Una vecina llamó a mi puerta

poema de Gabriela Saccone

Una vecina llamó a mi puerta

pidiéndome un favor

en consideración a su vejez.
Al verla tan alta y gorda

mover los ojos como loca,

la piedad descendió sobre mí

y accedí, confusa, en un murmullo.
Subí hasta su único ambiente:
contra la pared una cama de dos plazas
sobre la que había
remedios y trapos viejos en desorden.
Platos, vasos mugrientos y latas oxidadas
donde algún potus o azalea había muerto.
Desaté el lazo de su pelo
y hasta las puntas vi caer
granos de arroz, pétalos de jazmín
moviéndose en el aire: una danza
cuando mis manos iban y venían
por su cabeza untada de shampoo.
Ay mariposa blanca, mariposas

—su corazón era el que cantaba.

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