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Un testimonio de vida: la escuela naval que me formó (1927-1932)  
Federico Salmón de la Jara

Trabajo monográfico y difusión:

Esperanza Navarro Pantac  
enavarropantac@gmail.com
 

Contralmirante Federico Salmón de la Jara

Lima, febrero del 2005

[Reproducido del artículo preparado para el Libro Homenaje del Dr. José Antonio del Busto, Pontificia Universidad Católica del Perú, 2005]

"Un testimonio de vida: La Escuela Naval que me formó", trabajo de investigación histórica del contralmirante Federico Salmón de la Jara.  

Esta historia es la mía, pero es también   la   historia de cientos de oficiales de la Marina de Guerra del Perú egresados de la Escuela Naval del Perú. Corría el año 1927, el Presidente Augusto B. Leguía gobernaba el país desde 1919, y por   Ley No. 4003 del 13 de Octubre del mismo año se había constituido el Ministerio de Marina, separándolo del anterior Ministerio de Guerra y Marina, antigua organización que indudablemente situaba a nuestra Armada en condiciones de dependencia del Ejército, pues era mayormente a los generales a quienes se nombraba para   este Ministerio.   Sin embargo, el propio Presidente Leguía designó en varias   ocasiones a políticos civiles de su partido, para el despacho de esta cartera, a fin de mantener el principio de sujeción de   las fuerzas armadas al poder civil. [1]

Uno de los actos más importantes del Presidente Leguía fue la contratación de la Misión Naval Americana. E l Congreso, por ley Nº 4435, promulgada el 5 de junio de 1920, aprobó un acuerdo firmado entre Estados Unidos y el Perú para el establecimiento de una Misión Naval.   No se redactó un contrato formal que estipulara las pautas para la   Misión misma, pero sí se efectuaron   contratos individuales con cada uno de los miembros de la Misión, la cual estuvo constituida por Jefes y Oficiales superiores de la Marina de Guerra de los Estados Unidos de Norteamérica, quienes asumieron los más altos puestos tanto en tierra como a bordo, y aun la Comandancia General de la Escuadra.   Esta disposición bien pudo haber suscitado el descontento entre el personal naval superior, como había sucedido años atrás, cuando John Tucker, oficial superior de la Marina americana, fue incorporado a la Armada Peruana con el rango de contralmirante para ejercer el mando como jefe de la

Escuadra peruana. Pero la oficialidad naval comprendió la conveniencia de tal decisión, por el retraso en que se encontraba nuestra Marina en relación con las otras marinas del continente. A partir de este momento,   la institución naval   dio un   decisivo paso hacia la modernidad, incorporando nuevos reglamentos, directivas y sistemas de Estado Mayor. Así, se creó la Escuela Superior de Guerra Naval; la Escuela de Aspirantes para los marineros, los que pasarían, tras un período de enseñanza y entrenamiento, a formar parte de las dotaciones de los buques.   Se dio inicio a los Cruceros de Verano, que comprendían navegaciones a lo largo del litoral y aun hasta el golfo de   Panamá, en Balboa, cuando se requería realizar la carena de los buques, pues entonces no se contaba con el Dique Seco   ni con el Arsenal, hoy Base Naval del Callao. La oficialidad y el personal subalterno, lograron   un importante y notorio progreso en   profesionalismo y práctica en el mar.   En el verano de 1930, la Escuadra, con los dos cruceros y los cuatro submarinos, realizó una memorable travesía con destino al puerto de Valparaíso, Chile, un viaje que hubiera resultado inimaginable hasta antes de la firma   del   Tratado de 1929. Esta significativa   visita   originó gran revuelo en vecino país, donde las autoridades y la gente en pleno del puerto, no dudaron en brindarle un caluroso recibimiento.

La Escuela que me recibió el año1927,   como institución académica, estaba organizada en departamentos ejecutivos y académicos, que   tenían a su cargo la preparación de los   planes de trabajo para el año académico. Los reglamentos eran similares a los de la Academia   Naval de Annapolis, E.U., así como el programa   curricular, que comprendía, en general,   los mismos   temas y aspectos profesionales que en aquella.   Por iniciativa del director Davy, los libros de texto y bibliografía profesional más actualizada, fueron traducidos al español y reproducidos a mimeógrafo e imprenta; de tal manera que, nuestros guardiamarinas contaban con la rica y moderna información que se publicaba para la Academia americana. Se consideraba que   la Escuela Naval del Perú era la única en su género en el mundo hispano hablante que contaba con una colección semejante de textos profesionales, académicos   y especializados. [2]

La carrera    duraba   seis años y estaba concebida en   los mismos términos que la Academia Naval de Annapolis, E.U., lo que significaba que seguían   los   métodos y currículum de aquella. Se brindaba   una estricta formación profesional y   además   se entrenaba a los cadetes navales para las tareas de cubierta e instalaciones de ingeniería. Al término de los estudios, los graduados estaban aptos para desempeñar el servicio, bien de comando o de ingeniería [3] . Su rigor académico le dio una gran prestancia y fue catalogada en su tiempo como la mejor de América Latina.

Sobre el sistema de enseñanza,   don Jorge Basadre señalaba que, con la metodología académica de   la Misión Naval Americana se infundió a la Escuela una tendencia práctica, en contraste con la teórica de la Misión Naval Francesa [4] .   Juan Manuel Castro Hart, compañero de promoción y entrañable amigo, dio de este hecho:

“... en el segundo año, se empezaba a instituir profesionalmente el sistema de instrucción; en la Escuela era el llamado sistema inteligente... [antes] los franceses le daban mucho vuelo imaginativo al intelecto, su sistema de enseñanza era un sistema intelectual, mientras que la misión naval americana... el sistema inteligente hacía reposar todo esfuerzo en el alumno y ubicaba al instructor como un guía [dejando en libertad la iniciativa personal]”. [5]

La Escuela   vivía tiempos de modernidad.   En 1928 se había instalado el servicio de time-ball   para   todos los buques surtos en el puerto del Callao, y más adelante, se extendió a toda la república. La señal horaria se recibía directamente desde Annapolis, E.U. [6]

Charles Gordon Davy, educador y forjador de hombres     

La Escuela Naval del Perú, bajo la dirección de ese extraordinario líder, el Capitán de Navío (USN) Charles Gordon Davy, se transformó y modernizó durante el corto período de 1921 a 1930, no sólo porque se instauraron las técnicas y sistemas de la Academia Naval de Annapolis, sino por el influjo de la mística que supo inspirar en los cadetes.   Se creó el Cuerpo único de Oficiales, reemplazando el sistema antiguo de oficiales de cubierta y de ingeniería, pues estos últimos, hasta entonces,   se habían formado profesionalmente   en diferentes centros de instrucción en Inglaterra y Estados Unidos de Norteamérica.  

El capitán Davy,   graduado en Annapolis en 1906,   había servido a bordo de diversos acorazados de la Armada U.S.A., hasta su   nombramiento como Secretario de Estado del Estado Mayor del Comandante en Jefe de la Flota del Pacífico; más adelante,    participó en la Campaña Nicaragüense. Posteriormente, sirvió en el acorazado New York , en la Escuadra de Asia, como Oficial de Estado Mayor. Después de este embarque, integró staff de Personal y Navegación del Departamento de Marina.   Durante la I Guerra Mundial, perteneció al Estado Mayor del Almirante Sims, en aguas europeas, y más adelante, tuvo el comando de los destroyers Kimberly y Broomy , integrando las fuerzas antisubmarinas del Almirante Sir Lewis Bayly.   Cuando estuvo al mando del Kimberly , fue recomendado ante la superioridad   por acción distinguida. Al término de la guerra, fue destinado al Departamento de Marina, y es en ese momento que se le selecciona para venir al Perú integrando la Primera Misión Naval Americana, en agosto de 1920.   El 9 de febrero de 1921, aún con el grado de capitán de fragata,   asume la Dirección de la Escuela Naval, cargo que ocuparía por once fructíferos años. Tenía además a su cargo la Dirección de Comunicaciones    Navales,   cuya    oficina    estaba   también    ubicada    en    la   Escuela;   allí

quedaba la principal estación de radio de la Marina.   El año 1930, los cambios políticos que sacaron del gobierno al presidente Leguía motivaron su retorno a los Estados Unidos. Falleció   el año 1957. En el homenaje póstumo que se le   rindiera en la Escuela Naval, el contralmirante Emilio Barrón, Ministro de Marina, manifestaba: “Davy fue el signo de una vasta labor constructiva; mantuvo en alto las normas de la ética profesional, de la disciplina, del honor y del trabajo. ... Davy al servicio del Perú fue leal a sus compromisos de hombre y de profesional.” [7]

El Capitán de Navío Charles Gordon Davy fue nuestro director inolvidable hasta   nuestro   4to. Año, en 1930, en que se produjo la revolución del Comandante Luis M. Sánchez Cerro.   Vino entonces un período negativo tanto para   la Marina como para los otros institutos armados. En la Escuela Naval , la consecuencia inmediata fue la partida   de Davy.

Mi paso por la Escuela está marcado por la carismática personalidad   de Davy. Viene a mi memoria su nítida y menuda figura,   de esmerado porte militar, recorriendo la escuela seguido por su ordenanza. Llegaba a su oficina a las 7.50 de la mañana, para el izamiento del Pabellón.   A las 10, recorría íntegramente el área de la Escuela, en una revista que cubría todos los departamentos, alojamientos, comedores de cadetes, cámara de oficiales, cuadras de marineros, gimnasio, enfermería, campo de deportes, etc., observando su funcionamiento en cada uno de sus detalles; sumamente escrupuloso con el orden y el aseo, solía de vez en cuando   hacer su “show personal”: con mucho disimulo dejaba caer un papelillo para luego con gran aparato recogerlo personalmente a la vista de todos. [8]

Se dirigía a nosotros en perfecto español,   cortésmente, cordialmente, aunque, como compensando su estatura, con decidida y enérgica voz, evidenciando   su condición de líder nato. Pero era sobre todo su   interés humano lo que lo hacía un conductor de hombres. Le gustaba hacer gala de que conocía a cada uno de los cadetes, y siempre nos llamaba por nuestro nombre,   sin equivocarse jamás.   Se mantenía al tanto de los progresos de cada uno, y tenía la meticulosidad de ver las notas los noventa cadetes y poner su visto bueno en cada libreta que se enviaba   a los padres.

El comandante Davy y su esposa   Mary   vivían en el hermoso chalet especialmente construido para vivienda del Director,   ubicado dentro de la misma área de la Escuela, por lo que realmente se podía decir que compartía su vida con el alumnado.   Desde que llegó a la Escuela, había emprendido su misión de educador con una decidida voluntad de cambiar la mentalidad del oficial naval peruano y de darle un nuevo enfoque a la   instrucción en la Marina; para ello había implementado un reglamento que realmente fue un modelo en su tipo.   Además,   tenía sumo interés   en que la Escuela cultivara un   estilo   de vida que se resumía en el lema de “Mens sana in corpore sano”, por lo cual incentivaba el amor a los deportes, la higiene personal, la comida sana, el orden.

Recuerdo el último día de su estancia en la Escuela, en 1930, cuando finalmente tuvo que abandonar su cargo. Era un medio día de la primera semana de setiembre cuando por última vez   el comandante Davy y su esposa, sentados a la puerta de su casa, contemplaban el paso de la compañía de cadetes desfilando desde las aulas al edificio de los alojamientos;   al verlo, los cadetes   no pudieron conservar la compostura, y   rompieron    filas se   acercaron en tropel a ellos. Fue un momento de profunda emotividad que ha quedado por siempre en nuestra memoria. Y, más tarde, cuando el auto que los llevaba se alejaba de la Escuela, los cadetes, desde el segundo piso, con las sábanas   a modo de pañuelo les dábamos el último adiós desde las ventanas del edificio Nº 2. [9]

Nunca regresó.   Aunque sé que solía decir que jamás   lo abandonó la nostalgia de los años pasados en el Perú.   Yo tuve la suerte de verlo ya en el otoño de su vida.   Primero, en el año 1939, durante una travesía   que realizamos a bordo del Grau hasta el puerto de San Francisco, cuando él   visitó nuestro buque. Nuevamente, ya en 1956, lo vi por última vez cuando acompañé al   ministro de Marina, almirante Emilio Barrón Sánchez a los Estados Unidos.   Acudimos a su residencia en Los Ángeles, California, donde vivía desde su regreso del Perú,   con el grato encargo de imponerle la condecoración de la Cruz Peruana al Mérito Naval en el grado de Comendador. Fue un acto muy significativo, pues el almirante Barrón había integrado la primera promoción formada por Davy. [10]

Un año después, en 1957, Charles Gordon Davy falleció.

.....

 

La planta de la Escuela Naval

Ya desde su primer gobierno, el presidente Leguía había dispuesto la construcción de un local para la   Escuela Naval en La Punta, en reemplazo del   que había funcionado en Bellavista.  

Se había destinado un predio estatal de 14,000 metros cuadrados y   se nombró una comisión encargada del proyecto, la   que estuvo constituida   de la siguiente manera:

Presidente:   Ingeniero Enrique Oyanguren

Miembros:   Capitán de navío Eulogio S. Saldías

                   Capitán de navío José Theron   (miembro de la Misión Naval Francesa)

                    Arquitecto Ricardo Malachowski

La ejecución del proyecto se encargó a la firma “José Pardo e hijo” y   los trabajos se iniciaron el 16 de febrero de 1912; el 15 de setiembre del mismo año, el presidente Leguía declaraba inaugurado el edificio [11] . Esa   primera obra es la   que   nosotros conocimos después como el “Edificio Grau”, concebido para albergar a doscientos alumnos.   Estaba diseñado en forma de una letra “C”,   cuyos brazos ese abrían   en un ángulo de noventa grados.   La fachada mostraba en la parte central, entre los dos pisos, una escultura que representaba la proa de un buque.   Empero, la escuela inició sus funciones efectivas recién el 4 de febrero de 1915, bajo la dirección del capitán de navío Manuel Ugarte [12] . Ese fue el local que mi promoción encontró a su ingreso a la Escuela Naval en 1927. Para ese entonces,   antes de su conclusión definitiva, se vio que iba a resultar muy reducido para sus fines.   En 1917, se le habían anexado construcciones de madera a sus costados para aliviar en algo la estrechez.   En estos pabellones se encontraban los talleres de máquinas, mecánica, física y electricidad.   La Municipalidad hizo donación de un predio colindante, lo que permitió disponer del terreno para la construcción de un chalet para alojamiento del   director, lo que permitió que aquel pudiera ejercer sus funciones de control y supervisión dentro de las mismas instalaciones de la escuela, al mismo tiempo que mantener la cercanía que permitió la fluida relación cordial, amical y casi patriarcal con el alumnado.

En la década siguiente, el solitario edificio   inicial resultó insuficiente para atender las crecientes necesidades de la compañía de cadetes, por lo que se construyeron nuevos edificios y diversas instalaciones que se fueron modernizando con el paso de los años. Así, en mi primer año   de cadete, en 1927, se construyó el edificio “San Martín”, que pasó a ser el “Edificio número 2”, destinado para alojamiento de oficiales y cadetes, el cual pudo ser inaugurado antes de la fecha prevista,   señalada para   el 1º de marzo de 1928. En el discurso memoria del comandante Davy el 30 de diciembre de 1927, en ocasión de la inspección anual de la Escuela que realizaba el Presidente de la República,   manifestaba que se habían construido ocho pabellones adicionales y se había modificado o reformado todo el plantel original.   Se había requerido la expropiación de varios terrenos anegadizos que tuvieron que ser rellenados,   marcando la expansión de la Escuela en terreno ganado al mar;   señalaba que el campo de ejercicios había sido una laguna que se tuvo que rellenar, como se había hecho también con las calles que rodeaban el terreno original [13] .

En el viejo e inolvidable Patio de Honor, las seis aulas ocupaban la parte baja del edificio, y en el centro la Dirección, Subdirección, Biblioteca y la Prevención.   En los altos, segundo piso, los dormitorios, Babor y Estribor, con camas en cada banda, el comedor de oficiales al centro. El comedor de cadetes funcionaba en un edificio lateral de un solo piso, con el techo de tijerales y mesas para ocho cadetes en cada una, integrada por alumnos de diferentes años, presididas por un cadete de los últimos años. El Oficial de Guardia almorzaba y cenaba en una mesa del fondo y lo acompañaban los Cadetes Jefes de la Compañía.   El gimnasio estaba en la parte derecha del primer piso; y las duchas, unas treinta en cada banda, quedaban al costado del mismo gimnasio. Existían además, otras instalaciones que surgieron periféricas al edificio principal, dentro de la misma área de la Escuela:   la enfermería, que estaba instalada en un chalet prefabricado de madera; la lavandería   y el taller de herrería, que habían sido edificados por el personal de la Escuela durante 1925;   y el pequeño muelle de madera que había sido alargado para   soportar el tránsito continuo de los cadetes [14] , cuando desfilábamos muy de mañana para tomar nuestro habitual chapuzón en el mar, así como   para las prácticas de remo y   vela, deportes   que se hacían cada vez más populares entre los cadetes navales, en franca competencia con los clubes Regatas Unión y Cannotieri .  

Mi nueva vida en la Escuela Naval

Tuve el privilegio de vivir esa etapa constructiva de la Escuela. Como todos los años, en el mes de marzo de 1927, se llevó a cabo   el concurso de admisión   de cadetes para la Escuela Naval. Según la convocatoria, el curso de estudios comprendía un período de seis años, a la conclusión del cual los graduados estaban aptos para desempeñar el servicio,

bien de comando, o de ingeniería [15] .   Para ese año se declararon veinticinco vacantes, número superior a los de años anteriores. Nos presentamos trescientos cuarenta y un   postulantes, en su mayoría procedentes de los Colegios Recoleta e Inmaculada, así como del viejo y prestigioso Colegio Nacional de Guadalupe.   No había entonces más colegios importantes.   A ellos se sumaron algunos aspirantes de provincias.   Los requisitos   estipulaban contar entre 15 años y seis meses y 18 años y seis meses de edad; no se exigía haber terminado un año específico de instrucción, sino simplemente aprobar los exámenes de selección, que eran bastante rigurosos; de tal manera que, se presentaban muchachos de segundo hasta quinto de media, y el año en que yo me presenté ingresaron inclusive postulantes que venían de la Escuela de Ingenieros.   Las materias en las que se examinaba a los postulantes eran:   aritmética, álgebra elemental, geometría plana, elementos de historia general, Historia del Perú, elementos de geografía general, Geografía del Perú y gramática castellana [16] .

Otro de los requisitos era, además de buena conducta,   ser hijo legítimo, condición que no se contemplaba para el ingreso al Ejército o la Policía –aún no existía la Fuerza Aérea-.   Esto indicaba ya   que la Marina ha sido siempre muy conservadora y, en cierta forma aspiraba a constituir una élite [17] . La rigurosa selección obedecía al definido propósito de colocar a la Marina peruana entre las mejores de su clase.   Se ponía mucho énfasis en que la Escuela estaba dirigida bajo los mismos patrones generales de eficiencia   de la Academia Naval Americana, de la cual   seguía el modelo [18] .   Se convirtió en la mejor institución académica del Perú   y se estimaba que ninguna de su género del mundo hispano parlante se le equiparaba. La instrucción era gratuita en la Escuela Naval, los cadetes solamente pagábamos una pequeña cantidad de dinero para los útiles de escritorio.   Pero, eso sí, al egresar como   oficiales no se les daba a los alfereces ni uniforme ni equipo, todo debía ser pagado por la familia del oficial que, indudablemente en muchos casos tuvo que endeudarse por un buen tiempo, teniendo en cuenta que en esa época se exigían más uniformes de los actualmente   se usan.

Éramos cinco aspirantes que proveníamos del colegio La Recoleta, entre ellos el inefable “Coloradito” Enrique León de la Fuente, pacasmayino de vieja estirpe, marinero cien por ciento y audaz submarinista. Nos conocíamos desde los diez años de edad, estudiantes del mismo colegio, y juntos vivimos después inolvidables días a bordo de los viejos “R”, viajando a la zona del Canal y a Filadelfia E.U. para el primer cambio de   baterías que se les hizo a los submarinos.   Dejo para otra ocasión el escribir algo acerca de los muchos capítulos de nuestra historia vividos en común a bordo del “R-3”.   Con mi promoción ingresaron tres provincianos, todos de Arequipa.

En abril del año 1927, veinticinco jóvenes entusiastas [19] habíamos emprendido una nueva vida al transponer el umbral de la Escuela Naval; una nueva vida en la que tuvo un trascendente rol el capitán de navío Charles Gordon Davy, formador de hombres, excepcional director de la Escuela Naval.   Se sumaron cinco cadetes que repetían el primer año, constituyendo así el grupo más grande para la época, lo que obligó a realizar una extensión de las clásicas carpetas de esos años, mesas largas que daban asiento a unos doce cadetes, separados por una división a ambos lados.   Con nuestro ingreso, el número de cadetes en la Escuela llegó a ochenta y uno, cifra máxima que alcanzaba el alumnado hasta esa fecha, distribuidos en las seis secciones    para cada uno de los   años.   El 4to. Año estaba constituido por tan solo cuatro cadetes que, al igual que los demás, tres años después se graduarían de Alfereces de Fragata. De los treinta cadetes que cursamos el primer año sólo nos graduamos dieciséis.

El 1º de abril de ese año, tuvo lugar, a las 11 a.m., el juramento de los alumnos que ingresábamos.   A la ceremonia asistieron   el ministro de Marina, Dr. Arturo Rubio, el

Jefe de Estado Mayor de Marina, capitán de navío Alfredo Graham Howe, toda la plana mayor de la escuela y las familias de los nuevos cadetes.    Charles Gordon Davy nos dio la bienvenida con un discurso en el que nos trazó, a grandes rasgos, lo que se esperaba de nosotros   y lo que sería nuestra vida en adelante:

“Dentro de breves instantes ustedes darán el paso más importante que jamás hayan dado hasta el presente momento.   Ustedes cesarán de formar parte de los paisanos, para entregarse a la Armada Peruana, como una parte integrante de la institución naval del país –la primera línea de la defensa nacional.

“Ustedes dejarán de pertenecer a sus familias y desde hoy en adelante nos pertenecerán.   Hasta el más pequeño detalle de vuestra vida será regulado por nosotros.    Trataremos directamente con ustedes y no con sus familias.   Desde ahora ustedes serán hijos de la Nación, destinados a ser educados y entrenados para llegar a ser Oficiales de la Armada Peruana, destinados a una vida de trabajo duro, disciplina férrea, sacrificio voluntario   y absoluta veracidad.” [20]

Reseñó en breves y sabias palabras lo que él entendía que debía ser la misión de la Escuela Naval, cuyo destino dependía en aquellos   momentos de su entera responsabilidad:

“Hacer del personal que se recibe, caballeros instruidos, perfectamente adoctrinados   sobre el honor, la rectitud y la verdad, con espíritu más bien práctico que académico, con lealtad inalterable hacia su Patria, con cimientos formados con principios de instrucción sobre los que,   la experiencia adquirida en la mar podrá edificar al Oficial de Marina completo; sin perder de vista, sin embargo, el hecho de que mentes sanas en cuerpos sanos son necesidades indispensables para el cumplimiento de las misiones individuales de los graduados, y que la mayor eficiencia de estas misiones se logrará únicamente si, mediante una disciplina humana, firme   y justa, aquellos entran al servicio llevando en sus corazones profundo y arraigado cariño, respeto y admiración por ésta su Escuela y hogar, y eterna convicción de la responsabilidad que es suya ante el sagrado lema: Mihi Cura Futuri – “Yo cuido el porvenir”-. [21]

Encontramos una Escuela ordenada y pulcra, que de ahí en adelante se convirtió en nuestro nuevo hogar, pues aun en   días de salida era obligatorio regresar a dormir.   El tranvía que iba a La Punta fue testigo de nuestros ires y venires, muchas veces corriéndonos el albur de no alcanzar el último vagón del día.

Además del director, captain Davy, con rango de capitán de navío para los efectos de su servicio en la Marina peruana, se encontraba el comandante Sub-Director –para el año 1927 ejercía el cargo el capitán de fragata Tomás M. Pizarro-, y dieciocho oficiales asistentes, sin contar al cuerpo médico.

La Compañía de Cadetes estaba constituida por tres secciones al mando del Cadete del 6to. Año, Juan Francisco Torres Matos, prestigioso almirante, después Comandante General de la Marina, Ministro y co-Presidente de la República. Su personalidad, carisma y don de mando, hicieron de él un ejemplo para quienes iniciábamos nuestra carrera naval. En el mes de Abril de 1927, al ingreso de nuestra promoción, éramos los únicos   cadetes en la Escuela,   pues los integrantes de los otros años se encontraban de vacaciones después que el Crucero de Verano de ese año se extendiera hasta Centroamérica, arribando a los distintos puertos de esos países.   El teniente primero Víctor M. Ontaneda Menacho fue el Oficial encargado de nuestra formación militar en esos treinta días. Con gran porte militar, de estatura más bien baja, fuerte contextura y recio carácter, cumplió a cabalidad   la tarea de transformarnos de “jóvenes civiles” en Cadetes Navales.   Supo imprimir el rigor necesario para tan trascendente cambio.   No trepidaba en obligarnos a tomar las posiciones: de saludo al frente, la marcha en formación y, en general, todas las situaciones, utilizando hasta las manos y su voz tonante. Realmente llegamos a temerlo. Sin embargo, más adelante, en la vida profesional, coincidimos en el servicio a bordo de los submarinos, y pudimos cultivar una noble amistad,   hasta llegamos a tratarnos de   “tú”, situación que años antes me habría parecido impensable.   Cosas de la Marina.  

La vida cotidiana en la Escuela

La Escuela Naval funcionaba en el local de La Punta, el cual, como ya hemos comentado antes,   había sido modernizado para este efecto.   Era   bastante cómodo para el número de cadetes que albergaba, que en verdad era bastante pequeño; yo recuerdo que cuando estábamos en primer año, el total de alumnos en la Escuela no llegaba a noventa.  

Los cadetes llevábamos una vida muy sana; nos levantábamos a un cuarto para las seis de la mañana con el toque de corneta, y era la hora para a los ejercicios, y después al mar obligatoriamente, tanto en   verano como en invierno; después pasábamos a la ducha.   La rutina de los cadetes durante los cinco días laborables de la semana, estaba regida por el siguiente horario:

5.45      Levantarse

6.00      Ejercicios y baño de mar

6.50       Formación e inspección     

7.10      Desayuno

8.00      Izado del pabellón con la compañía de Cadetes formada para los honores

8. 10     Clases

11.45    Fajina

13.00    Almuerzo

14.00    Clases

15.30    Fajina (deportes)

18.15    Formación e inspecciones

18.30    Comida

22.00    Silencio

El día sábado por la mañana, el Comandante Director realizaba la revista de inspección, después de lo cual terminaban las labores de la semana.   La salida era a las cuatro de la tarde, para regresar el mismo día sábado a las diez y media de la noche. Los domingos se salía después de la misa, a las diez de la mañana,   y se debía regresar a las seis de la tarde, de tal manera que los cadetes no dormían jamás en sus casas, excepto una vez al año, en Navidad.   Las clases terminaban después de los exámenes de diciembre, y el 1º de enero o el 2, se iniciaba el crucero de verano que comprendía    tres meses, de enero a marzo.   El mes de abril nos daban   vacaciones, con excepción de los desaprobados, que debían quedarse en la Escuela   para prepararse y dar exámenes de aplazados.   No se podía repetir más de una año: si uno repetía el primero o el   segundo año, ya estaba en peligro de ser expulsado; y hubo casos de cadetes que estando a punto de culminar la carrera, y que ya tenían en   su haber un año repitente, fracasaron en el quinto año.

Para los   alumnos de   quinto y sexto   año, el día sábado había un embarque a bordo del B.A.P. Teniente Rodríguez   para realizar prácticas marineras; salíamos por cinco o seis horas, generalmente desde las ocho de la mañana hasta las dos o tres de la tarde.   Era   una jornada muy dura, porque se trataba de un   buque de bajo desplazamiento, que se movía muchísimo   y tenía muy poca estabilidad.   Era un buque francés; en la versión de la época, era un cazatorpedero,   buque rápido para los de entonces. Era,   además, una nave emblemática, pues había sido el primer buque de guerra que   pasó el Canal de Panamá   el año 1914, en su viaje de Francia a Perú, cuando venía para incorporarse a la escuadra peruana. Había arribado a la boca del río   Amazonas (Belem do Pará), y de allí se dirigió a Panamá para pasar a la costa del Pacífico.   Las autoridades del Canal le adjudicaron como premio la liberación del pago del derecho de tránsito todas las veces que tuviera que pasar por el Canal. Y es el único caso que se conoce a este respecto.   Bueno, el Rodríguez   era un pequeño buque (500 toneladas de desplazamiento y cerca de 30 nudos de velocidad) a   carbón, de manera que la faena a bordo era realmente muy pesada, pues los cadetes teníamos que alimentar las calderas,   trabajo muy duro, fuerte, que,   a no dudarlo,   contribuyó a formarnos el carácter.  

Los deportes

Hacíamos honor al lema Mens sana in corpore sano con una intensa   práctica de los deportes y el atletismo; prácticamente se nos obligaba a   hacer deportes todo el año, y estos variaban de acuerdo a un programa muy bien diseñado.   Se había hecho tradición la competencia deportiva con la Escuela Militar de Chorrillos, con la cual había una rivalidad   muy marcada, sobre todo porque de alguna manera los chorrillanos se resentían porque a los cadetes navales se les consideraba   una élite.   Los torneos de fútbol eran el pretexto para que las barras de uno y otro lado daban rienda suelta a su ingenio en contrapunto, así   como   también para soltar toda la bilis guardada.

  Con gran entusiasmo se practicaban los deportes acuáticos, la boga en falúa y en bote; la vela; asimismo, la natación, el waterpolo y saltos ornamentales. Asimismo, el fútbol, el béisbol y el básquet daban   muchos lauros a la Escuela.   Y, en atletismo, la YMCA, la Universidad de San Marcos y la Asociación Social de la Juventud (ASJ),    nos disputaban los premios   en los campeonatos de Fiestas Patrias [22] .   Cuando yo ingresé, el cadete Pedro Gálvez, de la promoción de 1923, defendía sin rivales cercanos, el pabellón de la Escuela Naval en las pruebas de atletismo.   En el Campeonato Sudamericano de Atletismo en Lima, en   1929, estableció el récord sudamericano en la prueba de 400   metros con vallas, al poner un tiempo de 55 segundos 1/5, marca que ha permanecido imbatible desde aquel año para los atletas de la Escuela Naval [23] .

Me viene a la memoria el “Chato” Raygada.   El cadete de sexto año, Julio Abel Raygada de la Carrera, padre del   connotado   almirante   y   buen   amigo,   Julio   Abel   Raygada   García, era   verdaderamente “chato”, hombre de brillante personalidad, que derrochaba simpatía, gracia y buen humor.   Yo diría que fue el innegable creador del “fulbito”: una vez que entraba al gimnasio, inmediatamente procedía a separar los dos equipos, cinco por lado. Indefectiblemente yo era uno de sus seleccionados. Y ahí empezaba lo bueno, porque nos trenzábamos en   tremendo juego, en el que llovían   golpes y patadas que él, en su condición de Capitán, nos propinaba a su gusto, gritando a todo pulmón para animar a su equipo.

Dentro del   plan de reorganización de la Escuela,   desempeñaban un rol principalísimo los deportes y   el atletismo. Don Jorge Basadre en su Historia de la República del Perú , le reconoce al comandante Davy   el haber contribuido “en forma descollante a la divulgación de los deportes” [24] .   El almirante Jorge Parra del Riego expresa al respecto, que no solo fue uno de los logros más significativos de la Misión Naval el introducir los deportes en forma intensiva en la Escuela, sino que su influencia se extendió en forma excepcional entre la juventud peruana. [25]

Los Cruceros de Verano

Los Cruceros de Verano, se realizaban de enero a abril. Se   recibía a bordo de las diferentes unidades de superficie y de submarinos a grupos de cadetes bajo la dirección de un instructor de la planta orgánica   de la Escuela Naval. Se efectuaban   a lo largo del litoral y muchas veces llegaba hasta Panamá,   aun a los demás países de Centroamérica. La última etapa del Crucero de 1930, en el mes de marzo, comprendió la visita de las divisiones de cruceros y submarinos al puerto de Valparaíso, Chile, hecho que revistió una gran significación en nuestra tradición naval y en la vida de los dos vecinos países, pues se trataba del   primer acercamiento entre ambos después de finalizada la Guerra del Pacífico.

Si bien no se contaba entonces ni tampoco ahora con un Buque Escuela, la práctica   en los buques era intensiva y nos ayudaba a formarnos como “hombres de mar”. Eran en total, durante los seis años de vida académica, cinco cruceros intensivos en la Escuadra. Durante el transcurso de ellos, se efectuaban cambios de cadetes entre cruceros y submarinos. Allí nos hicimos “marineros”, pues practicábamos junto al personal subalterno en todas las actividades de cubierta, manejo marinero, artillería, máquinas de propulsión y compartimentos de calderas; asimismo, maniobras tácticas, ejercicios en la mar, ejercicios de inmersión y ejercicios de tiro y torpedos.   

Sobre el Motín de los marineros  

La Escuela Naval había tenido durante el período de gobierno del presidente Leguía,   un nivel de excelencia que, desgraciadamente, se vio   menoscabado después del golpe de estado de 1930. A partir de entonces, y en un corto lapso, se   sucedieron    varios directores en el cargo, en esa   etapa   difícil del gobierno   de Sánchez Cerro, con   la presencia del Apra en el escenario político. Como es tradición en la Marina, la Escuela se había mantenido apartada de la política, pero no pudo escapar a los funestos acontecimientos que   vivía   el país, agravados por las consecuencias económicas del crac de 1929. Respecto del Motín de los marineros del 18 de abril de 1932, me permito hacer un recuento de los antecedentes, tal como pude percibirlos entonces. El año anterior se había inaugurado la Escuela de Aprendices Navales -que era lo que hoy conocemos como la Escuela Técnica, CITEN- y cuando se hizo el llamamiento para   ocupar las plazas, se pidió jóvenes con instrucción avanzada; fue así que ingresaron muchachos   de muy buen nivel, muchos de los cuales   habían postulado antes con nosotros a la Escuela Naval.   Como aprendices navales, llevaban una vida muy cercana a nosotros los cadetes, pues al ser la    Escuela bastante reducida, teníamos que compartir los mismos espacios, tanto en la rutina diaria como en los deportes, y otro tanto en las prácticas marineras;   eran muchachos decentes que, además, en muchos casos, eran también amigos nuestros. Yo diría que uno de los factores que favoreció la revolución fue que en el cuerpo de aprendices se encontró   un grupo fácil de influenciar,   quizá porque en el fondo estos muchachos   se sentían un poco defraudados,   relegados a otro nivel, y esta susceptibilidad   fue muy bien explotada   políticamente por los apristas.   Cuando a   finales de ese año, el crucero Bolognesi   navegó con el crucero de verano a Panamá, y el buque tuvo que quedarse   más de dos meses para efectuar reparaciones, un gran número   de dirigentes apristas que casualmente se encontraba ahí, tuvo la oportunidad de establecer   contacto con los aprendices navales y adoctrinarlos muy bien, atizando resentimientos. Cuando se produjo el motín, los cabecillas resultaron ser,   en su   gran mayoría, alumnos de la Escuela de Aprendices. Nos afectó muchísimo, pues se trataba de muchachos muy allegados a nosotros. El comandante Gálvez, a la sazón Director de la Escuela,   hizo referencia a los sucesos en su memoria anual:   “Es de lamentar que a principios del año académico,   sufriera esta Escuela perturbaciones en su funcionamiento, como consecuencia de la propaganda antipatriótica –se refería a propaganda aprista- que con tanta actividad trató de infiltrarse, para sobornar algunos elementos del personal subalterno, razón por la que el Ministerio de Marina se vio en el caso de intervenir en forma radical”.   Sin embargo, aún quedaban rezagos de la indisciplina, pues, en setiembre,   cuando asumió la Dirección de la Escuela, si bien   encontró   normalizada su marcha, todavía   había marineros soliviantados   que fueron dados de baja y entregados a la autoridad policial. [26]

La graduación

Al terminar los   estudios en la Escuela Naval, los cadetes se graduaban de   alfereces de fragata en una ceremonia muy lucida, como es tradición hasta la fecha. Los 16 cadetes que nos graduábamos en diciembre de 1932, recibimos de manos   del Presidente de la República, general Luis M. Sánchez Cerro, el diploma que acreditaba y   confirmaba nuestra aptitud para obtener los despachos de alfereces.

En nuestra promoción habíamos ingresado veinticinco, número que se incrementó a treinta,   porque encontramos a cinco que estaban repitiendo el año.   Durante los seis años algunos se fueron quedando o fueron eliminados.   Con mi promoción pasó una cosa bien especial;   cuando estábamos en el tercer año de alfereces de fragata, se produjo un llamado para entrar a la Escuela de Aviación, mejor dicho para conformar la Fuerza Aérea.   Siete se

pasaron a la Aviación, y fueron ellos los que constituyeron la base   de la futura Fuerza Aérea,   que se inició al año siguiente en la Escuela de Oficiales Jorge Chávez.   Ellos ocuparon los primeros puestos en la Aviación y alcanzaron    prontamente los cargos directivos   de la nueva institución. Así   pues, de mi promoción permanecimos   nueve en la Marina de Guerra. [27]

Como todos los oficiales   que egresaban de la Escuela, fuimos designados a los cruceros, repartidos entre el Grau y el Bolognesi. Se consideraba necesario que los   alfereces fueran a los cruceros, porque allí era donde se hacía una vida militar de   manera más dura; la idea era formarlos desde muy jóvenes en la disciplina naval; y   era precisamente en los cruceros donde se ejercía   un control mucho más estricto   y se daba,   además, la oportunidad de enriquecer desde muy temprano la experiencia marinera.

Como oficiales de Marina, emprendíamos esta nueva travesía   premunidos de los más altos ideales de servicio a la Marina y a la Nación, fortalecidos con la moral y el espíritu de cuerpo, y un profundo sentido de dignidad inspirados en la figura paradigmática de Grau y de los marinos que nos antecedieron en la historia.  

A manera de colofón

La Marina de Guerra que renació de sus cenizas a inicios del siglo XX, representó una presencia señera en el escenario nacional, esencial para el renacimiento del sentido de dignidad nacional, apabullado y anémico después de la infausta guerra del Pacífico.   Creo que no se le ha hecho aún cabal   justicia a la labor   de don Augusto B. Leguía;   el tipo de régimen de su segundo gobierno, el Oncenio   dictatorial,   opacó   los actos trascendentes de su gestión para modernizar el país, como fueron las importantes disposiciones que dio para colocar a nuestra Marina en el más alto nivel, pues tenía la convicción de que los pueblos que carecen de poder naval están condenados a una vida de inseguridad, expuestos a sufrir   cualquier tipo de agresión o agravio.   Desde su primer gobierno, en 1912, trazó una definida política naval   en la que era parte fundamental   el programa de   adquisiciones navales; se compraron el caza-torpedero Rodríguez y los submarinos Ferré y Palacios , y contrató en 1912 con la empresa norteamericana   Electric Boat Company la construcción de ocho sumergibles más,   cuya compra no llegó a concretarse pues el presidente Billinghurst, durante su gobierno   canceló la operación.  

Como señala don Jorge Basadre en su Historia de la República del Perú , Leguía se anticipó a su tiempo al vislumbrar la importancia de los submarinos como arma decisiva en la guerra naval [28] . Siguiendo el plan de adquisiciones, había hecho también los arreglos para la compra del crucero-acorazado Dupuy de Lohme , que debía haber llevado el nombre de Comandante Aguirre en la escuadra peruana.   Este buque nunca llegó al Callao; una serie de impedimentos, y posteriormente la I Guerra mundial, así lo determinaron.

Pero fue en su segundo gobierno cuando Leguía pudo desarrollar su ambicioso programa de política naval.   Eran entonces otras las condiciones; la bonanza que siguió a la I Guerra Mundial alcanzó a nuestro país en forma de inversión extranjera, como lo manifestaba Leguía al inaugurar la Base Naval de San Lorenzo el año 1926, “Hoy, por fortuna,   la situación económica es tan distinta que permite ajustar, aunque con modestia, operaciones de crédito –para las reformas navales-, sin comprometer las reservas de nuestra riqueza” [29] .

Creó el Ministerio de Marina y contrató la Misión Naval Americana, cuyo propósito fue mejorar la eficiencia de la institución naval en general. Se contrataron originalmente cuatro oficiales americanos para cubrir el comando, al que se agregó después otro oficial para ejercer como Inspector General de Aeronáutica.   El jefe de la Misión era el capitán F. B. Freyer, quien fue designado Jefe del Estado Mayor General.  

La evaluación que la Misión hizo del estado de la Marina, le permitió concluir que el aspecto formativo era de primordial importancia para la reorganización, considerando que el fundamento institucional reposa en los hombres.   Debido a ello,   la Escuela Naval fue el aspecto de   mayor relevancia para la   Misión.   Se le encomendó   la dirección de ella al comandante Charles Gordon Davy, quien resultó ser el hombre providencial,   pues supo infundir una mística en el espíritu de los alumnos; los encaminó por una sacrificada senda de disciplina y trabajo que robusteció moralmente a la institución naval y que, a la postre resultaría paradigmática para las demás instituciones de la sociedad peruana. Con la perspectiva que nos da el tiempo, podemos asegurar que Charles Gordon Davy fue el gestor de la nueva Escuela Naval; el éxito que la Misión Naval logró se debió en gran parte a él y a su enorme fe en los hombres que iban a constituir la nueva Marina peruana.   En sus palabras, ésta era para él la Escuela Naval: “La verdadera escuela es invisible: es la suma total de estas mentes...   es el hogar de este espíritu y conjunto de virtudes...   Esta escuela invisible es pues una cosa espiritual, con sus ideales y tradiciones de conciencia, de lealtad, de resolución, de iniciativa, de abnegación y de verdad.   La última cualidad es la base de todo.   Está demás mencionar el honor, pues es la consecuencia natural del conjunto.” [30]       

Esta es la Escuela Naval que Davy nos legó, la escuela cuya imagen guardo en mi memoria y en mi corazón, en la que me formara durante seis largos años, entre los dieciséis y veintidós años de edad. Mi historia es la misma de nuestros Oficiales de hoy, que cumplen con su compromiso con la Marina y el país, brindando su esfuerzo, calidad profesional, honestidad, y todas aquellas virtudes que debe exigirse al Oficial de Marina del Perú.

  Creo, sinceramente, que la Escuela Naval del Perú,   entonces como ahora, es una verdadera escuela de formación de caballeros dignos, de profesionales aptos para desempeñarse en cualquier puesto a bordo de un buque, de ciudadanos responsables ante   su patria. Su presencia ha sido el faro que alumbró la ruta de la juventud peruana que con paso firme avanzó en el decurso del siglo XX.   No creo equivocarme al decir que la Escuela Naval del Perú es unánimemente reconocida   como una institución ejemplar en el escenario nacional.  

Bibliografía

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Casaretto Alvarado, Fernando.   Alma Mater: Historia y evolución de la Escuela Naval del Perú .    Lima, Imprenta de la Marina de Guerra, 1999.

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Garaycochea, León.   Legislación naval .   Lima, 1928-1945.   t. 1-6.

“Homenaje póstumo al capitán de navío U.S.N. Charles Gordon Davy”, Revista de Marina , Nº 4 ( julio-ago. 1957), p. 626-634.  

“Ingreso de nuevos cadetes a la Escuela Naval del Perú”,   Revista de Marina , Nº 2     (marzo-abril, 1927), p. 252-257.

“Inspección del Sr. Presidente de la República a la Escuela Naval del Perú”,   Revista de Marina , Nº 6 (nov. –dic., 1927),   p. 821-829.              

Masterson, Daniel M. Fuerza armada y sociedad en el Perú moderno: un estudio sobre relaciones civiles militares: 1930-2000 .   Lima, Instituto de Estudios Políticos y Estratégicos, 2001.

Ortiz Sotelo, Jorge.   Escuela Naval del Perú: Historia ilustrada .   La Punta, Callao, 1981.

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Palacios Rodríguez, Raúl.   Redes de poder en el Perú y América Latina: 1890-1930 .   Lima, Universidad de Lima,   2000.

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El poder naval del Perú: Inauguración de la Base Naval en la Isla de San Lorenzo .    Lima, Ed. Cahuide, 1926.

Documentos

U.S   Naval Mission to Peru. Historical record of U.S. naval mission to Peru .   1920-1934.

Entrevistas

Castro Hart, Juan Manuel.    Lima, 8 de octubre de 1983.   En : Archivo Oral del Instituto de Estudios Histórico Marítimos del Perú.

Biografía del autor

Federico Salmón de la Jara nació el 17 de febrero de 1911. A los 15 años de edad se presentó a la Escuela Naval y dio comienzo a su carrera de oficial de Marina, en la que cumpliría una brillante trayectoria de 45 años en el servicio activo y, ya en el retiro, continúa aún sirviendo al país desde el Instituto de Estudios Histórico Marítimos del Perú.

En 1963, estuvo entre los gestores de la creación de la Comisión para Escribir la Historia Marítima del Perú, junto con un selecto grupo de científicos, historiadores y marinos. A la fecha se han publicado 24 volúmenes de la Historia Marítima del Perú. En 1973 la Comisión dio paso a lo que ahora es el Instituto de Estudios Histórico Marítimos del Perú, del cual es su presidente honorario y vitalicio.

El 15 de marzo de 2007 se   presentó el libro homenaje   “Federico Salmón de la Jara, marino y caballero ejemplar” que el Instituto de Estudios Histórico Marítimos del Perú publicó   en honor   de su fundador. El día 13, don Federico había sido condecorado con la Orden El Sol del Perú en el Grado de Gran Cruz, por su trayectoria profesional dedicada a la defensa del patrimonio e intereses nacionales en el ámbito marítimo, fluvial y lacustre. El Canciller de la República manifestó que Don Federico representa los mejores valores de su institución y del Perú entero.

Enviado por:

Esperanza Navarro Pantac

enavarropantac@gmail.com

Encargada de publicaciones del Instituto de Estudios Histórico Marítimos del Perú, del cual el almirante Salmón es presidente fundador y honorario vitalicio.

Notas:

[1]   El capitán de navío D. Juan Manuel Ontaneda fue nombrado ministro   de Marina.  

[2]   U.S. Naval Mission to Peru.   Historical record of U.S. naval mission to Peru . “Nota sobre personal.   Capacitación – Oficiales.   Informe de Inteligencia”.   Serie Nº 26-26, file Nº 903-400.   Misión Naval Americana.   Lima, Perú, 24 dic. 1925.    

[3]   Ibídem  

[4] Basadre, Jorge.   Historia de la República del Perú .   Lima,   Ed. Universitaria, 1968-1970.   t. XIII, p. 283.

[5] Entrevista a Juan Manuel Castro Hart.   Lima, 8 de octubre de 1983,   Archivo Oral del Instituto de Estudios Histórico Marítimos del Perú.

[6] U.S. Naval Mission to Peru.   Historical record “T res oficiales graduados de la    Escuela Naval”.   Peru.   G-2 Informe   2944, 29 de dic. De 1924  

[7]   “Homenaje póstumo al capitán de navío U.S.N. Charles Gordon Davy”.   Revista de Marina .   Callao, julio –ago. 1957, p. 626-634.

[8] Casaretto Alvarado, Fernando.   Alma Mater: Historia y evolución de la Escuela Naval del Perú .   Lima, Imp. de la Marina de Guerra, 1999, p. 127.  

[9] Mis compañeros de promoción, Juanito Castro Hart y José Carlos Cosio Zamalloa, también dieron testimonio del episodio. Véase: Casaretto, Alma Mater , p. 109-110.

[10] “Homenaje póstumo”, p. 631-634.

[11] Ortiz Sotelo, Jorge.   Escuela Naval del Perú: Historia ilustrada .   La Punta, Callao, 1981.   p. 76.

[12] Ibídem, p. 78.           

[13] “Inspección del Sr. Presidente de la República a la Escuela Naval del Perú”, Revista de Marina , Nº 6 (nov.-dic. , 1927), p. 823.

[14] Ortiz, Escuela Naval del Perú ...” , p. 108  

[15] U.S. Naval Mission,   Op. cit. “Nota sobre personal – Capacitación – Oficiales”, file Nº 903-400, 24 dic.   1925.

[16] Ibídem. “Extracto del informe de Operaciones durante el mes de marzo”, fechado 31 de marzo de 1923, del Jefe de la Misión Naval, al Director de Inteligencia Naval.

[17] Ibídem  

[18] Ibídem.   “Memorándum al director de Inteligencia Naval.   Breve sumario de las actividades de la Misión Naval de E.U., desde sus inicios al 1º de noviembre de 1928”, documento Nº 73.

[19] La nómina era la siguiente: Salvador Mariátegui Cisneros, José Francisco Giraldo, Juan Fernando Lino, Jorge Landa Scalabrin, Rodolfo Vargas Ramírez, Raúl de la Puente Hugues, Eduardo Elcorrobarrutia, Julio Alfonso Giraldo Rincón, Carlos Serapio Moya, Enrique Ciriani Santa Rosa, Luis Conterno Fraysinnet, Eduardo Alberto Carrillo, Enrique León de la Fuente, Guillermo Van Oordt León, Juan Jordán Lawezari, José Gregorio Castillo, Juan Manuel Castro Hart, Pedro Luis Mondoñedo, Federico Salmón de la Jara, Miguel Pizarro Rubio, Manuel de las Casas Higueras, Ismael O’Brien Galindo, Ezequiel Gómez Sánchez, Franklin Alarco Zumaeta, Luis Mavila Cáceres. Ver:: “Ingreso de nuevos cadetes a la Escuela Naval del Perú”, Revista de Marina , Nº 2 (marzo-abril, 1927), p. 252.  

[20] Ibídem, p. 253

[21] Ibídem, p. 254

[22] Ortiz, Escuela Naval del Perú... ,   p. 103-106

[23] Ibídem, p. 106  

[24] Basadre. Historia de la República... , t. XIII, p. 283

[25] Parra del Riego Endara, Jorge.   “La misión naval americana en el Perú en la década 1920-1930”, Revista del Instituto de Estudios Histórico Marítimos del Perú , Nº 17 (1998), p. 103.  

[26] “Clausura del año académico de la Escuela Naval del Perú”.   Revista de Marina , Nº 1 (ene.-feb.1933), p. 140.

[27] Ibídem, p. 144-145. La nómina de los que terminamos ese año era la siguiente: Fernando Lino, Enrique Ciriani, Rodolfo Vargas, Guillermo van Oordt, Franklin Alarco, Alberto Carrillo, Raúl de la Puente, Federico Salmón, Gregorio del Castillo, Juan Castro, Luis Conterno, Enrique Escurra, Salvador Mariátegui, Carlos Moya, Óscar Carlín, Salvador Noya.    

[28] Basadre, Historia de la República ..., t. XII, p. 156-157

[29] El poder naval en el Perú: Inauguración de la Base Naval en la Isla de San Lorenzo .   Lima, Ed. Cahuide, 1926, p. 42-43.  

[30] En su memoria anual; véase: “Inspección del Sr. Presidente de la República a la   Escuela Naval del Perú”.   Revista de Marina , Nº 6 (nov.-dic., 1927), p. 823-827.  

Federico Salmón de la Jara
Trabajo monográfico y difusión:

Esperanza Navarro Pantac  
enavarropantac@gmail.com
 

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