Nadie ha sido más feliz que yo. Nadie, ni tú. ¿Te acuerdas cuando al oír la quena esa y la danza de coro de hombres, quena y wankar, que oímos en tu pieza de la universidad, tuvimos la evidencia de que los creadores de esa música eran algo más grande que todo lo grande que habíamos oídos hasta entonces? Pasé mi niñez siguiendo a bailarines y músicos de esas danzas, siguiéndolos noches de noches, imitándolos, hasta que gané el mote de "zonzo" que mi propio padre y hermano me lo aplicaban con todo convencimiento".

Y es que la música en particular y en general el arte son manifestaciones primigenias y espontáneas en el mundo andino. 

 

13. Porque voy a estar bailando

 

Por eso, el homenaje que podemos rendirle a José María hoy día, 18 de enero, es escuchando la música de nuestros pueblos de origen, poniendo cerca a nuestro oído y muy dentro de nuestro corazón los acordes, por ejemplo, de una banda de músicos de nuestras aldeas nativas.


Porque en vida José María caminó detrás de músicos y danzantes, pero de muerto va adelante de ellos


Delante porque detrás de su ataúd lo acompañarán siempre sus amigos músicos Jaime Guardia, Máximo Damián y Luis Durand, tocando el charango, el violín y el arpa. Como contorsionándose de dolor y júbilo al mismo tiempo van también en ese cortejo los danzantes de tijeras.


Así la muerte es para siempre exorcizada por algo que está mucho más allá y más acá de ella, como es el dolor y la esperanza fusionadas:

“Tardará aún la chiririnka que viene un poco antes de la muerte. Cuando llegue aquí no vamos a oírla aunque zumbe con toda su fuerza, porque voy a estar bailando”.

Ahora él va presidiendo la comitiva. De niño él iba detrás. ¿No este, ohay aquí un ritual y una consigna? 


14. La única chispa que puedo encender


En el "¿Último diario?", que integra la obra El zorro de arriba y el zorro de abajo, José María Arguedas nos dice:

“... si el balazo se da y acierta. Estoy seguro que es ya la única chispa que puedo encender...”.

La única luz, fuego, pulso y calor de este fuego que arderá eternamente.


Confesó también que todos los latidos de su vida eran de amor, devoción y consagración al Perú.


Aquel balazo se dio, encendió aquella chispa, para lo cual también se necesita valor, disparándose en su oficina de la Universidad Nacional Agraria dos balazos en la sien, el 28 de noviembre del año 1969, muriendo 4 días después, el 2 de diciembre, dejándonos incluso en ese acto un mensaje, irredento con el telón de fondo de la tragedia y la epopeya que es el Perú.


Pero dejó allí mismo escritas estas palabras:

“...Quizá conmigo empieza a cerrarse un ciclo y a abrirse otro en el Perú... se cierra el de la calandria consoladora, del azote, del arrieraje, del odio impotente, de los fúnebres “alzamientos”, del temor a Dios y del predominio de ese Dios y sus protegidos, sus fabricantes; se abre el de la luz y de la fuerza liberadora invencible del hombre de Vietnam, el de la calandria de fuego, el de Dios liberador, Aquel que se reintegra. Vallejo era el principio y el fin”.

15. Los tres jircas y apus tutelares


Es inmensa y conmovedora aquí esta revelación contundente y absoluta con relación a César Vallejo en la víspera de morir y en su carta de despedida, diciendo en aquel testamento que era el principio y el fin, trazando su arco de alianza con él.


Y en otro momento afirma:

Fue leyendo a Mariátegui… que encontré un orden permanente en las cosas.

Y allí tenemos inhiestas a las tres montañas tutelares. Y es que ellos tres son seres con trasfondo mítico, con raíces milenarias, con ancestro cósmico, seres que han fijado su residencia permanente en la tierra, que están incrustados a la gleba fértil como a los peñascos, al grumo de roca y al cielo azulino, para mejor retar a los abrojos, desde donde miran y nos permiten mirar el infinito y lo entrañable de la condición del hombre sobre la faz de la tierra.


Son Vallejo, Mariátegui y Arguedas nuestros apus tutelares, ejes fundamentales de nuestra identidad, tres próceres y mártires; tres hombres de una ética sin dobleces, que jamás claudicaron ni al mercado, ni a la propaganda, ni a la impostura.


De allí que yo proponga embelesarnos con las notas sollozantes y a la vez jubilosas de nuestra música andina, como homenaje a José María Arguedas en ocasión de celebrarse un aniversario del nacimiento de este hombre inmenso, apu tutelar nuestro, flor translúcida de pisonay, río profundo más que todos los ríos abismales del planeta y humana fortaleza solo comparable al Sacsayhuamán.

Danilo Sánchez Lihón

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