Ya lo aprenderé |
CUANDO
MI hijo Harry fue enrolado en el ejército, el país perdió a una de sus
mayores promesas en pinball. Soy
su padre y sé que Harry no nació ayer, pero cada vez que veo al muchacho
podría jurar que todo sucedió al principio de la semana pasada. Y por lo
mismo, sin pensarlo mucho, diría que el ejército estaba incluyendo en
sus filas a otro Bobby Pettit. Allá
en 1917, Bobby Pettit tenía la misma apariencia que le sienta tan bien a
Harry. Pettit era un muchacho flaco de Crosby, Vermont, lugar también
localizado en Estados Unidos. Algunos de los muchachos de la compañía se
imaginaban que Pettit había pasado sus primeros años dejando caer
lentamente, sobre su frente, esa gota de resina de maple de Vermont. También
el sargento Grogan estaba en esa compañía en 1917. Los
muchachos del campamento se imaginaban todo tipo de cosas sobre el origen
del sargento, y se corrían diversos rumores; rumores divertidos,
sobrepasados, censurables, que no me molestaré en repetir. En
fin, era el primer día de Petit en las filas y el sargento estaba
adiestrando al pelotón en el manejo de las armas. Pettit
tenía un modo muy peculiar de manejar el rifle. Cuando el sargento
gritaba "¡Armas al hombro derecho!", Bobby Pettit se ponía el
fusil en el hombro izquierdo. Cuando el sargento pedía "(Portar
armas!", Pettit se conformaba con presentar armas. Era un modo seguro
de llamar la atención del sargento, y éste
vino sonriendo hasta Pettit. —Muy
bien, tonto —saludó el sargento— ¿qué te pasa? Pettit
se rió. —A
veces me confundo un poco— explicó brevemente. —¿Como
te llamas, muchacho? —preguntó el sargento. —Bobby.
Bobby Pettit. —Bueno,
Bobby Pettit —dijo el sargento—, te voy a decir Bobby. Siempre los
llamo por
su nombre. Y todos me dicen mamá.
Como si estuvieras en tu casa. —¡Ah—
dijo Pettit. Luego
explotó. Los explosivos tienen dos terminaciones: la parte que está
encendida y la que está unida al T.N.T. —¡Escucha,
Pettít! —-estalló el Sargento—-. No tengo a un grupo de quinto año.
Estás en el ejército. Se supone que debes saber que no tienes dos
hombros izquierdos y que portar armas no es lo mismo que presentar armas.
¿Qué te pasa? ¿No tienes cabeza? —Ya
lo aprenderé—dijo Pettit. Al
día siguiente tuvimos una práctica de armar tiendas y empacar mochilas.
Cuando el sargento se acercó a inspeccionar, se dio cuenta que Pettit
apenas se había molestado en clavar las diez estacas de la tienda a
escasos centímetros de la superficie del suelo. Observando ese pequeño
defecto, el sargento desplomó de un tirón la pequeña casa de campaña
de Pettit. —Pettit
—susurró el sargento—. Sin lugar a dudas... eres el tipo... más
tonto... más estúpido... más torpe que he visto en toda mi vida. ¿Estás
loco? ¿Qué te pasa? ¿No tienes cabeza? Pettit
predijo: "Ya lo aprenderé". Luego
cada uno de nosotros empacó su mochila. Pettit hizo la suya como un
veterano —igual que cualquier boy-scout. Luego vino el sargento a
inspeccionar. Tenía la graciosa costumbre de pasar por atrás de los
hombres y, con el antebrazo como cachiporra, golpear la parte superior de
la mochila en la espalda de cada uno. Llegó
hasta la mochila de Pettit. Me ahorraré los detalles. Sólo diré que
todo se desbarató, con excepción de los cinco últimos segmentos de la
columna vertebral de Bobby Pettit. Fue un escándalo. El sargento se dio
la vuelta
para enfrentarse a Pettit. O lo que quedaba de él. —He
conocido a muchos idiotas en mi vida, Pettit —refirió el sargento—. A
muchos. Pero tu te cueces aparte, ¡porque tú eres el más idiota de
todos! Pettit
se quedó parado. —Ya
lo aprenderé —logró predecir. El
primer día de la práctica de tiro, seis hombres dispararon al mismo
tiempo a seis blancos, limitándose a la posición de pecho tierra. El
sargento pasaba de un lado a otro examinando las posiciones de tiro.
' —Oye,
Pettit, ¿con cuál ojo estás apuntando? —No
sé —dijo Pettit—. Creo que con el izquierdo. —¡Apunta
en el derecho!—bramó el sargento—. Me estás sacando canas verdes. ¿Qué
te pasa? ¿No tienes cabeza? Eso no fue nada. Cuando trajeron los blancos,
después de que terminaron de disparar, nos llevamos una alegre sorpresa.
Pettit había hecho todos sus disparos en el blanco del hombre que estaba
a su derecha. Al
sargento casi le dio un ataque de apoplejía. —Pettit—dijo—,
tu lugar no es el ejército. ¡Tienes
seis pies, seis manos, y todos los demás sólo tienen dos! —Ya
lo aprenderé —dijo Pettit —No
me vuelvas a decir eso. O te mato. Te mato, Pettit. Porque no te aguanto,
¿me estás oyendo, Pettit? No te aguanto. —Cálmese
—dijo Pettit. ¿Está bromeando? —No
estoy bromeando -—dijo el sargento. —Espérese
a que lo aprenda —dijo Pettit— Usted lo verá. En serio. Me gusta el
ejército, algún día seré coronel o algo por el estilo. De veras. Obviamente,
no le dije a mi esposa que nuestro hijo Harry me recordaba a Bob Pettit
allá en el '17. Pero de todas formas se parece. De hecho, el muchacho ya
tiene problemas con el sargento en el fuerte Iroquis. Según mi esposa, el
fuerte Iroquis tiene a uno de los sargentos más desalmados del país. No
hay necesidad, dice mi esposa, de ser cruel con los muchachos. No es que
Harry se queje. Le Y,
según opinión de mi esposa, el coronel de este regimiento no significa
ninguna ayuda. Todo lo que hace es pasearse y hacerse el importante. Un
coronel debería ayudar a los muchachos, ocuparse de que ese pérfido
sargento primero no se aproveche de ellos, que no destruya su espíritu.
Un coronel, opina mi esposa, debería hacer algo más que pasearse por el
lugar. En fin, hace algunos domingos los muchachos del fuerte Iroquis prepararon su primer desfile de primavera. Mi esposa y yo estuvimos en las tribunas y, con un grito que casi me tira la gorra, reconoció a nuestro hijo Harry mientras pasaba marchando. —Perdió
él paso—le dije a mi esposa.
—Oh,
no seas así —dijo ella.
—Pero
es que perdió el paso—dije.
—Supongo que eso es un crimen. Supongo que lo van a fusilar por eso. ¡Mira! Ya retomó el paso. Sólo lo perdió por un minuto. Luego
que terminó el desfile y fueron despedidos los hombres, vino a saludarme
—¿Cómo
le va, señora Pettit?
—¿Cómo
le va?—dijo fríamente mi esposa.
—¿Cree
que haya alguna esperanza con nuestro hijo, sargento? —pregunté.
El
sargento sonrió amablemente y movió a cabeza.
—Imposible —dijo—. Imposible, coronel, |
J.D.Salinger
El País Cultural Nº 180
16 de abril de 1993
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