La maestra y la luciérnaga |
Soy maestra, enseño en una escuelita de la
Selva, ahí donde lloran los monos al enredarse con las madreselvas
tupidas, ahí donde los mosquitos danzan al son de su propio zumbido. Un día me quedé hasta la llegada de la
oscura noche, atendiendo a una mujer parturienta. La mujer no tenía a
nadie a su lado, tampoco tenía ropa para su bebe. Nació el bebe. Abrigué
a criatura con una matadita. Sentí el mismo dolor, recordando el
nacimiento de mi pequeño. Aquella horrible noche, la recuerdo a cada
instante. Los hombres que jalaban el huaro, los que siempre cariñosamente
nos ayudan a cruzar el río Perené, ya no estaban. Mi pena creció cual
sombra gigante de un árbol añejo. ¿Qué hacer?
Sólo me quedaba caminar por la orilla, hasta encontrar el vado por
donde los nativos cruzan. Me
quité los zapatos y los pantalones, llené la ropa en una bolsa, apreté
el bulto hacia mi pecho. Puse los pies al agua, al centro tambaleé por la
fuerza de la corriente, por un instante pensé en la muerte.
¡Al fin crucé! La
noche estaba acurrucada entre las ramas de los coposos árboles y el
concierto desafinado de las chicharras me enloquecía. Al cabo de una hora
de caminata, sentí el cansancio, tuve que inclinar la cabeza cual girasol
maduro; mis ojos difícilmente lograron ver la raíz sobresaliente de un
árbol, ahí me senté para descansar. En ese lapso pude observar entre
las hojas secas y cerca a mis pies una luz que se movía. Era una luciérnaga
gigante, la agarré y la llené en una bolsa de plástico transparente. Le
dije: ¡Serás mi linterna! Me puse a caminar llevando en la mano aquella
lámpara viviente. Ella iba roncando y soltando más destellos. Apresuré
los pasos, avancé un buen trecho. ¡Ay! Caí... La
lámpara se esfumó. Busqué a mi ocasional amiga y no la hallé, creía
haberla perdido para siempre. La pobre, muerta de miedo se había
escondido debajo de la hojarasca. Logré ver apenas un rayito de luz. La
atrapé. Acariciándola le dije: Luciérnaga, amiga mía, conozco tu
miedo, sé lo que estoy haciendo contigo. Te prometo devolverte a este
lugar. Mañana temprano estarás con los tuyos. Pienso que tú también
eres madre o padre de otros pequeños. Ellos te necesitarán más que yo. Llegué a casa, guardé la joya viva, susurrando palabras de
amor y agradecimiento. Abracé a mis niños, caí dormida cual tronco olvidado en el corazón de la enmarañada selva peruana. |
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Bertha Rojas López
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