Sopita espesa de la Musa |
|
"Escribir
con orgullosa soledad, con
la violencia de un cross a la mandíbula, con
sudor de tinta y manos fatigadas,
hora
tras hora, hasta que los eunucos bufen." |
|
La
estética basa su estudio o parecer en un sistema de relaciones muchas
veces arbitrario, tanto como arbitraria pueda ser la mirada de un hombre.
Una nota musical puede resultar bella o puede producir un disgusto según
el lugar que ocupe en un pentagrama, según las notas que la precedan o
procedan, según su duración o el lugar del planeta en donde se ejecute,
o según el ocasional oyente. Del mismo modo sucede con un paso de baile,
una pincelada de color o una palabra. En poesía, precisamente, es la
palabra y su relación con las otras que concurren al texto —no sólo
semántica sino también sonora—, las que proponen la estética, más
valiosa cuando las novedades de fondo y forma se reúnen para
individualizar el preciado estilo. A
lo largo de una extensa obra compuesta por más de quince títulos de poesía
(también ha publicado teatro y narrativa), con sus muchas reediciones,
Rolando Revagliatti ha hecho de la minuciosidad compositiva el norte de su
mirada poética. Cierta preciosidad fónica, ciertas elecciones de
vocablos, que según los varios significantes señalan la ironía del
doble juego, ciertas escenas y personajes, cercanos y lejanos, raramente
buscados por otros autores, son los recursos con los que edifica un
arquetipo poético distinguido como individual, de ningún modo cerrado al
juego lúdico con el ocasional lector, sino más bien lo contrario. Suspicacias
sí, sintonía fina y justeza verbal que suscribe un modo muy particular
de transferir (y transgredir), un sistema aún más distintivo que los ya
conocidos: en Luchi, a través de la mordacidad; en Huasi, con las
torsiones y los neologismos; en Constantini, con el ingenio y el juego del
doble sentido; o en Girondo, con las ocurrencias extravagantes; aludidos
sin ánimo de homologar estilos, pues estos poetas han sido únicos del
mismo modo en que Revagliatti lo es con la suspicacia de las reticencias a
veces cáusticas y muchas veces críticas, aunque siempre joviales; un
modo nada despiadado de señalar con el escalpelo hacia las actitudes y
conductas supuestamente ominosas de nuestra civilidad más cercana con sus
múltiples prejuicios. En
algunos poemas de “Sopita” nos encontramos con notables distingos del
tono al que nos tiene acostumbrados: el mordaz, el sardónico y el
picaresco, que dan lugar en una gran parte del libro, la primera, a una razón
ardiente casi nostálgica y reposada; composiciones que exponen al
evocador, al memorioso repaso de quien evita motivos o justificaciones
para presentarnos el paisaje exterior e interior de la circunstancia del
recuerdo, eludiendo con ajustada síntesis y vivas alusiones varios grados
de follaje intimista, pese a llevar los ojos a pretéritas fotografías no
tan pretéritas (se me perdone el epíteto, de hecho, toda fotografía es
del pasado). Ya
se ha manifestado la posibilidad de esta pluma en muchos de sus versos
como algunos que recuerdo al pasar: “Murió / dijo la radio...” (en
“Ripio”), referido a la muerte de Nicolás Olivari, o el que cita que
“ya estoy medio muerto” (en “Desecho e izquierdo”), entre otros
del mismo color intercalados en sus libros.
En cierto modo, salvo unos pocos poemas,
“Pictórica” es la colección que tiene
una cercanía posicional a “Sopita” en cuanto acto entre observador y
cosa observada, pero no parentesco, que tampoco tienen “Obras completas
en verso hasta acá”, “De mi mayor estigma (si mal no me
equivoco):”, “Ripio”, “Corona de calor” o “Desecho e
izquierdo”, elaborados mayormente con el estilo personal e innovador que
le es característico. Encontraremos que el poema “Sopita”, que da
nombre al libro, guarda una relación estrecha con ese tono. La anticipación a los poetas de su tiempo, que lo caracterizó desde las postrimerías de la década del sesenta —pese a editar más tarde—, continúa aún en la plena vigencia. Si bien la liberación de la formalidad protocolar del verso (el decoro, la mesura, la prudencia, etc.) y el uso de un lenguaje excesivamente coloquial gana los renglones de los poetas más jóvenes, en Revagliatti subsiste el respeto morfológico, la clarificación del concepto que no cede a devaneos, la construcción fónica que se vivifica y se comprueba con la oralidad y el extremo cuidado de la forma, cosas que en la actualidad otros poetas descuidan quizá demasiado en virtud de malas identificaciones con poesía traducida e inútiles esfuerzos de vanidad, que es mucho más frecuente que el talento. De modo que, con un carácter moderno, audaz y vanguardista, nuestro poeta aún mantiene su cruzada (avanzada), es decir, la posta de la originalidad, reuniendo creatividad, psicologismo, ironía y atrevimiento que, claro, no es poco. |
Ricardo Rubio
Ir a índice de América |
Ir a índice de Rubio, Ricardo |
Ir a página inicio |
Ir a mapa del sitio |