Pichón sin nido
Finalista de XVIII Concurso Internacional "Nuevo ser"
Bertha Rojas

¡Mamita! ¡Mamita! No  llores más… Tu sollozo rompe los cristales del cielo azul, tu llanto inunda mi alma y  ahuyenta mi alegría. ¡Sonría madre mía! estoy creciendo. ¡Mírame! qué alto estoy. Te daré sombra cual árbol frondoso en el verano. Tu sonrisa hará retornar la alegría cual primavera que llega sembrando flores en el campo. Volveremos a danzar cual brisa a la orilla del río cristalino. Volveremos a cantar himnos de paz y amor cual aurora del amanecer. 

Madre, tú hilarás esperanzas y yo tejeré alegrías. Mañana será otro día con nubes blancas, con sol radiante. ¡Acurrúcame madre mía!, cual tulipán a la abeja. Cúbreme con el manto de tu amor. Tachóname con tus besos;  mañana será mi coraza. Tu imagen será mi antorcha que ilumina mi camino en la oscuridad de la vida.

Calló un instante, luego musitó unas cuantas palabras, al instante saltó al brazo de su madre, la abrazó tan fuerte, borró con sus besos las huellas del dolor, curó las llagas sangrantes del alma con la dulzura de sus palabras.

El pequeño salió de la casa, cargando a cuestas el hambre, el dolor y la miseria. Iba pensativo cuesta abajo por ese camino que parece ser una serpiente inquieta; que a ratos desaparece entre las piedras y los zarzales, entre juncos y roquedales para nuevamente reaparecer cual boa dormida.

A la mitad del camino el pequeño levantó el brazo izquierdo y señaló con el índice monologando en voz alta: Allá en esa casa, al pie del otro cerro negro; ahí, voy a trabajar igual que los demás. Soy varón fuerte como la roca, fuerte como el acero y transparente como la luz.

Aquella sombría mañana, el pequeño llegó a la casa anhelada, vio muchas  vacas y becerros. Estaban también las gordas ovejas blancas, cual señoras orgullosas amantando a sus ovejitas.

En la más profundidad de su ser del niño surgió una esperanza de vida. Se quedó inmóvil. Respiró profundamente y se dijo: Aquí hay bastante leche, queso y carne. Aquí pastando el ganado, jugaré en las alturas con cristales de nieve, danzaré con mi amigo el viento, tejeré recuerdos con paja brava; despertaré cientos y cientos de gorriones. Pelearé con los astutos zorros y los hambrientos cóndores.

Después de un instante, el pequeño golpeó la puerta con la mano. Nadie contestó. La casa parecía un cementerio olvidado. Armándose de valor, otra vez golpeó la puerta con más fuerza, nadie contestó, sólo pasó graznando un hambriento gavilán.

En el tercer intento tocó la puerta con más fuerza. Esta vez, los gigantes perros salieron haciendo gala de su fuerza, salieron corriendo como unos locos, se lanzaron, contra la puerta vieja de madera mostrando sus caninos blancos. Los perros, entre ellos se chocaron, se mordieron, se cayeron unos sobre otros y algunos saltaron sobre un muro de piedra. En medio de la oscuridad del polvo y la bulla infernal apareció un anciano regordete, con el cabello canoso, despeinado, la frente sudorosa, el rostro colorado tiznado de negro, los ojos enrojecidos, con legañas secas entre las pestañas, con algunos grumos de comida seca pegados en los bigotes, mostrando mugre negro en el cuello de la camisa, arrastrando los pantalones, portando en la mano derecha un sombrero de paño negro y murmurando entre los labios.

- ¡Buenos días!, don Pedro.

¡Buenos días! ¿Qué quieres muchacho? ¿Acaso vienes a pedir comida?

No taytita. Quiero trabajar cuidando los animales.

No hay trabajo. Todo está ocupado.

Taytita no me digas no. Mi madre y mi hermanita no tiene nada que comer, tengo que trabajar. Desde que mi padre desapareció de esta tierra, desde que mi padre se perdió como la pajita arrastrado por el viento; estamos solos.

¿Muchacho, cómo te llamas?, ¿Quién fue tu papá? ¿Cómo se llama tu mamá?

Mi nombre es Lucas. Soy el hijo de Néstor y Justina. Tengo un hermanita, ella se llama Rumicha.

Ah…, eres el hijo del Néstor. Tú debes tener once años y tu hermanita debe tener ocho años.

 Sí taytita. ¿Conocías a mi padre?

Don Pedro miró hacía el cerro, se rascó la cabeza, contuvo la respiración y guardó un silencio, como recordando algo que no quería recordar jamás. Miró a todos los lados, cómo buscando la imagen de alguien. Dio unos pasos cortos, inclinó la cabeza, abrió la boca como para tragar el olvido. Luego dijo: ¡no hay trabajo muchacho!

Tayta Pedro por favor déjame trabajar.

Don Pedro respondió: Ustedes son unos ociosos, cuando sientan hambre trabajarán mejor. Ahora anda vete de aquí. ¡No quiero verte! Tampoco quiero ver esa herida que adrede te lo hiciste.

El pequeño en el trayecto había tropezado con una piedra filuda hasta que vuele la uña del dedo mayor del pie izquierdo. Al ver que sangraba, cogió una piedra, rascó la tierra, cogió un puñado luego cubrió la herida.

El niño con voz suplicante argumento: No me hice la herida apropósito. Usted conoce ese camino lleno de piedras y espinas que sube al cerro y baja al manantial, por ahí he venido, despertando zorzales y gorriones.

¡Yaaa!  Vete de aquí a otro lugar donde puedes trabajar y ganar.

Taytita por favor déjame cuidar los ganados. Me pelaré con los zorros, no dejaré robar.

¡Te dije que no…oo! Gritó don Pedro

Lucas se arrodilló y abrazó las piernas anciano.

¡Levántate muchacho! Trabajarás cuidando a los puercos y a los perros. Estos están acostumbrados a comer maíz y cebada molido.

Bien  taytitu, eso haré.

El pequeño se alegró porque encontró el trabajo deseado y a la vez admiró como es que los chanchos y los perros comer maíz y cebada, mientras que tantas niñas, tantos niños, están comiendo raíz del cactus y las hierbas.

Don Pedro parece que leyó el pensamiento del niño. Sólo preguntó ¿No te gusta el trabajo? Si vas a trabajar entra de una vez y si no vete.

¡Apúrate! no vaya ser qué los perros te muerdan.

Apuró el pasó y la mirada. En el fondo del patio vio que varios niños y niñas  descalzas estaban limpiando el chiquero que despedía un hedor nauseabundo. 

Don Pedro señalando con la mano dijo: aquí vas a dormir, a lado de don Simón. Era un galpón largo donde había varios montones de ropas viejas y arrugadas. En el lugar que le asignó había un pedazo de piel de oveja seca sin lana, totalmente sucia, con unas mantas despintadas por el tiempo, el uso y el sol. El pequeño se quedó sumergido en un mundo extraño.

¡Ya muchacho! tienes que empezar a trabajar. ¡Ah…!, debes saber que todos los que entran a ésta casa no salen a la hora que le da la gana. Tú mismo, me pediste trabajo, no vayas a decir que don Pedro me ha traído. Ya sabes que de aquí saldrás al año. Aún tienes tiempo para que te largues de aquí.

El niño no contestó. Está bien don Pedro.

Entonces coge ese costal y ven conmigo. Te enseñaré el molino.

Al fondo de la casa hacienda, en un cuartito oscuro, techado con paja estaba el molino, asegurado con dos clavos sobre una mesa rústica.

Don Pedro mostró al niño, un saco de maíz desgranado y otro sacó de cebada. Esto es lo que tienes que moler.

El Pequeño preguntó ¿Cómo voy a moler? Nunca he tenido esto en casa. Sólo tenemos un  batan de piedra azul.

Don Pedro cogió el mango del molino, hizo girar, cogió un poco de harina de maíz, para mostrar al niño la finura del molido y le dijo: así tienes que moler. ¡Ya de una vez manos a la obra! Terminas de moler todo esto, luego vas a ir a dormir.

El niño cogió el mango del molino para comenzar la faena, no pudo. Necesitaba fuerza. Intentó varias veces y no pudo.

Don Pedro miró el esfuerzo del pequeño, murmuró palabras incomprensibles y se marchó.

 La promesa hecha a su madre y hermanita, al pequeño le movía su ser y le fortalecía para enfrentar todo tipo de retos.

Agarró el mango de la máquina, invocó a su finado padre. Comenzó a hacer girar el mango del molino, observó la finura de la harina, continuó la acción por más de media hora, se empapó de sudor y en sus manos se levantaron ampollas. Aumentaba la harina, crecía el dolor y el cansancio. Se sentó sobre una piedra que se encontraba en el rincón del oscuro cuarto. Agobiado por el hambre, la sed y el cansancio el pequeño se durmió apoyando la cabeza en la pared de piedra, al instante soñó a su padre que le comentaba algo. Despertó asustado y continuó con la tarea.

La noche llegó con toda la negrura de su ser, encontró al pequeño acurrucadito sobre el pedazo de piel de oveja, igual que a los demás. Cubrió con su manto negro de terciopelo cual paloma solidaria a un pichón sin nido.

Desde el fondo del cuarto surgió una voz de reflexión: Ya pasó varios meses, los chanchos están grandes y gordos. Y… yo, no tengo ni un céntimo en el bolsillo.  ¿Mi madre qué estará haciendo a este rato? Mi hermanita, mi linda Rumicha, ¿qué estará comiendo?

Los costales están llenos de harina de maíz y cebada. Este don Pedro es un hombre sin alma, solo quiere producto. Todas las noches en un silencio sepulcral juego con mis fieles amigos hambre, frío y soledad a lado de los hombres y mujeres mayores que conversan muy bajito, masticando la coca para mitigar el hambre y el cansancio.

Hoy no sé si es día o noche. Estoy llorando la muerte de Julián. Anteayer enterró don Pedro, sin que sepan su madre. Mis ojos están viendo la imagen de Julián. Mi oído está escuchando sus últimas palabras de mi amiguito Julián. Me aseguró que a cobrar su pago y amaneció muerto en su cama. Me duele el alma, mi corazón sangra y mi ojos lloran porque murió sin llevar nada para su mamá y sus hermanos. Ya no puedo más… ¿Qué será de mí? Don Pedro no piensa pagarme.

¿Qué será de mi madre y mi hermanita? Si me paga iré corriendo de noche a verlas. ¿Dónde estará mi padre? ¡Por qué padre mío! te fuiste para nunca volver. ¿Por qué?, ¿por qué? sólo me hablas en sueños?

Al día siguiente el niño se acercó a la habitación de don Pedro y reclamó su pago haciendo ver el tiempo transcurrido y su necesidad.

Don Pedro al oír las suplicas del niño le contestó ¡No hay nada! Eres un ocioso. Acaso has trabajado. Tampoco te pedí que vinieras a esta casa. Tú viniste y me rogaste para estar aquí. Yo como soy bueno te acepté. Ahora que quieres cobrarme. ¿De qué te voy a pagar? Si quieres te vas en estos momentos, así como viniste sin nada, también te vas sin nada. Has visto volar a los pájaros, ellos se van sin nada de pueblo en pueblo, de cerro en cerro, de árbol en árbol. ¿Has visto a las aves llevar su nido? Bueno, no tengo tiempo para hablar contigo, Pichón  sin nido. 

El pequeño lentamente se alejó del lugar y recordó lo que su  padre le dijo en sueño, el primer momento en que se quedó dormido en la casa hacienda. Nuevamente se fue a moler, cuando de pronto ingreso al lugar la cocinera Inés y le dijo: Niño tú eres el hijo de nuestro querido Néstor. Te voy a contar a ti no nomás. No vayas a hablar con alguien, si haces eso me va matar don Pedro.  Él es un hombre muy malo, al que reclama algo le calumnia de cualquier cosa o le hace matar. A tu papá le mató el mudo Segundino por orden de don Pedro.

_ ¿Eso ha hecho?

Chish, chist cállate. Así como tú, vino tu papá a trabajar y el viejo don Pedro no le quería pagar. Tu papá en el momento que reclamó le dijo que se iba a quejar, ante el Juez. Al día siguiente amaneció muerto como los otros. Le han golpeado en la cabeza con esa piedra grande cuando está dormido. Niño, así murió tu padre. Niño mejor vete de aquí porque puede pasar lo mismo contigo. Este viejo Pedro así actúa.

 El pequeño, aquella noche no durmió, se quedó escondido en un rincón de la habitación donde está el molino. Por un agujero del techo observaba el cielo con pocas estrellas, en esas circunstancias, un movimiento brusco la hizo girar la cabeza y vio por la ventana sin vidrio a don pedro entrar despacito al galpón donde dormía la gente. Constató si todos están dormidos, luego salió cual gato ladrón sin causar ruido. Cruzó el patio hasta llegar a lugar donde duerme Segundino.

El Segundino caminó solo cargando la piedra que sirve para moler con el batán, entró en el galpón, buscó la cama del pequeño y levantó la piedra lo más alto que pudo para soltar sobre la cabeza del pequeño. La gente se despertó con el ruido, pero nadie dijo nada, ni siguiera se movieron.

Al día siguiente, antes que llegue el amanecer, la gente se levantó, sigilosamente se persignaron. Todos se fueron a cumplir su trabajo como si no supieran que hay un muerto. Todos sabían los macabros acontecimientos. La gente por miedo, sólo sabía decir: aquí no pasó nada.

Inés la cocinera monologó. Yo le había dicho que se vaya. ¡Dios mío! ¿Ahora don Pedro qué dirá? y ¿con qué mentira enterrará al pequeño? Razonando así Inés pasó por el cuarto donde estaba el molino y vio al niño. En el acto dio un grito, porque creyó ver un fantasma.

¡No! Doña Inés soy yo. No soy fantasma. Le engañado a don Pedro. He envuelto un pedazo de tronco con mi ropa vieja, le puse mi sombrero y lo dejé en mi cama. ¡Ja ja ja…aa!

Inés corrió, le abrazó con toda su fuerza y se limpio las lágrimas.

- Hoy día me voy a ir doña Inés. Es muy triste porque no llevo nada para mi madre. Don Pedro me dijo: sin nada has venido, sin nada te vas, así como  las aves que se van sin llevar su nido.

Después de la conversación el niño salió de su escondite para dirigirse al lugar donde estaba don Pedro.

¡Buenos días don Pedro! Me pongo delante de usted para decirle que me pague por el trabajo que hice. Don Pedro miró al niño, levantó la mano derecha y se hizo la señal de la cruz, balbuceando algunas palabras, en el acto se orinó en los pantalones, luego cayó de espalda dando un grito. ¡Dios mío líbrame de este condenado!

 Don Pedro aquella mañana cuando toda la gente se había retirado del galpón, divisó la cama del pequeño y vio la piedra sobre el sombrero del pequeño.

Don Pedro, usted, a noche mandó a Segundino para que me mate. Yo ya estoy muerto.  ¡Ya sé todo! Don Pedro. Usted mandó matar a mi padre y a otros. Ay don Pedro, todos los domingos vas a la misa y para que el cura crea que eres bueno. Das limosna. ¡Qué mentiroso eres!

¿Qué hice para merecer la muerte de la manera más cruel? Haces trabajar a la gente por un plato de comida nada más. Cada vez te vuelves más rico explotando a tu prójimo. Porque eres así, tu alma irá al infierno.

Don Pedro gruñó: ¡Oye muchacho malcriado, ¿quién te enseñó hablar así. ¡Ahora aprenderás a respetar a los mayores!    

El niño se fue corriendo. Don Pedro se había ofendido tanto, estaba como una fiera herida, pensando en voz alta y escupiendo saliva blanca y espesa.  ¡Maldito muchacho me ha descubierto!  Me la pagará muy caro, ya verá, ya verá.

Dos días después dos policías llegaron jadeantes a la casa del niño para detenerlo por haber robado una gallina de la casa de don Pedro. La madre del niño con llanto en los ojos gritó.  ¡Mi hijo no ha traído nada!  ¿Por  qué  se lo van a  llevar?  ¡No…ooo por favo...oor  Mi hijo no es ningún ladrón. La madre se arrodilló a los pies de los policías, pero uno de estos de un jalón la retiró y cogió de la nuca al niño.  Así se arresta a todo ladrón. Así que, tú te lo comiste a la gallina. Vocifero uno de los policías.

El pequeño en el puesto policial, tuvo que registrar sus datos generales como cualquier delincuente.

¿Cómo te llamas?

Lucas Mamani Huamantica

¿Cuántos años tienes?

Once años.

¿Dónde has nacido?

En mi tierra, señor.

¿Cómo se llama tu tierra?

Huancavelica.

¿Dónde vives?

Ahí no más pues, señor.

¿Dónde ahí no más? ¡caraj…….!

En esa casa dónde me has encontrado.

- ¡Ya llévenselo! que vaya a pudrirse en el calabozo. Lo llevaron a rastras y lo  encerraron en un cuartucho oscuro con hedor insoportable. Pasó seis días y cinco noches muy largas, sobre todo la primera fue la más cruel, cuando los guardias querían que declare ser el autor del  robo.

Lucas decía  ¡NO!  Nunca he robado nada del patrón. El guardia más belicoso le cogió de los cabellos y a rastras lo llevó hasta el rincón donde había orines podrido y excremento, ahí le refregó la cara y algo más… A pesar de esto Lucas  jamás aceptó algo que no cometió.

El juez de Paz, compadre de don Pedro, sentenció al niño de esta manera: Recibirá cincuenta azotes y será expulsado del pueblo montándolo sobre un burro negro para escarmiento de todos los ladronzuelos de esta parte. 

La madre de Lucas suplicó llorando al juez para evitar el castigo. Se arrodilló ante  el cura para que interceda ante el Patrón y el Juez; porque al señor cura sí, le hacían caso don Pedro; pero el cura nunca dijo nada por el niño sabiendo que era inocente. S, hubiera sido una niña el cura personalmente la sacaba de la presión para que después sea su mujer, bajo la justificación de que será su cocinera.

La gente comentaba en voz alta de todos los actos vergonzosos, se preguntaban entre ellos. ¿Quién es el ladrón? El patrón se lleva todo y ¿quién le castiga a él?  ¿Quién expulsa al cura y al juez?  Nosotros callados no más estamos toda la vida. Sabemos lo que es don Pedro y no hacemos ni decimos nada.

El Juez sabedor de la calumnia que esta sufriendo el niño, decide viajar. Al encontrarse lejos del pueblo pensó que su conciencia podía estar tranquila, mas no fue así, por eso desde la capital decide enviar un telegrama.  El texto decía así: Perdón. Imposible cumplir sentencia. La empleada del correo copió de esta manera: Perdón imposible. Cumplir sentencia. Con esta orden ejecutan el castigo.

La gente miraba aterrorizada cuando al niño le daban los azotes; pero al ver brotar sangre de la posadera del niño, gritaron: ¡Basta…aa! ¡Basta…aa! ¡Basta…aa!

El castigador hizo oído sordo y continuó azotando; entonces el pueblo enardecido avanzó, lo agarraron entre todos y con el mismo látigo le dieron unos cien, tal vez más de doscientos azotes. El hombre aulló, se retorció en el suelo hasta quedar en silencio. La turba enardecida se dividió en tres grupos, un grupo se fue a la iglesia, el otro a la casa de don Pedro y el tercero quedó cuidando el lugar.

A don Pedro ataron con una soga de la cintura y obligaron al mudo Segundino jalar hasta donde se encontraba el niño. El otro grupo también trajo al cura y le hicieron parar frente a frente para digan la verdad. 

Don Pedro confesó que mandó matar con Segundino al padre de Lucas, al pequeño Julián y a la señora Tomasa. También dijo que el niño Lucas no robó nada.

El cura por su parte confesó y pidió perdón a Dios y a los hombres por haber matado a una niña de ocho años.

El pueblo castigó de la misma forma como castigaron al niño y lo expulsaron del pueblo al cura y a don Pedro. Al mudo le perdonaron porque sólo obedecía los mandatos de don Pedro  por temor a ser asesinado.

Lucas secándose las lágrimas, haciendo un esfuerzo levantó la voz, proclamó su inocencia, agradeció al pueblo liberador y abrazó a su madre, diciendo: ¡Mamita! mamita no llores más ¡Ya llegó un nuevo amanecer para nosotros y los demás!

Bertha Rojas López

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