Instituto del Libro y la Lectura del Perú, y Capulí, Vallejo y su Tierra

12 de marzo, el poeta Mariano Melgar es fusilado en Arequipa 
El Yaraví, canto de amor y rebelión 
Danilo Sánchez Lihón

Un día como hoy, 12 de marzo, del año 1815,
caía abatido por un pelotón de fusilamiento
en el campo de batalla de Humachiri, en Arequipa,
el poeta y prócer de la libertad Mariano Melgar,
amante apasionado y patriota legendario.

1. Fervores, arrebatos y pasiones

Decimos con frecuencia que la historia del Perú fue insigne y gloriosa en la época pre-inca cuando florecieron culturas de fábula, admirables y sorprendentes como las de Chapín de Huántar, Tiahuanaco, Mochica-Chimú, Nazca y Paracas, sin mencionar otras insignes como Vicus, Huari, Lambayeque, Chancay.

De igual modo, en la época incaica cuando Pachacútec y Túpac Yupanqui consolidaron una cultura que hizo prodigios como la domesticación de la papa, los alimentos deshidratados, y una organización donde no había noche en que ser humano alguno se quedara de hambre o abandonado, sin techo y sin amparo, que le prodigaba la comunidad por ley sagrada.

Pero también en el virreynato, período con relumbres y fulgores de imperio, etapa en la cual el dominio del Perú en América del Sur fue absoluto pues era el único virreynato antes que se desprendieran de él el Virreinato de Nueva Granada, 1717, y el del Río de La Plata, 1776.

Sin embargo, en la mesa del comedor de mi hogar materno, cuando yo era niño, mi padre que fue maestro recreaba ante nuestros ojos deslumbrados, fastos y memorias de la época republicana, hechos que para mí resultaban fabulosos, titánicos y plenos de extraordinaria y fascinante grandeza, de arrebatos y fervores supremos, en donde los personajes eran paladines sobrehumanos. 

Allí, los ejércitos se perseguían insomnes por desiertos ardorosos, desfiladeros abismales y punas nevadas; donde el General Agustín Gamarra, dos veces Presidente de la República, caía muerto en el campo de batalla de Ingavi, en las orillas heladas del lago Titicaca; donde el teniente coronel Domingo Nieto vencía en una justa con lanza y sable –que contemplaban los batallones estupefactos– al gigantesco comandante Camacaro de Colombia en el Portete de Tarqui definiendo de ese modo la guerra desatada; donde don Ramón Castilla, arrastrando mil fusiles, moría sobre su caballo en el indescifrable desierto de Atacama. 

Otro bólido fulgurante era Felipe Santiago Salaverry, quien sublevado a los 29 años en el Callao fue elegido Jefe Supremo de la Nación, quien fue vencedor mítico en Uchumayo para luego caer derrotado en Socavaya y ser fusilado en la Plaza de Armas de Arequipa el año 1836. Mi padre tocaba extasiado en su violín “La salaverrina” –y la banda de mi escuela la entonaba con sus tambores y cornetas en los desfiles– aquella marcha militar que ayudó a que los combatientes de ese general flamígero y alucinado –cuya banda de músicos entonaba dianas y pasacalles en los fémures de sus enemigos caídos– venciera en innumerables batallas y sucumbiera solo en la única que perdió y que le costó la vida.

El hijo de ese soldado ígneo, quien fue huérfano desde niño, sería más tarde el principal poeta del romanticismo peruano, quien escribiera poemas como el que finaliza diciendo:

¡Oh! cuando vea en la desierta playa,
con mi tristeza y mi dolor a solas,
el vaivén incesante de las olas
me acordaré de ti;
cuando veas que una ave solitaria
cruza el espacio en moribundo vuelo, 
buscando un nido entre la mar y el cielo
¡acuérdate de mí!

2. Imagen nata del trovador y el héroe

¿Qué tenían, o de qué estaban hechos, aquellos hombres? Solo cabía una explicación que aceptaba mi conciencia: pertenecían a un país de fábula, convulso, quimérico y sensual. Y tenían no solo entusiasmo y pasiones sino que estaban ungidos de un fulgor divino. 

Pero entre todas estas historias la que más ganaba mi simpatía, entusiasmo y adhesión y me conmovía hondamente, era el aura de vida y la gesta heroica de Mariano Melgar: primero niño genial, después púber impetuoso, pronto adolescente atormentado por los misterios del ser, arrebatado luego de amor por una niña de trece años.

Presto se hizo joven bizarro que abrazó los ideales y compromisos de hacer y forjar aquí –cuando el Perú era una colonia irredenta– la justicia social.

Fue después hombre que renunció a todo, entonces se hizo labriego y finalmente optó por el sacrificio y el martirio de entregar su vida, convicto y confeso, por la aspiración de una patria libre y digna.

Fue Mariano Melgar un ser generoso, que unía a su emoción de amante apasionado, la de intelectual esclarecido y ciudadano consecuente y leal con el suelo que lo vio nacer; quien el 12 de marzo era fusilado en el campo de batalla de Humachiri, en Arequipa, a los 24 años de edad, luchando por la independencia del Perú y América:

Ya llegó el instante fiero
Silvia, de mi despedida,
pues ya anuncia mi partida
con estrépito el cañón.

A darte el adiós postrero
llega ya tu tierno amante,
lleno de llanto el semblante
y de angustia el corazón.

Llega tu objeto divino
tiéndeme tus brazos bellos,
a ver si logro que en ellos
dulce acogida me des.

No conseguirá el destino
el golpe que quieres darme
porque antes de separarme
me verá muerto a tus pies.

Llamaré instante de gloria
a aquel en que vi tus gracias
y origen de mis desgracias
a aquel que las perdí.

Mil veces esta memoria
harás que el dolor me acabe
y tú entre tanto quién sabe
si te acordarás de mí.

Al salir el sol brillante,
al poner sus luces bellas
al nacer lunas y estrellas
estaré pensando en ti.

Él encarna la imagen, el lance y la hazaña nata del héroe y del trovador, la del cantor popular conspicuo y la del defensor de lo justo y lo bueno, la del hombre embargado de auténticas pasiones y legítimos principios; bello y tajante, henchido de ideales, quien mira desafiante la boca de los fusiles que le han de cegar la vida, siendo la representación sublime del héroe romántico por excelencia en el Perú.

Dio el halo mágico y legendario que tiene la literatura peruana, recogiendo la tradición esencial y auténtica de la poesía quechua de un lado y la castellana del otro, que es necesario no perder como viene aconteciendo ahora, cediendo a una corriente ajena, superflua y alienada.

3. Donde los bienes son males y los placeres tumultos

Nació en Arequipa, el 10 de agosto del año 1791, hijo de español: Juan de Dios Melgar, y de india: Andrea Valdivieso. Su hogar de infancia fue de condición humilde pero sus dotes y virtudes le dieron inmediata posición de categoría y honores, siendo querido, respetado y admirado por clérigos, personalidades del foro, maestros y por todas aquellas personas académica y socialmente cultivadas.

Fue niño precoz, quien a los 3 años ya conocía “todos los secretos de la lectura” y a los 8 dominaba el latín siendo nombrado Auxiliar de Clases en la Escuela del Convento de los Franciscanos Descalzos de Arequipa. Traduce a los poetas, filósofos y oradores de la antigüedad; y lee aquellos textos a sus compañeros de colegio.

Pero un día una niña singular insufla su vida de singular arrebato y lo cautiva para siempre. Es su gran ilusión, su exaltación para vivir y muy pronto su decisión también para morir:

¡Ay, amor!, dulce veneno,
¡ay, tema de mi delirio,
solicitado martirio
y de todos males lleno.

¡Ay, amor! lleno de insultos,
centro de angustias mortales,
donde los bienes son males
y los placeres tumultos.

¡Ay, amor! ladrón casero
de la quietud más estable.
¡Ay, amor, falso y mudable!
¡Ay, que por tu causa muero!

¡Ay, amor! glorioso infierno
Y de infernales injurias,
león de celosas furias,
disfrazado de cordero.

¡Ay, amor!, pero ¿qué digo,
que conociendo quién eres,
abandonando placeres,
soy yo quien a ti te sigo?

4. Levantad esos rostros abatidos

Para seguir estudios de derecho y leyes en la Universidad de San Marcos viaja a Lima dejando a aquella chiquilla, que luego inmortalizó en sus versos con el nombre de Silvia y quien al partir le hizo la promesa de no olvidarse ni abandonarlo nunca.

En el puerto de Mollendo le impresiona profundamente el océano, emoción que lo inspira a escribir su oda “Al autor del mar”:

El mar inmenso viene entero
ya parece tragarse el continente,
aviva su corriente,
y en eterno hervidero
choca, vuelve a chocar…

De aquí hasta donde raya el horizonte
se ve criar la blanquísima nube:
se exhala, crece y sube;
y al valle, al prado, al monte
va a dar frescura y riego, y sus corrientes
sustentan y producen los vivientes…

Acaba, bravo mar, tu fuerte guerra;
islas sin puerto vuelve a las ciudades;
y en una sola a mí con Silvia encierra.

En Lima se imbuye de los ideales independentistas. 

En medio de la conjura revolucionaria escribe su “Oda a Baquíjano y Carrillo y también su “Oda a la libertad”:

Oíd, cese el llanto
levantad esos rostros abatidos,
indios que con espanto,
esclavos oprimidos
del cielo y de la tierra sin consuelo
cautivos habéis sido en vuestro suelo…

Asume un compromiso pleno con la causa indígena y los ideales que asume la revolución emancipadora.

Su verbo se vuelve proclama de adhesión por los humildes, marginados y desheredados de la tierra, de identificación con las aspiraciones populares. Da coherencia a sus ideas y a su vida, de amor consagrado a una mujer y de consagración a sus aspiraciones de libertad para su pueblo.

5. El amor se convierte en queja y lamento

Pero al volver a Arequipa el amor de su vida, Silvia, se muestra esquiva. Al parecer no le agradan las ideas que ahora él encarna. 

Y así, el destino trenza sus dedos para que el amor sublime que él siente por ella se convierta en queja y lamento:

No nació la mujer para querida
por esquiva, por falsa y por mudable;
y porque es bella, débil, miserable,
no nació para ser aborrecida.

No nació para verse sometida,
porque tiene carácter indomable;
y pues prudencia en ella nunca es dable,
no nació para ser obedecida.

Porque es flaca no puede ser soltera,
porque es infiel no puede ser casada,
por mudable no es fácil que bien quiera.

Si no es, pues, para amar o ser amada,
sola o casada, súbdita o primera,
la mujer no ha nacido para nada.

Pero su amor es mucho. No puede quedarse con el desengaño. Tampoco quiere ocultarlo ni apagarlo, mucho menos disimularlo. No puede tenerlo callado, lo hace público y manifiesto. Y se deshace en suspiros, lamentos y quebrantos. Y sucumbe ante las heridas que lo afligen:

Bien puede el mundo entero conjurarse 

Bien puede el mundo entero conjurarse
contra mi dulce amor y mi ternura,
y el odio infame y tiranía dura
de todo su rigor contra mí armarse;

Bien puede el tiempo rápido cebarse
en la gracia y primor de su hermosura,
para que cual si fuese llama impura
pueda el fuego de amor en mí acabarse;

Bien puede en fin la suerte vacilante,
que eleva, abate, ensalza y atropella,
alzarme o abatirme en un instante;

Que al mundo, al tiempo y a mi varia estrella,
más fino cada vez y más constante,
les diré: «Silvia es mía y yo soy de ella”.

6. ¿Por qué a verte volví, Silvia querida?

¿Por qué este designio? ¿A qué viene este desengaño? ¿Por qué me tocó a mí la flecha, el estigma, la fatalidad del amor?

Si tú eras para mí, ¿por qué se tuercen los hilos? ¿Por qué se confunden las hebras? ¿Por qué esos renglones torcidos?

Y decide dejarlo todo –por lo inmenso y radical que es, pero a la vez frágil ante el aleteo del ángel– y determina entonces sublimarlo en vida y hacerlo un bien popular, hacerlo trova, espíritu del pueblo, de la gente humilde, hacerlo canción popular, no poesía académica sino dije y canto rodado en la boca de la gente sencilla. Decide hacerlo perdurable e infinito en el ideal, más allá de este mundo, de esta vida y de la muerte:

¿Por qué a verte volví, Silvia querida?
                     (Elegía I)

¿Por qué a verte volví, Silvia querida?
¡Ay triste! ¿para qué? ¡Para trocarse
mi dolor en más triste despedida!

Quiere en mi mal mi suerte deleitarse;
me presenta más dulce el bien que pierdo:
¡Ay! ¡Bien que va tan pronto a disiparse!

¡Oh, memoria infeliz! ¡Triste recuerdo!
Te vi... ¡qué gloria! pero ¡dura pena!
Ya sufro el daño de que no hice acuerdo.

Mi amor ansioso, mi fatal cadena,
a ti me trajo con influjo fuerte.
Dije: «Ya soy feliz, mi dicha es plena».

Pero ¡ay! de ti me arranca cruda suerte;
este es mi gran dolor, este es mi duelo;
en verte busqué vida y hallo muerte.

7. Vuelve que ya no puedo vivir sin tus cariños

Y he aquí que se produce uno de los saltos más extraordinarios que se han dado en la poesía y el arte en el Perú, porque no hay hecho que haya sido más decisivo para nuestras letras que esta decisión de Mariano Melgar, de desterrarse, de cambiar de clase social, de irse a vivir en el campo, la de hacerse chacarero y encontrar allí la verdadera expresión de su canto.

Y tal como lo pensó lo llevó a cabo. Se hizo campesino total: de poncho y ojotas, de pantalones arremangados y sombrero mojado por la lluvia y quemado por el sol; de pisar la tierra arisca y helada, con los pies descalzos y los brazos curtidos solo con la diferencia que sus manos eran diestras también en saber tocar la guitarra y escribir.

Aquel genio lingüístico, aquel académico riguroso, el políglota escanciado, aquel intelectual venerable que causaba asombro con su ciencia, aquel adivinador de los misterios de la vida y el cosmos, volvió así al grumo, a la piedra de toque, al terrón de polvo que somos todos los seres.

Se hizo hombre gleba, humus y de campo, sin reticencias ni tapujos, causando el escándalo en el medio culto y refinado de Arequipa, que lo vieron como un desquiciado mental y social.

Dejó todo sin ambajes: abandonó casa, empleo en la curia, honor en la cátedra, su asiento de enaltecimiento y lisonja en el ruedo de amigos y se alejó para siempre. Y todo por amor a Silvia.

Fue tan honda esta entrega de un ser tan acrisolado que toda Arequipa, todavía ahora, en cualquier fonda, posada o tienda, e incluso en el corredor de cualquier casa rural, encontramos intangible esta decisión y el alma del poeta Melgar.

Y fue así cómo, y de este modo, él recuperó para la poesía peruana formas soterradas de la poesía quechua. Ese es su aporte trascendental y su gran salto, porque significaba la conquista hispánica al revés: la lengua castellana se dejaba conquistar y sucumbía al sustrato indígena, a la voz de la tierra, al trasfondo anímico de la creación natural del cosmos en este espacio y tiempo.

Dejó de escribir su dolor en versos clásicos, en los metros y cadencias hispánicas, y encontró que su queja y su lamento cabían más y mejor en las formas y en los sones andinos, más dulces y temblorosos.

Y cada grupo folclórico de la actualidad, cada son y baile popular, y cada rasgo o endecha de expresión de amor que pueda decir el joven más desprevenido en nuestro medio, tiene su raíz y su cogollo en Mariano Melgar.

Vuelve, que ya no puedo
Yaraví 

Vuelve, que ya no puedo 
vivir sin tus cariños: 
vuelve mi palomita, 
vuelve a tu dulce nido.

Mira que hay cazadores 
que con intento inicuo 
te pondrán en sus redes 
mortales atractivos.

Y cuando te hagan presa 
te darán cruel martirio: 
no sea que te cacen, 
huye de tanto peligro. 

Vuelve mi palomita, 
vuelve a tu dulce nido.

8. Tuyo es mi pecho entero, tuyo es este albedrío

Su canción no deja de ser queja, pero se hace cariñosa, dulce y protectora, como es el alma aborigen:

Ninguno ha de quererte 
como yo te he querido, 
te engañas si pretendes 
hallar amor más fino.

Habrá otros nidos de oro, 
pero no como el mío, 
por quien vertió tu pecho 
sus primeros gemidos. 

Vuelve mi palomita, 
vuelve a tu nido. 

Ya es otro el candor. Ya es otro el tono y el fondo. Es la inocencia del alma andina la que aflora. Ya es otra el alma y el lenguaje. Ya está salvado él y salvados nosotros. Y él ya podía entonces morir. Lo salvó el pueblo humilde. Lo salvó el dolor que se hace solidaridad con el hermano y la naturaleza. Es el alma abierta pero vertiendo su delicadeza más pura:

Bien sabes que yo, siempre 
en tu amor embebido, 
jamás toqué tus plumas, 
ni ajé tu albor divino; 

si otro puede tocarlas 
y disipar su brillo, 
salva tu mejor prenda 
ven al seguro asilo. 

Vuelve palomita, 
vuelve a tu dulce nido. 

Y he aquí el diminutivo, que es el aporte de las culturas indígenas al idioma castellano:

No pienses que haya entrado 
Aquí otro pajarillo: 
No palomita mía, 
Nadie toca este sitio. 

Tuyo es mi pecho entero, 
Tuyo es este albedrío; 
Y por ti sola clamo 
Con amantes suspiros. 

Vuelve palomita, 
Vuelve a tu dulce nido. 

Es el mundo rural que se ofrece como amparo, tierra imperecedera, paraíso y utopía; y que él recién lo conoce desde dentro y directamente:

9. La dolida esencia y la dulzura plena del “harawi”

Huyó al campo y se tornó en agricultor al lado de los peones indios. Se hizo campesino y chacarero en Majes y ahí conoce la dolida esencia y la dulzura plena para cantar el dolor y la desolación más honda del “harawi” que se entonaba entre los indígenas que trabajaban la tierra.

Yo sólo reconozco 
tus bellos coloridos, 
yo sólo sabré darles 
su aprecio merecido.

Yo sólo así merezco 
gozar de tu cariño; 
y tú sólo en mí puedes 
gozar días tranquilos. 

Vuelve, que ya no puedo 
vivir sin tus cariños, 
vuelve mi palomita, 
vuelve a tu dulce nido.

Porque el actual yaraví que él descubre y él nos aporta, en donde letra y música vuelven a asociarse y a fundirse, es el “harawi” quechua, composición lírica anterior a la llegada de los españoles.

Es la expresión que bien constituye la primera manifestación mestiza en la literatura peruana y enunciado simbólico de lo que nosotros podemos ser como nación nueva, autónoma y esperanzada. Y esto ocurría en 1813, años antes de la emancipación americana.

Mariano Melgar hizo el mestizaje de la poesía española y quechua; se anticipó al movimiento romántico años antes de su reconocimiento oficial en América, pues tiene todas las características del que después fue una corriente literaria universal, como es: el sentimiento, la individualidad, el rompimiento del equilibrio entre fondo y forma, el amor por lo vernacular, la exaltación de las literaturas folclóricas y nacionales.

10. Por mi patria amada y por mi Silvia quiero

Pero he aquí el otro salto, quizá mayor al anterior que no fue el único. He aquí otra entrega absoluta, la otra decisión trascendente e inquebrantable de ese cometa: se decide a tomar las armas en defensa de sus ideales y principios, sin desistir sino afianzando más su decisión y su vínculo de amor a Silvia haciendo indisoluble el yugo entre el amor a la mujer y a la patria amada. Dice:

Dejar amigos… ¿injusticia tanta
pensáis que cometiera?
de imaginarla sólo ya me espanta…
¿Cómo olvidar pudiera
a mi amorosa Silvia? No: es en vano…

Y esto, porque hay un momento en la vida de Mariano Melgar en que sus amigos parecen reprocharle que él pensara en su amor individual a Silvia, cuando todo debía relegarse por la lucha a favor del pueblo entregado a la causa por la independencia. Melgar defiende a Silvia y responde con brío:

El amor a mi patria está enlazado
con la afición más viva
a mi Silvia, en tal modo, que en mi estado
por mutua alternativa…

Él hace y enseña, lo explica en sus versos: que es inseparable su emoción social de su afecto por una mujer, que se enlazan en el amor romántico. Son esos dos amores, que para él no entran en contradicción, los que le dan la vida y lo llevan a la muerte, porque luego afirma:

Por Silvia amo mi patria con esmero,
Y por mi patria amada a mi Silvia quiero.”

Y asume marchar a la guerra, abrir su pecho generoso en el campo de batalla. Pasa de su posición de campesino a su opción de soldado combatiente. Une la pluma a la espada, asociación mítica. Y escribe de ese modo la historia de su vida en el historial versificado de sus amores y de su consagración a sus ideales sublimes.

11. Pudo huir si lo hubiera querido

Mariano Melgar se alista entonces en la rebelión de Mateo Pumacahua contra el régimen colonial español, en aquellos momentos de un poderío demoledor.

Intuía de este modo, quizá, que debía morir para poner el corolario a su amor por Silvia y a su patria. 

En la batalla del 11 de marzo de 1815 peleó con pundonor y arrebato dirigiendo el arma de la artillería. 

Pero el ejército español estaba compuesto de experimentados profesionales de la guerra. 

Se lo divisa pasando de uno a otro lugar dando arengas e insuflando de entusiasmo a los guerreros de esa jornada, hasta el final en que al no herirle las balas de la fusilería fue capturado.

Decidida la batalla y conociendo el resultado adverso, pudiendo huir si lo hubiera querido, entregó su caballo a su ayudante para que aquél escapara. 

Y se quedó hasta el final. Fue hecho prisionero. Su destino como dirigente de la sublevación era inminente, estaba trazado y él lo sabía. Antes había escrito:

Temo una muerte temprana
De aflicción y de tormento,
Porque ya no tengo aliento
Y temo el morir mañana.

Su puesto en esta gesta, la de auditor de guerra del ejército patriota, lo comprometía totalmente. La cercanía con el comandante general, estrecha y directa, le resultaba fatal. En la mañana del 12 de marzo de 1815 fue fusilado en el mismo campo de batalla entre el trinar de las aves y el abrirse de las espigas. 

Se dice que Silvia cayó desmayada y mucho tiempo después permanecía aún gravemente enferma, luego de haberse enterado del fusilamiento de Mariano Melgar. Ya lo había anunciado él:

Muerto yo 
tú llorarás.

En ello hay una plena resonancia de cadencia y de compás con el poema quecha recogido por el Inca Garcilaso de la Vega, que dice:

Al cantito 
dormirás,
medianoche
yo vendré.

12. Arequipa es Melgar y Melgar Arequipa

Nadie como Melgar para encarnar tanto una época, un alma, un modo de ser, un modo de sentir y de aspirar. Pero también un paisaje y, sobre todo, una ciudad como es Arequipa que vive bajo el influjo de Melgar.

A cuatro grandes citas concurrió Melgar en su corta pero arrebatada vida: a la cita con el amor. A la invocación de la patria. Al abrazo con su tierra natal. A la consubstanciación con Dios. 

Nadie para haberse pegado a cada esquina, a cada techumbre, a cada grumo, aroma y corpúsculo de luz del cielo de Arequipa, que Mariano Melgar.

Nadie para ser querido tanto, para identificarse con él la gente de toda condición, laya y posición.

Nadie como Melgar es el cantor del amor, la patria y la libertad en Arequipa, el Perú y América. El pueblo se identifica con él y lo sigue teniendo muy hondo en sus momentos de mayor emoción y confidencia.

Lo evoca y lo encarna y lo vuelve a la vida en cada serenata.

Lejos incluso de aquella tierra, nunca vi a mi padre más emocionado que cuando cantaba “Melgar” en letra del poeta Percy Gibson y música de Benigno Ballón Farfán. 

Y hasta yo lo canto ‘emocionado, ¡qué más da!, emocionado’, en sus notas que dicen:

Blanca ciudad, de eterno cielo azul
puro sol, montañas de mi lar
donde nací, en donde me crié
para amar.

Aquí dejo mis sueños,
aquí dejo mi amor,
aquí dejo mis lágrimas,
de eterno desconsuelo,
porque mi estrella triste fue cruel.

Silvia adiós, ya perdida
la esperanza de tu amor mi fe
al partir por mi patria sometida
y por ti mi bien,
voy adiós, voy adiós, adiós, adiós.

Sonó el clarín, voy hacia allá
a defender mi patria
mi adorada Silvia, mi amor,
sonó el clarín vamos allí,
Oh Patria por ti morir quiero
yo y todos con honor.

Oh Arequipa, ciudad de mis ensueños,
coloso Misti, guardián de mi ciudad,
ansío libertad y amor,
amor y libertad Señor.

Danilo Sánchez Lihón

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