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Capulí, Vallejo y su Tierra

Construcción y forja de la utopía andina

12 de octubre
El viaje de Colón
El nauta
Danilo Sánchez Lihón
www.danilosanchezlihon.blogspot.com 

1. Camino a la escuela

– Hasta luego, mamá.

– Hasta luego, hijo. Cuidado con los toros. Mira de lejos y si vienen volteas la esquina y mejor caminas por la otra calle.

– Sí, mamá.

Traspaso la portada de nuestra casa con sus rendijas, arrugas y orificios en la madera.

La conozco hasta el mínimo detalle, pues allí he perdido bolas, abalorios y objetos diversos y preciosos: pedazos de cuarzos, canicas y una ala de mariposa de un roto cristal y que no la encuentro.

La puerta me da paso a la calle, y la cierro desde afuera, rumbo a la escuela.

El sol a las siete de la mañana recién dora los rastrojos de las tapias y trasluce en las hojas de las malvas, pero ya revienta en los cerros lejanos dejando nítidas las montañas azulinas y oscuros los bajíos y quebradas.

Como todos los días, cruzo las sombras que dejan paredes y techos a los pedazos de sol que se arrastran por las veredas de piedra.

2. Las notas del Himno Nacional

En el camino encuentro a Javier, a Mañuco y a Juan.

Con ellos nos acompañamos intercambiando tesoros: papeles de celofán, tejidos de serpentina, figuras de lata.

Ya en la escuela tres campanadas nos reúnen en el patio donde se pasa revisión, para ver:

Si portamos un pañuelo limpio en el bolsillo y si tenemos recortadas las uñas. Y si es adecuado y propio de un escolar que se respete y respete su escuela el corte de pelo.

Si tenemos bien amarrados los zapatos y limpios los orificios de las orejas.

Si tenemos pegados todos los botones del pantalón y la camisa. Y si están bien abrochados. 

Alguien sale a lo alto y al centro del corredor que hace de tribuna a declamar, otro a presentar una noticia, el último a dar las notas del himno nacional.

3. El cielo añil y sereno

Luego pasamos a un salón mojado por grandes ramalazos de agua dejadas caer en la tierra recién barrida.

El maestro entra saludando y nosotros también saludamos poniéndonos de pie. 

– ¡Buenos días, maestro!

– ¡Buenos días, niños! –Repite–. Tomen asiento.

Es casi al terminar la primera hora de la mañana cuando alguien llama desde el corredor más cercano:

– ¡Un cometa!

– ¡En el cielo hay un cometa!

El maestro se acerca a la ventana, observa afuera y nos hace salir en fila.

Al principio no divisamos nada en la inmensa esfera de un azul intenso y límpido. Pero luego se hace nítido un trazo minúsculo de luz en el cielo añil y sereno.

4. Al borde de la inmensa esfera

Es el brillo extraño de un alfiler que refulge nítido con el sol de la mañana en la inmensidad del azur. 

Está tan lejos que parece quieto y a ratos da la impresión de avanzar a una altura a la cual no llegan ni las águilas ni los cóndores.

– Es un satélite, –murmura Villena, aficionado a leer los periódicos–. Los rusos acaban de lanzar uno al espacio.

– ¡Es un satélite!

La noticia se esparce a las demás secciones que van saliendo y formando grupos en el patio.

– Es un ave, –afirma el maestro. 

– ¿Un ave a esa altura? 

¿Y viniendo desde tan lejos? Porque viene desde atrás del horizonte. 

¿Y puede un ave dar la vuelta al mundo?

Desde el borde de la inmensa esfera del cielo se va acercando lentamente.

5. Es un ave grande y fuerte

– Entonces puede ser un pato, que son aves que se remontan a mucha altura para tener un vuelo largo y sostenido, –se atreve a elucubrar Manuel.

– Hace poco se escapó uno de mi casa, –agrega César.

– Un pato al volar sacude las alas, –corrige Francisco.

– O quizás es un cisne. –Arriesga el niño Porturas aficionado a leer cuentos de hadas. 

– Los cisnes despliegan muy largo sus alas. Y, además, nunca viajan solos, –señala Antuco–. Siempre vuelan en bandadas.

– Será entonces un cóndor. –Supone otro.

– Pero el cóndor siempre es negro. –Aduce Gastañuadí que en la jalca de donde él viene defiende a diario sus ovejas de los cóndores que las acosan.

Nuestro profesor, al centro del círculo, con las bastas del pantalón delineadas y con los zapatos que reflejan el sol y los aleros, escruta aquel punto entrecerrando los ojos.

Y con las manos haciendo visera aumenta tres cualidades después de haber dicho que es un ave.

6. La escarcha en sus alas

– Es un ave grande, fuerte, de glorioso destino y que viaja herida. –Afirma. Aseveración que nos emociona y sobrecoge.

Como si presintieran algo extraño no revolotean las golondrinas que a diario tejen enredaderas en torno a la campana.

Ni tos gorriones saltan del jardín a los tejados.

Han eenmudecido los ladridos de los perros y el cacareo de las gallinas. 

Todos los seres parecen hallarse sobrecogidos.

– Entonces es un guanay, –dice César, que ha estado en Chimbote.

Pero todos recordarnos en nuestros libros el pico largo y el cuerpo enjuto del guanay. 

Además, ¿cómo explicar el brillo de esas alas?

– Es la escarcha de las noches heladas que se han pegado en sus alas y que las hacen brillar, –agrega, como si delirara, hablando consigo mismo.

7. Viene del mar

A mitad de la mañana está exactamente sobre nuestras cabezas, en el cenit del cielo. 

Alguien ha traído un catalejo y es allí donde, pasándonos de mano en mano y por turnos, observamos con el aliento detenido en nuestros pechos.

Podemos ver su vuelo trabajoso.

Podemos incluso ver que una de sus patas cuelga dificultosamente.

Pero aún así, lleva erguida la cabeza. Y su vuelo es parejo.

Los demás alumnos se acercan a nuestro grupo. 

– ¿Qué es, profesor? –Preguntan ansiosos. 

– Es un albatros. –Dice por fin el maestro. 

– ¿Un albatros? Y, ¿dé dónde viene?

– Viene del mar y va hacia el mar. 

– ¿Viene del mar? 

8. Y va hacia el mar

– ¿Y puede un pájaro llegar hasta aquí volando desde el mar?

Del mar solo alcanzamos a Imaginar que es una línea azul en un horizonte mágico. Algo infinitamente grande y distante.

Con ciudades a sus orillas que sólo conocemos por las etiquetas de los productos que llegan a las tiendas: 

Caramelos de menta, aceite de bacalao, gaseosas de Trujillo.

Enseres traídos por camiones que durante semanas se atascan en los caminos.

¿Y va hacia el mar? ¿Al Océano Atlántico? 

¿Hacia esos confines tantas veces repasados en nuestros cuadernos de historia? 

Los viajes de Colón dibujados con líneas, puntos y cruces. Trazados de surcos, que ya jamás se cierran, señalando la ruta de las tres carabelas. 

El último –¡oh infortunio!– cargado de grilletes y cadenas, cubierto de harapos e ignominia el Gran Almirante.

9. Saludo de pequeños soldados

– Es un albatros que vuela herido. 

– ¿Y desde cuándo está volando? 

– Desde hace semanas, o tal vez meses.

Quiere decir que: ¿No come? ¿No bebe agua? ¿No duerme? 

Y: ¿El hambre? ¿La sed? ¿El frío?

Una emoción profunda invade nuestros corazones. 

Los cuerpos tensos, con los ojos entrecerrados por el sol implacable y nuestras pequeñas manos alzadas a la altura de nuestras frentes hacemos calladamente un saludo de pequeños soldados al nauta portentoso.

¿Qué paisajes sus ojos divisan hacía abajo? 

¿Qué roquedales de pavor y de miedo?

¡Qué noches intrincadas!

¡Qué soles inclementes!

Unas lágrimas de valor y coraje se deslizan por nuestras mejillas tersas, nuestros pómulos bruñidos y nuestros mentones temblorosos.

10. Vuelve a cruzar el cielo de Santiago

Alguien alcanza a gritar su emoción alentándolo y todos al unísono repetimos alcanzándole desde la tierra nuestro aliento:

– ¡Vuela Amigo! 

– ¡Vuela! 

Y en nuestros corazones le musitamos: 

¡Surca el aire! ¡Surca el cielo! ¡Vence el sueño! ¡No te arredre la tristeza ni el dolor!

– ¡Llegarás al mar! 

– ¡Llegarás al mar!

Al crepúsculo nuestros ojos apenas lo encuentran en el horizonte. Es un leve fulgor en la noche que cubre el universo. 

Imaginamos su mirada vigilante, sus alas doblegando distancias, sus latidos golpeando intensamente la noche.

Al volver y cerrar la portada de nuestra casa, los goznes chirrían con una leve señal en las sombras. 

Y en nuestros sueños el albatros vuelve a cruzar el cielo infinito de Santiago de Chuco.

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