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En Verona perdimos la inocencia
Joel Salpak

Deambulando por Verona, con clima agradable y animo elevado, pasamos por la Plaza de los Señores, con su estatua del Dante, su torre inmensa y cuadrada y su escalinata de sobria elegancia.

Éramos un variopinto grupo de amantes de la música, convocados por la temporada operística de la Arena, justo el único fin de semana en que iban a poner tres obras – Turandot, Carmen y Aída – lo que explica nuestro entusiasmo y excitación.

Llegamos a la Plaza de las Hierbas (¿alusión a que allí se celebraba el mercado de los vegetales? – nadie nos supo responder), también ella con su estatua, esta vez dedicada al León de Venecia. Teníamos la esperanza de sentarnos en cualquier café bajo uno de los toldos, tomarnos un refresco y simplemente gozar de la multitud que iba y venía.

Pero la multitud estaba claramente dividida en dos bandos, como modernos Montescos y Capulettos: unos que ocupaban todas las mesas a la sombra, los otros que se dirigían en riada hacia la salida al sur de la plaza. A falta de mesa, seguimos a los que caminaban.

La corriente seguía compacta un par de cuadras y desaparecía a la izquierda por una especie de pasadizo, al que entramos: nos recibió un silencio reverente, casi eclesiástico y nos fuimos acercando al patio interior, en que una sacerdotisa del dios Turismo estaba disertando – o adorando – ante la estatua de Santa Julieta de Shakespeare.

La liturgia incluía una lacrimógena historia familiar, peleas seculares, odios antiguos y duelos modernos, espadachines y todo lo que puede tener una buena telenovela de las que pasan a la siesta. Algunos/as de los creyentes restañaban una que otra lágrima, y varios desarrollaban un ritual paralelo de fotografiarse frente a la estatua de la heroína, con o sin ponerle la mano sobre el pecho izquierdo, como indica el culto.

Nuestra guía –una apóstata cientificista con su hoja de la Wikipedia en la mano – se ocupó de quitarnos el placer y la inocencia: Los héroes del culebrón se llamaban Mariotto y Gianozza, la historia la escribió un tal Masuccio Salermitano en 1476 y ¡oh, decepción! todo eso habría pasado en … Siena. El balcón de Julieta fue construido allá por el 1700 en un edificio que pertenecía, aparentemente, a la familia Cappelletti…

Enjugando una lágrima de despecho, nos fuimos a la peatonal Mazzini y nos tomamos un Campari sin alcohol mientras que las chicas miraban fascinadas las carteras en la sucursal de Gucci: perdida la inocencia, solo quedaba esperar el anochecer para ir a la ópera.

… Pero en el camino, casi todos nos escurrimos hasta la pared blanca de junto a la entrada de la Casa de Julieta, y escribimos con marcador rojo, dentro de un corazón atravesado por una flecha, un mensajito de amor.

Joel Salpak
joelita@netvision.net.il

Gentileza de http://joelsalpak.wordpress.com

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