Baquiano,
un enigma con historia |
1- Etimología, lugar
de origen y difusión geográfica Sostiene
Corominas que baquiano procede de baqĩya,
voz que en árabe significa “el resto, lo que queda”, y que con
tal significado aparece usada en 1555 por Fernández de Oviedo [1]
(Historia general y natural de
Indias). La obra había sido comenzada en 1534. Entre ambas fechas,
Gutiérrez de Santa Clara también emplea baquiano
en 1544[2].
Juan de Guzmán da cuenta de ella en 1586, creyéndola propia de Santo
Domingo[3].
El Padre Acosta, en 1590, la anota como procedente de Cuba y Haití[4].
El Inca Garcilaso dice que se la usaba en las islas de Barlovento[5]. De
lo anterior se desprende una primera conclusión, y es que el término
empieza a difundirse en la región del Caribe, precisamente donde
comenzara la colonización española. Otro dato a tener presente es que ni
Corominas ni los demás autores citados lo consideran indígena, hecho que
orienta nuestra atención hacia quiénes pudieron haber introducido en América
una palabra que no formaba parte del castellano empleado por la mayoría
de los españoles en el siglo XVI. Por
otro lado, no pervivió esta voz en los territorios caribeños con el
vigor que alcanzó –y que conserva– en Venezuela y en el Río de la
Plata[6],
por lo que intentaremos explicar qué factores pudieron haber contribuido
a la difusión alcanzada en estas tierras. Como no ha sido posible incluir
también a Venezuela en el presente trabajo, cuanto va a exponerse aquí
en relación a baquiano
corresponde a testimonios recogidos en la región cisplatina. 2- Los transmisores
del castellano a América y “los que se quedaron”. De
los colonizadores venidos de España, sabido es que el grupo más numeroso
procedió de Andalucía (Boyd-Bowman, 1963:58), la región cuyo pasado
nombre, Al Andalus, fue el dado por los árabes a todo el territorio
peninsular conquistado por ellos a partir de 711. Tanto
en Argentina como en Venezuela, se denomina
baquianos a los conocedores del terreno en que realizan sus
actividades. Son peones a quienes su propio modo de vida, rural, obliga
desplazarse de un lado a otro, arreando ganado, guiándolo hacia otras
estancias, o conduciéndolo con cualquier otro objeto hacia destinos a
veces muy alejados del sitio donde se asienta normalmente el rodeo. Una
idea de la experiencia propia del baquiano
surge del relato de la penúltima expedición del botánico Aimé Bonpland.
Este médico y naturalista francés, que de joven había cuidado los
jardines de la emperatriz Josefina en la Malmaison, pasó la mayor parte
de su vida y murió en 1858 en Santa Ana, provincia de Corrientes
(Argentina). A mediados del siglo XIX, ya octogenario, Bonpland no pudo
sustraerse a la tentación de atravesar el enorme estado brasileño de Rio
Grande do Sul con un baquiano encargado de trasladar cuatrocientas ovejas
hacia una estancia riograndense (Ph. Foucault, 1994: 129). El interés de
Bonpland en acompañar al baquiano residió en que a lo largo del trayecto
iba a poder recoger ejemplares de la flora nativa de un territorio jamás
pisado por un naturalista. El baquiano podrá guiarlo por sendas no solo
desconocidas por los científicos sino también fuera de las picadas
abiertas, tiempo atrás, por los jesuitas que tenían asentadas en la zona
sus Misiones de Guaraníes, desde fines del siglo XVI hasta su expulsión
a mediados del XVIII. Más
o menos por los mismos años de aquella penúltima aventura de Bonpland,
un argentino ilustre, polígrafo, gran viajero y luego presidente de la
Nación, Domingo F. Sarmiento, también valora el quehacer del baquiano y
lo describe como “el gaucho grave y reservado que conoce a palmo veinte
mil leguas cuadradas de llanuras, montañas, bosques. Es el topógrafo más
completo, el único mapa que lleva un general para dirigir los movimientos
de su campaña” (Gauchos,
1992:49-50). Ahora
bien, este sentido de conocedor práctico, de guía,
que la voz conlleva, no guarda aparente relación con la raíz árabe que
apunta al remanente de algo; ha de hilarse más fino para llegar al punto
donde el significado del étimo árabe empalma con el de conocedor. Personalizando la idea de remanente y expresándola como los
que quedan, se visualiza el
recorrido de las nociones que contribuyeron a la génesis semántica de la
voz, ya que ese remanente hace
referencia a una presencia humana sometida a la acción del tiempo como
condición necesaria para adquirir experiencia del terreno. La palabra
resume la conexión existente entre permanecer en un lugar y llegar a
conocerlo, exactamente lo que convierte a un peón en baquiano. El
término refleja, pues, una realidad, cual era que, entre los
colonizadores españoles que quedaban de la primera hora, se encontraban
algunos que habían alcanzado un particular dominio del hábitat en que
residían. De esto y de las fechas en que aparece el vocablo escrito, se
infiere que los primeros baquianos fueron españoles –y aquí español no
alude a origen étnico o cultural sino al hecho de venir de España–. Y
ha de tratarse de un español afincado desde el principio de la conquista,
de los que no regresó a la metrópoli, como lo hacían otros que, por
curiosidad o necesidad momentánea, probaban suerte en América pero tras
algún desengaño regresaban a su patria. El
hecho de que exista un ejemplar humano determinado a permanecer en las
colonias cualquiera fueran las condiciones imperantes en ellas, dice lo
suyo a propósito del carácter o la urgencia del candidato. Los mejor
dispuestos a tolerar los inconvenientes de la vida en las colonias serían
aquellos cuyo presente tampoco era fácil en España. Afirma Domínguez
Ortiz (1996:25) que venir a América “Para el europeo normal se
presentaba como una empresa muy costosa y arriesgada, que sólo intentarían
aventureros, perseguidos políticos y religiosos y otras categorías
excepcionales”. La
adversidad económica suele vencerse con alguna facilidad, basta dar con
un nicho laboral, descubriendo las oportunidades rentables o exitosas de
cada época. Las condiciones sociales adversas, sin embargo, pueden ser
consecuencia de varios factores y no se superan fácilmente, cuando no
requieren, para ser superadas, cambios de actitud que a menudo afectan a más
de un aspecto de la existencia, tal como les ocurre a los desplazados
sociales por el motivo que sea. 3- Situación social
de los moriscos Son
conocidas las condiciones en que quedó la comunidad musulmana española a
partir de 1502 y del edicto restrictivo de 1526 dictado contra ella por
Carlos V. En la España de aquel siglo y el siguiente, los moriscos
resultaron la minoría más perjudicada a medida que iba haciéndose
efectivo el cumplimiento de las medidas que ponían fin al estatuto jurídico
que había regulado la vida de sus antepasados, garantizándoles la práctica
del islamismo y demás tradiciones comunitarias. Los procesos de la
Inquisición española muestran que su accionar se dirige particularmente
contra los moriscos tras la nueva legislación, tanto que, entre 1569 y
1621, a esa minoría pertenece la mayoría de los encausados por el
tribunal: 1.758 judaizantes frente a 9.354 moriscos (Escandell Bonet,
1984: 926). La
cancelación jurídica de la comunidad musulmana no significó la
desaparición total de sus miembros sino su conversión, exilio o emigración
hacia otros territorios. La huida tuvo como destinos preferidos –de
quienes se mantuvieron en la fe tradicional– al Norte de África y
algunos puntos de la Turquía otomana. Poco se ha investigado, en cambio,
el éxodo por goteo de los otros moriscos mejor cristianizados, que
regresaron a España un tiempo después de su expulsión (Martinez, 2003:
132-167) y casi nada se sabe de los que vinieron a América no por motivos
religiosos sino para superar el estigma social de descender de prohibidos.
Para averiguar sobre ellos, hay que tener en cuenta que, por tratarse de
gente culturalmente fronteriza, “Les strategies dévelopées par les
morisques sont ici comme là les mèmes. A
part pour quelques récalcitrants, l´attachement à la foi islamique n´est
pas tenace. Confinés très souvant à des tâches serviles, pour des périodes
parfois longues, ils son ouvertes à toute opportunité” (Martinez,
2003:166). Iniciar una nueva vida en las
colonias españolas de América significaba una opción que difícilmente
pasaría inadvertida a los moriscos, tanto menos cuando sabido es que fue
conducta frecuentemente seguida por la otra minoría perseguida, los
criptojudíos. De ellos sí hay más noticias debido a su intervención en
el comercio novomundano (Pacca de Almeida y Santaella Stella, 2000: 93),
lo que a su vez atraería el interés de la Inquisición sobre ellos. El
tribunal de Lima entre 1570 y 1600, procesó a 78 criptojudíos y sólo a
dos moriscos (Escandell Bonet, 1984: 926). El panorama no parece haber
sido muy diferente en el virreinato de Méjico, donde entre las categorías
de procesados por el Santo Oficio no son señalados los moriscos como
“puntos neurálgicos” (Huerga: 1984: 937). En el período 1571-l621,
el accionar inquisitorial fue dirigido contra luteranos, criptojudíos,
alumbrados, bígamos, erasmistas, solicitantes, brujas y supersticiosos. (Huerga:
1984 937) 4- Invisibilidad
del morisco en América De
lo anterior podría concluirse superficialmente que acaso hubiera muy
pocos moriscos en el Nuevo Mundo, si no fuera porque más de dos décadas
de relevamientos sistemáticos de la presencia morisca en Sudamérica
permiten afirmar lo contrario, pero debe explicarse qué hizo posible la invisibilidad
del morisco en el Nuevo Mundo. Ese conjunto de causas y factores ha sido
expuesto en otra obra (Sagarzazu: 2001) y la totalidad de su desarrollo no
podría repetirse aquí, pero sí vamos a enumerar por lo menos cuatro
aspectos que han contribuido a enmascarar la presencia morisca en el medio
hispanoamericano. Son ellos: 1) la inmigración ilegal, muy frecuente, 2)
la pobreza de informes y procesos a moriscos incoados por la Inquisición
novomundana; 3) el escaso número de criptomusulmanes entre los moriscos
que llegaron, y 4) la falta de idoneidad de quienes debían detectar las
herejías, entre las que figuraba el criptoislamismo. Dentro
del primer punto, ingresos ilegales, quedan comprendidos “náufragos,
desertores y desterrados” (mía
la cursiva) que “Dependiendo de las condiciones de vida anterior
acabaron encontrando en esas tierras un lugar de delicias” (Pacca de
Almeida y Santaella Stella, 2000: 44). También fraudes de variados tipos
permitieron el paso de prohibidos a las Indias, entre ellos, la
compraventa de licencias (Sánchez Rubio, 1992: 274), y la incuria hizo el
resto[7].
Otra vía de ingreso imposible de ser detectada lo proporcionaban las
naves sin licencia que transportaban a quien estuviera en condiciones de
pagar el traslado, sean o no prohibidos.
También una circunstancia capaz de facilitar el paso de moriscos a
las colonias de América se infiere de la siguiente práctica: “las
naves destinadas al Brasil y al Río de la Plata paraban en Canarias” (Pacca
de Almeida y Santaella Stella, 2000: 22). Estas islas habían quedado como
la única porción del territorio español de la que los moriscos no
fueron expulsados (Lobo Cabrera, 1992:427-42). 5- Ilicitud y escasez
de control gubernamental Las
razones expuestas nos han llevado a proponer que para que el estudio de la
presencia morisca en el Nuevo Mundo rinda frutos, conviene considerar el
ingreso de moriscos –tanto como el de criptojudíos– dentro del marco
amplio del accionar ilícito en general. El ingreso de miembros de esas
minorías pudo además fácilmente estar vinculado a prácticas ilegales
de otra índole, sin que ello signifique que aquellas personas tuvieran
particular inclinación hacia la delincuencia sino simplemente porque a
ellos les estaba prohibido lo que a otros no.
Por otra parte, esta vinculación o aceptación para intervenir en
operaciones ilícitas no cobraría la relevancia que adquieren en el
panorama americano si en la zona de nuestro estudio la clandestinidad
fuera meramente residual. El caso es que, en el extremo sur de las
posesiones de los Austria en América, la ilicitud configuró un fenómeno
regional de proporciones (Canabrava, 1984: 120-123), fenómeno que parece
haberse estimulado durante el período de unión de las coronas de
Castilla y Portugal,[8]
por distintos motivos. El
escaso control por parte de las autoridades, es el segundo punto a
considerar como facilitador del paso de prohibidos al Nuevo Mundo, algo
que ya las autoridades en su tiempo juzgaron inevitable dada “la
desproporción de los medios burocráticos para cubrir el colosal tamaño
del distrito peruano” (Escandell Bonet, 1984: 926). De la misma
imposibilidad se quejaron en Cartagena de Indias (Tejado Fernández,
1984:989), y lejos de que fuera la excepción, el mismo autor afirma que
ocurría “en todas las tierras americanas” (1984: 989). En
una carta escrita por los inquisidores al Consejo se informa del ingreso
clandestino de criptojudíos “particularmente por el puerto de buenos
ayres... y se vienen por tierra al Pirú, a Potosí, La Plata
y otras partes del Reyno, y lo mesmo sucede por los puertos de Veneçuela,
laguna de maracaybo, sancta martha y cartagena... que los mas guardan la
ley de Moysen” (Escandell Bonet,1984: 929). El
tercer punto y el cuarto están interrelacionados. Por un lado, deducimos
que pocos moriscos interesados
en mantener su religión y sus costumbres dejarían España para venir a
una colonia donde teóricamente les esperaban las mismas leyes y el mismo
trato que su patria. En todo caso, América ejercería su atracción sobre
aquellos mejor cristianizados, que a pesar de ello, comprendían que el
descender de moros les impedía integrarse y ascender socialmente. Para
este tipo de morisco, un cambio de escenario era todo lo que hacía falta
para borrar el origen. En las colonias, esa posibilidad estaba asegurada,
entre otras razones, por la escasa idoneidad de los agentes encargados de
descubrir al cristiano nuevo de moros o de judíos. No sería fácil
detectar a conversos que físicamente no se diferenciaban de los españoles
cristianos viejos sino en la negativa a consumir carne porcina, hecho que
tenía lugar en la intimidad del hogar. Asimismo, el tipo de vida de
muchos de los primeros españoles, al unirse a mujeres indígenas, fue
rural, lo que a propósito de las costumbres, favorecería su implante.
Porque dentro del matrimonio era entonces el varón (un posible morisco,
en este caso) el que a través de su supremacía como 1)
miembro del grupo conquistador y como 2)
varón imponía su voluntad y sus costumbres, y porque 3)
el alejamiento de los centros urbanos permitía la reproducción sin
riesgo ni testigos de las prácticas que traía. Por
otra parte, aquella razón que daban los obispos, de no poder llegar a los
pobladores porque estaban diseminados en territorios demasiado extensos,
conspiró también contra la autoridad inquisitorial encargada de detectar
criptomusulmanes, si los había. Insistimos,
no obstante, en la asimilación de los moriscos como rasgo presente entre
los interesados en pasar a las Indias ya que allí podría estar la razón
por la que las autoridades no los hubieran considerado “puntos neurálgicos”.
Así las cosas, está claro que estas personas no presentaban un peligro
capaz de atraer la atención del apocado Santo Oficio americano. ¿Por qué
motivo habría de perseguirse a gente humilde que vivía lejos de todo y
que quizá lo último que los vinculara al pasado islámico fuera el
rechazo a la carne de cerdo, que nadie podía comprobar? En cualquier
caso, esta suma de circunstancias consideradas desde la perspectiva de los
moriscos configuraba un escenario ventajoso para su radicación,
especialmente accesible a los que quedaron viviendo en las Canarias. 6- Ilegales y
moriscos en América Era
posible ingresar ocasionalmente en naves legales, o hacerlo ilegalmente,
como lo hizo el portugués Cristóbal Ataide, residente de Santa Fe la
Vieja en el siglo XVI (Sagarzazu, 2001:208) de cuya existencia sabemos
precisamente por haberse radicado en una ciudad de cierta importancia para
los parámetros urbanos del Río de la Plata a fines del siglo XVI. Si en
vez de eso Ataide se hubiera internado en el campo, posiblemente nunca
habríamos conocido su historia ni tampoco habría tenido que dar cuentas
a un oficial de justicia sobre su origen y presencia en América. Sabemos
que tras recibir una advertencia se le concedió un permiso de residencia
por haber alegado ser padre de un sacerdote. También
el caso del morisco estudiado por Luce López Baralt y Josué Caamaño
quedó registrado por tratarse nada menos que del licenciado Ruiz, médico
que llega a ser alcalde de San Juan de Puerto Rico, algo que no solamente
transgredía la prohibición de ingresar a América sino otra, porque el
ejercicio de una profesión liberal estaba igualmente vedado a los de sangre
impura. Por otra parte, con solo declarar Ruiz que era oriundo de
Magacela, Extremadura, había dicho suficiente. Cuando entre 1570 y 1574
recibió Extremadura su cuota de once mil moriscos expatriados de Granada,
las villas de Magacela y Benquerencia quedaron exentas de recibirlos en
calidad de vecinos “por poseer ya un elevado número de moriscos”
(Miranda Díaz, 2005: 100). En 1584, según palabras del visitador Frey
Antonio Rodríguez de Ledesma, “en la dicha villa de Magacela, que es
toda de moriscos, fuy ynformado y averigüé que no resçebían el santísimo
sacramento más que uno o dos de los dichos moriscos lo cual a sido y es
de tan mal ejemplo que conviene que su magestad mande poner en ello el
remedio que conuiene para que se escuse tanto mal y biuan
cristianamente”[9] Los
inconvenientes de todo tipo con que se encontró el Santo Oficio para
llevar adelante las tareas y controles para los que había sido creado no
fueron, como se vio, prerrogativa de sus tribunales novomundanos, si bien
es el accionar de éstos el que ahora nos interesa. Y nos interesa porque
estamos tratando de unir cabos sueltos del pasado morisco en América con
la ayuda de baquiano, voz que
informa de la existencia de hombres venidos de España, bien arraigados a
su nueva tierra pero que no se comportan como los demás españoles de
distinto oficio que cumplen tareas varias en las villas o en las
instituciones coloniales. Quisimos averiguar por qué. Mientras
desde Puerto Rico se da cuenta de “el
descuido y la irregularidad del funcionamiento del Santo Oficio en la isla
a lo largo del siglo XVI” (López Baralt, 2003:95), la instalación del
tribunal en Cartagena de Indias (Medina, 1899:114-15) tropieza desde el
principio con un conjunto de obstáculos que se repetía en las demás
sedes de la Inquisición novomundana. Una de las dificultades mayores
“fue la escasez de personal, que contrastaba con la extensión
territorial de su distrito (...) En efecto, contaba con dos oidores...uno
en Santa Fe y otro en Santo Domingo (...) En cuanto a los familiares, la
escasez no podía ser más agobiante; en el lugar de asiento del Tribunal
debía haber doce pero solamente estaban nombrados cinco.” (Tejado Fernández:
994). Todos
estos inconvenientes explican por qué la marginalidad podía prosperar en
las Indias con facilidad, y es ese el motivo por el que la clandestinidad
ofrece un marco adecuado para percibir una presencia tan esquiva como la
morisca en América. La ausencia de controles institucionales favoreció
un estado de cosas que sería aprovechado por quienes buscaban la grieta
para escapar de una situación agobiante, y en esas circunstancias se
encontraban los miembros de las minorías marginalizadas de la sociedad
española. 7- Donde se esfuman
las fronteras Por
otra parte, la vida en América tuvo que ser, desde sus inicios, muy
distinta de la que llevaban los españoles en la metrópoli. Las riquezas
del Nuevo Mundo produjeron rápidos cambios sociales e individuales que
“Irían, incluso, a crear nuevos valores dentro de los eslabones
religiosos, llegando al punto de permitir que ciertas instituciones, en
otros lugares vigorosas y dinámicas, fuesen alcanzadas en su esencia,
como ocurrió más tarde con la del Santo Oficio en Brasil (Pacca de
Almeida y Santaella, 2000 :49) Señalan asimismo que “Es posible que ese
Tribunal hubiese desempeñado hasta la función de encubrir cristianos
nuevos en la Colonia, sirviéndoles de vehículo de ascensión social.
Para eliminar los rasgos sospechosos del origen de la fortuna, el hombre
rico intentaba la búsqueda de la distinción religiosa en la más
prestigiosa de la compañías, inclusive entre los distintos familiares
del Santo Oficio en Brasil” (2000: 49) Todos
estos factores combinados convergen para generar una imagen de algunos
primitivos pobladores venidos del otro lado del Atlántico que coincide
con lo que viene sosteniendo desde antaño la tradición popular en América:
que los primeros colonos no era gente de buena estirpe, lo que ha recibido el valiente descrédito, entre
otros, del historiador Guillermo Furlong (1969:1), preocupado por
atribuirle a los futuros argentinos y sus vecinos un origen menos indigno.
El Padre Furlong, sin demorarse en demasiadas pruebas, sostiene que no es
cierto que muchos antepasados de los criollos hayan purgado sentencias en
prisiones peninsulares, y aunque no lo explicita, parece entender que
quienes poblaban las cárceles españolas serían siempre delincuentes,
sin mencionar de qué delitos se trataba u otros motivos ajenos al delito
por los que se puede perder también la libertad. Por ese razonamiento se
deja de ver justamente la causa por la que los moriscos conocieron las
prisiones inquisitoriales y la dudosa fama que podía acompañarles en América,
donde nunca quedó claro quiénes habían sido los moros allá en España. La
sociedad americana, a diferencia de la peninsular, creció sin que llegara
nítidamente a la mayoría un perfil nítido del morisco; nunca se aclaró
en estas latitudes que un sector de la sociedad española había sido
musulmana; posiblemente fue algo más conocido el caso los judíos. De
todas maneras, no es razonable conjeturar que las autoridades coloniales
fueran a dar explicaciones a propósito de la minoría morisca y su
situación contemporánea, lo que significó un silencio total a propósito
de los moriscos en el medio americano. La Iglesia era la encargada de
trabajar por la unidad confesional de todos los súbditos de la Corona
española, y la Inquisición de encausarlos si había dudas, quejas o
delaciones sobre la conducta de los pobladores, pero la realidad morisca,
el pasado que unos y otros querían dejar atrás, no tuvo por qué
constituir una cuestión preocupante para ninguna de las partes
involucradas en una disputa que jamás fue sino residual en América. Esta
indiferencia frente al problema morisco en el Nuevo Mundo no debe
interpretarse como resultado de una ausencia total de descendientes de
aquella comunidad. Tampoco como que la sociedad colonial hubiera cambiado
de código al extremo de equiparar socialmente a cristianos viejos y
conversos. El comportamiento menos persecutorio de las autoridades en América
hacia los descendientes de
moros se entiende a) como parte
de un expreso mandato de la Corona, y b)
del ajuste a las nuevas condiciones de vida que los venidos de España, en
su conjunto, debían enfrentar en el Nuevo Mundo. Frente a las costumbres
completamente desconocidas que volcaba la vertiente indígena y
también los negros en la sociedad colonial, los conversos eran
apenas otro modo de ser hispánico que hacían que las diferencias entre
ellos y los cristianos perdieran volumen y prioridad. Este nuevo diseño
social, donde los conversos dejaban
de ser el grupo hostil, sería un importante paso hacia la confusión de
raíces que impediría en adelante a los criollos descendientes de
moriscos comprender o recordar su origen. Claro que, en el caso de que
individualmente hubieran llegado a recuperar la memoria de su origen,
tampoco podían publicarlo, pues descender de conversos no solo infamaba
sino que, al estar prohibida su residencia en las Indias, era dato que
incriminaba instantáneamente. Desde
la perspectiva del morisco, la imposibilidad de revelar el origen en el
Nuevo Mundo hizo que sus propios hijos ignoraran los vínculos que los unían
a sus antepasados en España, con lo que pasaría al olvido toda la
historia de la adscripción al islamismo y su posterior ilegalización.
Pero, desde la perspectiva cristianovieja, si bien en América la inquina
contra los conversos no alcanza la gravedad que suele tener en España, sí
se trasladó la conciencia de quién
es quién, motivo por el que el patriciado mantuvo distancia frente a
los conversos. Otro
aspecto negativo del quién es quién quedaría reflejado en que, al momento de cuajar la
separación de clases, los miembros de la clase baja hispánica quedarían
difusamente asociados a una condición moral dudosa. Es esa sospecha la
que el Padre Furlong quiere desactivar, dignificando a quienes, sin
embargo, las propias autoridades seguían viendo como próximos al delito
por su propio origen, y sin que la ilicitud en cuestión fuera resultado
de otra cosa que de la adscripción a una comunidad
marginalizada por motivos religiosos y políticos. El
término cafre resume localmente
lo que podría reflejar el origen de la base popular argentina. ¿Qué es
un cafre sino un cualquiera, de
baja cuna? Pero lo que cafre encierra
en su étimo árabe es el motivo por el que la cuna no es buena: cafre es
un infiel. Cafre en su raíz
conserva la memoria islámica de desvalorizar al otro por no ser de la
misma fe. Desde el punto de vista del descendiente de moriscos, cafre sería
el indio, pero para las autoridades, cafres eran los españoles
de la otra vereda, los ex infieles.
¿Y quiénes fueron los últimos sospechados de infidelidad en la España
que ya había expulsado a los judíos? Los moriscos y sus descendientes. 8- La coyuntura también
en el largo plazo El
sentido de la coyuntura es fundamental para comprender los caminos
seguidos por los moriscos cuando a) se les cancela la posibilidad de ser miembros de su colectivo,
que hace que b) la comunidad
originaria deje de servirles de referente y
refugio. La
deslegitimación del colectivo trajo como consecuencia el sumir a los
moriscos en una dudosa condición que les permitía continuar siendo españoles
al tiempo que les exigía dejar de ser musulmanes. En esto último, sin
embargo, descansaba la identidad de un morisco, de modo que el haber
recibido el bautismo, sin desearlo, nunca pudo convertirlo en el cristiano
que exteriormente debía ser. El
morisco cristianizado no pudo menos que ser un individuo desdoblado, uno
por dentro, otro por fuera. Ahora bien, ¿no es esta condición, de reunir
en uno mismo, un ser y un parecer que no conjugan, la que obliga a
conductas ladinas?
Por ese camino, ladino llega a ser un verdadero
sambenito social que resume en el Río de la Plata la conducta de aquel en
quien no se debe confiar, porque no es lo que parece. La
tacha social que suponía llevar sangre prohibida bien pudo dejar en sus
descendientes conversos características que la mayoría de los españoles
de origen cristiano acabaron resumiendo en el infamante ladino
que cumple en América la función denigradora que el origen ya no
puede hacerlo porque se había perdido rastro de él, o mejor dicho,
memoria de él. Si un capitán no sabe a quién transporta en su navío[10], si el registro de pasajeros a Indias omite nombres ¿quién
podía señalar con certeza a un morisco en las colonias?[11] Pero
frente a este anonimato étnico, en la Argentina ha sido una constante el
atribuir, por un lado, un origen humilde, cuando no rayano en la
marginalidad, a la primitiva población de origen hispánico, y a la vez,
destacar la nobleza y dignidad del criollo nacido de esa misma gente.
Aunque un pasado libre de tachas pudo figurar entre las preocupaciones de
los individuos comprometidos con el proceso independentista, no hubo aquí
fuerte hincapié en la limpieza de sangre, como se encargaría de
reflejar, ya en plena madurez republicana, el dicho popular “todos
venimos... de los barcos”. Sobre este interrogante como telón de fondo,
proyectaría ocasionalmente su sombra la idea subyacente de un origen
dudoso. Toda
esta cuestión, a nuestro juicio, es resultado de la supervivencia del
marco ideológico de las propias autoridades coloniales españolas, que
procedían o estaban aliadas al sector que detentaba el poder, los
cristianos viejos. Estos funcionarios no podían ver con buenos ojos la
presencia de esos otros españoles
que emigraban de España. Tampoco podían identificarlos con certeza
puesto que ingresaban con nombres cristianos y luego de cumplir con los
requisitos de limpieza de sangre, algo que no debe confundirse con no
llevar efectivamente sangre prohibida, pues también estos certificados de
falsificaban. En
América, los desposeídos de vieja data, los peones, la gente sin
propiedades –sin bienes ni raíces,
valga el juego de palabras– constituye la cantera donde hallar a los
descendientes de moriscos, toda vez que el rechazo religioso asume, en las
colonias, la forma de desposeimiento material y una ausencia de pasado. Y
esas mismas condiciones reiteradas a lo largo de siglos acabarían
construyendo la mentalidad propia de un grupo particular, compuesto por
peones, gauchos y trabajadores rurales, gente de escasos recursos y
excluidos casi siempre de las posibilidades de ascenso social. Dentro de
este grupo se encuentra el baquiano. El
baquiano desempeña tareas aprendidas de manera práctica; un refrán
local dice “para hacerse baquiano hay que perderse alguna vez”. A
medida que fueron ingresando las camadas de nuevos colonizadores,
encontraron a otros que les habían precedido, bien afincados pero sin más
capital que el conocimiento de la tierra, conocimiento que el baquiano no
podía utilizar en beneficio propio, pues nunca fue –ni es–
terrateniente. Son los terratenientes los que comenzarán a emplear a los
baquianos como peones. Cabe
preguntarse por qué el baquiano no es dueño de la tierra que conoce
mejor que su patrón. En la respuesta intervienen las disposiciones de la
legislación colonial. El reparto de la tierra conquistada era resorte de
la autoridad colonial, del gobierno que estaba en manos de cristianos
viejos. Era adjudicada en forma gratuita como pago de servicios y favores
a la Corona, motivo por el que iba a parar a gente de cierta alcurnia. El
baquiano, por el contrario, fue siempre un sujeto sin contactos en el
funcionariado, ajeno al mundo oficial y a los estamentos superiores de la
sociedad colonial. Era, sigue siendo, un hombre de campo alejado de las
autoridades y quizá poco afecto a ellas en el pasado, cuando se sentía más
seguro viviendo perdido en una estancia que en la ciudad, “símbolo del
dominio hispano y del triunfo del Cristianismo” (Domínguez Ortiz,
1996:34) y donde podía ser observado por vecinos de otras costumbres, o
llamar la atención de allegados a la Iglesia, la Curia o a la Inquisición. El
perfil económico y social del baquiano era el de un desheredado,
circunstancia que comparte con el morisco peninsular. El parentesco se
refuerza al destacar que, en los territorios rioplatenses, este ejemplar
social conserva la tradición semita de no consumir carne porcina. El
rechazo al cerdo quedaría como la señal de adscripción al Islam por
antonomasia (García Arenal, 1978:69), y a ella se apegaron con firmeza
los moriscos. De modo que la existencia de igual práctica en suelo
americano, no puede adjudicarse a los cristianos viejos, sino a los
moriscos, no sin considerar que podría haberse acentuado con el ingreso
de portugueses criptojudíos, agentes activos del comercio atlántico y
presentes en la ruta del contrabando (Tobías, 1987: 38-9). Con todo, los
criptojudíos pertenecían a una clase social distinta de aquella que
proveía de peones a las estancias. (Los
alcances y significados del tabú porcino descriptos en otra ocasión [12]
no van a reiterarse ahora). En
América, como viene sucediendo con los territorios conquistados en
cualquier lugar, las autoridades adjudicaron la tierra a quien les convenía,
y aquí, fue a miembros del mismo sector étnico-religioso que detentaba
el poder, lo que dejaría a los cristianos nuevos fuera de su posesión.
Pero no de explorarla y conocerla. El
empleo de una raíz árabe podría indicar que, entre quienes componían
la peonada colonial, fueran o no baquianos, abundaba gente con un léxico
particular, diferenciado del de sus primeros patrones godos
y todavía en condiciones de crear algún
término sobre étimos no siempre de origen latino. Porque pasa lo
mismo con argelar, una voz
desconocida en España que significa fastidiar y procede del ár. ar-riÿl,
el pie, por extensión también una enfermedad del vaso de los caballos
que los pone molestos (Sagarzazu,
2001: 162). Lo
que estamos sugiriendo es que los introductores de baquiano
podrían haber sido peninsulares que no hubiesen perdido totalmente el
contacto con su primitiva lengua, aunque hiciera variable tiempo que la
hubiesen abandonado, según vinieran de Castilla, de Aragón, de Valencia,
o de Magacela[13]).
Para principios del siglo XVII, los dos primeros grupos hablaban en
general bien el castellano (Bernabé Pons, 255-56), si bien la nota número
13 está ahí para recordar que no faltaron excepciones. Lo que no sabemos
es cuántas excepciones más tuvieron lugar, y lo que también hemos
querido destacar en este trabajo, son ciertas características de la
colonización cisplatina entre las figura la facilidad para el ingreso de
prohibidos, lo que a su vez daría más oportunidad de que prosperaran
conductas particulares, más laxas, a medida de que la colonización se
aleja en la geografía y el tiempo, de los grandes ejes de Méjico y Perú,
donde tuvieron lugar comportamientos más duros y pragmáticos o rapaces
de parte de autoridades institucionalmente mejor plantadas, y por la
presencia de riquezas fácilmente explotables. Pero
sobre todo, en lo tocante a la lengua, el arraigo afectivo a ella cuenta,
y es lo que hace que sus hablantes conserven giros o voces a veces sueltas
por mucho tiempo aunque ya no se comuniquen a diario en ella. Es lo que ha
sucedido con el castellano de los descendientes de moriscos radicados en Túnez
(Bernabé Pons, 257), quienes con el afán de conservar una identidad
cultural distinta de la local, recurrieron al empleo esporádico de voces
hispánicas cuando el español ya no era de uso cotidiano. El mismo tipo
de fenómeno, pero al revés –empleo de voces árabes en el
castellano– podría explicar la presencia de estos arabismos en suelo
sudamericano, arabismos que aparecen relacionados a las ocupaciones por
excelencia de los moriscos en América, tareas rurales, especialmente de
arriería, medio en que perviven por igual argelado
y baquiano, tal como en Túnez el léxico hispánico sobrevivió en
voces asociadas una ocupación característica de los moriscos, la
fabricación del bonete de fieltro. Merece
atención otro aspecto de baquiano, la confusión ortográfica que a menudo suscita incluso
entre personas ilustradas, porque cuando eso sucede, es señal de
desorientación lingüística. No es raro verlo escrito vaqueano,
por asociación con vacuno, tipo de ganado que conforma el grueso de
la ganadería argentina. Otra
elocuente curiosidad es que la voz carece
de alcurnia, algo ha hecho que se la soslayara allá donde la necesitaban,
en el ejército, por ejemplo (y la cursiva que sigue es mía): “En los
ejércitos regulares los baquianos se alistaban en una unidad denominada
“compañía de guías”,
agregada a los servicios del cuartel general” (Sarobe, 1992: 264). Un
argentino estándar jamás diría guía,
salvo que hable de turismo u otra aplicación moderna. El término
habitual es baquiano, pero por
esas cosas que cuestan desentrañar, el Ejército evitó consignarlo por
escrito. La
ganadería en Argentina sigue tradicionalmente empeñada en la cría de
bovinos y en menor medida, de ganado lanar. En ese esquema no es
secundario señalar que el gaucho, mano de obra por excelencia en ese
medio, evita dedicarse a la cría del cerdo: sencillamente no lo hace.
Este animal que consumían los cristianos viejos, se conservó allá donde
los cuidadores, los peones, tenían origen indígena, como sucede en la
zona andina, pero desaparece de las grandes estancias donde el trabajo
queda a cargo de criollos de origen peninsular. Esto ocurrió en la cuenca
cisplatina, desde Rio Grande do Sul hasta el sur pampeano. Y así
desapareció prácticamente el cerdo de la mesa argentina, al punto de
perderse a nivel popular el nombre de tocino.
Esa preparación reingresa al léxico argentino –más que a la
gastronomía– con los inmigrantes italianos del siglo XIX,
como lo refleja la denominación vigente: el italianismo
panceta. Los
criollos de las colonias no tuvieron conciencia de haram,
porque tampoco serían
musulmanes sino más bien descendientes de conversos, según denotan estos
rasgos que apuntan a una arabidad que sobrevivió a una desislamización
del acervo moro. Pero la contaminación con vaca
sufrido por baquiano acaba añadiendo
una última connotación indirectamente relacionada al tabú islámico. A
manera de conclusión y como señala
Bernabé Pons (2006: 63) “Empieza a ser un lugar clásico en la
historiografía referida a los moriscos el hacer notar que existe una
enorme diferencia entre la atención prestada a éstos mientras
permanecieron en el territorio peninsular y la que han merecido una vez
que abandonan España”. Cabe agregar que esta merma de atención, sin
embargo, todavía hace referencia a los estudios realizados sobre los
moriscos radicados en el Magreb y Turquía, y es una situación
privilegiada si la comparamos con lo que ocurre con los vestigios moriscos
en América, donde la tarea pendiente es grande, sin conseguir la debida
atención académica ni una apropiada cobertura institucional. Bibliografía Bernabé
Pons, Luis: L´écrivain morisque Hispano-Tunisien Ibrahim Taybili. Introduction a
une littérature morisque en Tunisie, en Mélanges
d´archéologie, d´épigraphie et d´histoire offerts á Slimane
Muastapha Zbiss. Institut
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Las emigraciones moriscas al Magreb:
balance bibliográfico y perspectivas. Taller de Estudios
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Notas: [1] Joan Corominas- José A. Pascual: Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, 3a. reimpresión, vol. I, Gredos, Madrid, 1991, p.493. [2] Ibidem. [3] Ibidem. [4] Ibidem. [5] Ibidem. [6] Ibidem. [7] Marcelino Canino da cuenta de la llegada de un morisco en un navío con registro, allí quedó apuntado el ingreso de “tres negros de Barrazas, tres negros del maestre y un moro”. Documentos de la Real Hacienda de Puerto Rico. Registros de Naves. Vol. I, 1510-1519. Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1971, p. 319.( Apud Luce López Baralt- Josué Caamaño: Un morisco portorriqueño, médico y alcalde de San Juan, Actes du Xe Congrés Internationl d´études morisques sur Morisques, Méditerranée et Manuscrits Aljamiado, Fondation Temimi, Zaghouan, mai 2003). López Baralt acota en el artículo mencionado “ya sabemos que aunque el paso de moriscos y judeoconversos estaba prohibido, por lo dudoso de su ortodoxia, estas disposiciones se burlaron repetidamente. La presencia de descendientes de moriscos y aun de cirptomusulmanes es, no cabe duda, una realidad documentada en los albores de nuestra historia nacional”, p. 94. La afirmación sirve de conclusión a una investigación sobre la existencia de otros conversos de moro, además de Ruiz, en la isla de Puerto Rico, de cuya existencia también da cuenta Luce López Baralt en la citada comunicación, p 93- 95, [8] “En este contexto, es importante no perder de vista los momentos de cambio, aquellos en que el Imperio luso es aumentado y despojado de ciertas instituciones por no reflejar más la realidad o por pretender, los que las crearon o los que a ellas se sujetaban, reformar o corregir imperfecciones. Brasil bajo el Gobierno de los Felipes ilustra bien esa realidad debido a las reorientaciones españolas que cuidaban de minimizar las tendencias disgregadoras de las poblaciones lusas y el propio contrabando por ellas efectuado. “Sin embargo, es verdaderamente costosa la tarea de intentar captar momentos o tendencias de esa práctica ilícita. “Hasta los métodos más seguros de cualificación de actividades económicas pautadas en determinados sectores, en la confrontación de su resultado y en sus números elocuentes, pueden fallar como retrato fiel de la verdad. Eso se debe a la existencia de elementos cuantitativos imponderables, principalmente cuando ese contrabando se presentaba agresivo al comercio oficial. “Por considerables motivos semejantes a los de las situaciones anteriormente descritas, en que son presentados hechos de naturaleza diversa pero de estructura semejante, no es posible percibir una sola línea de conducta válida para todo el esquema de acción y tranquilidad de la mentalidad colonial sobre las actividades mercantiles entre las principales zonas del contrabando americano, incluyéndose ahí Canarias, las islas portuguesas, Brasil y el Plata. “Razones también semejantes en estructura, si no en naturaleza, a las de las situaciones antes comentadas, podrían incurrir en el gravísimo riesgo de ignorar hechos esenciales a la apreciación de la realidad histórica...” ( Pacca de Almeida y Santaella Stella, 2000: 56-7) [9] Documento conteniendo la Visitación de frey Antonio Rodríguez de Ledesma al Partido de La Serena,apud Bartolomé Miranda Díaz, Reprobación y persecución de las costumbres moriscas, p. 101. [10] “ El dicho licenciado Ruiz vino sin lisençia y ascondidamente” declaró Pedro de Riasa, testigo de Ponce de León en la causa criminal iniciada por Ruiz contra el anterior (AGI, Justicia 979, folio 10v.12). Otro testigo, Tomé Lépez agrega:”Y sabe este testigo que vino por via de las yslas porque este testigo lo vio embarcar en la palma” Apud López Baralt y Caamaño, op. cit. p. 101-102. [11] Solo los avisados sabían que venir de “ las yslas” (Canarias) e ingresar indocumentado era casi sinónimo de converso. [12] Sagarzazu, María Elvira: La conquista furtiva. Argentina y los hispanoárabes, Ovejero Martín Editores, Rosario, 2001. [13] El conde de Salazar, encargado de expulsar a los moriscos de ese sitio, le escribe al rey en 1610: “ Bnequerencia y Magacela, dos lugares todos de moriscos... aquy cesa el ynconveyente que podya tener el echar los antyguos por estar casados con cristiano byejos, qe en esto lugares no ay ninguno, ny onbre que se pueda dudar de que es morysco en todo esto”. A.G.S.: Secretaría de Estado, Leg. 235. Apud Miranda Díaz, op.cit. p. 116. |
© M.E. Sagarzazu 2007
Publicado en Sharq al Andalus
(órgano del Departamento de Estudios Árabes de la Universidad de Alicante, España)
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