Trascendencia y trivialidad del surrealismo
Ernesto Sabato

 

Planteado desde un comienzo como un movimiento revolucionario, es natural que llegue el momento en que el surrealismo intente de alguna manera su vinculación con el comunismo. Y sin embargo, este acercamiento es en muchos sentidos un absurdo. El surrealismo es mucho menos pero también mucho más que una mera actitud político-social; significa una revuelta general contra el espíritu de la sociedad occidental. Esta sociedad burguesa es una sociedad en crisis, pero el comunismo soviético "es su reverso exacto y ha de caer con la misma sociedad que le ha dado origen. Tanto el comunismo como el capitalismo se basan en los mismos mitos del Progreso, la Razón, la Máquina, mitos que el surrealismo, instintivamente repudió como enemigos del hombre.

Como genuino movimiento romántico, es una defensa del hombre concreto y vital y, por lo tanto, radicalmente contrario a toda concepción racionalizadora y abstracta del mundo, concepción que caracteriza no sólo a la sociedad burguesa sino a la sociedad soviética. Es por eso esencialmente equivocado vincular el surrealismo a movimientos como el futurismo, el vorticismo, el simultaneísmo y hasta el cubismo. Aparte del hecho fundamental de que el surrealismo es un movimiento colocado más allá del arte, una actitud general del hombre frente a la realidad, esos movimientos puramente artísticos son la expresión última de una sociedad dominada por el cálculo, la máquina y la abstracción.

En cuanto al marxismo, que también es una concepción total del mundo y del hombre, nada tiene que hacer con el surrealismo, pues es la culminación del ultrarracionalismo de Hegel. Marx llamó científico a su socialismo, en contraposición del socialismo "utópico" de los románticos.

Una actitud espiritual que reivindique, tal como hacen los surrealistas, el instinto contra la razón, la naturaleza contra la máquina, el sueño contra la vigilia, la rebelión contra el orden, será tachada enérgicamente por los marxistas como reaccionaria y antihistórica.

Hay que atribuir a la ingenuidad teórica de Bretón y a las contingencias históricas, esa extraña fusión de Nerval y de Marx a que se asiste en sus manifiestos y a esa singular mescolanza de materialismo dialéctico y Lautréamont, de cuarta dimensión y videncia, de manicomio y proletariado. Todo esto es una locura y en el mejor de los casos deberíamos tomar los manifiestos de Bretón como un documento automático y poético más, como la expresión cabal del subconsciente de un hombre de nuestro tiempo que se rebela contra la razón y la ciencia pero que, inconscientemente, les rinde tributo a cada instante. Desde este punto de vista, nada tendría que decir contra Bretón. Lo malo es que la intención de este poeta es realmente lograr un documentos teórico, un fundamento serio para el surrealismo, no una expresión más de su temperamento poético. Bretón se levantaría indignado contra cualquier intento de tomar sus escritos como algo menos que una fundamentación teórica.

Pero todo esto es un contrasentido. En cierto modo, la única actitud consecuente de los surrealistas desde el punto de vista teórico eran los espectáculos a base de alaridos y tambores. Y, para mí, lo más valioso que han producido: su estilo de vida.

No obstante, históricamente, era inevitable que los surrealistas terminaran apoyando la Revolución Rusa y su filosofía dialéctica. En muchos sentidos esta revolución significaba la revuelta contra ese mundo burgués que tanto detestaban los surrealistas; era también la barbarie asiática que muchos de ellos habían invocado contra el Occidente putrefacto; era el alzamiento de los negados, los desposeídos; era la liquidación de la patria, el nacionalismo, la riqueza, el acomodo burgués, la beatería.

¡Cómo no vamos a entender este acercamiento de los surrealistas a Rusia si fue el mismo impulso que nos empujó a tantos estudiantes en 1930 hacia el comunismo! A Bretón y a sus amigos les pasó lo que nos pasó a nosotros: que confundimos el aliento romántico de toda gran revolución con la esencia filosófica del marxismo. Creíamos que estábamos descubriendo el secreto del mundo con la dialéctica y la plusvalía y lo que estábamos descubriendo era nuestra ansiedad por echar abajo esta sociedad hipócrita y podrida.

Pero —¡ay'— del internacionalismo se pasó muy pronto al nacionalismo más desaforado y así como en Rusia se multiplicaron las loas al Glorioso Ejército de la Patria, en Francia el señor Aragón, publicaba en el cuarenta y tantos un poema al pabellón tricolor. Uno de los timbres de honor de André Bretón es el de haber repudiado esta traición de sus ex-compañeros y el de haberse mantenido fiel a los postulados primeros del surrealismo.  

Los románticos habían ya opuesto la Poesía a la Razón, como se opone la Noche al Día y el Sueño a la Vigilia. Los surrealistas, últimos vástagos del romanticismo, llevan esta actitud hasta sus últimos extremos. Para Bretón, la imagen vale tanto más cuanto más absurda; de ahí la invocación al automatismo, a la imaginación liberada de todas las trabas racionales, su desdén por las normas y los clásicos, por la belleza en el sentido tradicional y las bibliotecas. El surrealismo se había puesto fuera de la estética y del arte; era más bien una actitud general ante la vida y el mundo, una indagación del hombre profundo, por debajo de las convenciones sociales. De ahí su fervor por Freud y por Sade, por los primitivos y los salvajes.

Pero, paradójicamente, se convirtió así en un instrumento para la obtención de un nuevo género de belleza, una especie de belleza al estado salvaje, convulsiva y violenta. Así como de una nueva moral, una moral básica, la que queda cuando se

arrancan todas las caretas impuestas por una sociedad temerosa de los instintos profundos del ser humano: una moral de los instintos y del sueño.

Surgieron así una estética y una ética surrealistas.

Pero al cristalizarse en manifiestos y recetas, comienza la decadencia del movimiento. Y ya se sabe que no hay peor conservatismo que el de los revolucionarios triunfantes. De la búsqueda de la sinceridad, de la autenticidad, se desembocó en un nuevo academismo, cuyo paradigma es Salvador Dalí, ese farsante que después de todo también pertenece al surrealismo y que está mostrando, en forma ejemplar, sus peores atributos.

Cuando se ataca al surrealismo en figuras como Dalí, los mejores herederos del movimiento se sublevan. Y sin embargo, aunque Dalí no pertenezca oficialmente más a la iglesia surrealista, sigue siendo un pinto surrealista para el mundo entero: para los profanos, para los periodistas, para los críticos de arte. Por otra parte gozó del beneplácito de Bretón durante mucho tiempo, con características exactamente iguales a las que presenta hoy.

No parecería lícito juzgar el movimiento surrealista —como lo hacen algunos— exclusivamente por representante como Salvador Dalí. Pero tampoco creo lícita la pretensión de ciertos surrealistas que pretenden ser juzgados con la exclusión de Salvador Dalí. Como no podríamos juzgar cabalmente al cristianismo por la sola presencia de seres como San Francisco o San Agustín.

No es por azar que un hombre como Dalí sea surrealista. Como bien dice Larrea, en vez de sumirse en los antros infernales, en vez de buscar aquella región en que se unen el cielo y el infierno de que hablaba el romántico Nerval, los surrealistas se han preocupado más a menudo de parecer que de ser, más del teatro que de la realidad. Y a pesar de su pretensión de constituir una brigada de desesperados, herederos de los poetas malditos, casi nunca enviaron sus huestes al manicomio o al cementerio, sino en casos excepcionales como el del gran Artaud.

Tampoco es casual la grandilocuencia que demasiado frecuentemente caracteriza a los surrealistas; es que la falsificación de fondo viene siempre acompañada de ampulosidad de forma. Esa falsa retórica que fue uno de los peores atributos del movimiento romántico reapareció en el surrealismo para espantar a los buenos burgueses con sus grandes palabras.

Tampoco puede ser admitido como una desgraciada coincidencia el hecho de que el surrealismo —como otros movimientos modernos— haya sido el refugio de los más groseros impostores, de poetas fraudulentos, de simuladores descarados. Y, entre ellos, de Salvador Dalí, no Príncipe de la Inteligencia Catalana como solía poner en sus tarjetas de visita, sino Príncipe de la Impostura y del Fraude.

Hace unos años escribí contra el surrealismo. Ahora comprendo que fui injusto y excesivo; pero nunca pretendí ser justo en los problemas que tocan de cerca mi vida. Y el surrealismo fue para mí una violenta experiencia, una fuerte liberación de mi espíritu, una ansiosa búsqueda de mí mismo. ¿Qué puede tener de extraño mi repulsa posterior ante sus fraudes? Aparte de que nadie se levanta violentamente contra nada que de algún modo no siga constituyendo su amor. No he renegado ni reniego de lo que en lo más hondo de mi yo pueda haber de surrealista o de marxista. Estoy muy lejos ya de creer que los hombres, y menos el corazón de los hombres, puedan ser catalogados como minerales o fósiles. El corazón del hombre es vivo y contradictorio como la vida misma, de la que es su esencia.

Indudablemente, hay algo vivo, algo que sigue teniendo validez en el movimiento surrealista y que, en cierto modo, se prolonga y se ahonda en todo el movimiento existencialista; la profunda convicción de que ha terminado el dominio de la literatura y del arte, de que ha llegado el momento en que el hombre se coloque más allá de las meras preocupaciones estéticas para entrar con áspera decisión a la región en que se debaten los problemas del destino del hombre. Seguimos creyendo que la vasta empresa de liberación iniciada por el surrealismo contra una sociedad falsa y terminada, es la condición previa de cualquier replanteo del problema humano. Era necesario el terrorismo surrealista para emprender luego cualquier empresa de reconstrucción; era necesario minar, echar abajo las posiciones de la burguesía y de su arte caduco, para examinar las raíces mismas de nuestro destino. Había que acabar de una vez con los pequeños dioses de la sociedad burguesa, con su falsa moral, con su filisteísmo, con su acomodo y su progreso y su optimismo, para abrir las puertas del hombre. Nuestro tiempo es el de la desesperación y de la angustia, pero, paradojalmente solamente así puede abrirse las puertas de una nueva y auténtica esperanza.

El error del surrealismo consistió en creer que basta con la revuelta y la destrucción, que basta con la libertad total. No, no basta con la libertad. Porque una vez la libertad en nuestras manos tenemos que saber qué hacemos con nuestra libertad.

Mientras sólo haya que destruir, todo marcha muy bien y hasta experimentamos una cierta alegría; siempre recuerdo la euforia que sentíamos en París cuando insultábamos a un burgués o hacíamos algo para minar su tranquilidad, su digestión tranquila, la firmeza de sus convicciones. Pero ¿y después? Por eso el surrealismo ha sido grande mientras ha estado dedicado a la tarea nihilista o, en el mejor de los casos, a la investigación de las regiones desconocidas del alma. Pero luego viene el instante de la construcción, y ahí es donde el surrealismo se manifestó incapaz de seguir adelante.

Por eso el fin lógico de un surrealista consecuente es el suicidio o el manicomio, y en esto debemos rendir homenaje a los hombres que, como Nerval o Artaud, fueron consecuentes hasta el fin. Pero ni la locura ni el suicidio pueden ser una solución genuina para el hombre. Y aquí, en este instante, es cuando debemos apartarnos del surrealismo.

La segunda guerra mundial concluyó con el movimiento, que por otra parte ya estaba casi muerto. Cuando en 1938 estuve con los surrealistas, se vivía ya de recuerdos y el academismo surrealista había reemplazado al impulso anarquista de los primeros tiempos. Cuando en 1947, después de la guerra, vi a Tzara, me pareció una prostituta vieja que se niega a reconocer su vejez y pretende todavía conseguir amantes.

La segunda guerra era muy distinta a la primera, que había dado origen al movimiento. Al terminar la primera había que destruir muchos mitos de la sociedad burguesa. Pero ahora esos mitos estaban destruidos. Los hombres de hoy han visto demasiadas catástrofes y ruinas para que sigan creyendo en la necesidad de echar abajo. Ya hay bastante desolación como para poder ver a través de las grietas de una sociedad devastada cuáles son los deberes del hombre. Es natural que en países como los nuestros, que no han sufrido directamente los efectos físicos de la guerra, todavía pueda entusiasmar la actitud meramente nihilista del surrealismo (y tal vez sea necesario realizarla). Pero, para bien y para mal, es Europa la avanzada de nuestras ideas y no podemos realizar ya lo que ha sido llevado a cabo, y a fondo, allá.

No nos basta ahora con destruir: tenemos que comprender. No basta con volver a los fetiches del África Central: tenemos que averiguar, por entre las grietas de una Iglesia a menudo nefasta, cuál es el misterio judeo-cristiano que ha dominado toda la civilización de Occidente y ha impuesto una nueva forma del espíritu humano. No basta con emitir alaridos y asustar a los burgueses, no basta con divertirse ni aun con volverse loco; hay que acometer la tarea dura de una nueva construcción, aunque sea en medio de la desesperanza.

No basta con reivindicar lo irracional. Ni siquiera es indicio siempre favorable, ya que también los nazis lo han hecho ¡y en qué escala! Es necesario comprender que el hombre no es sólo irracionalidad sino también racionalidad, que no solamente es instinto sino también espíritu. ¿O vamos a renunciar a los más grandes atributos de la pobre raza humana justamente en nombre de su regeneración?

Vivimos el momento en que es necesaria una nueva síntesis. El que no comprenda esta necesidad no podrá comprender a fondo los problemas del hombre de nuestra época.

Surrealismo. El eterno retorno de un Cadáver Exquisito

Publicado el 25 nov. 2013

La UNED en TVE-2

 

El surrealismo - El umbral de la libertad

 
Publicado el 5 oct. 2014

Documental sobre el surrealismo producido por la BBC y presentado por Robert Hughes. Hughes se refiere someramente a la historia del movimiento, así como a algunas ideas y expresiones artísticas vinculadas de manera directa o indirecta con él. Aunque en el documental se habla principalmente de artistas plásticos (Chirico, Ernst, Miró, Dalí, Magritte, Cornell), no se deja de mencionar a escritores como André Breton (el líder del movimiento en su comienzo), Lautréamont o Sade, estos dos últimos parte central del canon surrealista. También se hace referencia a algunas obras de arquitectura y a lugares apreciados por los surrealistas como los museos de cera o los mercados de pulgas.

 

Curso "El surrealismo". Fernando Castro: Las filosofías del surrealismo.

Publicado el 7 ene. 2014

Conferencia de Fernando Castro, Profesor titular de Estética y Teoría de las Artes, Universidad Autónoma de Madrid, dentro del curso monográfico "El surrealismo", organizado de octubre a diciembre de 2013 por Museo Thyssen-Bornemisza.
11 de diciembre, salón de actos del Museo Thyssen-Bornemisza (Madrid).

 

Ernesto Sabato
Número Año 2 Nº 10 - 11
Setiembre - diciembre 1950

 

Texto digitalizado por  casi en los comienzos de Letras Uruguay. 23 de mayo del 2003

 

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