La vibración cósmica en la lírica
de Alfonsina Storni

Ensayo de Bruno Rosario Candelier

A Carmen Pérez Valerio, carisma y ternura bajo la llama consentida.

Y sé callar

cuando la Luna asciende

enorme y roja sobre los barrancos.

Alfonsina Stomi

Alfonsina Storni tenía hondas vivencias inspiradas en la Naturaleza, que asumía como un manantial de experiencias interiores y un filón de intuiciones espirituales y estéticas. La poeta argentina vivía en comunión con las potencias del Universo y, en tal virtud, procreó intensas pasiones enhebradas a sus inquietudes creadoras. Actriz ambulante a los trece años, maestra rural a los 19, y empleada de comercio a los 25 años, tuvo un contacto intenso y arraigado a la realidad natural, social y cultural.

En su vinculación cósmica cifraba los impulsos que nutrían su conciencia y pudo intuir la clave para entender el sentido de lo viviente y convertir su sensibilidad en cauce generador de fecundas cavilaciones interiores. A los factores negativos del miedo, la angustia y la frustración, contrapuso el acento amoroso, el aliento poético y el sentido místico que orientó su creación. Con su sensibilidad empática encauzó la lucha que libró entre la energía de Eros o impulso vital y la potencia de Tánatos o impulso destructivo, que finalmente la venció.

La contemplación de la Naturaleza y el sentimiento de compenetración con lo viviente activaron su creatividad. Poseedora de una cos-movisión espiritual, Alfonsina Storni captó y expresó la sabiduría de la mujer. Pensaba, sentía y valoraba lo que distinguía a la auténtica mujer y sintió y canalizó su talante femenino a través de su intuición, perfilando una obra cuya belleza y hondura catapultaron su fama y su prestigio.

Escribió hermosas composiciones poéticas, narrativas y teatrales inspiradas en el amor, la angustia y el dolor, que compartió con su valoración de la Naturaleza. Hizo del sentimiento de la ternura y la piedad el ideal de su creación. Concebía la poesía como la creación estética que recrea la hermosura y el sentido de las cosas, mediante una sustanciosa reflexión sobre la vida y el Mundo.

Descubrió desde niña que el dolor acompaña al ser humano en su trayectoria existencial y entendió que todo lo que existe tiene un valor ontológico y un sentido cósmico. Asumió el amor como el antídoto contra las adversidades de la vida y acudió a la creación poética como el medio instrumental para transmutar las penas y nostalgias en sustancia fértil de la realidad estética. Fincó en sus vivencias entrañables los temas de su creación y, de un modo especial, la ternura, el desaliento y la nostalgia. Y lo hizo con una limpieza expresiva en su lenguaje y una connotación espiritual de alto relieve estético.

El tema del amor y de la muerte es recurrente en su poesía. Pero lo es también el tema del Hombre, la Naturaleza y Dios. Alfonsina Stomi sintió una pasión volcánica por el amor, chispa de su creación y fuente de sus cuitas. Ante la no correspondencia del amor, desconsuelo reservado a los amantes, tuvo una disposición ascética para aceptarlo, como aceptó también el dolor y el sentimiento del horror vacui, actitud connatural al temple místico.

Con ribetes clásicos, modernistas y surrealistas, insufló a su creación un tono melancólico articulado a una conciencia cósmica determinista. Según esa orientación, el curso de los acontecimientos es inexorable. Ante su nostalgia, era inminente su visión de la muerte como el último refugio[1]. A pesar de su obsesión fanática, Alfonsina Storni vibraba ante el encanto de la vida, que valoraba como la antítesis de la soledad, el vacío y la muerte. Por eso, hizo de su poesía una singular manera de vivir la vida.

En esta mujer se siente a una poeta que vibra con la vida y se estremece con la muerte, que el sensualismo de sus versos contrapone y recrea. A la carga erótica y mística de su sensibilidad, Alfonsina suma el aliento femenino de sus pasiones entrañables. Fue una mujer sacudida por grandes apelaciones irredentas: la pasión del amor, la garra de la nostalgia y la llama de lo divino, que experimentó con la potencia de un corazón impregnado del aliento que encabrita los sentidos. En Alfonsina sentimos a la mujer que piensa, ama, sufre y goza las delicias de la vida. Por eso, proclama en “Déjame”[2]

Déjame corretear como los vientos;

del mismo pensamiento que me canse

yo sacaré los nuevos pensamientos.

Deja que viva y que el error me doble,

bello es errar y confesar el yerro;

virtud que no se prueba no es la noble.

La poesía de Alfonsina Storni manifiesta estas señales distintivas:

1) Conciencia de que forma parte de la Naturaleza, cuya convicción la lleva a establecer una relación empática con lo viviente: “Que todo lo entiendo porque todo soy / la Noche, la Sombra, la Vida, / el Silencio, la Paz y el Amor” (“Miedo divino”).

2) Creencia de que encarna un halo de lo intangible, por lo cual ve el Mundo como expresión sagrada de lo Eterno: “Mi yo y mi todo, / es algo tan eterno” (“Mi yo”).

3) Inclinación ante el esplendor de la Creación por la cual recupera el sentido originario y la percepción prístina de lo viviente: “Sé la frase que encanta y que comprende / y sé callar cuando la Luna asciende / enorme y roja sobre los barrancos” (“Soy”).

4)  Sentimiento de identificación con elementos y criaturas mediante una consubstanciación de su yo con lo viviente, fruto de un sentimiento erótico-místico, en cuya virtud aprecia la esencia sutil de lo divino: “Cedían los sillones blandamente / como un pecho materno y era fino, / muy fino el aire, así como divino, / cuando filtraba el oro del poniente” (“La casa”).

5) Adopción de la concepción panteísta del Mundo que ve a Dios en la Naturaleza. Según esta visión, las cosas son modos de manifestación de lo divino, puesto que “se identifican entre sí y con Dios”[3]: “A Dios conocemos; supimos sus manos / cuando maduraban estos rubios granos. / Él, de rosas blancas, sembró nuestra casa. / Él puso en nosotras blanduras de gasa. / -Felices, vosotras, que lo conocéis. / -¡Ah!, cuán desgraciadas si nunca lo veis. / -No podemos verlo, pero lo sentimos” (“Voces del campo”).

En la poesía de Alfonsina aprecio los rasgos de un Panteísmo inmanente. El Panteísmo presenta tres vertientes: PANTEÍSMO INMANENTE, que ve la presencia de Dios en las cosas; PANTEÍSMO TRASCENDENTE, que sitúa a Dios en el más allá y concibe el Mundo como su Creación; y PANTEÍSMO TRANSMANENTE, que concibe a Dios como la Energía Interior del Universo que se manifiesta en el alma de las cosas[4]. Con esa concepción, la persona lírica procura la esencia de lo viviente y comparte sus expresiones singulares en sus manifestaciones sensoriales. Se trata de una disposición creadora que se pone en sintonía con la esencia de las cosas para sentir con ellas y sentir como ellas, hecho que propicia un sentimiento de coparticipación afectiva, imaginativa y espiritual, una manera de habitar místicamente el Mundo, como se ve en “La casa”:

Abriste una ventana: allá, lejano plateaba el río y el silencio era dulce y enorme, y era primavera, y se movía el río sobre el llano.

Y mi alma también rodó en el río, se hundió con él en perfumadas frondas siguiéndola hasta el mar cayó en sus ondas y suyo fue el divino poderío.

Al identificarse con las cosas, nuestra poeta valora y exalta el sentido de lo viviente. Se siente identificada con lo viviente y termina sintiéndose lo contemplado. Esa es una actitud consecuente de la empatia espiritual, presente en Alfonsina Storni y en los creadores que han desarrollado su sensibilidad mística. La sensibilidad mística deriva de una amorosa identificación con lo existente y genera una actitud consciente, profundamente contemplativa y visceralmente espiritualizada. Entraña un vínculo profundo con la potencia telúrica, la potencia erótica, la potencia numénica y la potencia espiritual del Universo. En su esencia profunda, las cosas se unifican en virtud de su coparticipación con la esencia divina mediante el logos vinculante.

La contemplación de la Naturaleza genera el desarrollo de una triple conciencia estética, conciencia cósmica y conciencia mística, que se funda en el sentimiento de lo bello, el asombro ante el Universo y el arrobo ante el misterio del Mundo. Cuando ese sentimiento es profundo, se despierta la conciencia mística. Por eso dijo Platón que el sentimiento de la belleza conduce a Dios. Y Alexis Carrel consignó que el amor a la belleza conduce al Misticismo. El científico francés escribió: “La belleza que el místico persigue es todavía más rica y más indefinible que el ideal del artista. No tiene forma. No puede expresarse en lenguaje alguno. Se esconde en el interior de las cosas del mundo visible. Rara vez se manifiesta. Requiere una elevación espiritual hacia un Ser que es el manantial de todas las cosas, hacia un poder, un centro de fuerzas, que el místico llama Dios”[5].

Alfonsina Storni sintió la apelación de la belleza y la fascinación por el misterio, que la condujo al arrebato ante la Creación y a la exaltación de lo divino. De igual manera, sintió la llamada para la belleza sutil. Vio en la Naturaleza la fuente de su inspiración y la base de su comunión espiritual con lo viviente, al tiempo que se sentía parte sustancial del Cosmos, sintiendo a Dios en las criaturas y los elementos, como en “Parásito”:

Jamás pensé que Dios tuviera alguna forma.

Absoluta su vida; y absoluta su norma.

Ojos no tuvo nunca: mira con las estrellas.

Manos no tuvo nunca: golpea con los mares.

Lengua no tuvo nunca: habla con las centellas.

Te diré, no te asombres.

Sé que tiene parásitos: las cosas y los hombres.

Pues bien, esa actitud de compenetración sensorial, afectiva y espiritual nace de la convicción, como sostiene Eliade, de que el Cosmos puede convertirse en una hierofanía, es decir, en expresión sagrada, base del fundamento ontológico del Mundo[6]. Aunque Alfonsina Storni no era propiamente una mística, sintió el reclamo de la contemplación espiritual, que canalizó a través de la vivencia artística, la segunda gran motivación de sus pasiones. “En verdad descarriada, que estoy de paso aquí”, como se expresa en “Oveja descarriada”, expresión que refleja su conciencia de que atendía otras apelaciones de la vida, como la voz interior, tal como lo podemos apreciar en estos tercetos de “El amor divino”:

Mira que estoy de pie sobre los leños,

que a veces bastan unos pocos sueños

para encender la llama que me pierde.

Sálvame, amor, y con tus manos puras

trueca este fuego en límpidas dulzuras

y haz de mis leños una rama verde.

Alfonsina se sentía “hambrienta de infinito”, como expresó en “El sueño” y oía voces, “voces lejanas”, según revela en “Languidez”. También sintió “alguna sed como divina / que pide hablar” (“Así es”). Y al hombre que amaba le comunicó esta queja, que expresa en “Amarga”: “Yo te pedía el cielo, me diste tierra. / Yo te pedía estrellas, me diste besos, / no entendiste lo grave de tus excesos, / ¡Me diste tierra!”. Por ese anhelo experimentó el aleteo susurrante de lo intangible. Desde el fondo de su sensibilidad, Alfonsina tenía una conexión empática con la Energía Interior del Universo y, en tal virtud, vibraba con lo viviente y afinaba con la dimensión espiritual del Cosmos. En “La palabra” agradece “el don supremo del verso” y el hecho de que: “No salí de mi carne, / gocé el goce más alto: / oponer una frase de basalto / al genio oscuro que nos desintegra”.

Porque Alfonsina Storni, al saborear las delicias del espíritu, buscaba el ascenso luminoso para convertir su experiencia de vida en una vivencia espiritual, sentimiento que tocó hondo en las fibras sensitivas de esta extraordinaria mujer, con tanta intensidad que terminó convirtiéndose en una pasión, como lo revela la propia poeta en “Pasión”:

Unos besan las sienes, otros besan las manos,

otros besan los ojos, otros besan la boca.

Pero de aquel a éste la diferencia es poca.

No son dioses, ¿qué quieres?, son apenas humanos.

 

Pero encontrar un día el espíritu sumo,

la condición divina en el pecho de su fuerte,

el hombre en cuya llama quisieras deshacerte

como al golpe del viento las columnas del humo!

Alfonsina Storni nació en 1892 y vivió hasta 1938. Para esa época, Evelyn Underhill hablaba del panteísmo materialista que fusiona la posición que concibe a Dios como trascendente e inmanente al Cosmos[7]. Según esta tendencia, la búsqueda de lo Absoluto se concreta en la unión con la Naturaleza, donde late la presencia intangible. Basta ponerse en sintonía con los elementos para sentir la emanación de la Divinidad inherente al Mundo. Por eso, en “Las rosas” canta Alfonsina de esta forma:

Cuando mueran las rosas,

cuando mueran,

me invadirá el horror del infinito

y posará en mis fibras desoladas

el soplo extraño de un sangriento mito.

Logra la poeta una compenetración con lo viviente y en su realización plasma ese anhelo vital, por la cual anda en busca de la clave de su centro..El ideal estético, cósmico y místico de la poeta suramericana se traduce en una búsqueda consciente y un reclamo obsesionante. Para ilustrar esa disposición de la sensibilidad, cualquier elemento, fenómeno o circunstancia lo evidencia, como lo consignó Alfonsina en “Y comenzó a arder”: “Sobre la pared negra / se abría un cuadrado que daba / al más allá”. Al darle curso a su inquietud interior, vivió la vida del espíritu, aunque la seducían las apelaciones materiales, como lo refleja “Incurable”:

Mira cómo es bella la noche que reza,

cómo es bello el mar...

Alma que pregunta, sobre su oleaje

échate a bogar.

Cae de rodillas, alma miserable

que no sabes ver.

Cae de rodillas... Es todo sublime:

El ser y el no ser.

La obra poética de Alfonsina Storni testimonia el ideal de superación de esta sustantiva poeta de las letras americanas. En su anhelo de perfección subyace la conciencia de una apelación mística, razón por la cual anhelaba el crecimiento de la conciencia. Alfonsina Storni estaba dotada del aliento de Eros que, para los antiguos griegos, era la energía interior que impulsa el amor, la capacidad para desarrollar la potencia creadora y realizar los grandes ideales humanos, según consigna en “No he dicho”: “No he dicho lo mejor que está en mi alma / rebosándola al fin. / Pienso si alguna vez, en prosa o en verso, / lo extraeré de mí”.

Supo sentir Alfonsina el llamado de la Naturaleza para experimentar la coparticipación con lo viviente, como lo revela en “Tentación”:

 

Afuera llueve; cae pesadamente el agua

que las gentes esquivan bajo abierto paraguas.

Al verlos enfilados se acaba mi sosiego,

me pesan las paredes y me seduce el riego

sobre la espalda libre. Mi antecesor, el hombre

que habitaba cavernas desprovisto de nombre,

se ha venido esta noche a tentarme sin duda,

porque, casta y desnuda,

me iría por los campos bajo la lluvia fina,

la cabellera alada como una golondrina.

Experimentaba la valoración de la otredad, señal de la vocación mística, que plasma en “El clamor” mediante figuraciones comparativas:

Alguna vez, andando por la vida,

por piedad, por amor,

como se da una fuente, sin reservas,

yo di mi corazón.

Y dije al que pasaba, sin malicia,

y quizá con fervor.

-Obedezco a la ley que nos gobierna:

He dado el corazón.

Y tan pronto lo dije, como un eco,

ya se corrió la voz:

-Ved la mala mujer esa que pasa:

Ha dado el corazón.

De boca en boca, sobre los tejados,

rodaba este clamor:

-¡Echadle piedras, eh, sobre la cara;

Ha dado el corazón!

Ya está sangrando, sí, la cara mía,

Pero no de rubor;

que me vuelvo a los hombres y repito:

¡He dado el corazón!

En “Canción de la novia”, con imágenes sensoriales y epítetos luminosos, proclama la identificación emocional con lo viviente:

Grandes cactos sedientos sobre arenas doradas,

y cigarras sonoras y piedras calcinadas,

se asoman a mis largas siestas, sin que concluya

este lento desfile de puntos por mis manos.

Y a ratos, en el aire que impregnan los manzanos,

van y vienen dos frases: Eres mío. Soy tuya.

 

Canta el gozo del bello decir, en virtud del aliento que la hace copartícipe de la Creación, con una honda intuición de la conciencia, en “La palabra”:

 

Naturaleza: gracias por este don supremo

del verso, que me diste.

Yo soy la mujer triste

a quien Carente ya mostró su remo.

¿Qué fuera de mi vida sin la dulce palabra?

Como el óxido labra sus arabescos ocres.

Yo me grabé en los hombres, sublimes o mediocres.

Mientras vaciaba el pomo candente de mi pecho

no sentía el acecho

torvo y feroz de la sirena negra.

Me salí de mi carne, gocé el goce más alto:

oponer una frase de basalto

al genio oscuro que nos desintegra.

Al sentir el flechazo del misterio, corcovea su conciencia ante el arrebato de los sentidos cuando ausculta la voz secreta del Cosmos, que atenaza su pasión, como en “Mundo de siete pozos”:

Se balancea, arriba, sobre el cuello, el mundo de las siete puertas: la humana cabeza... redonda, como los planetas:

Arde en su centro el núcleo primero, ósea la corteza;

sobre ella el limo dérmico sembrado del bosque espeso de la cabellera.

Desde el núcleo,

en mareas absolutas y azules,

asciende el agua de la mirada

y abre las suaves puertas de los ojos como mares en la tierra.

... Tan quietas esas mansas aguas de Dios

que sobre ellas

mariposas e insectos de oro se balancean.

Y las otras dos puertas:

las antenas acurrucadas

en las catacumbas que inician las orejas;

pozos de sonidos,

caracolas de nácar donde resuena

la palabra expresada y la no expresada;

tubos colocados a derecha e izquierda

para que el mar no calle nunca,

y el alma mecánica de los mundos rumorosa sea.

..................................

Y el cráter de la boca de bordes ardidos

y paredes calcinadas y resecas;

el cráter que arroja

el azufre de las palabras violentas;

el humo denso que viene

del corazón y su tormenta;

la puerta en corales labrada suntuosos

por donde engulle la bestia

y el ángel canta y sonríe

y el volcán humano desconcierta.

Se balancea, arriba, sobre el cuello,

el mundo de los siete pozos: la humana cabeza.

Y se abren praderas rosadas

en su valle de seda:

las mejillas musgosas.

Y riela sobre la comba de la frente,

desierto blanco,

la luz lejana de una luna muerta...

En “La cabeza comenzó a arder”, vislumbra los ecos del infinito que su sensibilidad capta en su relación empática con la sabiduría universal:

Sobre la pared negra se abría

un cuadrado que daba al más allá.

Y rodó la Luna hasta la ventana;

se paró y me dijo:

De aquí no me muevo; te miro.

No quiero crecer ni adelgazarme.

Soy la flor infinita

que se abre en el agujero de tu casa.

No quiero ya rodar

detrás de las tierras que no conoces,

mariposa

libadora de sombras.

En “Voz”, intuye la voz de la memoria cósmica:

Te ataré a los puños, como una llama,

dolor de servir a cosas ocultas.

Echaré a correr con los puños en alto

por entre las casas de los hombres.

Hemos dormido, todos, demasiado.

Dormido a plena luz,

como las estrellas a pleno día.

Dormido,

con las lámparas a medio encender;

enfriados en el ardimiento solar;

contando el número de nuestros cabellos,

viendo crecer nuestras veinte uñas.

¿Cuándo los jardines del cielo echarán raíces

en la carne de los hombres,

en la vida de los hombres,

en la casa de los hombres?

No hay que dormir, hasta entonces.

Abiertos los párpados,

separados con los dedos si quieren ceder,

hasta enrojecerlos por el cansancio

como los círculos lunares

cuando la tormenta quiere desmembrar el Universo.

En “Llama”, encauza su interior a la luz del desarrollo de la conciencia:

Sobre la cruz del tiempo clavada estoy.

Mi queja abre la pulpa

del corazón divino y su estremecimiento

aterciopela el musgo de la tierra.

Un ámbar agridulce destilado de las flores cerúleas

cae a mojar mis labios sedientos.

Ríos de sangre bajan de mis manos

a salpicar el rostro de los hombres.

El rumor lejano del Mundo, ráfaga cálida,

evapora el sudor de mi frente.

Mis ojos, faros de angustia,

trazan señales misteriosas en los mares desiertos.

Y, eterna, la llama de mi corazón

sube en espirales a iluminar el horizonte.

En “Luz”, escuchaba la voz arcana de la cantera del infinito:

Escuché palabras; ¡abundan palabras!

Unas son alegres, otras son macabras.

No pude entenderlas; pedí a las estrellas

lenguaje más claro, palabras más bellas.

En “La hora trágica”, se siente amanuense del aletazo del misterio:

Después de haber bebido mi taza de café

se me toman los nervios hilos electrizados.

Paso rápidamente de la duda a la fe

y siento mis tejidos como sutilizados.

 

Es la hora en que pasa por mi cuerpo la vida

golpeándose las alas en un hielo de muerte,

en que me siento débil, en que me siento fuerte.

Y sé que Todo y Nada son las fuentes de Vida.

 

Es una elevación de mi propia materia,

me acerco a lo infinito, penetro en el misterio,

y bajo la presión de finísima histeria

siento que soy el médium de algún gran cementerio...

 

Cementerio de razas, de las razas que han sido,

de aquellas que pasaron camino de la nada

no obstante su corona por el oro dorada

y a pesar de su emblema en bellezas ungido.

Se sentía canal de la voz universal, como revela en “El llamado”: “Es noche, tal silencio / que si Dios parpadeara lo oyera. / Yo paseo en la selva, mis plantas / pisan la hierba fresca que salpica rocío. / Las estrellas me hablan y me beso los dedos / finos de Luna blanca”.

En “La Colonia a medianoche” la poeta crea imágenes surrealistas mediante las cuales plasma su relación cordial con la Naturaleza:

Abre una brecha en mi pesado sueño

largo puñal de luna:

las estrellas alucinadas, rotas

desparraman una harina

de magia sobre el campo.

¿Quién del lecho me empuja hacia el sendero

de encapuchados y me lleva al río

que aterroriza el blanco campanario?

Alza Colonia, allá, su negra punta

que hiende el agua y mi callado paso

el sumergido canto no perturba

de las aves; ¡qué círculos, Dios mío!

Ay, ya rompe su cáscara la tierra

y caminan insomnes a mi lado,

lunados brotes, los conquistadores.

En “Viaje” comparte la herencia del romance con el eco de la lírica de Federico García Lorca mediante el temblor de estrellas que ambos sentían:

Hoy me mira la Luna

blanca y desmesurada.

Es la misma de anoche,

la misma de mañana.

 

Pero es otra, que nunca

fue tan grande y tan pálida.

Tiemblo como las luces

tiemblan sobre las aguas.

 

Tiemblo como en los ojos

suelen temblar las lágrimas.

Tiemblo como en las carnes

sabe temblar el alma.

 

¡Oh!, la Luna ha movido

sus dos labios de plata.

¡Oh! la Luna me ha dicho

las tres viejas palabras:

 

“Muerte, amor y misterio..

¡Oh, mis carnes se acaban!

Sobre las carnes muertas

alma mía se enarca.

 

Alma -gato nocturno-

sobre la Luna salta.

Va por los cielos largos

triste y acurrucada.

Va por los cielos largos

sobre la Luna blanca.

Estamos, pues, ante una mujer con clara conciencia de su vocación poética, con un variado registro temático y formal en sus composiciones y una línea dominante en su producción, orientada por el ideal trascendente. Su poesía constituye una reflexión metafísica de lo viviente y canaliza la apelación que las cosas concitan. Plasma el sentido cósmico tamizado por su sensibilidad.

Su lírica refleja las siguientes características:

1) Valoración de la dimensión interior y trascendente, que pauta su visión de la vida con una clara conciencia de la Naturaleza: “Volver a lo que fui, materia acaso / sin conciencia de ser, como la planta / gustar la vida y en belleza tanta / sorber la savia sin quebrar el vaso” (“Yo quiero”).

2) Conciencia de la dimensión esencial y lo permanente, en virtud de lo cual distingue, entre los episodios cotidianos, lo que tiene validez inalterable: “Iba por la senda cansada de sed, / y cuando tus dardos tendiéronme red / bebiendo mi sangre me curé la sed” (“Tus dardos”).

3) Conceptuación interna y mística de lo viviente, mediante una compenetración emocional con la otredad de lo existente: “Alma que puede ser una amapola, / que puede ser un lirio, una violeta, / un peñasco, una selva y una ola” (“Alma desnuda”).

4) Exaltación de la dimensión espiritual de la condición humana, con la idea de la meta final que nos aguarda: “Y mientras danzo sobre césped fino / fuera del alma acecha mi destino / y la Gran Cazadora mueve el lazo” (“La dulce visión”).

5) Ponderación de la verdad profunda y la belleza sutil mediante la expresión de la voz interior y la voz universal, con que testimonia intuiciones y revelaciones fundadas en su percepción de los efluvios naturales y sobrenaturales: “De pronto soy HERIDA... y el corazón se para, / se enroscan mis cabellos / mis espaldas se agrandan; / oh, mis dedos florecen, / mis miembros echan alas, / Voy a morir ahogada por luces y fragancias... / Es que en medio de la selva tu voz dulce me llama...”.

A través de la lírica de Alfonsina Storni reconocemos a una mujer que sintió la llama de la vida y reflexionó sobre sus apelaciones interiores bajo el sacudimiento de una pasión centrada en la conciencia estética, la conciencia cósmica y la conciencia mística, que engarzó al sentimiento erotizante y místico, en una armoniosa fusión en que el arrebato de los sentidos se vuelve ágape fecundo y entrega consentida.

De la lírica de Alfonsina Storni infiero tres reflexiones sobre su creación, que pueden interpretarse como su aporte literario:

1. Sintonía espiritual de su sensibilidad con la potencia del Cosmos.

El nexo armonioso entre Alfonsina Storni y la Luna, las estrellas, el aire, el viento, la lluvia, el mar, los pájaros, las flores y los hombres le permitió asumir criaturas, fenómenos y elementos como referencia sustancial de su obra en virtud de una compenetración natural con lo viviente, que al escribir, procedía de una forma natural, sin parecer aérea, abstracta ni distante, puesto que estaba compenetrada interiormente con los astros y las cosas mediante esa coparticipación de su sensibilidad con el mundo circundante. Su vinculación era afectiva, plena y auténtica, no desde fuera, sino desde dentro, sin artificio retórico y sin pose rebuscada.

2. Testimonio emocional desde su ardorosa sensibilidad de mujer. Alfonsina Stomi sentía y escribía desde la energía sensible de una mujer concitada por la llama de la energía erótica en comunión con la energía numérica del Universo. Esa combinación de fuerzas interiores explican la potencia creadora de esta singular mujer que canalizó en poemas, relatos y obras teatrales la apelación de su conciencia, acordada a la Energía Espiritual del Mundo.

3. Creación del lenguaje afín a su sensibilidad amorosa y empática. Alfonsina Storni escribía como sentía y fue clara, directa, incisiva, ardiente, luminosa y coherente. En sus creaciones no hay retruécanos del pensamiento ni falseamiento de la expresión. Habló de lo que sentía interiormente y logró una creación con las figuraciones pertinentes que dan belleza al lenguaje, sentido a la expresión y hondura al contenido. Nada de sentimentalismos vacuos ni refritos de otro tintero. Las suyas eran genuinas verdades poéticas, reflexiones de la inteligencia e intuiciones de la conciencia que su sensibilidad percibía y que expresaba mediante la plasmación de la voz personal y la voz universal en una poesía ejemplar por su arte y paradigmática por su sabiduría. Sentía lo que decía y experimentaba una genuina vinculación con lo viviente a la luz del esplendor del Mundo.

Se trata, en fin, de la obra de una singular creadora que finca el sentido de su creación en la encrucijada de una metáfora de lo existente como expresión del vínculo cósmico inspirado en el esplendor de la belleza y el flechazo del misterio bajo la llama sutil de lo viviente.

Notas:

[1] Véase Bellini, Giuseppe. Historia de la literatura hispanoamericana. Madrid: Castalia, 1985, p. 321.

 

[2] Las diferentes ilustraciones poéticas proceden de Alfonsina Storni, Antología poética (Buenos Aires: Colección Austral, 1940), Poesías (Buenos Aires: SELA, 1968), y El proto idioma en la poesía de Alfonsina Storni (México: Frente de Afirmación Hispanista, 2001). Entre sus libros figuran La inquietud del rosal, 1916; El dulce daño, 1918; Irremediablemente, 1920; Languidez, 1920; Mundo de siete pozos, 1934; Mascarilla y trébol, 1938; y Antología poética, 1938.

 

[3] Véase “Panteísmo”, en Brugger, Walter. Diccionario de filosofía. 3ra. ed. Barcelona: Herder, 1962, p. 355.

 

[4] Brugger, W. Diccionario..., p. 355.

 

[5]  Carrel, Alexis. La incógnita del hombre. 8va. ed. México: Diana, 1963, p.135.

 

[6] Eliade, Mircea. Lo sagrado y lo profano. 2da. ed. Madrid: Guadarrama, 1973, pp. 20 y 26.

 

[7] Underhill, Evelyn. La mística: Evolución y desarrollo de la conciencia espiritual. Madrid: Trotta, 2004, pp. 116-126. Véase Santos Silva, Loreina. “Mi Cantar de Cantares: una vía a lo Absoluto”. En El Cuervo, N.° 1, Aguadilla, Universidad de Puerto Rico, enero-junio de 1989, p. 67.

 

Ensayo de Bruno Rosario Candelier

 

Publicado, originalmente, en: Boletín de la Academia Argentina de Letras. Tomo LXXIV, septiembre-diciembre de 2009, N.os 305-306

Boletín de la Academia Argentina de Letras es una publicación editada por la Biblioteca Jorge Luis Borges de la Academia Argentina de Letras

 

Ver, además:

 

                                 Alfonsina Storni en Letras Uruguay

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

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