Los patitos y el gavilán 
Bertha Rojas López.

Cierta mañana sin sol, sin blancas nubes, sin ruido, sin canto de jilgueros, sin risa del yana manuku, todo era un silencio, todo era olor a muerte. Así estaba la mañana cuando dos patitos negros salieron de entre los amarillentos totorales y las aguas frías de la laguna.

Los patitos caminaron unos cuantos pasos, movieron la cabeza llenos de espanto, levantaron sus alitas, miraron el cielo, abrieron el pico para graznar en voz baja, cual monjitas que rezan el rosario, clamando ayuda al Señor.

- ¡Tonto…oos! Una voz rompió el silencio. Era el iracundo gavilán que venía divisando todo desde lo alto.

- ¡Buenos días tío!, ¡Buenos días tío! - Contestaron los patitos.

- ¿Qué hacen ahí, por qué no se van a otras lagunas? Acaso rezando, llorando y maldiciendo se solucionan los problemas de vida o muerte. Sobrinos tienen que saber que los hombres y las mujeres sin ser químicos convierten las aguas cristalinas en aguas negras, nauseabundas y venenosas.

- Tío, ¡todos están muertos! mira como flotan los sapos, las ranas, los peces, las blancas gaviotas, las palomas plomas, patos tornasolados y los pajaritos. ¡Todos están muertos! No sé como nos libramos, por eso estamos agradeciendo a Dios. Argumentó uno de los patitos.

 ¡Jajajajaja…! Soltó una carcajada el gavilán. Bajó mostrando su poderío y bailoteó sobre una piedra, aleteó con fuerza, cantó con voz ronca confiando en la vivacidad de sus ojos y la agilidad de sus alas.

- ¡Pan, pan, pan!- Los patitos se escondieron debajo del totoral y se desaparecieron en el barro negro.

Después de un rato los patitos asomaron la cabeza para buscarlo con la mirada al gavilán, al no verlo salieron muy despacito, con las plumas erizadas, temblando de miedo, sin hacer ruido. Encontraron al gavilán, tirado con la mirada perdida en el infinito, temblado de dolor, sin saber que hacer.

- ¡Tenían razón! – Dijo el gavilán - 

 Los patitos admirados entre ellos en voz baja comentaron - Si a éste poderoso le hicieron así, a nosotros ¿qué nos harán?

- ¡Jesús María y José!- Murmuró uno de los patitos.

¡Levaaantate tío! Gritó presa de nervios uno de los patitos.

El gavilán con dificultad alzó la cabeza y nuevamente dejo caer al suelo.

- ¡Tío! No puedes dejarnos aquí – Exclamó uno de los patitos.

No se pongan así. ¡Soy fuerte! Ya verán como salgo de esta desgracia. Estos cristianos son peor que salvajes, así dicen ser civilizados. Qué mal les hice yo, para que atenten contra mi vida. - Comentó el gavilán con voz dolida, con el corazón sangrante y el alma herido.

Ante la mirada de los dos patitos. El gavilán levantó la cabeza, lentamente se puso de pie. La sangre fluía del cuerpo herido, hirviendo cual lava volcánica para correr como las aguas de río, surcando la árida tierra, pintando de rojo la cara de las piedras dormidas.

Cuidemos las aves en extinción.

Bertha Rojas López

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